Los
neoliberales, oligarcas y grupos económicos y políticos regionales
identificados con el PRI y el PAN, han lanzado una ofensiva político-mediática
y de violencia criminal, para acotar la agenda del presidente de México,
especialmente en lo relativo a su cruzada para combatir el lavado de dinero
(facturas falsas), elusión y evasión fiscales (fin de condonaciones, perdones y
consolidación fiscal) y control de los recursos presupuestarios (astringencia
de recursos para gobiernos locales y centralización del gasto).
La fuente
principal de cientos de miles de millones de pesos para oligarcas y grupos de
poder político y económico, fueron las leyes fiscales a modo para evadir impuestos,
lavar dinero ilegalmente obtenido y sacar los recursos del país, a paraísos
fiscales.
El cambio de
reglas en esos rubros, más la profundización de investigaciones de la Unidad de
Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda para descubrir las redes
de saqueo financiero del erario, lavado de ese dinero y su trasferencia a
paraísos fiscales, está golpeando severamente a esos grupos de poder, que no
han obtenido su riqueza gracias a la productividad, innovación y pericia
empresarial, sino a la captura que lograron del Estado Mexicano, para
convertirlo en un botín permanente para llenar sus bolsillos.
En ese
sentido, el que algunas de las piezas con las que éstos grupos contaban para su
defensa jurídica -tales como el abogado Juan Collado o el ex ministro de la
Suprema Corte, Eduardo Medina-Mora, hayan sido sacadas de la ecuación (el
primero en la cárcel; el segundo obligado a renunciar, e investigado en sus
finanzas y las de su familia), significó una señal más de alarma, que ha
activado un plan concebido por los opositores políticos y económicos de López Obrador,
para detener dicha agenda de acotamiento del poder financiero de estos grupos;
y de ser posible provocar un “punto de inflexión” muy temprano en la presidencia
lopezobradorista, hacia la baja; como lo constituyó el caso Ayotzinapa en el
gobierno de Peña Nieto.
El aumento
de la violencia criminal en el país (Michoacán, Guerrero, la capital del país,
etc.) y especialmente el fallido intento de aprehensión del hijo del “Chapo”
Guzmán en Culiacán, Sinaloa, se explican en un contexto de profundización de
las diferencias entre el gobierno y la cúpula empresarial del país y sus
aliados políticos. Así, no sólo los errores en el terreno de quienes, según el
gobierno, tomaron precipitadamente y sin la debida planeación la decisión de
realizar el operativo de aprehender a Ovidio Guzmán fue la causa del fracaso
del evento, sino también tuvo que ver la intervención de autoridades
estadounidenses y locales (del PRI), en la preparación inicial del mismo.
Se sabe de
una reunión, hace unos días, del director de la DEA, con autoridades locales de Sinaloa,
encabezadas por el propio gobernador, sin que al parecer trascendiera hacia las
autoridades federales.
Así también,
el que el propio titular de la Defensa no estuviera debidamente informado del
operativo; y el que se mantuviera a la Marina fuera del mismo, puede ser la
consecuencia de una mala planeación; pero ante la magnitud del evento, también parece
indicar que con toda intención se llevó a cabo con precipitación y sin informar
debidamente a la superioridad, para provocar la reacción violenta del cártel de
Sinaloa, dejando al Gabinete de Seguridad sólo con dos opciones: seguir con el
operativo, apoyándolo con más efectivos y arsenal, con el riesgo de provocar
una masacre de civiles; o dejar ir al hijo del “Chapo”, pagando así el precio político
y estratégico de tal decisión.
En cualquiera
de los dos escenarios el gobierno de López Obrador hubiera salido perdiendo:
uno por “mancharse las manos de sangre” con un operativo mayúsculo; o lo
que sucedió, al demostrar “debilidad” ante el narco, al verse obligado a dejar
libre a Ovidio Guzmán.
Así, este
operativo intencionalmente fallido, dio la pauta para que toda la prensa crítica y la oposición política a López Obrador lo cuestionara duramente y tratara de
magnificar el hecho, hasta convertirlo en un “punto de inflexión”; en un antes
y un después de su presidencia.
La otra
pinza de la estrategia para acorralar a López Obrador ha sido el papel de saboteadora
que ha jugado la presidenta de Morena, respecto al proceso de renovación de las
dirigencias locales y de la nacional del partido.
Desde un
inicio, Yeidckol Polevnsky ha intentado evitar que la candidatura de Bertha
Luján se consolide, y a través de un proceso de consulta directa a las bases,
llegue a la presidencia del partido.
El objetivo
de Polevsnky, que no cuenta con una base de apoyo territorial importante, y del
aliado del canciller Ebrard, el coordinador de los diputados de Morena, Mario
Delgado, es detener la consolidación de una presidencia fuerte, con vasos
comunicantes con los militantes de Morena; y en su lugar mantener una
presidencia basada en los acuerdos y conciliábulos de cúpula, en donde pueden
negociar candidaturas, recursos y puestos públicos, sin tener que dar cuentas a
las bases del partido.
Esta pugna
ha sido muy bien aprovechada por los opositores de López Obrador, exacerbándola
y pagando a grupos armados y provocadores, que se han dado a la tarea de reventar
numerosas asambleas distritales, con lo que le dan el pretexto a Polevnsky y
Delgado para descalificar el proceso, detener el muy posible triunfo de Luján;
y así ganar tiempo para organizar otro tipo de elección, a través de “encuesta”,
como lo sugirió el propio López Obrador y así poder quedarse con la dirigencia
del partido, desplazando a los grupos originales de izquierda que le dieron
origen, y entronizando en su lugar a los nuevos llegados del PRI, PAN, PRD y
PVEM.
López
Obrador ha contribuido a esta estrategia que pretende acorralarlo, al no
conformar un equipo profesional de conocedores del tema de la seguridad
pública, dejándolo en manos de improvisados y ex funcionarios de
administraciones panistas, como el propio secretario de Seguridad, Alfonso
Durazo, que no han planteado ningún plan viable, alternativo a la “guerra
contra el narcotráfico” de Calderón y Peña.
Y, por otro
lado, López Obrador no ha contribuido a ordenar y dar rumbo a Morena,
desentendiéndose del partido y después pretendiendo imponer un método
antidemocrático, como la encuesta, para definir a los dirigentes, lo que ha
enconado las posiciones de los diferentes grupos.
Su
incoherente amenaza de que se saldrá del partido si no se arreglan las
diferencias entre los distintos grupos, es un regalo para sus opositores, pues
con ello sólo lograría acabar de hundir a su incipiente partido, al que va a necesitar
para las siguientes elecciones y para el referéndum sobre la revocación o no de
su mandato (falta la aprobación en la Cámara de Diputados y en los congresos
locales); todo lo cual es lo que buscan sus opositores, que se quede cada vez
más sólo, más acorralado y con menos opciones para avanzar en su agenda de
reformas. Pero parece que no se da cuenta de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario