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Zapata

jueves, 12 de octubre de 2017

LOS GRUPOS DE PODER HACIA EL 2018 (IV)

LA POTENCIA HEGEMÓNICA: ESTADOS UNIDOS
Normalmente Estados Unidos ha jugado un papel relevante en los procesos de sucesión presidencial en México, ya sea interviniendo directamente, como lo hizo en febrero de 1913, a través del denominado “Pacto de la Embajada”, mediante el cual el embajador Henry Lane Wilson apoyó a Victoriano Huerta para que diera el golpe de Estado contra Francisco I. Madero; o por lo menos a través de un tácito poder de “veto”; esto es, rechazando a candidatos que pudieran representar una posición más independiente respecto a Estados Unidos (en el sexenio de Lázaro Cárdenas, la animadversión de la iniciativa privada mexicana y de Estados Unidos a una candidatura de “izquierda” como la de Francisco J. Múgica, llevó a Cárdenas a apoyar al moderado Manuel Avila Camacho; lo mismo sucedió con Luis Echeverría, que optó por un centrista como López Portillo, en vez de los precandidatos considerados de “izquierda” dentro del PRI, Porfirio Muñoz Ledo y Augusto Gómez Villanueva).
El peso de la economía estadounidense en México, que se multiplicó con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), siempre ha sido decisivo para nuestro país. Desde 1994, más del 80% de las exportaciones mexicanas van a Estados Unidos (la mitad de ellas relacionadas con la industria automotriz); el comercio entre ambos países suma 1,500 millones de dólares al día (alrededor de 550 mil millones de dólares al año), con superávit para México, que en el último año llegó a 64 mil millones de dólares; casi las dos terceras partes de la inversión extranjera directa proviene de los Estados Unidos; la gran mayoría del turismo internacional viene del vecino del norte y la gran mayoría del turismo al exterior de los mexicanos es hacia Estados Unidos; los 12 millones de mexicanos que viven en Estados Unidos (6 millones legalmente y 6 millones indocumentados) envían 25 mil millones de dólares de remesas al año, a sus familias en México; a su vez, la comunidad extranjera más grande en nuestro país es la de los estadounidenses (casi medio millón); los oligarcas, políticos y clases medias altas de México tienen más de 400,000 millones de dólares invertidos en el sistema financiero de Estados Unidos; el 81% de la deuda externa de México (que suma 178 mil millones de dólares), está denominada en dólares.
La principales corporaciones trasnacionales en México son estadounidenses, y se agrupan en la American Chamber of Commerce de México (acaba de cumplir 100 años); así como en el Consejo Ejecutivo de Empresas Globales (CEEG), creado en el 2004, y que agrupa a las 50 trasnacionales (estadounidenses, europeas y japonesas, principalmente), más importantes del país; juntas representan el 10% del PIB del país; el 11% de las exportaciones totales y el 40% de la inversión extranjera directa en México.
Tanto las grandes corporaciones internacionales, como Wall Street fueron los principales impulsores del TLCAN, pues han sido los que más se benefician de él, al acceder a una mano de obra baratísima (el promedio salarial en la industria automotriz en México, el sector más dinámico dentro del TLCAN, es de 2.50 dólares la hora; mientras en Estados Unidos es de 28 dólares la hora); impuestos bajísimos (mientras en Estados Unidos deben pagar entre 15 y 25% en impuestos; las grandes corporaciones pagan en México entre 3 y 11%); acceso irrestricto a los recursos naturales, pues las “regulaciones” en México son fácilmente ignoradas, gracias a la complacencia gubernamental, vía la corrupción (se calcula que el 10% del PIB en México, o sea 100,000 millones de dólares, se desvía a la corrupción); y por lo tanto las ganancias que obtienen en México son  mayúsculas (sólo por poner un par de ejemplos, para la Coca Cola el mercado mexicano representa el 42% de sus ventas en América Latina;  Walmart México y Centroamérica constituye el 20% de sus tiendas en todo el mundo, con ventas anuales por más de 30 mil millones de dólares y utilidades por 2 mil millones de dólares).
