Venezuela: el golpe fue de Almagro… en la OEA
José Steinsleger /I
La Jornada 19 de Abril de 2017
A los maximalistas de izquierda asisten razones para
criticar al Pepe Mujica. Pero junto con los cínicos de derecha,
coinciden que la ética, integridad y dignidad del ex presidente de Uruguay
(2010/15) contrastan con el abyecto perfil de Luis Almagro Lemes, secretario
general de la OEA.
En mayo de 2015, la autoridad moral del Pepe fue
determinante para que Almagro asumiera la jefatura de la OEA. Entonces, muchos
se ilusionaron creyendo que bajo su gestión, podría paliarse la merecida fama
de ministerio de colonias del organismo internacional parido por
Washington en Bogotá, hace 69 años (abril de 1948).
¿Acaso Almagro no había impulsado la
Unión de Naciones Suramericanas (Unasur, 2008) y la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (Celac, 2010), concebidas, justamente, para
terminar con la OEA? ¿Acaso en la delegación especial de la Unasur a Venezuela
(2014) no había sido un promotor del diálogo entre el gobierno y la oposición?
¿Acaso en este mismo año, la revista Foreign Policy no lo
había elegido entre los “10 pensadores globales del mundo (sic)…”?
Un año después, a seis meses del
nombramiento, el Pepe divulgó la carta enviada a su ex canciller, con
motivo de su actitud frente a Venezuela:
Sabes que siempre te apoyé y te
promoví. Sabes que tácitamente respaldé tu candidatura para la OEA. Lamento que
los hechos reiteradamente me demuestren que estaba equivocado. No puedo
comprender tus silencios sobre Haití, Guatemala y Asunción. Entiendo que sin
decírmelo, me dijiste adiós.
Sigue: “La preocupación mía no es como
nos ven o entienden los medios de prensa o los políticos. No, la línea de
preocupación es cómo incidir algo a favor de la gran mayoría de los venezolanos
(…) Lo central no es cómo nos ven sino ser útil o no a la mayoría de la gente
corriente (…) Todos sabemos que Venezuela es reserva petrolera para los
próximos 300 años. Allí radica su riqueza y su desgracia, porque Estados Unidos
es adicto al petróleo…”.
Sigue: “También esto hizo posible la
deformación sociológica de acostumbrarse a vivir de la renta petrolera y
terminar importando hasta lo elemental: el grueso de la comida. La revolución
bolivariana no pudo escapar con voluntarismo de esa realidad, aunque derramó
recursos y reservas en favor de los siempre postergados (…). Venezuela nos
necesita como albañiles y no como jueces (…) La verdadera solidaridad es
contribuir a que los venezolanos se puedan autodeterminar respetando sus
diferencias, pero esto implica un clima que lo posibilite…”.
La carta del Pepe, termina así: lamento
el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente
te digo adiós y me despido.
Sin embargo, hasta junio del año
pasado, Almagro no encontraba en la OEA el consenso requerido para aplicar a
Venezuela la llamada Carta Democrática, inventada en 2001 para intervenir (en
contra de sus estatutos) la política interna de los países miembros.
El Consejo Permanente adoptó una
declaración en apoyo al diálogo y ni siquiera Estados Unidos invocó la carta
por alteración del orden constitucional, tal como lo querían Almagro y los
gobiernos derechistas de América Latina.
Incluso, la correveidile Susana
Malcorra (canciller de Mauricio Macri) manifestó que la carta no necesariamente
servía “…para resolver los problemas”. Es más: dijo que su uso estaba inflado (sic)
y ponderó que en Venezuela hubiera un presidente elegido democráticamente y una
oposición con mayoría en el Poder Legislativo.
Así las cosas, el Consejo Permanente
respaldó la iniciativa de José Luis Rodríguez Zapatero (ex presidente del
gobierno español), Leonel Fernández y Martín Torrijos (ex presidentes de
República Dominicana y Panamá, respectivamente), para reabrir un diálogo
efectivo. Pero en esos momentos, Almagro estaba en su despacho con el dirigente
opositor Carlos Vecchio, quien decía tener un acuerdo de la Asamblea Nacional
en favor de invocar el bendito documento intervencionista.
En realidad, Almagro empezaba a jugar sus
propias cartas para dar el golpe que, a inicios del mes en curso, tuvo lugar en
la OEA. Bueno, no tan propias, luego de que trascendieron las pláticas que el
25 de febrero de 2016 sostuvo con el almirante Kurt Kidd, comandante en jefe
del Comando Sur, poco antes de que se llevaran a cabo las elecciones
parlamentarias que en la Asamblea Nacional dejaron en minoría al poder
bolivariano.
Prueba de aquello fue el documento de
inteligencia Venezuela Freedom-2 (elaborado por Kidd con la
cooperación de la OEA), cuyo propósito apunta a implementar un enfoque de cerco
y asfixia terminal sobre la sociedad y el gobierno venezolano. Maniobras
desestabilizadoras que en septiembre del mismo año gravitaron en la toma
de Caracas para exigir el referendo revocatorio contra el mandado del
presidente Nicolás Maduro. Y ocasión en la que ondearon banderas de Israel,
entre las de la oposición. Dato que al diario Haaretz de Tel
Aviv llevó a decir que “…los israelíes están en el centro de la batalla por el
cambio económico en Venezuela”.
Luego todo cambió para peor: ganó
Trump. Y con Trump se fortalecieron personajes de la extrema derecha como el
senador cubano americano Marco Rubio y otros de su banda, que denunciaban las
supuestas vinculaciones del gobierno bolivariano con el terrorismo y el
narcotráfico.
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