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Zapata

jueves, 17 de octubre de 2019

LA INVASIÓN TURCA


El presidente turco Recep Tayyip Erdogan decidió enviar a su ejército contra las milicias kurdas que operan del lado sirio -ya sea las integradas en el Frente Sirio Democrático, opositor del régimen de Bashar el Assad o las que integran mayoritariamente a las Unidades de Protección Popular, conocidas por sus siglas YPG, aliadas del Partido de los Trabajadores Kurdos, el PKK, que opera dentro de Turquía- con objeto de formar una zona de seguridad de alrededor de 30 kilómetros de profundidad y 480 de longitud, para evitar las incursiones kurdas en territorio turco, y para reubicar ahí hasta 2 millones (de los 3.6 millones) de refugiados árabes sunnitas que se encuentran en Turquía.
Erdogan le comunicó su decisión a Donald Trump a principios de octubre, y éste vio la oportunidad de terminar de retirar a las pocas fuerzas especiales estadounidenses que se encontraban en dicha zona del territorio sirio, para así cumplir con su promesa de “traer de regreso a casa” a las tropas y terminar con las interminables guerras en las que Estados Unidos se ha involucrado en el Medio Oriente en los últimos 20 años.
Pero Trump no midió el tamaño de la respuesta del establecimiento político-militar de su país, incluso de sus aliados dentro del Partido Republicano, para quiénes la presencia militar permanente de Estados Unidos en prácticamente todo el mundo (más de 900 bases e instalaciones militares alrededor del planeta), constituye un imperativo de la hegemonía estadounidense; y no tiene que ver con proteger a éste o a aquél país (como Trump equivocadamente caracteriza esa presencia militar), o a ésta o aquélla minoría étnica, sino con la capacidad de intervenir en cualquier situación local, regional o continental que pueda poner en peligro el dominio estadounidense sobre la economía y la política en los 5 continentes; y evitar que otras potencias, señaladamente China, Rusia e Irán, “llenen los vacíos” que pudieran crearse.
Así, todo el aparato propagandístico de los “mainstream media”, los partidos Demócrata y Republicano (sólo con algunas excepciones en este caso, como el senador Rand Paul), el complejo militar-industrial-de seguridad y el Deep State estadounidense se lanzaron contra el presidente (acusando a Trump incluso de “traidor”), por “abandonar” a los kurdos, que fueron las “tropas en el terreno” para derrotar a los mercenarios y terroristas del Estado Islámico; un ente creado por los servicios de inteligencia estadounidenses, israelíes, británicos, árabes y turcos, con objeto de desestabilizar y “balcanizar” a Siria e Irak, para detener la supuesta creación de la llamada “creciente chiíta” que iría desde Teherán hasta Damasco.
La realidad es que los neoconservadores y los liberales/intervencionistas, aliados con los lobbies pro-Israel de Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia y Australia, más el gobierno de Benjamín Netanyahu, han concebido y llevado a la práctica un plan de desestabilización, balcanización y deliberada promoción de “Estados fallidos” en todo el Medio Oriente, desde los atentados de “falsa bandera” de septiembre de 2001.
El objetivo ha sido debilitar, dividir y generar caos y “guerras civiles” en todos aquellos países que se oponían a la hegemonía israelí/occidental en el Medio Oriente, tales como Irak, Libia, Siria e Irán.
Así también, se ha alentado, ayudado económica y militarmente y protegido, a cuanto grupo radical, terrorista y mercenario existe en la región, que pueda ser utilizado contra los gobiernos que no han caído bajo la hegemonía israelí/occidental. Y en ese esfuerzo, se ha entablado una alianza con la petromonarquías árabes (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin) para acorralar y aislar a los regímenes chiítas de la región (significativamente Irán, Irak y Siria), en vista de que las autoritarias y antidemocráticas monarquías sunnitas no desean que las numerosas poblaciones chiítas de sus países demanden más derechos e incluso participación en el poder político de esos países, pues ello debilitaría su control sobre los enormes recursos petroleros, que son la fuente de sus riquezas y privilegios.
Por su lado, Egipto y Jordania, después de sus derrotas militares ante Israel (1948, 1967, 1973) decidieron establecer un “modus vivendi” con los gobiernos israelíes, y han preferido ya no tomar una posición beligerante contra Israel, ante los costos que ello implica.
Así, la causa palestina ha quedado prácticamente olvidada para los miembros de la Liga Arabe (con la excepción de Qatar), y sólo los chiítas, encabezados por Irán; y por su parte el régimen turco, han mantenido el apoyo a los palestinos, ante el expansionismo territorial israelí y la constante represión y violación a sus derechos humanos.
