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Zapata

sábado, 11 de septiembre de 2021

 LOS ALIADOS DE LÓPEZ OBRADOR

Cada vez sorprende menos el tipo de aliados con los que el presidente López Obrador quiere afianzar su personal proyecto político, que en nada tiene que ver con la izquierda y menos aún con el socialismo o el comunismo. Con este artículo iniciaremos un análisis de los principales aliados del actual gobierno, empezando con las fuerzas armadas.

Desde el inicio de su sexenio el fortalecimiento de las fuerzas armadas no ha tenido precedente en la historia moderna del país. No sólo su presupuesto se ha elevado en menos de tres años en un 197%, sino que sus funciones han excedido por mucho las establecidas originalmente en la ley, o sea las de defensa de la soberanía, independencia e integridad territorial del país.

Ahora construye aeropuertos civiles, como el Felipe Angeles; vías de ferrocarril (tramos del Tren Maya); se han convertido en “empresarios” pues se encargarán de la operación del “corredor turístico AIFA (Aeropuerto Internacional Felipe Angeles)-Tren Maya-Palenque-Chetumal-Tulum”[1]; construyen sucursales bancarias para el Banco del Bienestar; operan hospitales anti Covid; la Marina está encargada de puertos y aduanas marítimas (antes a cargo de Comunicaciones y Transportes); a través de la Guardia Nacional son las principales encargadas de la seguridad pública en el país; además ya prácticamente desplazaron a Protección Civil de la muy disminuida Secretaría de Gobernación, como las principales encargadas de atención en los desastres naturales; y ahora hasta se dedican a hacer los censos de personas afectadas por los mismos, lo que se supone es función de la Secretaría de Bienestar.

Pero López Obrador dice que nada de esto implica que se esté “militarizando” al país, que las fuerzas armadas son “pueblo uniformado”, que están al servicio de la población.

Tal parece que López Obrador pretende transformar a las fuerzas armadas en la avanzada de su proyecto, dirigido a favorecer a los pobres, en primer lugar (y por lo que se ve, a demonizar ad nauseam a la clase media mexicana, sin distingo alguno).

Pretende transformar a las fuerzas armadas en “aliadas” del pueblo, no en sus opresores, como fueron usadas por los gobiernos neoliberales (1982-2018) y por el “nacionalismo revolucionario” (1929-1982).

El problema con esta romántica visión es que una vez que las fuerzas armadas han acumulado tal poder económico y político, pueden muy bien girar su accionar hacia donde mejor convenga a intereses específicos dentro del instituto armado, y no necesariamente hacia donde quiera el poder civil.

Basta ver como en otros países (Tailandia, Turquía, Egipto, sólo por mencionar algunos), ese poder acumulado de las fuerzas armadas ha acabado por darles capacidad de “voto” y de “veto” en las políticas públicas que los gobiernos civiles de dichos países quieren implementar; y, por lo tanto, la democracia tradicional se pervierte y queda como rehén de las apetencias, intereses y o veleidades de sus institutos armados. Nada de esto ve López Obrador y él sigue creyendo que con su “autoridad moral” es suficiente para controlar las posibles ambiciones de los altos mandos de las fuerzas armadas. Confía ciegamente en su institucionalidad.

Al respecto, cabe incluir aquí las consideraciones de un estudioso del tema:[2]”…el argumento sobre la ‘barrera moral’ supone un público bien informado, con orientaciones y actitudes de apoyo político definidas y consistentes, así como dispuesto y capaz de expresar abiertamente sus puntos de vista favorables al gobierno y contrarios a la intervención…los miembros del gran público tienden a permanecer mal informados y a poseer actitudes políticas inestables y poco coherentes”. Esto es, la “autoridad moral” del presidente en turno, como muro de contención de ambiciones excesivas de los militares, sólo se puede “operacionalizar” si el “pueblo” actúa de manera organizada; es decir, si los dirigentes civiles cuentan con “reservas organizadas de poder”; de lo contrario el poder de los militares o de otros poderes fácticos se impondrá y serán sus intereses y políticas públicas las que prevalecerán.

De ahí que, se podría dar en el país una especie de “vacío de poder…allí donde las organizaciones políticas, y especialmente los partidos, carecen ostensiblemente de habilidad para solucionar los problemas del país, las fuerzas armadas tienden a erigirse en sustitutas o reemplazos suyos”.[3]

Así, esa “institucionalidad” de las fuerzas armadas se ha visto transformada con un crecimiento de su poder político y económico sin precedentes en el último siglo, y ello les dará un sentido de seguridad y de autoridad que muy difícilmente sucesivos presidentes podrán o incluso querrán disputar; con lo que, en los hechos la democracia mexicana quedará condicionada a un poder fáctico que concentra, nada menos que el poder coercitivo del Estado Mexicano. Craso error, que lo pagaremos todos los mexicanos, y no quien lo ha originado, Andrés Manuel López Obrador.



[2] Herbert Koeneke; Pretorianismo, Legitimidad y Opinión Pública; Nueva Sociedad (No.81); Caracas, Venezuela; Enero-Febrero 1986; pp. 74-75

 

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