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Zapata

domingo, 26 de febrero de 2017

TRUMP-BANNON O LA DECONSTRUCCIÓN DEL SISTEMA

Las intervenciones de Donald Trump y de su principal asesor Stephen Bannon en la reunión de CPAC (Conservative Political Action Conference) reflejan las verdaderas intenciones y objetivos de esta dupla, que pretende salvar al capitalismo estadounidense de las contradicciones que lo han debilitado con el paso del tiempo, mediante un “regreso al pasado”; es decir a los Estados Unidos de los años 50 del siglo XX (otros dirían que a los Estados Unidos de principios de dicho siglo); y para lo cual tienen que desmontar las estructuras e intereses que durante los últimos 70 años han dominado la política, la economía, las fuerzas armadas y al entramado social estadounidense.
Si bien Bannon en algún momento, durante su participación habló de “deconstruir” al sistema, haciendo uso de un concepto enunciado originalmente por el filósofo alemán Martin Heidegger, pero desarrollado por el pensador francés Jacques Derrida, relativo principalmente a la significación de las palabras y enunciados en obras literarias; su intención real fue enviar un mensaje a las bases de apoyo de Trump, en relación a que el aparente caos que ha envuelto a la administración actual, con sus declaraciones contradictorias, ordenes ejecutivas al por mayor y descalificaciones de diversas instituciones y actores políticos nacionales y foráneos, tiene una “lógica” profunda.
Esta “lógica” es crear confusión, incertidumbre en los adversarios de Trump (internos y externos), para descolocarlos, hacerlos sentir inseguros en sus posiciones actuales, sin saber cuándo, cómo, dónde y porqué vienen los ataques (verbales o en políticas públicas) de parte de la administración Trump; y de esa manera lograr avances en el verdadero objetivo que es desbaratar el poder de ciertas élites económicas y políticas, que han dominado a la superpotencia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero especialmente desde el fin de la Guerra Fría; y substituirlas por otra parte de las mismas élites que habían venido perdiendo terreno en los últimas 25 a 30 años.
De ninguna manera se pretende que Estados Unidos pierda su hegemonía mundial, aunque existe el riesgo de que eso ocurra, como le sucedió a Gorbachov en la URSS, quien intentando salvar al “socialismo en un solo país”, acabó destruyéndolo (recordando la propuesta original staliniana, que después Stalin mismo abandonó para expandir el comunismo, a partir de 1945).
Así, Trump y Bannon pretenden concentrar las fuerzas de la superpotencia en recuperar un crecimiento económico robusto; evitar una mayor caída en el nivel de vida de las clases medias, golpeadas por la acumulación de capital en la cúpula del sistema; mantener una especie de statu quo en el sistema internacional, en donde Estados Unidos ya no sea el único policía, sino que pueda distribuir mejor la carga entre sus aliados y vasallos; y mientras se recupera económicamente, mantener una ventaja sustancial en materia militar sobre el resto de sus adversarios (básicamente Rusia, China, Irán y Corea del Norte), con objeto de disuadirlos de iniciar aventuras expansionistas a costa de la hegemonía estadounidense.

