La derecha empresarial, acólitos
de Pinochet y detractores de la democracia
Marcos Roitman Rosenmann
https://www.jornada.com.mx/2020/09/23/opinion/020a1pol
Salvado por la acción
torticera de tres gobiernos, el británico, el español y el chileno, los
defensores de Pinochet tomaron aliento y recuperaron fuerzas. Sus acólitos
respiraron tranquilos, podían seguir reivindicándolo. Adquirieron carta blanca
para archivar sus violaciones de los derechos humanos. En Chile, el
vicepresidente del gobierno de Michelle Bachelet, Alejandro Foxley, tomó la
delantera. Será recordado por su lapidaria frase: Augusto Pinochet pasará a la
historia de Chile por haber cambiado la vida de todos los chilenos, para bien,
no para mal y eso sitúa a Pinochet en lo más alto de la historia. Pero quienes
lo han alzado a la categoría de héroe han sido los empresarios. En México,
durante la ceremonia de entrega a Joan Garcés, jurista y abogado de la
acusación particular y popular contra Pinochet, de la orden Ignacio de Loyola
por su contribución a la defensa de los derechos humanos, fui testigo de un
hecho execrable. Uno de los invitados, empresario acaudalado, ex deportista y
abanderado olímpico, preguntó quién era el galardonado, a lo cual respondí con
orgullo. La réplica del empresario fue una retahíla de improperios al
homenajeado, al tiempo que profería insultos contra Salvador Allende a la par
que adjetivaba a Pinochet como un ser visionario, defensor de las libertades, del
cual los chilenos debían sentirse orgullosos. Un auténtico héroe y mártir. El
empresario regiomontano, colérico de rabia, obvió sus vínculos con el dictador
y trapicheos financieros en biotecnología y transgénicos. Lo que tampoco le
impidió estafar al dictador, esquilmándole más de un millón de dólares. Así lo
recoge Mary Anastasia O’Grady, editorialista de The Wall Street Journal,
en dicho medio. Información que más tarde recoge Carlos Fernández Vega, en su
columna de México SA (La Jornada, 28/3/2005). El
empresario al que me refiero es Alfonso Romo Garza. Pero su actitud beligerante
y defensora del tirano, no ha sido la única. He vivido esa circunstancia en
España y América Latina. Empresarios y políticos no tienen empacho para
transformarlo en mártir. Elevarlo a la condición de estadista y político
visionario. Cuando sucede, sólo cabe levantarse e irse por decencia, dignidad y
respeto a las víctimas, a la que estoy acostumbrado.
Si la
democracia alguna vez cotizó entre los empresarios, hoy es un valor sin rédito.
Ellos no invierten en democracia y si lo hacen, es para asesinarla. Sienten
odio visceral cuando se mencionan propuestas de justicia social e igualdad. Una
animadversión rayana en delirio sicótico. Sucedió con los empresarios en el
Tercer Reich, financiando al partido nazi. El banquero Kurt von Scröder, el rey
del acero Gustav Krupp, las empresas Bayer, Mercedes Benz, BMW, Hugo Boss,
Kodak o Telefunken lo auparon para satisfacer sus ansias de poder. En España
fue Juan March y su banca quien financió el golpe de Estado de Francisco
Franco. En Chile, los Edwards, Yarur, Matte o Alessandri, sentían una inquina
personal contra Allende y el programa democrático. En Argentina Videla contó
con el apoyo de los grupos financieros y empresarios. En Paraguay, hicieron a
Stroessner más fuerte. En República Dominicana, Trujillo les fue útil. Batista
en Cuba fue un mantenido de los grupos azucareros y la mafia estadunidense. Sin
olvidar las trasnacionales que aborrecen todo anhelo de justicia social. IBM,
Coca-Cola, Ford o Nestlé, en Alemania; United Fruit Company, en Guatemala; ITT,
en Chile, o Repsol en Bolivia. Los casos se multiplican.
La
desafección de los empresarios hacia la democracia forma parte de un
argumentario cuyo principio la define como una conspiración de pobres.
Marginados que mendigan beneficios sociales. Ellos pagan y otros holgazanean a
su costa. En pocas palabras, la democracia es un proyecto de gentes incapaces
de tener iniciativa. Atentan contra la libertad de mercado, la iniciativa empresarial
y la propiedad privada. Son recurrentes sus críticas a la inversión pública en
sanidad, educación, vivienda, cultura o al pago de impuestos sobre el capital.
Es ya habitual escucharles decir, nada más triunfar un proyecto
democrático: Te quitarán la casa, se llevarán a tus hijos y los educarán
en consignas comunistas; te expropiaran tus empresas; tus ahorros
pasarán a manos del Estado; todos vestiremos iguales; no tendrás
derecho a elegir tu futuro; quemarán iglesias, fusilarán sacerdotes,
violarán mujeres; manipularán tu cerebro con drogas. ¿Cómo rebatir sus
diatribas? Cualquier argumento sensato es desechado. Así justifican el
asesinato, la tortura y la desaparición de personas. Ellos o nosotros. El bien
contra el mal, y el mal siempre es la democracia. Los derechos humanos, para
ellos, son una cuestión estética perfectamente prescindible.
Los
empresarios del mundo sienten un verdadero amor hacia Pinochet. Algunos por
rubor, lo ocultan. Pero todos mencionan el éxito del modelo chileno y el lugar
que ocupa Pinochet en su triunfo. Fue su determinación por trasformar Chile en
el edén del neoliberalismo, su obra culmen. Todo es perfecto, pueden campar a
sus anchas. La pobreza, la desigualdad y el hambre no van con ellos, menos aún,
la tortura, el asesinato y la desaparición de personas. Son los dueños del
país, el resto sus esclavos. La democracia no les concierne. Da igual Chile,
México, Colombia o Estados Unidos. Para los empresarios, Pinochet encarna su
proyecto de ley y orden. Sean regiomontanos, chilenos o estadunidenses.
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