La operación electoral del
Cártel de Sinaloa
Hacer
frente a este fenómeno sólo sería posible con un acuerdo de muy alto nivel
entre todas las fuerzas políticas del país, dice Eduardo Guerrero Gutiérrez.
https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/eduardo-guerrero-gutierrez/2021/06/20/la-operacion-electoral-del-cartel-de-sinaloa/
Eduardo
Guerrero Gutiérrez
junio 20, 2021 |
Por un lado, no es ningún
secreto que entre el Presidente y el Chapo Guzmán se han
registrado varios gestos de simpatía. Las visitas a Badiraguato; decir que él
“no hace leña del árbol caído (sobre la condena a cadena perpetua del capo)”;
el saludo a María Consuelo Loera; desistirse de último momento en la captura de
su hijo Ovidio Guzmán, entre otros. Por otro lado, el 6 de junio Morena se
quedó con el carro completo en Sinaloa, un estado donde la izquierda nunca había
gobernado. Rubén Rocha, candidato de Morena a la gubernatura, ganó con una
ventaja de 25 puntos. El partido de AMLO también ganó las diputaciones por
mayoría relativa en los siete distritos electorales del estado y se quedó con
la alcaldía en 17 de los 18 municipios.
Ante estas dos premisas es
tentador especular si Morena le debe la contundente victoria en Sinaloa a la
gente del Chapo (en particular a sus hijos, los Chapitos,
que al parecer fueron quienes buscaron beneficiar al partido del Presidente, en
contra de la línea que siguió el Mayo Zambada). Al menos en el caso
del gobernador electo, la ventaja fue tan holgada que se antoja difícil que no
fuera resultado de la voluntad popular. Sin embargo, conforme pasan los días, y
se acumulan testimonios y crónicas, resulta cada vez más evidente que la gente
del Chapo sí quiso darle una ayudadita al partido del
Presidente.
Hay muchos relatos de
irregularidades antes y durante la jornada electoral. Por ejemplo, personas
armadas robaron algunas urnas en Los Mochis. Estas historias son similares a
las que se cuentan en otros estados. Sin embargo, lo peculiar, y lo que
probablemente tuvo un impacto importante en los resultados en Sinaloa, fue la
estrategia para “neutralizar” por completo a toda la estructura de operadores
de la alianza PAN-PRI-PRD, empezando por el secretario de organización
electoral del PRI, José Alberto Salas Beltrán, quien fue levantado el sábado
previo a las elecciones.
Según me han comentado amigos
sinaloenses, este operativo se hizo con un método y una disciplina
escalofriantes, de corte casi militar. En la víspera de las elecciones, tras
llevarse a Salas Beltrán, los operadores de la alianza fueron levantados uno a
uno. También se llevaron a representantes de casilla. Sin embargo, no hubo mayores
desmanes ni excesos. Los operadores y representantes de casilla fueron
liberados después de concluir la jornada electoral. Claramente se buscó que el
operativo fuera lo más discreto posible. En Sinaloa no hubo candidatos
asesinados. Al parecer, en los cálculos de quienes operaron en contra de la
alianza, no hizo falta.
Lo ocurrido en Sinaloa nos
invita a reflexionar sobre el grado de involucramiento del crimen organizado en
las elecciones, pero también sobre el carácter de la competencia política en
México. En una democracia consolidada, donde los ciudadanos votaran
exclusivamente de acuerdo a su evaluación individual de los candidatos, y donde
la compra y la coacción del voto fueran verdaderamente excepcionales, sería muy
difícil para el crimen organizado incidir de forma significativa en los
resultados con una estrategia como la que vimos en Sinaloa.
Sin embargo, como sabe de sobra
la gente de los partidos, en México las elecciones son un juego sucio, donde
unos y otros le siguen apostando a las estructuras de “operadores”, un
eufemismo para personajes que en muchos casos se dedican a cometer delitos
electorales, en particular distintas formas de compra del voto. De ahí que la
existencia de estas estructuras, y su trabajo el día de los comicios, sea tan importante.
Como se vio en Sinaloa, el
crimen organizado puede golpear fuertemente a un partido si el día de la
elección logra neutralizar su estructura de operadores. No dudaría que, en
elecciones competidas, pudiera llegar a inclinar la balanza. No es necesario
hacer demasiada alharaca, basta secuestrar a algunas decenas de operadores, en
quienes recae echar a andar la “maquinaria” el día de la elección. Por
supuesto, hace falta tener un pequeño ejército de personas armadas y bien
disciplinadas para ejecutar una operación de esta naturaleza. También se
necesita buena inteligencia para conocer la red de operadores que se busca
inmovilizar. No es mayor problema; para eso, los grupos como el Cártel
de Sinaloa se pintan solos (con comprar o intimidar a una persona
clave es suficiente).
Desafortunadamente, el
corolario de las elecciones de junio es que es mejor llevar la fiesta en paz, o
incluso cortejar, a los grupos del crimen organizado con mayor capacidad de
operación. Caer de su gracia (o tener adversarios que son más populares con
ellos) puede resultar muy costoso en términos electorales. Hacer frente a este
fenómeno sólo sería posible con un acuerdo de muy alto nivel entre todas las
fuerzas políticas del país. Tristemente, un acuerdo de esa naturaleza parece
hoy más lejano que nunca.
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