Las trasnacionales, el sector financiero estadounidense (junto con la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro) y los organismos financieros internacionales (FMI, Banco Mundial y BID), son los principales impulsores de la globalización y el modelo económico neoliberal, y por lo mismo son los “hermanos mayores” de los oligarcas y tecnócratas mexicanos, que sirven como correa de transmisión de la hegemonía económica estadounidense.
Por lo tanto, el sector económico de la potencia hegemónica busca que el modelo se perpetúe, sin interferencias ni riesgo alguno, por lo que apoyarán de manera irrestricta al candidato del eje tecnócratas-oligarcas, esto es a Meade o a Nuño. Sólo en caso de que esta opción se debilitara, entonces buscarían apoyar al PAN, en cuyo caso la opción que tenían era la esposa de Calderón, Margarita Zavala; pero dado que se ha convertido en “candidata independiente”, sus posibilidades de triunfo han disminuido, por lo que en última instancia explorarían apoyar al candidato del frente opositor, sea Anaya, Mancera o algún otro; pero sólo como última opción, con tal de cerrarle el paso a López Obrador.
El problema ahora es que una parte del establecimiento político-económico de Estados Unidos, ya no ve a las élites mexicanas como “socios y aliados”, como había sido el objetivo del TLCAN; y posteriormente del proyecto “Norteamérica” impulsado por el Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense, como una forma de consolidar la hegemonía en el continente americano (teniendo a México como el “caballo de Troya” del proyecto en América Latina), y como plataforma de su poder hacia el resto del mundo.
Una parte de ese establecimiento, liderada por el propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ve a México como un fardo, un lastre, que sólo causa problemas a Estados Unidos, tales como; inmigración ilegal, tráfico de drogas, presencia de cárteles del narcotráfico, déficit comercial, salida de empresas manufactureras hacia México y con ello pérdida de empleos en Estados Unidos; aumento del crimen en ciudades estadounidenses por la presencia de los “ilegales”, entre otras.
La muy probable terminación del TLCAN por parte de Trump en los próximos meses, será un duro golpe al proyecto globalizador de las élites de Nueva York, California y Washington; y al proyecto de eterna subordinación y explotación de México.
De ahí que tanto el eje tecnócratas-oligarcas, como las élites globalizantes estadounidenses busquen afianzar el proyecto neoliberal en México, esperando que en unos años Trump deje la presidencia (sea porque no se reelija en el 2020 o porque providencialmente fallezca), con la esperanza de que el sucesor retome el proyecto original.
En materia de seguridad, desde el gobierno de Calderón, nuestro país es un “departamento” del aparato de seguridad estadounidense, lo que se ha manifestado a través de la Iniciativa Mérida y de la subordinación de las fuerzas armadas mexicanas al Comando Norte del Ejército de los Estados Unidos.
Para el complejo-militar-industrial y su “Estado Profundo”, es imperativo mantener controlado al aparato de seguridad mexicano, pues si existe un país que puede causar un daño mayúsculo a la estabilidad política, económica y social estadounidense, ese es México; pues una guerra civil, el desbordamiento del crimen organizado y de la violencia; o la muy remota, pero nunca descartada posibilidad de que potencias extranjeras o incluso grupos terroristas establezcan “cabezas de playa” en territorio mexicano, pondrían en riesgo a Estados Unidos; y  tendrían que desviar ingentes recursos humanos y materiales hacia su frontera sur, para contener una crisis o una amenaza mayor proveniente de México.

Por todo ello, a pesar de la hostilidad de Trump hacia México, el establecimiento militar y de seguridad de Estados Unidos requiere un estrecho control de sus contrapartes mexicanas, y por lo tanto no toleraría un gobierno que estableciera metas más independientes respecto a los Estados Unidos (caso de López Obrador), por lo que seguramente jugarán un papel central en cualquier intento por evitar o sabotear la llegada de un presidente que no se amolde a sus prioridades.

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