Paisaje en lugar de la batalla
Fabrizio
Mejía Madrid
https://www.jornada.com.mx/2022/03/01/opinion/005a1pol
Desde hace
varios días he tratado de hallar un noticiero que dé cuenta de hechos y
datos de la guerra en Ucrania, pero me encuentro todo el tiempo con los medios
occidentales repitiendo una única idea: que la guerra en Ucrania se debe a
la locura y la criminalidad del solitario presidente de la
Federación Rusa, Vladimir Putin; que el dirigente ucraniano, Volodymir
Zelensky, es casi un candidato al Premio Nobel de la Paz, y que Estados Unidos
y la Unión Europea sólo se están defendiendo, a riesgo de perder un gasoducto.
Para sustentar su dicho, los medios corporativos occidentales fabricaron a un
héroe ucraniano, el Fantasma de Kiev, que había derribado cinco aviones rusos y
un helicóptero en una noche. Para ello, transmitieron como reales las imágenes
de un videojuego producido en 2013 por Eagle Dynamics y que es un simulador de
vuelo. Luego, para ilustrar la maldad rusa, dieron por bueno un accidente entre
un tanque y un automóvil; no se sabe en qué año fue filmado ni la procedencia
del carro blindado. Y, para terminar, le dieron vuelo a una fotografía de
Zelensky en uniforme militar para enaltecerlo, pero sin decir que la imagen
había sido tomada el año pasado en una fiesta oficial.
La atmósfera
informativa del conflicto entre la OTAN y Rusia en Ucrania no busca contarnos
un ángulo de su historia, sino inventar una guerra que no está sucediendo y,
por el otro, callar a una de las partes del conflicto. Así, se ha decidido
sostener un melodrama en el que Rusia es el único responsable y la OTAN,
Estados Unidos y Ucrania son víctimas puramente defensivas. Se ha acallado a la
otra parte, las agencias rusas, con el argumento de que transmiten pura
propaganda. Sin embargo, durante días la CNN y Fox News difundieron las
declaraciones de la hija de Dick Cheney, Liz, congresista por Wyoming, que
simplemente dice: Putin es el Mal. Así se divulgaron también las
peticiones de Eric Swalwell, representante de California, y Rubén Gallego, de
Arizona, para que fueran deportados todos los rusos que viven en Estados
Unidos. Más grave fue la propagación de la idea del republicano Adam Kizinger
pidiendo que su país derribara los aviones rusos que sobrevolaran Ucrania. Es
decir, que se escalara el conflicto con la entrada de Estados Unidos.
La
diferencia con otros conflictos de la OTAN, como el de la ex Yugoslavia, es
que, ahora, la propaganda de los medios corporativos occidentales tiene como
conducto adicional a las redes sociales. Por ejemplo, se hizo viral una
explosión en Tik Tok que aseguraba que, un día antes de la invasión rusa, ya
Ucrania había sufrido los primeros bombardeos. Pero la imagen era del estallido
de una estación de gas en Siberia en junio de 2021. De igual forma, se usó una
supuesta celebración de soldados rusos por la inminente entrada en su país
vecino, pero el video era de un baile en una estación de metro en Tashkent,
Uzbekistán, en 2018. La guerra que estamos viendo no es la que está ocurriendo.
Sus paisajes vienen de antes de la lluvia, no de después, como era la célebre
pintura surrealista de Max Ernst.
Se han unido
dos tendencias ideológicas para llegar a este punto en que un conflicto se
ilustra, de una sola parte, con imágenes e historias ajenas al lugar y la
fecha, y por otro, se censura la otra parte. Las tendencias están hoy en el
conflicto de Estados Unidos consigo mismo: la idea de que lo viral es la verdad
y la llamada cultura de la cancelación. Como espectador, si a uno se le
permiten ver las dos propagandas, podría sacar sus propias conclusiones. Pero
hay un cerco contra las agencias rusas y, en especial, contra la televisora
Novosti-RT, cuya directora está en la lista de sancionados por la banca
occidental por promover la anexión de Crimea y a los separatistas del
Donbás. Es decir, por difundir su parte del conflicto que tiene que ver con la
autonomía de las regiones rusas de Donietsk y Lugansk, los fallidos acuerdos de
alto al fuego de Minsk en 2014, las declaraciones de Zelensky –que apareció al
lado de su patrocinador, el magnate de los medios ucranianos, Igor Kolomoisky,
en los Pandora Papers con varias casas en Londres–, de que iba a construir una
bomba nuclear y el abandono de Estados Unidos de la idea que compartieron tanto
Obama como Trump de que existía un área de interés para la seguridad nacional
de la Federación Rusa, como lo fue Cuba para Estados Unidos en 1962. Pero
la cultura de la cancelación devino en política corporativa.
El término
nació en 2015 cuando dos mujeres criticaron la cultura de los videojuegos por
su machismo y violencia de género. Los jugadores machistas,
autonombrados Guerreros de la Justicia Social, las vetaron de sus juegos
por tratar de imponer una ideología liberal en las tramas e imágenes
de los juegos en línea. Ellas llamaron a otras mujeres a autoexcluirse.
Después, el concepto fue expandido hacia el pasado, de tal forma que las
películas de Disney como Peter Pan (1953) o El libro de la selva (1967)
debían cancelar los arquetipos sobre los aborígenes. La derecha lo
usa para invalidar a los liberales, diciendo que buscan censurar sus opiniones.
El concepto se ha ido generalizando en la cultura virtual hasta abarcar casi
cualquier tipo de cancelación de contenidos que no refuercen tus esterotipos,
gustos y aspiraciones. La censura está imbricada en el algoritmo que piensa por
ti lo que deberías desear. Eso es justo lo que se hace cuando, como espectador,
no puedes ver la otra versión del conflicto armado y resignarte a mirar una
fotografía en Facebook donde se muestra a una mujer supuestamente ucraniana
viajando con un arma de asalto en un autobús, en previsión de un ataque. En
realidad, es una influencer rusa, Ekaterina Gladkikh, que venía en el
transporte público de la ciudad de Novosibirsk en 2020, tras una sesión de
fotos.
Las noticias
falsas no fueron inventadas como desinformación por los rusos, como reza el
mito del VIH en África de 1985. Fue un prócer estadunidense el primer
falseador: Benjamin Franklin. En 1782 distribuyó una versión falsa del
prestigiado diario de Boston, el Independent Chronicle, donde aseguraba que
unos indios, pagados por el rey Jorge, le habían quitado el cuero cabelludo
a 700 colonos norteamericanos. La nota sostenía que existía una alianza entre
los nativos y la Corona británica para hacer abortar la independencia de los
Estados Unidos. Franklin distribuyó ejemplares a sus conocidos y muy pronto la
noticia falsa fue retomada por medios reales. Fue la versión del siglo XVIII de
lo viral. En sus cartas, Franklin se enorgulleció de su argucia porque el
fin justificaba la mentira. Lo mismo podrían decirnos hoy, pero, en un
pretendido mundo democrático, no deberían existir quienes se sienten con el
derecho de seleccionar y excluir lo que necesitamos para formarnos una opinión
propia. Menos aún para indicarnos lo que realmente tenemos que desear.
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