¿HACIA DONDE VAMOS?
Estamos en
México a la mitad del camino, en un sexenio acortado (el gobierno de Andrés Manuel
López Obrador no durará 6 años, sino 5 años 10 meses), pues el 1º. de octubre
de 2024, un nuevo presidente o presidenta (por primera vez, en México), tomará
posesión del Poder Ejecutivo Federal.
López
Obrador (AMLO) llegó a la presidencia con la promesa de que terminaría con los
gobiernos neoliberales que se dedicaron a concentrar la riqueza en una minoría
de plutócratas mexicanos[1], de grupos políticos
corruptos y de organizaciones del crimen organizado, que han devastado al país
durante las últimas tres décadas y media (1982-2018).
Pero para
lograrlo, tuvo que pactar con una parte del establecimiento político-económico
existente y con la potencia hegemónica del momento (Estados Unidos), lo que ha
condicionado el desarrollo de la administración de López Obrador.
Para evitar
que el imperio predominante en esta etapa histórica, es decir, los Estados
Unidos, se dedicara a obstaculizar y detener el proyecto de redistribución del
ingreso que se proponía el gobierno de AMLO en lo interno, aceptó mantener la
subordinación lacayuna que los gobiernos priistas y panistas mantuvieron con
Washington durante tres décadas; es decir, ratificó los términos de la
subordinación mexicana a los Estados Unidos a través del nuevo tratado de libre
comercio, el T-MEC, sin importar las cláusulas leoninas[2] que obligarán al gobierno
mexicano a aceptar la tutela de Estados Unidos en prácticamente todos los
rubros de la relación económica bilateral (comercio, finanzas, turismo, infraestructura,
medio ambiente, política laboral, etc.).
López
Obrador, por ignorancia supina, aceptó la subordinación completa de México ante
los Estados Unidos, tal como la habían diseñado los neoliberales durante tres
décadas, con tal de que Washington no se metiera en la definición interna de la
distribución del poder político, que dependería de aquello que decidiera López Obrador.
Así, el
ignorante presidente mexicano, cedió la soberanía nacional a Washington, a
cambio de que lo dejaran definir (hasta cierto punto) la distribución del poder
político en México (básicamente, la reconstitución del sistema priista, pero
ahora con una nueva denominación, Morena).
Ahora nos
enfrentamos a un futuro mediocre e incierto, en el cual México optó por ser
un protectorado de Estados Unidos, en su lucha por la hegemonía mundial contra
China y Rusia, a cambio de absolutamente nada. Es decir, nuestro vasallo
gobierno (tal como los gobiernos neoliberales), decidió que debía subordinarse a Washington; no a cambio de algún beneficio o quid pro quo
que favoreciera en algo a México, sino a cambio de que las lacayunas élites
políticas y económicas mexicanas, no sean expulsadas del “paraíso” gringo.
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