Donald Trump ha demostrado en estos días que la hegemonía
estadounidense en el mundo, depende cada vez más de las amenazas y el uso de la
fuerza, y mucho menos de lo que Trump afirmó en las Naciones Unidas; esto es,
de representar para el resto de los países un modelo a seguir; que según él, no
se busca imponer a los demás.
Así también, Trump se ha manifestado como un instrumento de
la política de Netanyahu, quien tiene aliados poderosos dentro del círculo
cercano a Trump (significativamente el yerno Kushner y la hija Ivanka; pero también
el asesor Stephen Miller y el consejero de seguridad nacional H.R. McMaster);
puesto que la descertificación de Irán, con objeto de que el Congreso apruebe
nuevas sanciones contra este país, y con ello dar por terminada la
participación de Estados Unidos en el acuerdo de control del programa nuclear
iraní, ha sido la prioridad de la política exterior de Netanyahu los últimos 3
años; y que ahora, diligentemente, y sin que signifique ningún beneficio para
Estados Unidos, Trump asume por completo.
El objetivo del gobierno de Netanyahu, de los
neoconservadores, los liberales intervencionistas y el lobby pro Israel en
Estados Unidos ha sido desde hace 35 años (por lo menos), balcanizar al Medio
Oriente, con objeto de que el gobierno de Tel Aviv mantenga su hegemonía
militar (especialmente, ser el único país con armas nucleares en la región);
seguir expandiendo su territorio a costa de los territorios palestinos (se
mantiene sin pausa y sin sanción internacional alguna la ocupación ilegal de
esos territorios); y aprovechar al máximo los recursos naturales de la zona (agua,
que se les quita a los palestinos; gas en las costas del Mediterráneo y el
petróleo que puedan aprovechar de la región kurda de Irak, en donde se pretende
crear un Kurdistán, aliado de Israel). Asimismo, el objetivo es cortar la
conexión de Irán, Irak, Siria y Líbano, que los estrategas israelíes han
denominado la “creciente chií”; para lo cual se financió, armó y apoyó, tanto
al Estado Islámico como a Al Qaeda y a otros grupos de mercenarios, para
derrocar al régimen de Bahsar el Assad en Siria, y así quebrar esa alianza de
países, que Israel considera sus enemigos.
De ahí viene también el apoyo para la creación del Kuridstán
iraquí, una vez que la estrategia de apoyar a terroristas y mercenarios ha
fracasado, por la intervención de Irán y Rusia. Por ello, ahora requieren que
sea Estados Unidos mismo el que rompa la “creciente chií”, ya sin importar los
costos humanos, materiales y financieros que ello le representará a Estados
Unidos, pues aquí lo único que importa es que Israel logre sus objetivos y para
ello utiliza a sus aliados y subordinados dentro del sistema político estadounidense
y en el complejo-militar-industrial y de seguridad, así como en el establecimiento
de los medios de comunicación.
Arabia Saudita, y otros miembros del Consejo de Cooperación
del Golfo, se han aliado a Israel en esta estrategia, por dos razones
fundamentales: en primer lugar, les ha quedado claro que no pueden derrotar a
Israel militarmente y que Israel siempre tendrá el apoyo de Estados Unidos, por
lo que oponerse sistemáticamente a la hegemonía israelí en el Medio Oriente les
cuesta más, de lo que obtienen combatiéndola; de ahí que el principal aspecto
que cohesionaba a estos países, que era el apoyo a la causa palestina, lo han
dejado de lado (por ello ahora son Irán, Turquía y Qatar los que han tomado la
iniciativa en este aspecto); y en segundo término, la mal llamada “primavera
árabe” les demostró a las corruptas y fabulosamente ricas monarquías árabes,
que sus pueblos podrían rebelarse en cualquier momento y destruir sus anti
democráticos regímenes, por lo que se han lanzado a una estrategia de
salvamento de sus monarquías, aliándose con Estados Unidos e Israel, para que
les ayuden a sostenerse, a cambio de que se unan en la estrategia “anti chií”;
que por otro lado les sirve en su perenne competencia con la otra rama del
islam, ya que intentan contener primero, y después socavar la influencia iraní
en la región; y en general, la del chiísmo, que compite con la versión más
extrema de la rama sunni, el wahabismo de Arabia Saudita, por atraer a los
musulmanes en diversas regiones del Medio Oriente (especialmente en las provincias
árabes costeras del Golfo Pérsico, en Bahrein y en Yemen).
Para el complejo-militar-industrial-de seguridad, los neo-conservadores,
liberales intervencionistas y “halcones” republicanos del establecimiento
político de Washington, resulta inaceptable que Rusia haya vuelto a poner pie
en el Medio Oriente, cuando se consideraba que con la desaparición de la URSS,
sólo Estados Unidos sería el árbitro en esa zona; por lo que el papel central
que ahora tiene Moscú en el Medio Oriente (alianza con Irán y Siria;
acercamientos con Turquía, y ahora también con Egipto y Arabia Saudita), ha
desquiciado a estos grupos de poder, por lo que buena parte de la acusaciones
contra Rusia, sobre las inventadas intervenciones en las elecciones en Estados
Unidos, Francia, Alemania y ahora hasta en Cataluña, son la expresión de la
frustración por la mayor presencia rusa en el mundo, y una forma de intentar “vacunar”
y amedrentar a distintos países, sobre las consecuencias que podría tener un
mayor acercamiento con Moscú. Ya que si Rusia tuviera esa capacidad de intervención
en todo el mundo, estaríamos hablando del desplome del aparato de inteligencia
y seguridad de Occidente, y de que Moscú sería en estos momentos, por mucho, la
primera potencia mundial; pues prácticamente podría definir los resultados electorales
de todos los países, con unos cuantos hackers y algunas “fake news”, lo que
para todo efecto práctico es una estupidez, que el establecimiento político y
mediático de Estados Unidos pretende hacer creer al resto del mundo (a sus muy ignorantes
y manipulables ciudadanos es fácil hacerles creer cualquier cosa; como por
ejemplo, que un edifico puede caer en segundos, debido a un incendio de algunos
muebles y sillas –el WTC7-).
Y además, pretenden castigar, una vez más a la UNESCO, por su
apoyo a los asediados palestinos, retirándose de dicha organización tanto
Estados Unidos como Israel; lo que debería ser aprovechado por el resto de los
países que participan en la misma, como una oportunidad para independizarse
política y económicamente de las presiones de Washington y Tel Aviv.
Pero si bien, para el establecimiento político-militar de
Washington, Trump resulta muy funcional en el caso del Medio Oriente, pues hace
casi todo lo que se le ordena desde Tel Aviv, el Pentágono y la CIA; no lo es
en materia económica, pues está retirando a Estados Unidos de todos los
tratados que las élites globalizantes (especialmente las de Nueva York) han
manufacturado para tener al mundo explotado (Tratado Transpacífico, próximamente
el TLCAN), subordinado y depredado por los centros financieros y las grandes
corporaciones que están en manos de los usureros y plutócratas internacionales
(el famoso 1%).
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