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Zapata

lunes, 21 de marzo de 2022

 POBRE ALEMANIA

Después de la derrota y la devastación que sufrió Alemania al terminar la Segunda Guerra Mundial, la narrativa de Occidente y de la URSS se centró en culpar de toda la destrucción y muerte ocasionada por la guerra, a los alemanes; y en menor medida, a los japoneses.

Desde entonces, Alemania ha sido representada en las películas de Hollywood y de Occidente en general (y en miles de programas y series de televisión, documentales, libros, etc.) no sólo como la cuna del peor régimen racista, genocida y totalitario de la historia (aún peor que la URSS de Stalin), sino como una amenaza constante para la humanidad, por su militarismo y sus tendencias a los regímenes autoritarios y expansionistas.

Alemania ha debido aceptar e internalizar esta extrema visión que se ha manufacturado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, mediante la cual los alemanes nacidos después de ese conflicto han sido catalogados como “nazis”, aún sin tener nada que ver con lo que dicho régimen realizó; e incluso en los últimos años, los propios alemanes se han lanzado a realizar numerosas producciones cinematográficas y televisivas propias en las que pintan de la misma forma a su país, quizás con la esperanza de que si ellos se suman a la eterna demonización occidental y rusa de lo “alemán igual a nazi”, algún día esa narrativa se agotará; y los alemanes finalmente serán aceptados como seres humanos normales, por los arrogantes occidentales (entiéndase anglos, franceses y judíos).

Además, a Alemania se le condenó a ser una “enana” política y militar, en vista de que las potencias vencedoras de la guerra no deseaban ver un resurgimiento del poderío alemán.

Aún así, Occidente se vio en la necesidad de ayudar a la reconstrucción de Alemania[1], con objeto de poner un dique al comunismo que se había asentado en Europa Oriental, después de que la URSS invadiera dichos países al finalizar la guerra.

Después, vino la reunificación alemana (con el derrumbe de la URSS), y a pesar de los serios problemas que dicho proceso generó en el país, nuevamente Alemania se convirtió en la primera potencia económica de Europa, la tercera potencia exportadora del mundo (detrás de Estados Unidos y China); y la cuarta economía mundial (después de Estados Unidos, China y Japón).

Por ello mismo, las autoridades alemanas decidieron que el desarrollo económico y social sería su prioridad, dejando las cuestiones militares en manos de Estados Unidos (que mantiene en Alemania 40 mil soldados y personal militar) y de la OTAN (de la que Alemania forma parte); y en materia política, dejó la iniciativa en el ámbito europeo, a Francia y el Reino Unido.

Los gobiernos alemanes decidieron que, una vez terminado el comunismo en Europa Oriental y Rusia, lo mejor era mantener buenas relaciones con Moscú, para así evitar caer en divisiones y desencuentros que podrían llevar nuevamente a Europa a las catastróficas guerras que la han marcado a lo largo de su historia.

Sin embargo, la “anglósfera”, encabezada por Estados Unidos, decidió que había que aplastar a Rusia, explotarla económicamente y, prácticamente eliminarla como potencia mundial y regional; lo que casi consiguieron en la década de los noventa del siglo pasado.

Aún así, Alemania intensificó su comercio (especialmente el energético) con Rusia, y decidió mantener una comunicación constante con Moscú, para limar asperezas y lograr un entendimiento que alejara rupturas y un posible conflicto armado.

No era esa la posición de Washington, ni de Londres, lo que fue derivando en la expansión de la OTAN hacia los países que antes formaban el Pacto de Varsovia; y hacia una continua provocación al gobierno de Vladimir Putin, para poder generar un rompimiento total de Europa y Rusia.

La errónea decisión de Putin de lanzar una “operación militar especial” contra Ucrania en este 2022, ha sido el pretexto perfecto y esperado por los planificadores del establecimiento político-militar de Estados Unidos, para obligar a Europa a romper todos sus lazos económicos, políticos y sociales con Rusia; para así aislarla y esperar que el pueblo ruso retire su apoyo al gobierno de Putin, para que de esa forma Occidente pueda nuevamente imponer un gobierno a modo en Moscú, que como el de Boris Yeltsin en los años noventa del siglo pasado, permita la completa destrucción social, económica y política interna de Rusia.

Alemania ha debido plegarse, como lo ha hecho desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, a las órdenes de Washington y romper sus lazos con Rusia; en especial, la compra de gas, que representa más del 30% de su consumo interno (y que hubiera llegado a 50% con el gasoducto Nord Stream 2, ahora cancelado); para ahora, comprar gas LNG a Estados Unidos y a Qatar, 25 o 30% más caro.

Así también, Alemania ha señalado que subirá a 2% del PIB el gasto militar, algo que no había hecho desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y que por lo pronto destinará a dicho gasto hasta 100 mil millones de euros, que ya no se utilizarán para gasto social, infraestructura o inversión productiva en Alemania.

Así también, adicional a los más de 1 millón de refugiados sirios que Alemania aceptó en su territorio y que habían huido de la guerra provocada por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Israel, Turquía y las petro-monarquías del Golfo, en contra del gobierno de Bashar El Assad; es decir, refugiados de un conflicto que Alemania no instigó, ni provocó. Ahora, también está aceptando cientos de miles de refugiados ucranios, de un conflicto que primordialmente ha sido provocado por Estados Unidos, en beneficio de su estrategia para defender su hegemonía mundial.

En suma, Alemania sigue siendo el país que paga por las aventuras militares de las potencias que la derrotaron en la Segunda Guerra Mundial; sigue siendo considerada, aún así, una posible amenaza para Occidente (por ello se mantienen los 40 mil soldados y personal militar de Estados Unidos en su territorio); y sigue siendo estigmatizada en miles de películas, programas y series de televisión, documentales, libros, revistas, cursos académicos, etc. como la nación cuna del nazismo; y por lo mismo, sus ciudadanos siguen llevando injustamente, ese peso en el mundo. Y, para colmo, la clase política alemana, ya condicionada a obedecer todo lo que Washington, Londres o Tel Aviv quieran, no pretende en lo más mínimo cambiar dicha situación; y están dispuestos a seguir siendo el “payaso de las cachetadas” en la sociedad internacional. Pobre Alemania.



[1] A pesar de que el gobierno de Roosevelt ya había aprobado un programa de “ruralización” perpetua de Alemania, mediante el cual no se le permitiría industrializarse, para así evitar que se volviera a convertir en una potencia que pusiera en peligro la hegemonía de Estados Unidos

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