Cuatro claves para entender la Bolivia de Evo 2019-2025
Katu Arkonada
¿Cómo es posible que en el país con mayor crecimiento de la región
se ponga en duda la continuidad del presidente responsable de su estabilidad
política y económica?
Para responder a esta pregunta vamos a intentar ensayar no una, sino
varias respuestas.
Proceso electoral. Aunque se ha explicado varias veces desde el domingo
de las elecciones, no ha habido ninguna manipulación de los resultados. De
hecho, ningún líder o partido opositor en Bolivia ha presentado ni una sola
prueba de fraude, y las actas escaneadas de cada mesa electoral, donde había
fiscalización de cada partido político, se pueden consultar en línea en la web
del Órgano Electoral Plurinacional (OEP).
Lo que sí hubo es una muy mala gestión de los resultados. En primer
lugar, por parte del OEP, que paró la Transmisión de Resultados Electorales
Preliminares (TREP) en 83 por ciento una vez que empezó a cargar las actas del
cómputo oficial de resultados.
Pero también hubo una pésima gestión comunicativa del gobierno boliviano
cuando la oposición interna y externa comenzaron a hacer su trabajo
cuestionando los resultados y no supo dar una explicación clara y certera de lo
que estaba sucediendo, allanando el camino para que la OEA y las trasnacionales
de la información (con Jorge Ramos a la cabeza), que no han cuestionado al
gobierno de Piñera por imponer una dictadura violenta y sangrienta en Chile,
pudieran sembrar la duda en la opinión pública internacional. De hecho, la mala
gestión comunicativa es sólo la culminación de un 2019, y especialmente de una
campaña electoral, donde no se logró comunicar nunca para qué se quería la
reelección de Evo.
Mesa y Chi. Estos dos factores también son importantes para entender los
resultados. En principio parece difícil de entender cómo el vicepresidente de
Gonzalo Sánchez de Lozada, el mandatario más timorato de la historia, un
candidato sin estructura política, haya podido alcanzar en 2019 casi 36 por
ciento de los votos y casi forzar una segunda vuelta que con toda seguridad le
hubiese convertido en presidente. También parece difícil de entender como Chi
Hyun Chung, un pastor evangélico desconocido y con un discurso homófobo y
misógino, haya podido quedar tercero alcanzando más de medio millón de votos
(8.78 por ciento).
La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que una parte
importante de la ciudadanía no ha votado por Mesa, sino contra Evo, aun si el
candidato opositor no les convencía. A su vez Chi ha acumulado el voto duro más
reaccionario, doblando el porcentaje obtenido por Óscar Ortiz, representante de
la derecha cruceña, que quedó en cuarto lugar.
Eso sí, es importante mencionar que la suma de Mesa, centro-derecha,
Ortiz, derecha, y Chi, ultraderecha, suma 49.53 por ciento de los votos. Si le
sumamos el resto de opciones electorales de derecha que sacaron porcentajes
pequeños, la suma supera ampliamente la mayoría de votos.
Podemos concluir, por tanto, que Evo Morales ha ganado las elecciones en
primera vuelta más por deméritos de la oposición, que no fue capaz de unirse ni
de construir ni un candidato ni una alternativa electoral sólida, que por
méritos del oficialismo. De hecho, es necesario reflexionar la pérdida
progresiva del voto que va más allá del núcleo duro del MAS-IPSP, voto que en
2005 fue de 51 por ciento, en 2009 de 64 y en 2014 del 61, bajando al 49 en el
referendo de 2016 y a 46 por ciento en 2019.
Factor Evo. Es claro que Evo Morales sigue siendo un líder que interpela
a una amplia mayoría social en Bolivia, pero que ha ido perdiendo la confianza
de las clases medias urbanas, en un país que paradójicamente se ha ido
desplazando de rural a urbano en la medida en que se sacaba de la pobreza a
casi 3 millones de personas (la extrema pobreza pasó del 38.4 por ciento en
2005 a menos de 15 por ciento actual). Pero se construyeron millones de
consumidores sin politizar (o más bien, politizados por los medios de
comunicación) que han estado a punto de ser los verdugos del proceso de cambio
boliviano, de manera similar a lo sucedido en Argentina en 2015.
2019-2025. En 2025 Bolivia festejará el 200 aniversario de la
independencia republicana que encabezó, dando su nombre al país, el libertador
Simón Bolívar. Esta segunda y definitiva independencia, y probablemente el
cierre de un ciclo constituyente que comenzó antes de la victoria de Evo en
2005 (más bien allá por los años 90 con las marchas indígenas en defensa de la
tierra, el territorio y la soberanía sobre los recursos naturales), se presenta
como el momento más complicado para un gobierno que reinicia en enero 2020 con
el nivel de deslegitimación más alto de sus 14 años de historia.
Y si ya en febrero de 2016 la ciudadanía no entendió (no se le explicó
en realidad) la necesidad de un referendo, toca ahora hacer pedagogía de la
necesidad de terminar lo que se empezó. De la necesidad de profundizar el
proceso de cambio y apretar el acelerador de la revolución en salud y justicia,
los grandes pendientes del proceso. Asimismo, sólo una verdadera revolución
cultural, que impulse la formación política y la memoria historia, serán
garantía de defensa de lo conquistado. Pero para ello, y como la gente no come
ideología, es necesario cuidar más que nunca la estabilidad económica y la
redistribución de la riqueza.
Todo ello ante los cantos de sirena de quienes quieren bajar banderas y
construir un proceso light para las clases medias clásicas,
apostando por hacer palanca en tu núcleo duro, aquel que, cuando las cosas se
ponen complicadas, nunca te abandona.
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