Trump ha sido un agente útil del sionismo internacional, al asumir plenamente la narrativa de Netanyahu sobre el asunto palestino, cambiando la sede de la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén; aceptando la “soberanía” israelí sobre los Altos del Golán (con lo que se “normaliza” la adquisición de territorios por la fuerza, es decir las guerras de agresión, consideradas en el Derecho Internacional como un crimen, a raíz de lo establecido en los Juicios de Nuremberg); castigando a los palestinos refugiados, al cortarles fondos para su manutención; avalando la expansión de los asentamientos sionistas en territorio palestino y en suma, matando definitivamente la posibilidad de que exista un Estado Palestino independiente.
Por todo ello, tanto el poderoso lobby pro-Israel estadounidense como el gobierno de Netanyahu han considerado a Trump como un instrumento a su servicio. Pero, para estos actores era también imperativo que los Estados Unidos mantuvieran su presencia militar en el Medio Oriente y especialmente que siguiera la estrategia de aislar, castigar y de ser posible hostigar permanentemente a Irán y Siria (una vez que fracasaron en el intento de derrocar a Bashar el Assad), para evitar que estos actores pongan en riesgo la hegemonía y el expansionismo territorial israelí.
Por ello, el que Trump esté negociando la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán (que no es un territorio estratégico para Israel y los neoconservadores, pero igual consideran relevante que se mantenga la presencia militar estadounidense ahí); que disminuya el número de tropas en Irak; que retire definitivamente a las fuerzas especiales de Siria; que no se castigue militarmente a Irán por su supuesto involucramiento en el ataque a las instalaciones petroleras árabes; y especialmente, que el propio presidente considere como algo “bueno” que sean Turquía y en su caso el gobierno sirio y Rusia los que se hagan cargo de la situación de los kurdos y de los prisioneros del Estado Islámico, significa minar seriamente la estrategia que han impulsado desde hace dos décadas para asegurarse la hegemonía en la región, y para evitar que actores que no se han subordinado a esa hegemonía israelí/occidental (como Irán,Turquía y Siria, y un actor extrarregional como Rusia, que cambió la balanza de poder al intervenir desde hace 5 años en favor de su aliado Bashar el Assad), se conviertan ahora en los “fieles de la balanza”.
Se entiende así que distintos políticos y miembros del establecimiento político-militar de Washington y de los “mass media” consideren a Trump un “traidor” pues todos los recursos económicos, humanos, militares y propagandísticos que han invertido durante 20 años para lograr el completo dominio de la región, desestabilizando y dividiendo a los enemigos de Israel y de las potencias occidentales, Trump lo revierte con unas cuantas decisiones, abriendo así el camino para un co-dominio de la región con Turquía, Irán, Rusia y Siria; justo lo que trataron de evitar los neoconservadores, liberales/intervencionistas, el lobby pro Israel, el gobierno de Netanyahu y el complejo militar-industrial-de seguridad.
Por ello, están obligando ahora a Trump a revertir la decisión, aplicándole severas sanciones económicas a Turquía; condenando internacionalmente al régimen turco y también profundizando el proceso de impeachment contra Trump en la Cámara de Representantes.
Trump ya se dobló ante tanta presión, pero ahora está en la ambigüedad, pues tomó ya su decisión de retirar a las tropas y le dio “luz verde” a Erdogan para la invasión; pero ahora aprueba sanciones y lanza amenazas a Turquía para intentar detener la operación militar; y con ello apaciguar a sus amos sionistas, neoconservadores y al aparato político militar estadounidense.
Por su parte los kurdos, que como muchas veces antes han recibido promesas para crear zonas autónomas para ellos en los distintos países en los que están repartidos (Siria, Turquía, Irán e Irak), fueron utilizados una vez más por los estadounidenses e israelíes, como “carne de cañón” de la coalición para derrocar a Bashar el Assad, sin lograrlo. Y entonces, los utilizaron para exterminar al “frankenstein” que habían creado con el Estado Islámico. Una vez que cumplieron con esa misión, esperaban el apoyo para que se les reconociera, si no la independencia, al menos un grado de autonomía mayor en el Noreste sirio. Y lo que recibieron a cambio fue dejarlos a merced de las tropas turcas.
Por ello los kurdos decidieron pactar con Assad y con los rusos, para que sean estos los que ahora se interpongan en el camino turco, y así evitar que los aplasten.
Putin, Erdogan y Assad, ante el cúmulo de errores estratégicos y diplomáticos de Occidente, de las monarquías árabes (ahí está el caso de esa guerra inútil y devastadora en Yemen) y de Israel, han reafirmado su presencia en el Medio Oriente (junto con Irán), como potencias que tienen que ser tomadas en cuenta en cualquier arreglo o negociación de los distintos problemas que enfrenta la región, con lo que cimentan su influencia y su oposición a la desastrosa hegemonía israelí/occidental en esa parte del planeta.

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