NORMAN G. FINKELSTEIN
El intelectual judío que lo
perdió todo por criticar a Israel
UNA VOZ SILENCIADA
Ricardo Mir de Francia
Nueva York 03 de
junio del 2018.
Norman Finkelstein vive
solo en un pequeño apartamento de Coney Island, un barrio obrero de población
inmigrante a una hora de Manhattan. Es la una de la tarde cuando suena el
timbre. Una voz quebradiza pregunta quién llama y abre la puerta en
pantalón de pijama y sin camiseta. "Estoy agotado, me había olvidado de la
entrevista", dice disculpándose. Apenas ha dormido en toda la noche y
parece desorientado. A las tres de la mañana estaba en pie para leer sobre los
últimos acontecimientos en Gaza, territorio al que ha dedicado su
último libro: Gaza, investigación sobre su martirio. El
libro es número
uno en ventas de Amazon en dos categorías. Ha sido aclamado
por los grandes referentes en la materia, pero después de décadas combatiendo
la narrativa que Israel y sus aliados propagan para
seguir sometiendo a los palestinos, Finkelstein parece un hombre
derrotado.
En Estados Unidos, denunciar
sin eufemismos las políticas de Israel es un ejercicio de alto
riesgo. Un campo de minas plagado de tabús y líneas rojas. Y
este académico judío de 64 años, hijo de supervivientes del
gueto de Varsovia y los campos de exterminio nazi, las ha
pisado todas. "Tengo reputación de ser un inconsciente y un salvaje, pero
hago las cosas de forma muy premeditada. Sé exactamente cuáles serán las
consecuencias de cada palabra que digo", dice en el comedor de su casa. Su
estilo combina un rigor casi forense por los hechos con la
indignación moral de los viejos intelectuales. En sus libros ha
detallado las violaciones israelís de los derechos humanos en
los territorios ocupados y ha impugnado lo que llama la ‘Industria
del Holocausto’, su obra más polémica.
Así ha descrito a una serie de
instituciones e individuos a los que acusa de haberse apropiado de las
atrocidades nazis para enriquecerse y explotarlas con fines
ideológicos para "victimizar a Israel", “justificar sus
políticas criminales” y blindarlo ante la crítica. No ha dejado tótem sin
descabezar. Ha acusado de “corrupción moral” al escritor Elie
Wiesel, el historiador Bernard Lewis, el abogado Alan
Dershowitz, la Liga Antidifamación o el Congreso
Mundial Judío. El precio ha sido altísimo. Le han llamado "veneno",
"asqueroso judío que se odia a sí mismo" o "negacionista
del Holocausto", cuando toda su familia (salvo sus padres) fue
vapuleada en los campos. Pero, sobre todo, han logrado condenarle al más
profundo ostracismo.
Campaña demoledora
Tras una demoledora campaña de
presión por parte del lobi proisraelí, la Universidad de DePaul (Chicago)
en la que daba clases decidió cesarle en el 2007. De nada sirvió el
apoyo mayoritario del resto de profesores o las huelgas de hambre de
algunos estudiantes. La propia universidad llegó a reconocer tácitamente que el
cese respondía a motivos políticos al describir a Finkelstein
como un "académico prolífico y un extraordinario profesor".
Desde entonces no ha
podido volver a enseñar en las universidades de su
país y ha sido expulsado del circuito de conferencias. El que
era junto a Noam Chomsky y Edward Said la voz
más respetada de los derechos palestinos en EEUU ha acabado
ninguneado como un paria. “He pagado un doble precio”, reflexiona ahora.
"Llevo desempleado 11 años. Solo di clases durante cuatro
semanas en Turquía, lo que financieramente y moralmente es muy
duro porque me encanta enseñar".
El otro tiene que ver con su
completa exclusión del debate público. Su libro sobre Gaza salió en enero y,
aunque la situación en la Franja ha copado semanas de titulares por la matanza
de palestinos desarmados en sus fronteras, la prensa
estadounidense le ha ignorado completamente. "A tenor de las
principales autoridades en la materia, mi libro es el mejor nunca
publicado sobre el tema, pero no he recibido una sola reseña
en los medios. La única llegó hace tres semanas. Tampoco me ha llamado un
solo periodista para preguntarme mi opinión". (El noticiario Democracy
Now le llamó el mismo día de nuestra entrevista).
