Nº: 238 Agosto 2015
El diktado de Alemania
Ignacio Ramonet
LE MONDE DIPLOMATIQUE EN ESPAÑOL
Sólo en las películas de terror se ven escenas
tan sádicas como las que vimos el 13 de julio pasado en Bruselas, cuando el
primer ministro griego Alexis Tsipras –herido, derrotado, humillado– tuvo que
acatar en público, cabizbajo, el diktado de la canciller de
Alemania, Angela Merkel, renunciando así a su programa de liberación por el
cual fue elegido, y el cual precisamente acababa de ser ratificado por su
pueblo mediante referéndum.
Exhibido por los vencedores como un trofeo ante
las cámaras del mundo, el pobre Tsipras tuvo que tragarse su orgullo y tragar
también tantos sapos y culebras que el propio semanario alemán Der
Spiegel, compadecido, calificó la lista de sacrificios impuestos al
pueblo griego de “catálogo de horrores”...
Cuando la humillación del líder de un país
alcanza niveles tan espeluznantes, la imagen se queda en la historia para
aleccionar a las generaciones venideras, incitadas a no aceptar nunca más un
trato semejante. Así han llegado hasta nosotros expresiones como “pasar por
las horcas caudinas” (1) o el célebre “paseo de Canossa” (2). Lo del 13 de
julio fue tan enorme y tan absolutamente irreal que quizás este día también
será recordado en el futuro de Europa como el día del “diktado de Alemania”.
La gran lección de ese escarnio es que se ha
perdido definitivamente el control ciudadano con respecto a una serie de
decisiones que determinan la vida de la gente en el marco de la Unión Europea
(UE) y, sobre todo, en el seno de la zona euro, hasta tal punto que podemos
preguntarnos: ¿de qué sirven las elecciones si los nuevos gobernantes se ven
obligados a hacer lo mismo que los precedentes en los temas esenciales, es
decir, en las políticas económicas y sociales? Bajo este nuevo despotismo
europeo, la democracia se define, en menor medida, por el voto o por la
posibilidad de escoger y, en mayor medida, por el imperativo de respetar
reglas y tratados (Maastricht, Lisboa, Pacto Fiscal) adoptados hace tiempo y
que resultan verdaderas cárceles jurídicas sin posibilidad de evasión para
los pueblos.
Al presentar a las muchedumbres a un Tsipras con
la soga al cuello y coronado de espinas –“Ecce Homo”–, Merkel, Hollande,
Rajoy y los otros pretendían demostrar que no hay alternativa a la vía
neoliberal en Europa. Abandonad toda esperanza, electores de Podemos y de
otros frentes de izquierda europeos; estáis condenados a elegir gobernantes
cuya función consistirá en implementar las reglas y los tratados definidos
una vez por todas por Berlín y el Banco Central Europeo.
Lo más perverso es que, al igual que en un juicio
estalinista a semejanza del “Proceso de Praga”, se le ha exigido a quien más
criticó el sistema, a Alexis Tsipras, que sea quien se humille ante él, que
lo elogie y que lo suplique.
Los que ignoraban que vivíamos en un sistema
despótico lo han descubierto en esta ocasión. Algunos analistas dicen que ya
estamos en un momento que podríamos calificar de “postdemocrático” o de
“postpolítico”, ya que lo que pasó el 13 de julio en Bruselas demuestra el
desgaste del funcionamiento democrático y del funcionamiento político.
Además, muestra que la política ya no consigue dar las respuestas que los
ciudadanos esperan, aunque voten mayoritariamente a favor de ellas.
La ciudadanía observa, desesperanzada, cómo se exige al partido griego Syriza, que ganó las elecciones y que ganó un referéndum con un discurso contra la austeridad, que aplique con mayor brutalidad la política de recortes que los electores rechazaron. Consecuentemente, muchos se preguntan: ¿para qué sirve elegir una alternativa si la alternativa acaba siendo exactamente una repetición de lo mismo?
Lo que Angela Merkel ha querido demostrar de
manera muy clara es que, hoy en día, no existe lo que llamamos alternativa
económica, representando ésta una opción contraria a la política neoliberal de
recortes y de austeridad. Así, cuando un equipo político elabora un programa
alternativo, lo somete a la ciudadanía para que pueda elegir entre éste y
otros programas y cuando dicho programa gana las elecciones y un equipo nuevo
alcanza legítimamente, democráticamente, la dirección de un país, ese equipo
de gobierno, con su proyecto alternativo antineoliberal, descubre que, en
realidad, no tiene margen de maniobra. En materia de economía, de finanzas y
de presupuestos no dispone de ningún tipo de margen de maniobra porque,
además, están los acuerdos internacionales, que “no se pueden tocar”; los
mercados financieros, que amenazan con sanciones si se toman ciertas
decisiones; los lobbys mediáticos, que hacen presión; los
grupos de influencia oculta como la Trilateral, Bildeberg, etc. No hay
espacio.
