El
presidente turco Recep Tayyip Erdogan decidió enviar a su ejército contra las
milicias kurdas que operan del lado sirio -ya sea las integradas en el Frente
Sirio Democrático, opositor del régimen de Bashar el Assad o las que integran
mayoritariamente a las Unidades de Protección Popular, conocidas por sus siglas
YPG, aliadas del Partido de los Trabajadores Kurdos, el PKK, que opera dentro
de Turquía- con objeto de formar una zona de seguridad de alrededor de 30
kilómetros de profundidad y 480 de longitud, para evitar las incursiones kurdas
en territorio turco, y para reubicar ahí hasta 2 millones (de los 3.6 millones)
de refugiados árabes sunnitas que se encuentran en Turquía.
Erdogan le
comunicó su decisión a Donald Trump a principios de octubre, y éste vio la
oportunidad de terminar de retirar a las pocas fuerzas especiales
estadounidenses que se encontraban en dicha zona del territorio sirio, para así
cumplir con su promesa de “traer de regreso a casa” a las tropas y terminar con
las interminables guerras en las que Estados Unidos se ha involucrado en el
Medio Oriente en los últimos 20 años.
Pero Trump
no midió el tamaño de la respuesta del establecimiento político-militar de su
país, incluso de sus aliados dentro del Partido Republicano, para quiénes la
presencia militar permanente de Estados Unidos en prácticamente todo el mundo
(más de 900 bases e instalaciones militares alrededor del planeta), constituye
un imperativo de la hegemonía estadounidense; y no tiene que ver con proteger a
éste o a aquél país (como Trump equivocadamente caracteriza esa presencia
militar), o a ésta o aquélla minoría étnica, sino con la capacidad de
intervenir en cualquier situación local, regional o continental que pueda poner
en peligro el dominio estadounidense sobre la economía y la política en los 5
continentes; y evitar que otras potencias, señaladamente China, Rusia e Irán, “llenen
los vacíos” que pudieran crearse.
Así, todo el
aparato propagandístico de los “mainstream media”, los partidos Demócrata y
Republicano (sólo con algunas excepciones en este caso, como el senador Rand
Paul), el complejo militar-industrial-de seguridad y el Deep State
estadounidense se lanzaron contra el presidente (acusando a Trump incluso de “traidor”),
por “abandonar” a los kurdos, que fueron las “tropas en el terreno” para
derrotar a los mercenarios y terroristas del Estado Islámico; un ente creado
por los servicios de inteligencia estadounidenses, israelíes, británicos,
árabes y turcos, con objeto de desestabilizar y “balcanizar” a Siria e Irak, para
detener la supuesta creación de la llamada “creciente chiíta” que iría desde
Teherán hasta Damasco.
La realidad
es que los neoconservadores y los liberales/intervencionistas, aliados con los
lobbies pro-Israel de Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia y
Australia, más el gobierno de Benjamín Netanyahu, han concebido y llevado a la
práctica un plan de desestabilización, balcanización y deliberada promoción de “Estados
fallidos” en todo el Medio Oriente, desde los atentados de “falsa bandera” de
septiembre de 2001.
El objetivo
ha sido debilitar, dividir y generar caos y “guerras civiles” en todos aquellos
países que se oponían a la hegemonía israelí/occidental en el Medio Oriente, tales
como Irak, Libia, Siria e Irán.
Así también,
se ha alentado, ayudado económica y militarmente y protegido, a cuanto grupo
radical, terrorista y mercenario existe en la región, que pueda ser utilizado
contra los gobiernos que no han caído bajo la hegemonía israelí/occidental. Y
en ese esfuerzo, se ha entablado una alianza con la petromonarquías árabes
(Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin) para acorralar y aislar a
los regímenes chiítas de la región (significativamente Irán, Irak y Siria), en
vista de que las autoritarias y antidemocráticas monarquías sunnitas no desean
que las numerosas poblaciones chiítas de sus países demanden más derechos e
incluso participación en el poder político de esos países, pues ello debilitaría
su control sobre los enormes recursos petroleros, que son la fuente de sus
riquezas y privilegios.
Por su lado,
Egipto y Jordania, después de sus derrotas militares ante Israel (1948, 1967,
1973) decidieron establecer un “modus vivendi” con los gobiernos israelíes, y
han preferido ya no tomar una posición beligerante contra Israel, ante los
costos que ello implica.
Así, la
causa palestina ha quedado prácticamente olvidada para los miembros de la Liga
Arabe (con la excepción de Qatar), y sólo los chiítas, encabezados por Irán; y por su parte el régimen turco, han mantenido el apoyo a los palestinos, ante el
expansionismo territorial israelí y la constante represión y violación a sus
derechos humanos.
