Ya se sabe que en las dos anteriores elecciones presidenciales,
Andrés Manuel López Obrador enfrentó la oposición rabiosa de la gran burguesía
del país, los oligarcas multimillonarios que vieron en el candidato
presidencial de la izquierda (entonces aglutinada en el PRD) un “peligro” para
sus intereses y su demencial saqueo de los recursos financieros y naturales, y
la explotación brutal de la mano de obra mexicana (ahí están las cifras del
INEGI que confirman que la mayoría de la población económicamente activa no
gana arriba de 5000 pesos al mes, cuando el mínimo ingreso para mantener a una
familia de cuatro personas son 11,200 pesos)[1].
Sin embargo, recientemente se ha dado a conocer que el
dirigente de MORENA y seguro candidato presidencial por este partido, ha
conformado un grupo de cerca de 40 personalidades de diferentes sectores, que
le ayudarán a elaborar el proyecto alternativo de nación que pretende presentar
en la campaña presidencial del 2018.
Dentro de esas personalidades destacan algunos empresarios,
que sin duda representan “puentes” con esa gran burguesía que le ha cerrado las
puertas a la presidencia de la República a López Obrador.
Así, está el empresario regiomontano Alfonso Romo Garza, que
ya desde la campaña del 2012 estuvo cerca de López Obrador, y que desde 2006 se
distanció de la poderosa familia Garza Lagûera de Monterrey, pues su propio
suegro Antonio Garza Lagûera promovió su destitución como presidente del Grupo
Savia, al culparlo de las “minusvalías” que sufrió la empresa y de comprometer
los recursos de la familia en la aventura de convertir dicha empresa en la
principal proveedora de semillas y productos genéticamente modificados, en lo
que fracasó, por lo que tuvo que vender la empresa a la gigante Monsanto.[2]
Sin embargo, Romo Garza sigue siendo “bien visto” por las
cúpulas empresariales del país, no sólo por seguir perteneciendo a una de las
familias más ricas y poderosas del Grupo Monterrey, sino porque al estar tan
cerca de López Obrador garantiza que las políticas que éste impulse no sean “radicales”,
o en todo caso pueda dar el “pitazo” si ese fuera el caso.
Está el que hasta el domingo pasado fue el secretario de
Turismo del gobierno de la ciudad de México, Miguel Torruco, quien fue obligado
a renunciar a su puesto por el jefe de gobierno, Miguel Angel Mancera, cuando
se hizo pública su pertenencia al grupo asesor de López Obrador, lo que para
Mancera, otro presidenciable, significaba una especie de “traición”, aunque no
lo dijera así públicamente.
Torruco es consuegro del hombre más rico de México, Carlos
Slim; siempre ha estado ligado a dicho empresario y también al sector
turístico; por lo que Torruco confirma que la relación de uno de los hombres
más ricos del mundo con López Obrador se mantiene firme, como lo ha estado
desde que el dirigente de MORENA fue jefe de gobierno de la Ciudad de México
(2000-2005).
Otro empresario que está en el grupo de asesores es Marcos
Fastlicht, suegro del principal accionista de Televisa, Emilio Azcárraga,
empresa que ha sido el estandarte del antilopezobradorismo por más de una
década y media, y que ahora ha comenzado (o López Obrador lo ha hecho) este
acercamiento con el principal contendiente por la presidencia de la República,
seguramente con la intención de subirse al que por ahora parece ser el “carro
ganador”; y principalmente con la intención de mantener una relación cercana
con López Obrador, que le permita mantener a esta empresa su cuasi monopolio en
televisión abierta, y su dominancia en televisión de paga.
Además Fastlicht es un puente con la poderosísima comunidad
judía del país, que cada vez ocupa más y más posiciones de decisión económica y
política y que por lo tanto es un factor indispensable en las alianzas con
miras a la sucesión presidencial (otras facciones de esta comunidad están
apoyando a Mancera en la ciudad de México y al gobernador “independiente” de
Nuevo León, y posible “presidenciable”, Rodríguez Calderón; además de su tradicional
presencia en la tecnocracia priísta en las áreas financieras y hacendarias del
gobierno).