Todo esto significa, simplemente, que el gobierno
de un Estado de la zona euro, por mucha legitimidad democrática que posea y
aunque haya sido apoyado por el sesenta por ciento de sus ciudadanos, no
tiene las manos libres. Sí las tiene si decide realizar reformas legislativas
para modificar aspectos importantes de vida social como, por ejemplo, el
aborto, el matrimonio homosexual, la reproducción asistida, el derecho a voto
de los extranjeros, la eutanasia, etc. Sin embargo, si desea reformar la
economía para liberar a su pueblo de la cárcel neoliberal, se encuentra con
que no puede hacerlo.
Sus márgenes de maniobra aquí son prácticamente
inexistentes, no sólo por la presión de los mercados financieros internacionales
sino también, sencillamente, porque su pertenencia a la zona euro le obliga a
someterse a los imperativos del Tratado de Maastricht, del Tratado de Lisboa,
del Pacto fiscal (que exige que el presupuesto nacional no puede tener un
déficit superior al 0,5% con respecto al PIB del país), del Mecanismo Europeo
de Estabilidad Financiera (que endurece las condiciones impuestas a los
países que necesitan un crédito), etc.
Como consecuencia, se ha creado, efectivamente,
en Europa en la actualidad, el estatus de “nuevo protectorado” para los
Estados que han pedido un rescate. Grecia, por ejemplo, es gobernada de
manera “soberana” para todas las cuestiones que tienen que ver con la gestión
de la vida social de sus ciudadanos (los “indígenas”). No obstante, todo lo
que tiene que ver con la economía, con las finanzas, con la deuda, con la
banca, con el presupuesto y, evidentemente, con la moneda está gestionado por
una instancia superior: la tecnocracia euro de la Unión Europea. Es decir,
Atenas ha perdido una parte decisiva de su soberanía, el país ha sido
rebajado al grado de protectorado.
Dicho con otras palabras: lo que está ocurriendo
no sólo en Grecia sino en toda la zona euro –en nombre de la austeridad, en
nombre de la crisis– es, básicamente, el paso de un Estado de bienestar hacia
un Estado privatizado en el que la doctrina neoliberal se impone con un
dogmatismo feroz, puramente ideológico. Estamos ante un modelo económico que
está arrebatando a los ciudadanos una serie de derechos adquiridos después de
largas y, a veces, sangrientas luchas.
Algunos dirigentes conservadores tratan de calmar
al pueblo diciendo: “Bueno, se trata de un mal periodo, un mal momento que
hay que pasar. Tenemos que apretarnos el cinturón, pero saldremos de este
túnel”. La pregunta es: ¿qué significa “salir del túnel”? ¿Nos van a devolver
lo que nos han arrebatado?¿Nos van a restituir los recortes salariales que
hemos padecido? ¿Van a restablecer las pensiones al nivel en el que estaban?
¿Vamos a volver a tener créditos para la salud pública, para la educación?
La respuesta a cada una de estas preguntas es
“no”. Porque no se trata una “crisis pasajera”. Lo que ocurre es que hemos
pasado de un modelo a otro peor. Y ahora se trata de convencernos de que lo
que hemos perdido es irreversible. “Lasciate ogni speranza” (3). Ése
fue el principal mensaje de Angela Merkel el pasado 13 de julio en Bruselas
mientras exhibía, cual teutónica Salomé, la cabeza de Tsipras en una
bandeja...
(1) La batalla de las Horcas Caudinas tuvo lugar
el año 321 a. C., entre los ejércitos romano y samnita. Los samnitas de Cayo
Poncio, gracias a su posición estratégica, rodearon y capturaron a un
ejército romano de unos 40.000 hombres. Los soldados fueron desarmados,
despojados de sus vestimentas y, únicamente con una túnica, fueron obligados
a pasar de uno en uno por debajo de una lanza horizontal dispuesta sobre
otras dos clavadas en el suelo, lo que les obligaba a inclinarse como
condición para ser liberados. Esta derrota es el origen de la frase “pasar por
las horcas caudinas” o “pasar bajo el yugo”, utilizadas en varias lenguas
occidentales cuando hay que pasar un trance difícil, humillante y deshonroso
por la fuerza.
(2) El “paseo de Canossa” hace referencia al viaje del emperador Enrique IV del Sacro Imperio Romano Germánico desde Espira (Speyer, Alemania) al castillo de Canossa (Italia) para ver al Papa Gregorio VII en enero de 1077. El objetivo era solicitarle que le levantara la excomunión. Cuando llegó a Canossa, Enrique IV tuvo que permanecer arrodillado a las puertas del castillo tres días y tres noches, nevando, vestido como un monje, con una túnica de lana y descalzo, para poder conseguir el perdón papal. Hoy en día, la expresión “Paseo de Canossa” (“Gang nach Canossa” en alemán, “Walk to Canossa” en inglés, “Aller à Canossa” en francés y “L’umiliazione di Canossa” en italiano) se usa para señalar una petición humillante. (3) “Abandonad toda esperanza”, Dante Alighieri, La Divina Comedia. El Infierno. Canto III. |
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lunes, 3 de agosto de 2015
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