POBRE ALEMANIA
Después de
la derrota y la devastación que sufrió Alemania al terminar la Segunda Guerra
Mundial, la narrativa de Occidente y de la URSS se centró en culpar de toda la
destrucción y muerte ocasionada por la guerra, a los alemanes; y en menor
medida, a los japoneses.
Desde
entonces, Alemania ha sido representada en las películas de Hollywood y de
Occidente en general (y en miles de programas y series de televisión,
documentales, libros, etc.) no sólo como la cuna del peor régimen racista,
genocida y totalitario de la historia (aún peor que la URSS de Stalin), sino
como una amenaza constante para la humanidad, por su militarismo y sus
tendencias a los regímenes autoritarios y expansionistas.
Alemania ha
debido aceptar e internalizar esta extrema visión que se ha manufacturado desde
el fin de la Segunda Guerra Mundial, mediante la cual los alemanes nacidos
después de ese conflicto han sido catalogados como “nazis”, aún sin tener nada
que ver con lo que dicho régimen realizó; e incluso en los últimos años, los propios
alemanes se han lanzado a realizar numerosas producciones cinematográficas y
televisivas propias en las que pintan de la misma forma a su país, quizás con
la esperanza de que si ellos se suman a la eterna demonización occidental y
rusa de lo “alemán igual a nazi”, algún día esa narrativa se agotará; y los
alemanes finalmente serán aceptados como seres humanos normales, por los
arrogantes occidentales (entiéndase anglos, franceses y judíos).
Además, a
Alemania se le condenó a ser una “enana” política y militar, en vista de que
las potencias vencedoras de la guerra no deseaban ver un resurgimiento del
poderío alemán.
Aún así,
Occidente se vio en la necesidad de ayudar a la reconstrucción de Alemania[1], con objeto de poner un
dique al comunismo que se había asentado en Europa Oriental, después de que la
URSS invadiera dichos países al finalizar la guerra.
Después,
vino la reunificación alemana (con el derrumbe de la URSS), y a pesar de los
serios problemas que dicho proceso generó en el país, nuevamente Alemania se convirtió
en la primera potencia económica de Europa, la tercera potencia exportadora del
mundo (detrás de Estados Unidos y China); y la cuarta economía mundial (después
de Estados Unidos, China y Japón).
Por ello
mismo, las autoridades alemanas decidieron que el desarrollo económico y social
sería su prioridad, dejando las cuestiones militares en manos de Estados Unidos
(que mantiene en Alemania 40 mil soldados y personal militar) y de la OTAN (de
la que Alemania forma parte); y en materia política, dejó la iniciativa en el
ámbito europeo, a Francia y el Reino Unido.
Los
gobiernos alemanes decidieron que, una vez terminado el comunismo en Europa
Oriental y Rusia, lo mejor era mantener buenas relaciones con Moscú, para así
evitar caer en divisiones y desencuentros que podrían llevar nuevamente a
Europa a las catastróficas guerras que la han marcado a lo largo de su
historia.
Sin embargo,
la “anglósfera”, encabezada por Estados Unidos, decidió que había que aplastar
a Rusia, explotarla económicamente y, prácticamente eliminarla como potencia
mundial y regional; lo que casi consiguieron en la década de los noventa del
siglo pasado.
Aún así,
Alemania intensificó su comercio (especialmente el energético) con Rusia, y
decidió mantener una comunicación constante con Moscú, para limar asperezas y
lograr un entendimiento que alejara rupturas y un posible conflicto armado.
No era esa
la posición de Washington, ni de Londres, lo que fue derivando en la expansión
de la OTAN hacia los países que antes formaban el Pacto de Varsovia; y hacia
una continua provocación al gobierno de Vladimir Putin, para poder generar un
rompimiento total de Europa y Rusia.
La errónea
decisión de Putin de lanzar una “operación militar especial” contra Ucrania en
este 2022, ha sido el pretexto perfecto y esperado por los planificadores del
establecimiento político-militar de Estados Unidos, para obligar a Europa a
romper todos sus lazos económicos, políticos y sociales con Rusia; para así
aislarla y esperar que el pueblo ruso retire su apoyo al gobierno de Putin,
para que de esa forma Occidente pueda nuevamente imponer un gobierno a modo en
Moscú, que como el de Boris Yeltsin en los años noventa del siglo pasado,
permita la completa destrucción social, económica y política interna de Rusia.
Alemania ha
debido plegarse, como lo ha hecho desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, a
las órdenes de Washington y romper sus lazos con Rusia; en especial, la compra
de gas, que representa más del 30% de su consumo interno (y que hubiera llegado
a 50% con el gasoducto Nord Stream 2, ahora cancelado); para ahora, comprar gas
LNG a Estados Unidos y a Qatar, 25 o 30% más caro.
Así también,
Alemania ha señalado que subirá a 2% del PIB el gasto militar, algo que no
había hecho desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y que por lo pronto
destinará a dicho gasto hasta 100 mil millones de euros, que ya no se
utilizarán para gasto social, infraestructura o inversión productiva en
Alemania.
Así también,
adicional a los más de 1 millón de refugiados sirios que Alemania aceptó en su
territorio y que habían huido de la guerra provocada por Estados Unidos, Reino
Unido, Francia, Israel, Turquía y las petro-monarquías del Golfo, en contra del
gobierno de Bashar El Assad; es decir, refugiados de un conflicto que Alemania
no instigó, ni provocó. Ahora, también está aceptando cientos de miles de
refugiados ucranios, de un conflicto que primordialmente ha sido provocado por
Estados Unidos, en beneficio de su estrategia para defender su hegemonía
mundial.
En suma,
Alemania sigue siendo el país que paga por las aventuras militares de las potencias
que la derrotaron en la Segunda Guerra Mundial; sigue siendo considerada, aún
así, una posible amenaza para Occidente (por ello se mantienen los 40 mil
soldados y personal militar de Estados Unidos en su territorio); y sigue siendo
estigmatizada en miles de películas, programas y series de televisión,
documentales, libros, revistas, cursos académicos, etc. como la nación cuna del
nazismo; y por lo mismo, sus ciudadanos siguen llevando injustamente, ese peso
en el mundo. Y, para colmo, la clase política alemana, ya condicionada a
obedecer todo lo que Washington, Londres o Tel Aviv quieran, no pretende en lo
más mínimo cambiar dicha situación; y están dispuestos a seguir siendo el “payaso
de las cachetadas” en la sociedad internacional. Pobre Alemania.
[1]
A pesar de que el gobierno de Roosevelt ya había aprobado un programa de “ruralización”
perpetua de Alemania, mediante el cual no se le permitiría industrializarse,
para así evitar que se volviera a convertir en una potencia que pusiera en
peligro la hegemonía de Estados Unidos
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