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Zapata

miércoles, 15 de febrero de 2017

SIN PROYECTO NACIONAL EN MÉXICO, LUCHA ENTRE FACCIONES ANTE LA AMENAZA EXTERNA

Lo que las políticas de Donald Trump hacia México pueden significar, va más allá de efectos negativos en lo económico y lo social, así como en las relaciones internacionales de nuestro país. Pueden resultar en el definitivo derrumbe de un proyecto antinacional y de servidumbre, impuesto desde hace 35 años.
El neoliberalismo mexicano, atado a la hegemonía estadounidense como apéndice de su sistema económico y político-militar, vivió durante tres décadas y media pegado a la ubre estadounidense, a cambio de que los gerentes y capataces nativos se enriquecieran obscenamente, sin que les importara el empobrecimiento de la mayoría de la población, el estancamiento económico, el crecimiento de la violencia criminal (cobijada por la rampante corrupción e impunidad) y el desdibujamiento del país como ente soberano en el concierto de las naciones.
La mayoría de la población mexicana explotada, olvidada y reprimida en su propio país se cobijó en la economía informal, cayó en las redes de la criminalidad o huyó hacia los Estados Unidos en busca de un proyecto de vida que simplemente era imposible en México.
Nada de esto importó a las élites políticas (significativamente integradas en los dos partidos que han gobernado a México en estos tiempos, PRI y PAN) y económicas (oligarcas multimillonarios); ni por supuesto a la tecnocracia (Banco de México, Hacienda y Economía), fiel seguidora del “Consenso de Washington”, vasalla de los organismos financieros internacionales y de Wall Street.
Ahora la división entre las propias élites estadounidenses, pues una parte de ellas ya no concuerda con el proyecto hegemónico mundial, basado en la globalización económica, pues ha profundizado la desigualdad económica y social, acumulando la mayor parte de las ganancias y el poder en las élites de Nueva York, el Noreste de Estados Unidos y la Costa del Pacífico; está provocando ondas de choque en todo el mundo, y principalmente en el país dependiente más cercano, es decir, México.
Así, nuestras subordinadas élites desecharon el proyecto de capitalismo dependiente, establecido en la Constitución de 1917, pero con fuerte contenido social, autonomía política en lo interno y un relativo margen de maniobra en lo externo, por otro en el que la soberanía quedó subsumida a las necesidades del modelo económico globalizador y a las prioridades estratégicas de la superpotencia.
Es decir, se renunció a la dependencia capitalista, por una “integración” casi total con la economía dominante; se renunció al margen de maniobra externo, para engancharse a la hegemonía estadounidense; se eliminó al Estado de bienestar social en favor del mercado y sólo se mantuvo una aparente autonomía política interna, básicamente relativa a la represión de cualquier disidencia política o movimiento social que pusiera en peligro o cuestionara este proyecto de subordinación (ya que en el aspecto de seguridad, se cedió prácticamente todo a los Estados Unidos).
Ahora está en cuestionamiento por parte del liderazgo político de la potencia hegemónica ese proyecto, y existe la intención de mantener la subordinación del país en materia militar, de seguridad y de política exterior, pero en lo económico se opone a la “integración” y prefiere regresar a un esquema más tradicional de dependencia económica; semicolonial, en donde el polo débil, en este caso México, es explotado económicamente (comercialmente, en sus recursos naturales, financieramente), para favorecer a la potencia dominante, en un juego de suma cero.
De esta forma las élites nativas quedan como capataces y ya no como “socios” y menos aún como “amigos”, por lo que se ha generado esa “indignación” por parte de dichas élites, al verse expulsadas del corazón del imperio, nuevamente hacia la periferia, para cumplir una labor de “carceleros” de los millones de desheredados que se les encomiendan en este esquema.
De ahí que en estos momentos no exista un proyecto nacional alrededor del cual las propias élites o la desarticulada oposición (buena parte de ella formando parte de la misma subclase política corrupta) pueda aglutinar a la mayor parte de la sociedad, ya que el proyecto de la posrevolución fue destrozado en estos 35 años, e incluso se le expulsó del texto constitucional, en donde quedó plasmado, mediante las “reformas estructurales” el proyecto de subordinación a la globalización económica y a los Estados Unidos, el cual como se está observando actualmente, se encuentra en entredicho.
Así que no hay proyecto de nación, lo que deja a las élites depredadoras, políticas y económicas, convertidas en facciones que lucharán por el poder este 2017 (significativamente en el Estado de México) y en el 2018 (elección presidencial y renovación del Congreso), pero sin una propuesta clara de cómo desechar o reconfigurar de alguna manera el proyecto de subordinación; o como recuperar el proyecto de capitalismo dependiente con autonomía interna y margen de maniobra externo de la posrevolución. Ni uno, ni otro ya cuentan con las condiciones económicas, políticas y sociales para impulsarlos de nuevo en su forma original; y ninguno cuenta con el apoyo social, las fuerzas políticas organizadas y la estructura económica viable, que les de sustento para prevalecer.
¿Surgirá un híbrido de ambos o se podrá conformar otro proyecto nuevo? Se ve realmente improbable que suceda cualquiera de esas dos opciones. Lo más probable es que las élites depredadoras, a pesar del rechazo del actual liderazgo político de Washington a mantener ese proyecto, intenten llegar a algún acomodo (que por supuesto implicará más sumisión y explotación del país), a cambio de no perder sus privilegios y posición.
Y por su parte los que desean recuperar algo del proyecto posrevolucionario, se encontrarán con la obstaculización permanente de las élites depredadoras y de las clases medias “americanizadas”, así como de los muchos hilos conductores de la economía y sociedad mexicana con la potencia hegemónica, lo que hará prácticamente imposible recuperar algo del proyecto nacional perdido.
Lo que puede ocasionar esta falta de definición es un permanente “impasse” entre ambas rutas, y por lo tanto la desestabilización del país (en lo político y social), y con ello el que se presenten dos posibilidades en el mediano plazo: una lucha de facciones continua, que le abra el camino a la potencia hegemónica y a grupos de poder (como el crimen organizado) para devastar aún más los recursos del país; o, ante la indefinición, el llamado de los oligarcas y de Washington a los militares para poner “orden”; es decir, la dictadura.

Los próximos meses nos podremos percatar del nivel de debilidad y de confusión de las élites políticas y económicas del país, en caso de que sus “negociaciones” con la superpotencia lleguen a un punto muerto, y se deba escoger el camino de la sumisión total, con el consiguiente costo político y social en medio del proceso de sucesión presidencial.

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