Trump ha
sido un agente útil del sionismo internacional, al asumir plenamente la
narrativa de Netanyahu sobre el asunto palestino, cambiando la sede de la
embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén; aceptando la “soberanía”
israelí sobre los Altos del Golán (con lo que se “normaliza” la adquisición de
territorios por la fuerza, es decir las guerras de agresión, consideradas en el
Derecho Internacional como un crimen, a raíz de lo establecido en los Juicios
de Nuremberg); castigando a los palestinos refugiados, al cortarles fondos para
su manutención; avalando la expansión de los asentamientos sionistas en
territorio palestino y en suma, matando definitivamente la posibilidad de que
exista un Estado Palestino independiente.
Por todo
ello, tanto el poderoso lobby pro-Israel estadounidense como el gobierno de
Netanyahu han considerado a Trump como un instrumento a su servicio. Pero, para
estos actores era también imperativo que los Estados Unidos mantuvieran su
presencia militar en el Medio Oriente y especialmente que siguiera la
estrategia de aislar, castigar y de ser posible hostigar permanentemente a Irán
y Siria (una vez que fracasaron en el intento de derrocar a Bashar el Assad),
para evitar que estos actores pongan en riesgo la hegemonía y el expansionismo
territorial israelí.
Por ello, el
que Trump esté negociando la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán
(que no es un territorio estratégico para Israel y los neoconservadores, pero
igual consideran relevante que se mantenga la presencia militar estadounidense ahí);
que disminuya el número de tropas en Irak; que retire definitivamente a las
fuerzas especiales de Siria; que no se castigue militarmente a Irán por su
supuesto involucramiento en el ataque a las instalaciones petroleras árabes; y especialmente,
que el propio presidente considere como algo “bueno” que sean Turquía y en su
caso el gobierno sirio y Rusia los que se hagan cargo de la situación de los
kurdos y de los prisioneros del Estado Islámico, significa minar seriamente la
estrategia que han impulsado desde hace dos décadas para asegurarse la
hegemonía en la región, y para evitar que actores que no se han subordinado a
esa hegemonía israelí/occidental (como Irán,Turquía y Siria, y un actor
extrarregional como Rusia, que cambió la balanza de poder al intervenir desde
hace 5 años en favor de su aliado Bashar el Assad), se conviertan ahora en los “fieles
de la balanza”.
Se entiende
así que distintos políticos y miembros del establecimiento político-militar de
Washington y de los “mass media” consideren a Trump un “traidor” pues todos los
recursos económicos, humanos, militares y propagandísticos que han invertido
durante 20 años para lograr el completo dominio de la región, desestabilizando
y dividiendo a los enemigos de Israel y de las potencias occidentales, Trump lo
revierte con unas cuantas decisiones, abriendo así el camino para un co-dominio
de la región con Turquía, Irán, Rusia y Siria; justo lo que trataron de evitar
los neoconservadores, liberales/intervencionistas, el lobby pro Israel, el
gobierno de Netanyahu y el complejo militar-industrial-de seguridad.
Por ello,
están obligando ahora a Trump a revertir la decisión, aplicándole severas
sanciones económicas a Turquía; condenando internacionalmente al régimen turco
y también profundizando el proceso de impeachment contra Trump en la
Cámara de Representantes.
Trump ya se
dobló ante tanta presión, pero ahora está en la ambigüedad, pues tomó ya su
decisión de retirar a las tropas y le dio “luz verde” a Erdogan para la
invasión; pero ahora aprueba sanciones y lanza amenazas a Turquía para intentar
detener la operación militar; y con ello apaciguar a sus amos sionistas,
neoconservadores y al aparato político militar estadounidense.
Por su parte
los kurdos, que como muchas veces antes han recibido promesas para crear zonas
autónomas para ellos en los distintos países en los que están repartidos
(Siria, Turquía, Irán e Irak), fueron utilizados una vez más por los
estadounidenses e israelíes, como “carne de cañón” de la coalición para
derrocar a Bashar el Assad, sin lograrlo. Y entonces, los utilizaron para
exterminar al “frankenstein” que habían creado con el Estado Islámico. Una vez
que cumplieron con esa misión, esperaban el apoyo para que se les reconociera,
si no la independencia, al menos un grado de autonomía mayor en el Noreste
sirio. Y lo que recibieron a cambio fue dejarlos a merced de las tropas turcas.
Por ello los
kurdos decidieron pactar con Assad y con los rusos, para que sean estos los que
ahora se interpongan en el camino turco, y así evitar que los aplasten.
Putin,
Erdogan y Assad, ante el cúmulo de errores estratégicos y diplomáticos de
Occidente, de las monarquías árabes (ahí está el caso de esa guerra inútil y
devastadora en Yemen) y de Israel, han reafirmado su presencia en el Medio
Oriente (junto con Irán), como potencias que tienen que ser tomadas en cuenta
en cualquier arreglo o negociación de los distintos problemas que enfrenta la
región, con lo que cimentan su influencia y su oposición a la desastrosa
hegemonía israelí/occidental en esa parte del planeta.
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