El 2024
Después de
las elecciones intermedias del pasado 6 de junio, está claro que ha iniciado ya
la competencia por las elecciones presidenciales y la renovación del Congreso
en el 2024 en México.
Competencia
tanto dentro de las formaciones partidarias contendientes, como entre ellas.
El proyecto
del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se ha centrado en los
siguientes rubros:
Redistribución
de la riqueza desde
las capas sociales altas y medias hacia las bajas, a través de la transferencia
directa de recursos, mediante diversos programas asistencialistas; recuperación
de recursos mediante cobro de impuestos a empresas y grandes contribuyentes,
que habían recibido facilidades para no pagarlos; austeridad en el gasto
corriente del gobierno (número de empleados, sueldos de funcionarios, viajes al
extranjero, remodelación, renta y compra de bienes inmuebles; compras
gubernamentales, etc.); aumento del salario mínimo para recuperar su nivel
adquisitivo y apoyo a revisión de contratos colectivos de trabajo, en el mismo
sentido.
Combate a
la corrupción, a
través de centralización de compras gubernamentales y ampliación de compras
directas; eliminación de contratos (Aeropuerto Internacional en Texcoco) y
concesiones a empresas y grupos identificados con gobiernos anteriores.
Obras
públicas como el
Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas, el Proyecto Transístmico, el Aeropuerto
Felipe Angeles, reconfiguración de otras refinerías, recuperación de carreteras
y puertos.
Permanencia
de México en los tratados de libre comercio, especialmente el que se tiene con Estados Unidos y
Canadá, para atraer inversión extranjera.
Recuperación
de la política energética como un activo del Estado Mexicano, dejando en segundo lugar a la
iniciativa privada, lo que ha conllevado la inversión de una gran cantidad de
recursos para las empresas productivas del estado (Pemex y CFE), disputas con
inversionistas privados nacionales y extranjeros (con el apoyo de sus
gobiernos), e intentos de cambios legislativos (y ahora constitucionales), para
asegurar esa política energética nacionalista.
Finanzas
públicas sanas, para
evitar el castigo de parte de los mercados internacionales y para mantener el
crédito del país en el exterior.
Nueva
estrategia para combatir la inseguridad y la violencia, poniendo énfasis en la creación de
la Guardia Nacional, la investigación y el “congelamiento” (a través de la
Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público) de cuentas de grupos criminales e individuos acusados de serlo; nuevo
marco de cooperación con Estados Unidos para combatir narcotráfico, trata de
personas y desapariciones forzadas; énfasis en programas sociales, para evitar
incorporación de jóvenes al crimen organizado.
Política
exterior basada en los principios tradicionales establecidos en la Constitución;
buena relación con Estados Unidos; pero también apoyo a regímenes progresistas
en América Latina (como Bolivia y Argentina) y mantenimiento de relaciones con
los regímenes considerados adversarios de Estados Unidos, como Cuba y
Venezuela.
Hay muchos
otros rubros del proyecto de AMLO, pero estos serían los más destacados.
Dicho
proyecto mantiene el apoyo de la mayoría de la población, tal como se pudo
constatar en las últimas elecciones intermedias, en donde el partido del
gobierno, Morena, junto con sus aliados del PT y el PVEM, mantuvo la mayoría
absoluta en la Cámara de Diputados y 11 de 15 gubernaturas en disputa; que sumadas
a las 5 con que ya contaba, llega en total a 16, de un total de 32 (el PAN
tiene 7; el PRI, tiene 4; el Movimiento Ciudadano 2; el PRD 1, el PVEM 1 y el
PES 1).
Así, el
proyecto de AMLO, a pesar de que disminuyó la ventaja que tenía sobre los partidos
opositores lograda en las elecciones del 2018, sigue teniendo una confortable
mayoría en ambas cámaras del Poder Legislativo -aunque tendrá que negociar con
la oposición si quiere hacer cambios en la Constitución- y contando las
gubernaturas de partidos aliados a Morena (PVEM y PES), tiene de su lado 17 de
los 32 gobiernos estatales[1].
Esto es una
gran plataforma para iniciar la contienda para el 2024, aunque el triunfo no
está completamente garantizado, dado que dos procesos se han iniciado ya, que
pueden obstaculizar el triunfo de Morena y de su probable candidato(a)
presidencial en el 2024.
Por un lado,
la disputa por dicha candidatura (si descontamos que AMLO no buscará algún
mecanismo para mantenerse en el poder, lo que sin duda generaría unas tensiones
y disputas de tal calibre, que podrían desarticular por completo al endeble
sistema político mexicano) dentro de la coalición gobernante; y, las
posibilidades de que el proyecto de AMLO se enfrente a oposiciones cada vez más
poderosas en lo interno y en lo externo.
Por lo que
respecta a la lucha interna por la candidatura presidencial dentro de la
coalición gobernante, ya ha quedado claro que hay, por lo pronto, tres
contendientes fuertes: la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia
Sheinbaum; el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard; y, el líder
de la mayoría en el Senado, Ricardo Monreal.
La tragedia
de la Línea 12 del Metro en la ciudad de México, con 26 muertos y más de 80
heridos, ha sido un parteaguas en la lucha por la candidatura presidencial del
partido en el poder, ya que dicha línea fue construida durante el gobierno de
Marcelo Ebrard (2006-2012), en la ciudad de México; pero la responsabilidad por
su mantenimiento ha recaído, primero en el gobierno de Miguel Angel Mancera,
hoy senador por el PRD (2012-2018), y en el de Sheinbaum después, lo que ha
provocado una guerra de acusaciones acerca de quién de ellos es el mayor
responsable de lo sucedido.
