La exasperante pobreza
LA JORNADA, EDITORIAL
4 de Agosto de 2015
En el marco de la inauguración de un encuentro
internacional, el representante en México de la Organización de Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), Fernando
Soto Baquero, señaló que en nuestro país los indicadores de pobreza se han
mantenido durante muchos años; afirmó que la reducción de esa condición en
diversas naciones de América Latina se debió a las altas tasas de crecimiento
económico, pero también a políticas de combate a la desigualdad de los
ingresos, protección social e integración económica, y afirmó que no hay
país en América Latina que mida de mejor forma su situación de pobreza que
México.
Esta última afirmación es cuando menos discutible.
La elaboración y el manejo de las cifras oficiales en el país han sido objeto
de críticas demoledoras por sectores académicos y sociales y es muy baja la
credibilidad de los indicadores entre la sociedad en general.
Un ejemplo característico es el porcentaje de
desempleo abierto en México, que en las mediciones gubernamentales siempre
aparece varios puntos por debajo del que impera en Estados Unidos. En el caso
de la pobreza, se ha señalado que el método empleado por el Consejo Nacional de
Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) tiende a minimizar los
números de la pobreza, entre otras razones porque emplea umbrales de ingreso
muy bajos, requisitos insuficientes de vivienda y excluye del conjunto de
pobres a lo que llama población vulnerable por ingreso o por
carencias sociales.
De la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los
Hogares (ENIGH) que realiza cada dos años el Instituto Nacional de Estadística
y Geografía (Inegi), se afirma que subestima el nivel de ingresos y de gastos
por la renuencia de muchos encuestados a declarar sus ingresos reales y por la
imposibilidad de encuestar al sector más rico de la población, lo que
contribuye a disimular el grado de desigualdad. Pero si en las propias cifras
del Coneval se suma al conjunto de lospobres (46.2 por ciento en 2014) los
correspondientes a los de población vulnerable (por carencias sociales o por
ingresos), se concluye que casi 80 por ciento de los habitantes del territorio
nacional se encuentran en situación de pobreza. Otro criterio insólito: para
ubicar a un hogar de cuatro personas en el segmento de la clase media, el Inegi
establece un ingreso familiar de 14 mil pesos, lo que dividido entre los cuatro
integrantes da 3 mil 500 pesos por persona. O bien, basta con que la casa en
cuestión tenga al menos una computadora, que cada integrante gaste en promedio
367 pesos mensuales (o 12 pesos diarios) en alimentos fuera del hogar, cuando
menos uno tenga tarjeta de crédito y por lo menos uno cuente con trabajo
formal; que el hogar esté encabezado por alguien con nivel educativo mínimo de
preparatoria y esté casado.
En cuanto al manejo de los datos, baste con
recordar dos ejemplos de distorsión: en 2005 el gobierno de Vicente Fox mandó
elaborar una encuesta de ingresos y gastos fantasiosa y a modo (La Jornada,
3/10/06); seis años después, en 2011, el gobierno calderonista y las
dirigencias de PRI, PAN y PRD se pusieron de acuerdo para no divulgar los datos
de pobreza del Coneval hasta después de las elecciones legislativas de ese año,
según se desprende de un cable de Wikileaks (La Jornada,
14/2/11).
De modo que si las cifras oficiales indican una
caída de 3.5 por ciento en el ingreso trimestral de los hogares en los primeros
dos años del gobierno de Enrique Peña Nieto, y si según esos mismos datos el
número de pobres se incrementó en dos millones de personas, para pasar de 53.3
a 55.3 millones, resulta por demás probable que el panorama social real sea
mucho más grave que el de por sí alarmante escenario dibujado por esos números.
En cambio, Soto Baquero acierta al señalar la
inamovilidad de los índices de pobreza. Coincide en ello con un informe
difundido en marzo pasado por el Banco Mundial (Prosperidad compartida y
erradicación de la pobreza en América Latina y el Caribe), en el que se
afirma que la tasa de pobreza en el país es básicamente la misma que existía en
1992, es decir, hace 23 años.
La semana pasada, tras la difusión del informe más
reciente de la Coneval, el presidente Peña Nieto reconoció que la política
social no ha sido suficiente, sí para contener el aumento de pobreza; sí
para evitar que ésta creciera. Los datos oficiales, sin embargo, señalan otra
cosa.
Salta a la vista que ninguna política social
bastaría para reducir la exasperante y lacerante condición de pobreza que
padece más de la mitad de la población ni para contrarrestar los efectos de
largo y corto plazo de la política económica a la que se han aferrado todos los
gobiernos del ciclo neoliberal –el actual incluido–, a pesar de la sostenida
evidencia de que constituye una verdadera fábrica de pobres.
En ésta y en otras materias es tiempo de un viraje.
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