El gasolinazo y las protestas
Luis Hernández Navarro
La Jornada 10 de Enero de 2017
La imagen se ha reproducido una y mil veces como símbolo de los
tiempos que corren. A la salida de una tienda departamental saqueada por una
multitud plebeya, un joven carga sobre sus espaldas una enorme pantalla nueva.
Con esa pantalla se cobra el agravio de
ser menesteroso en un país en el que serlo es no sólo una tragedia material
sino el símbolo de una derrota social.
Instalados en la fiesta perpetua del
consumo, los señores del dinero ostentan su fortuna sin recato. Exhiben sus
lujos sin pudor alguno, como evidencia material de su éxito en la vida. Y, los
parias, sin boleto de entrada al espectáculo del dispendio, miran el boato y la
opulencia de los poderosos desde sus humildes viviendas a través de la vitrina
de los programas de televisión. Hasta que les llega la oportunidad de tomar su
revancha.
Con esa pantalla, su nuevo propietario
tiene la ilusión de que se ha logrado colar al festín de los ricos. Cosecha de
la rapiña, dos o tres veces más grande que las casi 10 millones de televisiones
que el gobierno federal regaló con el pretexto del apagón analógico en 2015, su
nuevo bien no compromete ni su voto ni su lealtad, como sucedió durante los
comicios de ese año.
Ese televisor es, también, su personal
desquite ante el atraco sin fin de los políticos. Si los ex gobernadores de
Veracruz, Chihuahua, Quintana Roo, Coahuila y Nuevo León desfalcaron las arcas
estatales sin sufrir por ello castigo alguno, ¿por qué no quedarse con un bien
sin tener que pagar por ello?
Esa pantalla la obtuvo quebrantando la
ley. Pero ¿acaso no lo hacen así los de arriba? La arrebató en un golpe de
suerte y de audacia, en un acto de rabia y rencor acumulados durante años, que
el gasolinazo destapó de golpe.
Esa es una explicación de la oleada de
saqueos que ha sacudido varias regiones del país, como el estado de México,
Veracruz, Hidalgo y Nuevo León. Empero, hay quien la pone en duda y ofrece
otra: la del complot. La rapiña –dicen algunos– fue organizada por funcionarios
públicos como parte de una variante de la doctrina del shock, para
justificar la intervención de la fuerza pública contra los inconformes con el
aumento al precio de la gasolina, y desalentar las protestas populares.
Esta estrategia del miedo combina
campañas de desinformación en las redes sociales, convocatorias públicas a
atracar almacenes, ausencia de la fuerza pública resguardando comercios, grupos
de pobladores a los que agentes gubernamentales y policiacos ofrecen dinero e
impunidad por cometer los asaltos y la acción de provocadores como Antorcha
Campesina.
En las redes sociales se han difundido
abundantes testimonios y evidencias que parecen corroborar esta hipótesis,
sobre todo en el estado de México y en Puebla. En más de un video puede verse a
policías robando mercancías.
¿Ha tenido éxito esta estrategia? Sí y
no. Sí, porque en diversos sectores de la población se ha creado un clima de
temor e incertidumbre que ha inhibido su incorporación a las protestas. Sí,
porque grupos empresariales que se oponían en un primer momento al gasolinazo ahora
demandan mano dura para aplacar las protestas.
No, porque, a pesar de todo, lejos de
disminuir, el descontento social sigue extendiéndose y no tiene visos de
debilitarse en el corto plazo. La relación entre el número de protestas y el de
saqueos es, según un recuento de notas periodísticas, al menos de cinco a uno.
Y no, porque, la rapiña se ha extendido más allá del control de sus hipotéticos
patrocinadores: más de 800 comercios según la Concanaco.
Entonces, ¿son los atracos a grandes
almacenes acciones orquestadas por actores gubernamentales o son expresiones
del rencor social? Muy probablemente las dos. Aunque en un primer momento hayan
sido inducidos desde alguna esfera del poder, son, también, expresión de un
descontento social genuino y acumulado.
La rapiña es la cara más visible de la
sublevación popular en marcha, pero dista de ser la única. En todo el país se
han realizado mítines, marchas, liberación de casetas de pago de autopistas y
bloqueos de gasolineras, carreteras, vías de ferrocarril y centrales de Pemex.
Las expresiones de solidaridad abundan. Los traileros que en Chihuahua
obstruyen el tránsito vehicular dicen, mitad en broma mitad en serio, que nunca
habían comido tan bien como lo hacen ahora por el apoyo popular: carne en el
desayuno, comida y cena.
La protesta contra el gasolinazo es
un hecho inédito, generalizado, amorfo, espontáneo, carente de dirección fija y
centro organizativo. En los hechos, se trata de múltiples protestas regionales,
cada una diferente a las otras.
En la primera línea de la inconformidad
se encuentran los traileros, los transportistas, los taxistas, todos aquellos
cuyo trabajo está directamente asociado al consumo de combustible. Son ellos
quienes han organizado muchos de los bloqueos carreteros. Han pagado un alto
costo. No son pocos sus compañeros detenidos.
Pero en las jornadas de lucha
participan, también, agricultores de riego, campesinos, ciudadanos
autoconvocados, amas de casa, profesionistas, curas y maestros. El gasolinazo le
pegó a una parte de la clase media en la línea de flotación y la
lanzó a las plazas públicas. La impresionante manifestación de Monterrey da
cuenta de ello.
El bloque en el poder se fracturó. Los
gobernadores de Sonora, Chihuahua y Tamaulipas piden reconsiderar el aumento a
la gasolina. El de Jalisco, fue aun más lejos y pactó un acuerdo con Enrique
Alfaro y Movimiento Ciudadano. Con un tono aún más enérgico, lo mismo hizo la
Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM). Y por si faltara algo, en lo que es
la cereza en el pastel de esta ruptura, Coparmex rechazó el pacto económico
propuesto por Peña Nieto.
Desconcertadas, una buena parte de las
dirigencias opositoras tradicionales, tanto sociales como políticas, han sido
rebasadas. Su pasmo camina de la mano de la incapacidad gubernamental para
comprender lo que tiene enfrente. Nuevos liderazgos populares locales han
emergido al calor de la lucha.
Las marchas del pasado 7 de enero, en
al menos 25 estados, parecieran ser un indicador del avance de la protesta
nacional. En ellas, se pasó de la exigencia de bajar el precio de los
combustibles a la demanda de la renuncia del Presidente. Esas manifestaciones,
unas grandes y otras pequeñas, podrían ser un punto de inflexión en la
capacidad de organizar la resistencia.
Twitter: @lhan55
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