Políticas antimigratorias, problema mundial
Editorial de La Jornada
31 de Agosto de 2015
Ante los más recientes hechos trágicos que han cobrado la
vida de cientos de migrantes que buscaban llegar a diversos países de la Unión
Europea (UE), ésta convocó a los ministros de los Estados miembros a una
reunión urgente, que habrá de realizarse el próximo 14 de septiembre, para
buscar soluciones a lo que considera una crisis de inmigración. Cabe
recordar que más de 200 personas murieron el viernes 28 cerca de las costas de
Libia al hundirse dos barcos en que los cientos de refugiados intentaban
atravesar el Mediterráneo para llegar a Europa; que dos días antes, 71 personas
fallecieron asfixiadas dentro de un camión refrigerador en la carretera que une
las capitales de Austria y Hungría, y que apenas ayer las autoridades
austriacas anunciaron la intercepción de otro vehículo con 26 migrantes, de los
cuales tres, menores, tuvieron que ser hospitalizados. En lo que va de este año
al menos 2 mil 500 personas han muerto al intentar atravesar el Mediterráneo,
el área fronteriza más mortífera en el mundo para los migrantes, ruta seguida
por más de 310 mil refugiados que durante los pasados meses huyeron de la
violencia o el hambre en sus países de origen.
A pesar de estos hechos, la mayor parte de los
gobiernos del mundo, incluidos los de la UE, rehúsan admitir que la crisis de
migración no consiste en la llegada de población extranjera a los países
receptores de mano de obra, sino en la prohibición de los flujos migratorios,
que deriva en la muerte o el encierro en estaciones de seres humanos que huyen
de conflictos armados o regímenes totalitarios que amenazan su existencia.
Tal prohibición obstaculiza, criminaliza y
convierte en peligroso un tránsito de personas que debiera ser reconocido como
un útil y necesario mecanismo de compensación y atenuación de las asimetrías
económicas globales. En este sentido, resulta deplorable la respuesta de
Luxemburgo, país que ocupa la presidencia rotatoria de la UE: su propuesta se
centra en la devolución de los migrantes a sus países de origen y en la
búsqueda de mecanismos para impedir que lleguen a Europa.
Hay, ciertamente, una crisis mundial en curso: la
de una embestida internacional de políticas antimigratorias que trasciende
sistemas políticos, económicos e ideologías, y que mata a miles de seres
humanos, pues hechos como los naufragios en el Mediterráneo no ocurren porque
la gente emigre, sino porque está prohibido que lo haga. Esta política de
criminalización de los migrantes resulta injustificable, de manera particular
en este momento histórico caracterizado por la integración de un mercado y una
sociedad que se pretenden globales y en los que ha sido impuesto el libre
tránsito de mercancías y capitales
Ciertamente, las medidas en contra de los viajeros
no se circunscriben a Europa occidental. En Estados Unidos se asiste a un
incremento xenofóbico de la persecución en contra de los migrantes, cuyo arco
va desde las declaraciones racistas del precandidato presidencial republicano
Donald Trump hasta la concentración de mujeres y niños extranjeros en centros
de detención irregulares y violatorios de los derechos humanos. En México mismo
tienen lugar acciones intolerables de acoso, persecución y atropello a
extranjeros, no sólo por parte de grupos de la delincuencia organizada, sino
–más grave aún– por funcionarios del Instituto Nacional de Migración, e incluso
en naciones que forman parte del esfuerzo integrador sudamericano florecen
actitudes de rechazo a los migrantes.
La situación global de los viajeros constituye, en
suma, un grave mentís a los propósitos civilizatorios formulados en décadas
recientes y resulta imperativo que los organismos internacionales tomen cartas
en el asunto para evitar la repetición de tragedias como las que han tenido
lugar en días y meses recientes en el Mediterráneo o atrocidades como las
perpetradas hace unos años en San Fernando, Tamaulipas. La Secretaría General
de la Organización de las Naciones Unidas debiera convocar a una reunión
urgente orientada a reducir las trabas al libre tránsito humano y a garantizar
la vida y la integridad de quienes, por razones económicas, políticas o de otra
índole, se ven forzados a abandonar sus países de origen.
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