El problema radica en que para minar el poder de las élites beneficiarias del orden de la posguerra fría, esto es, el complejo militar-industrial, Wall Street, Silicon Valley, los grandes medios de comunicación, Hollywood y el establecimiento político de Washington; forzosamente tiene que apoyarse en una parte de esas mismas élites.
Así, Trump está rodeado de ex ejecutivos de Goldman Sachs (Cohn, Manuchin y el propio Bannon), la principal depredadora del sistema financiero mundial y una de las artífices del mega fraude-colapso de septiembre de 2008; lo mismo puede afirmarse en relación a las corporaciones del complejo militar-industrial que ahora van a recibir un impulso enorme con lo que Trump llama masiva reconstrucción del poder militar estadounidense (“para que nadie se meta con nosotros”), lo que de alguna forma es un soborno a esta poderosa maquinaria política y económica, con objeto de que no presione para más guerras e intervenciones en el exterior; a cambio de lo cual, de todas formas van a tener contratos (por 30 años) para seguir “modernizando” el armamento nuclear, la fuerza aérea, la marina, el ejército, etc., pero sin necesidad de hacerlo a través de invasiones o bombardeos en distintas regiones del mundo.
Esto es, Trump pretende aplacar al monstruo industrial-militar con miles de millones de dólares de contratos multianuales, sin que ello signifique que el país tenga que embarcarse en guerras e intervenciones en el exterior.
Esa es la apuesta, pero que lo logre parece poco probable, en vista de que existen otros actores dentro del establecimiento político-militar estadounidense y entre sus aliados, que van a seguir clamando por más guerras permanentes en el exterior.
Estos son los neoconservadores, el lobby pro Israel, el gobierno de Netanyahu y el de Arabia Saudita.
Para estos actores su principal objetivo y preocupación es desmantelar a Irán, y a sus aliados Siria, Irak y el Hezbollah, pues Israel pretende “balcanizar” todo el Medio Oriente, y así eliminar a adversarios y posibles competidores de su hegemonía regional, en lo cual está respaldado por el lobby pro Israel estadounidense y por los neoconservadores; mientras que Arabia Saudita ve a Irán como su principal enemigo dentro del Islam, siendo ambos los líderes de las dos ramas principales de esta religión (sunníes y chiíes), por lo que va a seguir presionando para que Estados Unidos intervenga, de una u otra forma, para debilitar y en su caso “balcanizar” también a la teocracia iraní.
En este sentido, Trump pretende apaciguar a los israelíes entregándoles en bandeja de plata a los palestinos.
Así se pudo apreciar en la visita de Netanyahu a Washington en la que Trump prácticamente aceptó toda la narrativa israelí sobre dicho conflicto, y le dio “cheque en blanco” al gobierno israelí para que siga con la construcción de los asentamientos ilegales en territorio palestino, además de la represión y la discriminación contra este pueblo.
Trump cree que dejándole manos libres a Netanyahu (algo que de todas formas ha tenido siempre) con los palestinos, el lobby pro Israel y los neoconservadores lo dejarán en paz en relación a seguir interviniendo en el Medio Oriente. Y por supuesto, en esto se equivoca por completo.
Ni Netanyahu, ni sus aliados del lobby por Israel y los neoconservadores van a dejar de presionar para que Estados Unidos mande tropas para atacar a Irán y sus aliados, quizás con el pretexto inicial de ir a combatir al Estado Islámico (engendro creado por los servicios de inteligencia estadounidenses, británicos, israelíes y árabes); pero con la verdadera finalidad de dar por terminada la que ellos llaman “la creciente chií”[1] que va de Teherán a Beirut.
Así también, buena parte del establecimiento político-militar y de inteligencia estadounidense no pretende compartir su hegemonía con los rusos en Medio Oriente, en Ucrania o en Europa Oriental. Si bien Trump lo que pretende con los rusos es hacer una especie de “tregua” que le permita a Estados Unidos fortalecerse internamente de nuevo y especialmente asegurar su control frente a las élites adversarias; los miembros del establecimiento de Washington no están dispuestos a darle ese respiro, y saben que su única oportunidad de mantener el poder, es con un estado de “guerra permanente” ya sea contra el “terrorismo radical islámico”, contra Irán o más específicamente contra Rusia y China.
De ahí que se hayan intensificado todas las versiones, sin comprobar, de los supuestos contactos del equipo de Trump con operativos de inteligencia rusos y las presiones para que Trump no ceda ante Putin.
En lo que respecta a la economía, el rechazo de Trump a la globalización, a los tratados multilaterales y su predilección en firmar tratados bilaterales (en donde la asimetría de poder siempre favorecerá a Estados Unidos), refleja la enorme inseguridad en la que se encuentra una parte importante del aparato productivo de ese país, que aun siendo el principal motor de la globalización, refleja un gran temor de seguir dicha ruta, a riesgo de que numerosos sectores y empresas desaparezcan o sean absorbidos por unas cuantas grandes corporaciones.
Casi parece una revuelta como la que aquellos maestros, dueños de pequeños talleres con aprendices iniciaron contra la llegada de los adelantos tecnológicos durante la Revolución Industrial, a la que pretendieron detener destruyendo la nueva maquinaria que dejaba fuera del negocio a miles de personas.
Trump ha pretendido intimidar a grandes corporaciones (Ford, General Motors, Carrier, etc.), de no seguir relocalizando sus plantas fuera de Estados Unidos, a riesgo de que les aplique aranceles a sus productos cuando regresen al país.
Si bien ha tenido un éxito relativo, es factible que esta táctica de amedrentamiento no pueda durar mucho más, en vista de que el capital tiene una sola lógica, la ganancia, y si ésta política de Trump no se refleja en retornos aceptables para las grandes corporaciones, ninguna intimidación política evitará que siga el flujo de capital hacia donde mejor le convenga.
Por ello, la gran apuesta de Trump y Bannon, con su “nacionalismo económico” es que la disminución de impuestos y la eliminación de regulaciones, eviten la salida de más empresas al exterior y eventualmente llegue más inversión hacia Estados Unidos.
Sólo que esta política les brinde el nivel de retorno de capital que esperan las grandes corporaciones, podrá funcionar para reiniciar un crecimiento económico moderado de Estados Unidos (3 a 3.5%); de lo contrario, este punto puede ser la “gota que derrame el vaso” y que derrumbe el apoyo a Trump, aún entre sus bases más fanáticas.
En conclusión, Trump forma parte de las élites estadounidenses y varios de los nombramientos de su gabinete lo confirman; sin embargo, su proyecto es contrario a la de las élites globalizantes, ya que pretende establecer un freno, una pausa a dicho proceso globalizador, con el objeto de reordenar internamente a ganadores y perdedores de este proyecto; algo que las élites “ganadoras” no pretenden permitirle, por lo que están tratando de obstaculizarlo e incluso de sacarlo de la presidencia, antes de que logre avances en su objetivo y después sea más difícil confrontarlo.
El problema para el mundo es que esta lucha interna por la hegemonía, dentro de las élites estadounidenses, se refleja en olas de choque hacia el exterior que producen más inestabilidad e incertidumbre y que eventualmente puede desembocar en una crisis mundial de impredecibles dimensiones y consecuencias.

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