Y no deja de llamar la atención que el priista Esteban
Moctezuma, quien fuera secretario de Gobernación y de Desarrollo Social en el
gobierno neoliberal de Ernesto Zedillo, y desde hace años presidente de la
Fundación Azteca del principal accionista de TV Azteca (y también por años
furibundo antilopezobradorista), Ricardo Salinas Pliego, también forme parte de
los asesores.
¿Qué indica este acercamiento con importantes miembros de la
oligarquía, que durante años fue señalada por López Obrador, junto con la
subclase política corrupta del PRI y PAN, de ser la causante de las desgracias
económicas y sociales del país?
Hay varias posibles explicaciones a esto.
Primero, López Obrador, estando en lo correcto que estos
individuos son una “mafia” y ellos son los principales causantes de las
desventuras del país, ha caído en cuenta que al menos sin la neutralidad (ya no
digamos apoyo) de los dueños del gran capital, nunca podrá acceder a la
presidencia de la República, por más que las mayorías de mexicanos empobrecidos
y clases medias venidas a menos, le den sus votos en las urnas.
Así que parece que está optando por un acuerdo con los
oligarcas (o al menos con una parte de ellos), que implicaría no afectar sus
negocios en lo fundamental, a cambio de que no obstaculicen determinadas partes
de su proyecto de nación, como el combate a la corrupción dentro del gobierno;
la depuración y fortalecimiento de los programas sociales en favor de las capas
más marginadas de la sociedad; el combate a las asociaciones entre élites
políticas (y en alguna medida económicas), con el crimen organizado; y el fomento
de una economía más equilibrada entre el mercado interno y el externo (este
punto es impulsado por Carlos Slim).
Segundo, las élites económicas no tienen un candidato de
suficiente peso y reconocimiento nacional, como para enfrentar exitosamente a
López Obrador, y saben que un tercer fraude electoral consecutivo en contra del
tabasqueño, en una situación de efervescencia social por el aumento de la
inflación, el bajo crecimiento económico, el rampante subempleo, aunado todo
ello a entornos políticos y económicos externos desfavorables; podrían generar
una disrupción social mayúscula, la posible intervención de las fuerzas armadas
y la desestabilización del sistema político.
Prefieren ponerse de acuerdo con López Obrador, antes de
enfrentar la posibilidad de un Estado fallido; aunque hay que decir que las
facciones más ultraderechistas de las élites económicas estarían muy a gusto
con una dictadura (principalmente Monterrey, Guadalajara y el Bajío), antes que
aceptar una presidencia de López Obrador.
Tercero, los oligarcas están cada vez más convencidos que la
presidencia de Peña ya no les garantiza un aterrizaje suave para el 2018; y por
el contrario, temen que los pueda sacrificar en las negociaciones con Trump, a
cambio de salvar su pellejo, el de su familia y el de su grupo político, por lo
que ahora también desde estas cúpulas se está exigiendo que el gobierno no
negocie en lo “oscurito”; lo que obligó a Peña a ir a decir al Consejo
Coordinador Empresarial que en las negociaciones económicas con Estados Unidos
siempre se defenderá el interés de los “empresarios mexicanos”.
Y por último, ante los crecientes amagos de las cúpulas
militares de abandonar al poder civil a su suerte, si no se aprueba la Ley de
Seguridad Interior que le dé “cobijo” a las acciones de los militares y marinos
en materia de seguridad pública, al menos una parte de los oligarcas prefieren
apostar por mantener un gobierno civil, aún con López Obrador a la cabeza, que
abrirle la puerta a un gobierno militar, al que posiblemente no podrían
controlar.
Enormes riesgos los que corre López Obrador al abandonar su
posición inicial de combate a las cúpulas económicas, pues al entrar en ciertos
compromisos con ellas, inevitablemente partes importantes del proyecto
alternativo de nación de la izquierda deberán ser abandonados, con tal de no
afectar las “alianzas” y/o “acuerdos” con esas cúpulas (o parte de ellas), y
ello inevitablemente repercutirá en peores condiciones para las clases medias y
bajas del país.
¿Hasta dónde estará dispuesto López Obrador de contemporizar
con los principales beneficiarios de 35 años de gobiernos depredadores
neoliberales, sin que sus bases de apoyo real, es decir, el pueblo se
inconforme y hasta le pueda retirar ese apoyo? Ya pronto lo sabremos.
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