En este blog
hemos analizado desde hace 6 años la lucha por la hegemonía mundial que se ha
estado desarrollando a partir de la relativa disminución del poder
estadounidense y el aumento del peso de potencias como China, Rusia, la India y
la misma Unión Europea.
Gran parte
de los problemas del mundo moderno se derivan de esta lucha por la hegemonía
mundial y del modelo de desarrollo capitalista en su etapa actual, que generan
presiones en las distintas sociedades del mundo, en el medio ambiente y en el equilibrio
o desequilibrio entre civilización y naturaleza.
En esta
línea, desarrollamos a continuación algunas reflexiones sobre esta competencia
entre grandes potencias, que está teniendo cada vez más, repercusiones
negativas en el resto del mundo.
BLOQUE ANGLO[1]
Estados
Unidos se encuentra en un dilema, pues sus élites no acaban de definir el rumbo
que debe seguir el país, para mantener su hegemonía mundial.
Por un lado,
el actual gobierno de Donald Trump, que representa a un segmento importante de
la población que se ha sentido olvidada y desplazada por la globalización
económica, intenta mantener la hegemonía estadounidense ya no a través de la extensión
de su poderío militar alrededor del mundo, ni de la proyección de su peso
político y económico en todas las regiones del planeta, sino mediante la
concentración de su poder en áreas específicas de influencia (continente
americano, región Asia-Pacífico y Europa Occidental), dejando a otros países
aliados o incluso a sus adversarios, hegemonizar en zonas consideradas menos
prioritarias (disminución de su presencia en Medio Oriente, Africa, Europa
Oriental, Centro de Asia).
En cambio,
los neoconservadores y los liberales/intervencionistas, que Trump ha agrupado
en un solo concepto como los “globalistas”, insisten en mantener la presencia
militar, política y económica dominante de Estados Unidos en todo el planeta,
si bien con la ayuda de sus aliados, pero sin dejar ningún “espacio vacío” que
pueda ser aprovechado por sus contrincantes (básicamente China, Rusia e Irán).
Para los “globalistas”
la hegemonía estadounidense se garantizará si se crea un sistema de
interdependencia económica mundial, a través de tratados regionales de libre
comercio (Transpacífico, Unión Europea, Norteamérica, etc.) y la globalización
de las finanzas internacionales, teniendo como eje principal de todo el sistema
al mercado estadounidense, y como sus capitales política y económica a
Washington y a Nueva York, respectivamente.
Dicho
sistema económico, basado en cadenas internacionales de valor y de
conocimiento, debe ser protegido por el enorme aparato militar estadounidense y
el de sus aliados, con objeto de que las decisiones y la mayoría de los
beneficios del mismo, fluyan desde y hacia el centro del sistema, es decir los
Estados Unidos.
Por ello,
para estas élites globales, la migración per se, la multiculturalidad,
la diversidad sexual y la cosmopolitización de las sociedades, no son vistas como
peligros, sino como oportunidades.
En cambio
para los “nativistas” este tipo de desarrollo político, económico y social
significa un ataque directo a la cultura, historia, tradiciones y etnicidad de
los grupos que fueron en su momento los hegemónicos en Norteamérica y en Europa,
por lo que el objetivo es “domar” a la globalización, detener los procesos que
se consideran nocivos para el mantenimiento de la hegemonía de los grupos “originales”
o “tradicionales” de dichas sociedades; que a la vez, están identificados con
sectores económicos que se han ido quedando rezagados respecto a los nuevos
avances tecnológicos en la economía internacional.
Así que la
lucha es tanto por el poder político entre élites y segmentos de la población
que representan diferentes sectores productivos en la sociedad; como una lucha
por la hegemonía cultural, sobre el tipo de sociedad y de normas jurídicas que prevalecerán
en las siguientes dos o tres décadas.
De ahí la
división extrema que se está presentando en la sociedad estadounidense, y que
ahora se está expresando con mayor crudeza en el proceso de impeachment
iniciado en la Cámara de Representantes por la mayoría demócrata, en contra del
presidente Donald Trump.
Esta disputa
interna en el líder hegemónico del que hemos denominado “bloque anglo”, se
inserta en la disputa mayor, a nivel mundial, por definir la hegemonía para las
próximas décadas.
Las élites
estadounidenses, en este caso, están unidas al considerar a China como un país “retador”
de esa hegemonía, principalmente desde el punto de vista económico y
tecnológico, por lo que están de acuerdo en enfrentar ese reto con sanciones
económicas, cierres de mercados para los chinos y aumento de la presión militar
en la zona de mayor influencia de Beijing, esto es en Asia-Pacífico.
El otro reto
que enfrenta Estados Unidos es el militar y estratégico con Rusia, que ha recuperado
su presencia en estos ámbitos, por lo que Washington ha intentado mantenerla
subyugada mediante sanciones económicas y políticas e intentos de desestabilización
interna, sin conseguirlo.
Así, las
élites estadounidenses se encuentran en un dilema en esta etapa, pues mientras
luchan internamente por definir la forma de mantener la hegemonía mundial (y por
el poder dentro de Estados Unidos); hacia afuera tienen que definir hasta donde
están dispuestas a seguir escalando la política de contención hacia China y
Rusia, pues eventualmente la acumulación de sanciones económicas y políticas, y
la aceleración de la carrera armamentista puede llevar a un punto de quiebre,
que ponga a la raza humana al borde de la extinción.
De la misma
forma, su principal aliado global, la Gran Bretaña, está estancada en su
proceso de salida de la Unión Europea, con las élites británicas enfrascadas en
una dura lucha para determinar cuál será el camino del país en las próximas
décadas, pues la salida del bloque europeo pondrá a la Gran Bretaña casi sin
duda alguna, a merced de la buena voluntad estadounidense para integrarla al
bloque norteamericano de libre comercio.
Por su parte
Canadá, ha quedado ya totalmente subordinada a Estados Unidos en todos los
ámbitos; siendo entonces Australia la otra potencia que deberá definir sus
relaciones económicas y políticas con China, decidiendo si se une a Estados
Unidos en todos los campos de competencia que tiene con el gigante asiático o
mantiene una posición de cierta ambigüedad, especialmente en materia económica.
Por lo pronto,
las presiones estadounidenses por crear una iniciativa contraria a la “Nueva Ruta
de la Seda” china, conformando el proyecto “Indo-Pacífico” entre Estados
Unidos, Japón, la India y Australia, están obligando a Canberra a optar por su
aliado norteamericano.
En
siguientes entregas analizaremos el papel de Israel en este bloque, y seguiremos
con los otros bloques (Unión Europea, China-Rusia y otros países como India, Japón,
Turquía y Brasil).
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