El patrioterismo reaccionario y las ZEE
Carlos Fazio
La Jornada Lunes 13 de Febrero de 2017
En los últimos días asistimos a una vasta campaña de intoxicación
ideológica y propagandística a través de los principales medios bajo control
monopólico privado, que pusieron en práctica técnicas para la fabricación del
consentimiento y todo un sistema de adoctrinamiento clasista, para forzar a una marcha
patriótica y una falsa unidad nacional entre los vendepatrias y
saqueadores de México, y sus víctimas, las mayorías empobrecidas.
La amplia operación de manipulación de
emociones y sentimientos, y manufacturación de un consenso de masas (del rebaño
desconcertado, diría Noam Chomsky), con eje en un patrioterismo reaccionario,
tuvo como fuente a los responsables de los poderes formales y
fácticos del país: los presidentes de la República y de la Suprema Corte de
Justicia; los mandos de las fuerzas armadas y representantes del gran capital
agrupados en el Consejo Mexicano de Negocios y el Consejo Coordinador
Empresarial, hermanados todos −por acción, omisión o vínculos de complicidad−
con crímenes de lesa humanidad y millonarios actos de corrupción que, amparados
por el binomio impunidad/simulación, permean la imposición del actual modelo
económico capitalista salvaje.
Azuzados por la agresividad racista y
xenófoba del presidente estadunidense, Donald Trump −quien amenazó con enviar
tropas y utiliza a México como su principal chivo expiatorio−, un Enrique Peña
Nieto con 88 por ciento de desaprobación y unos voceros de los poderes fácticos
(militares y empresarios) carentes, todos, del mínimo sentido de ética política,
idea de sociedad y moral pública, recurrieron a muletillas de ocasión como soberanía
nacional, autodeterminación, democracia y respeto a los
derechos humanos, e impúdicamente llamaron a cerrar filas en torno al
Presidente de la República.
Lo que imperó en tales pronunciamientos
fue la retórica y la demagogia, ya que si de algo se han encargado los
sucesivos gobiernos neoliberales desde Miguel de la Madrid a la fecha ha sido
de desvirtuar el modelo de Estado social que establecía en su texto original la
Carta Magna de 1917, que entre otros derechos políticos y sociales instituyó el
municipio libre y formas colectivas de propiedad de la tierra y definió la
soberanía nacional sobre el territorio y sus recursos geoestratégicos, cuya
defensa, según mandato constitucional, debió haber estado en manos de las
fuerzas armadas.
Con independencia de que en el periodo
posrevolucionario se conformó un régimen corporativo, patrimonialista y
clientelar, con eje en un presidencialismo autoritario y un partido de Estado
casi único, cabe consignar que al desmonte y la liquidación neoliberal de
aspectos sociales claves de la Constitución (como la forma de propiedad ejidal,
mediatizada en la contrarreforma energética con leyes secundarias que
contemplan la expropiación, la ocupación temporal y el régimen de servidumbre sobre
la tierra por causa de utilidad pública se han sumado a últimas
fechas eventos que exhiben la dependencia político-diplomática, militar y
migratoria de México a Estados Unidos, como el encuentro (en un principio
secreto) en Tapachula, Chiapas, de la subsecretaria de Relaciones Exteriores,
Socorro Flores (al que presuntamente asistió el canciller Luis Videgaray), con
una misión militar encabezada por los jefes de los comandos Norte y Sur del
Pentágono, la general Lori Robinson y el almirante Kurt W. Tidd,
respectivamente, que contó con la presencia de la embajadora de EU, Roberta
Jacobson.
La reunión se centró en el compromiso de
México de asegurar (militarmente) su frontera sur para mantener a raya a la delincuencia
y a los inmigrantes centroamericanos que tratan de ingresar al territorio
estadunidense sin documentos, en virtud de lo que Luis Videgaray argumentó como
una responsabilidad compartida con Estados Unidos, lo que de
facto significa una cesión unilateral de soberanía y exhibe al país
como un asunto interno de la seguridad nacional de Washington, y a
México como un Estado vasallo.
A ello se suma el paquete de
iniciativas de ley para dotar a las fuerzas armadas de poderes
anticonstitucionales. Verbigracia, la militarización de las capitanías de
puertos por la Marina y las reformas al Código de Justicia Militar, al Código
Militar de Procedimientos Penales, a la Ley Federal de Armas de Fuego y
Explosivos y a la Ley de Seguridad Interior (concepto nunca regulado y que hace
referencia a la seguridad del Estado, no de las personas), impuesta bajo
presión a los legisladores por los mandos castrenses y mediante la cual se
busca facultar a los militares para realizar tareas de seguridad pública
(propias de la policía, como la prevención e investigación del delito, las
detenciones y los peritajes penales), pero bajo una lógica de seguridad nacional
(sin posibilidad de escrutinio público, transparencia o rendición de cuentas).
A lo que se agregan las reformas al mando mixto policiaco para controlar los
municipios y la ahora pospuesta discusión sobre la Ley Reglamentaria del
Artículo 29 Constitucional, la cual permitiría que, a solicitud del Poder
Ejecutivo, el Congreso podría aprobar la suspensión de garantías o un estado de
excepción.
Se trata de un paquete de medidas
impuestas por Washington a través de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad
de América del Norte (2005), la Iniciativa Mérida (2007) y el Diálogo Económico
de Alto Nivel (2013), que responden a las directrices de la secretaría a cargo
de la Seguridad de la Patria (o del suelo patrio) de EU, y cuyo objetivo es que
las fuerzas armadas operen como un ejército de ocupación para garantizar la
instalación de empresas trasnacionales del ramo de la energía y la utilización
de la infraestructura crítica de Pemex y la CFE en áreas del territorio
nacional, donde, como en las conformadas por las zonas económicas especiales
(ZEE) −con epicentro en el Istmo de Tehuantepec−, existen distintas formas
organizadas de resistencias antihegemónicas y antisistémicas.
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