Por ahora,
tanto Ebrard como Sheinbaum están siendo duramente golpeados en la prensa
nacional e internacional (reportaje del New York Times en primera plana el
domingo 13 de junio), por supuestamente haber construido mal la línea, y no
haberle dado el mantenimiento adecuado, dejando en un segundo plano el papel
que el gobierno de Mancera pudo haber tenido en el caso del mantenimiento.
Así también,
el triunfo de la oposición en 9 de 16 alcaldías de la ciudad de México fue un
golpe mayúsculo para el partido en el poder, que consideraba a la capital del
país como su cuna y su principal reserva de votos; también para el presidente
AMLO, quien fue jefe de gobierno de la ciudad (2000-2006), y para la jefa de
gobierno Claudia Sheinbaum, pues se consideró un voto de castigo por su gestión
(que supuestamente estaba muy bien evaluada en las encuestas) como gobernante
en la ciudad.
Conforme
pase el tiempo, la lucha por la candidatura presidencial entre estos
personajes, va a comenzar a permear las estructuras gubernamentales y
partidarias, y como siempre ha sucedido en este tema, va a comenzar a influir
en las políticas públicas y en las decisiones o no decisiones que estos
personajes tengan que tomar en su responsabilidad, pues el tema de cómo
benefician o perjudican dichas decisiones sus posibilidades presidenciales va a
contaminar, cada vez más, su actuación; y por ende, los resultados que tengan
dentro del proyecto de AMLO.
En este
sentido, conforme pase el tiempo, el poder con el que cuenta el presidente va a
aumentar en lo interno del gobierno y de su coalición de partidos, ya que su
popularidad (que sigue rondando el 60%) y el manejo del propio presupuesto, lo
hacen un “fiel de la balanza” (López Portillo dixit) en el momento en
que se tenga que escoger candidato presidencial, por lo que los que aspiren a
la candidatura, tratarán de lograr el apoyo del presidente, lo que nuevamente
viciará sus decisiones y su forma de actuar.
Pero al
mismo tiempo, con el paso de los meses, el poder del presidente comienza a
mermar, pues se acaba su periodo, y los diferentes intereses políticos y económicos
comienzan a apostar por tal o cual partido, o tal o cual candidato; y, al mismo
tiempo, las políticas públicas impulsadas por AMLO, ya no tienen la frescura y
el impulso inicial, por lo que la posibilidad de su reforma o incluso su cambio,
puede empezar a impactar en distintos sectores del país, e incluso de la propia
coalición gobernante.
Estas
fuerzas contradictorias, de mayor poder del presidente por su peso específico
para inclinarse a favor o en contra de determinado candidato dentro de su
coalición; y su relativa pérdida de poder, por el inevitable fin de su mandato,
va a provocar una profundización de las disputas políticas dentro y fuera del
gobierno; una menor claridad sobre lo que realmente requiere el país, debido a
la contaminación que el proceso sucesorio genera en los tomadores de
decisiones, así como entre diversos sectores sociales y del aparato productivo;
y, la propia dinámica sucesoria y electoral, va a generar que actores disfuncionales,
como el crimen organizado, o externos, como el gobierno de Estados Unidos,
también intenten influir de diversas formas, generando aún más desavenencias
entre los aspirantes a la candidatura presidencial, así como entre las
coaliciones gobernante y opositora, que previsiblemente se enfrentarán en el
2024.
Por su
parte, la frágil coalición que se formó en estas elecciones intermedias, entre
PRI, PAN y PRD; y la competencia adicional de un actor no articulado con el
gobierno o con esta oposición, como lo es el Movimiento Ciudadano, también va a
generar presiones cada vez mayores para delimitar el poder de cada actor dentro
de la coalición opositora, con objeto de tener mayor influencia en el momento
de definir el rumbo legislativo y electoral que se debe tomar de aquí al 2024,
y especialmente cuando llegue el momento de elegir candidato presidencial, pues
los partidos que conforman la coalición opositora saben muy bien que van a
perder todavía más gubernaturas en los siguientes 3 años, y que de no
mantenerse unidos, no tendrán ninguna posibilidad de disputar, con visos de
triunfo, la presidencia de la República.
En 2024
estará en juego la permanencia de un proyecto que no llegó a ser de izquierda,
sino más bien de recuperación de las facultades del Estado Mexicano para
moldear el capitalismo dependiente que existe en México, inserto dentro de la
zona de influencia y de seguridad nacional de la potencia hegemónica, para
hacerlo menos desigual, menos injusto y vinculado a los intereses del gran
capital nacional e internacional, así como menos corrupto.
Si ha
logrado o no esos objetivos hasta el momento, y si lo logrará para el 2024 el
gobierno de AMLO aún está por verse. Y aún está por verse si el candidato(a) al
que le dé su apoyo, está dispuesto(a) a seguir dicho proyecto.
Por su parte
la oposición, si bien retomará partes de dicho proyecto, como la política asistencialista
a los sectores más pobres del país, seguramente planteará modificaciones en lo
relativo a la relación iniciativa privada-Estado, a las facultades de este
último para definir el rumbo del país, y al lugar que México debe ocupar en el
escenario internacional (para AMLO el aspecto internacional ha sido
secundario).
Así, la
decisión de los sectores fundamentales del país y de la ciudadanía en general
sobre ambos proyectos (insertos dentro de la política neoliberal y el
capitalismo dependiente del país), puede muy bien definirse por la personalidad
y carisma de los candidatos y por lo amplio o restringido de las alianzas
partidistas que se conformen.
Lo que es
indudable es que los próximos 3 años estarán fuertemente influidos por la lucha
sucesoria, y por lo general dicha influencia se torna nociva para los intereses
generales del país.
[1] En 2022 se renovarán otras 6 gubernaturas; en 2023 otras 2 gubernaturas; y en 2024 las últimas 9)..
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