Gaza un campo de concentración
Lo más paradójico de todo es
que las posiciones de Finkelstein sobre el conflicto no son
particularmente radicales. Defiende los dos estados, critica
la campaña de boicot contra Israel y promueve el uso
de la no violencia contra la ocupación. “El problema no
son mis posiciones políticas, sino mi rechazo a diluir los hechos para que sean
más digeribles para el público. De ahí que no diga que Israel usa una fuerza
desproporcionada en Gaza. Digo que dispara deliberadamente contra
civiles, que no tiene derecho a encerrar a su población en
un campo de concentración o que está envenenando a un millón
de niños. Es así, son hechos”.
Su análisis raramente aventura
conclusiones gratuitas. Bebe de los informes de la ONU, el derecho
internacional y las declaraciones de los protagonistas del conflicto.
Finkelstein recuerda que fue el británico David Cameron quien definió Gaza
como "una
cárcel al aire libre" tras la imposición del bloqueo en
el 2006, ilegal según la ONU por ser una forma de castigo
colectivo. O que el 97%
del agua de la Franja está contaminada, según varios estudios. La
prestigiosa economista de Harvard, Sara Roy, ha escrito que, a
consecuencia de la periódica destrucción israelí y el veto a la entrada de
materiales para la reconstrucción, "seres humanos inocentes, la mayoría jóvenes,
están siendo lentamente
envenenados por el agua que beben".
Hechos como estos o que Gaza
será "inhabitable" en
el 2020 si no se abren las fronteras, pasan de puntillas
o no se publican en la prensa norteamericana. Finkelstein lo atribuye
parcialmente a las mismas fuerzas que han arruinado su carrera. "Hay
un lobi proisraelí muy efectivo y bien financiado que es
absolutamente despiadado. Es la vieja mafia que te rompía las rodillas,
pero lo hace de una forma nueva. Destruye tu reputación, te
calumnia, te difama y te humilla de la forma más abyecta".
Dejar de escribir
En su caso, lo ha conseguido.
Dice que ha dejado de escribir. Y no hay que ser psiquiatra para adivinar
el momento por el que atraviesa. "Lo más difícil es levantarte por las
mañanas porque tienes que buscar una excusa para tu vida".
Tampoco puede viajar a Palestina porque Israel le prohibió la entrada en el
2008 tras expresar su solidaridad con la milicia libanesa de Hizbulá.
"Estoy muy resentido por lo que ha pasado, pero volvería a hacerlo. Me
siento libre y digo lo que pienso", dice recuperando el fuego con el
que se enfrentó a gigantes y fariseos sin achicarse ante las
consecuencias.
Antes de despedirse, busca un
vídeo en Youtube con imágenes de su trayectoria y
música de Pete Seeger al clásico alemán Die gedanken
sind frei (Los pensamientos son libres). Y ya de pie, como si
lloviera finalmente sobre el desierto, canta como un profeta desnudo liberado
de su martirio. "Mis pensamientos me dan poder/ Ningún erudito puede
cartografiarlos/ Ningún cazador puede atraparlos/ Ningún hombre puede
negarlos".
La industria del Holocausto
La industria del Holocausto, un libro
vehemente, iconoclasta y polémico, es la denuncia de dolorida voz que alza el
hijo de unos supervivientes contra la explotación del sufrimiento de las
víctimas del Holocausto.
En esta obra fundamental, el eminente politólogo
Norman G. Finkelstein expone la tesis de que la memoria del Holocausto no
comenzó a adquirir la importancia de la que goza hoy día hasta después de la
guerra árabe-israelí de 1967. Esta guerra demostró la fuerza militar de Israel
y consiguió que Estados Unidos lo considerara un importante aliado en Oriente
Próximo. Esta nueva situación estratégica de Israel sirvió a los líderes de la
comunidad judía estadounidense para explotar el Holocausto con el fin de
promover su nueva situación privilegiada, y para inmunizar a la política de
Israel contra toda crítica. Así, Finkelstein sostiene que uno de los mayores
peligros para la memoria de las víctimas del nazismo procede precisamente de
aquellos que se erigen en sus guardianes.
Basándose en una gran cantidad de fuentes hasta
ahora no estudiadas, Finkelstein descubre la doble extorsión a la que los
grupos de presión judíos han sometido a Suiza y Alemania y a los legítimos
reclamantes judíos del Holocausto y denuncia que los fondos de indemnización no
han sido utilizados en su mayor parte para ayudar a los supervivientes del
Holocausto, sino para mantener en funcionamiento «la industria del Holocausto».
Dr. Norman Finkelstein on Israel-Hamas war
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