Los neoconservadores, los liberales/”humanitarios”
intervencionistas, el lobby pro Israel, el complejo militar-industrial y el
denominado “Deep State” han dominado (Clinton/Bush) y/o presionado (Obama) a la
maquinaria diplomática-económico-militar estadounidense desde el fin de la
Guerra Fría, para lograr los siguientes objetivos en el Medio Oriente:
Sostener la ventaja militar (nuclear y convencional) de
Israel sobre sus enemigos y competidores en la región.
Apoyar el expansionismo sionista (conformar el “Gran Israel”),
a costa de los territorios ocupados palestinos y de territorios adyacentes que
puedan ser anexados (desde 1967 las Alturas del Golan de Siria).
“Balcanizar”, dividir y en los casos en que sea posible,
destruir a enemigos y competidores de Israel en la región, a través de guerras
civiles (Siria, Libia, Somalia, Afganistán, Yemen), intervenciones militares (Irak,
Libia, Siria, Afganistán, Yemen), apoyo a mercenarios y terroristas (Irak,
Libia, Siria, Yemen) y ataques a grupos no estatales (a los que califican como
terroristas) que se oponen a Israel (OLP, Hamas y Hezbollah).
Profundizar la división entre sunnitas y chiítas, con objeto
de romper la alianza anti-israelí y generar una permanente confrontación entre
ambas ramas del Islam; y eventualmente lograr que una parte de los países de la
región se alíen a Israel (Egipto, Jordania, y ahora Arabia Saudita y las
petromonarquías del Golfo).
Presentar al Islam y al terrorismo como sinónimos, con objeto
de que la comunidad internacional no islámica disminuya o rompa sus relaciones
políticas y económicas con los enemigos o competidores de Israel en el Medio
Oriente.
Asegurar para las empresas de Occidente el suministro y en su
caso el dominio, de las enormes reservas petroleras de la zona.
Eliminar o debilitar la presencia rusa en la región.
Mantener el acceso irrestricto de Occidente a los importantes
pasos marítimos que existen en la región (Canal de Suez, Estrecho de Ormuz, Bab
el-Mandeb y en Turquía los Dardanelos y el Bósforo).
Presencia militar permanente de Estados Unidos, para asegurar
esos intereses (Turquía, Irak, Kuwait, Baharein, Emiratos Arabes Unidos, Omán,
Afganistán, Pakistán, Djibouti).
Poco a poco todos estos objetivos se han ido alcanzando, pero
el más importante desde la destrucción del régimen de Gaddafi en Libia (2011),
que es la “balcanización” de la parte chiita del Medio Oriente, es decir Irán,
Siria y Líbano, no ha podido ser completada, en vista de que la revolución
islámica que derrocó al Sha de Irán en 1979, ha probado ser mucho mejor rival
que las débiles, corruptas y dependientes monarquías y dictaduras sunnitas, que
una a una han caído bajo el dominio estadounidense/israelí.
Además, el régimen de Assad logró atraer a la región
nuevamente a Rusia, un competidor de mayores recursos, que conformó una alianza
con el chiísmo en la región y ello ha evitado, hasta ahora, la destrucción de
lo que los neoconservadores y el gobierno israelí, junto con sus aliados han
llamado “la creciente chií” (que iría desde Irán, pasando por Irak, Siria y
hasta Líbano).
De ahí que desde la presidencia de Bill Clinton, han
intentado destruir a Irán, con el mismo pretexto con el que destruyeron al
régimen de Saddam Hussein en Irak; esto es, la supuesta posesión de armas de
destrucción masiva.
En el caso iraní se ha insistido por más de 20 años por parte
del gobierno de Netanyahu, que Teherán está a punto de construir un arma
nuclear (cuando Israel cuenta con más de 400 de ellas, la tercera potencia
nuclear del planeta, después de Estados Unidos y Rusia), y por lo tanto Estados
Unidos y la OTAN deberían destruir sus instalaciones nucleares.
Asimismo, los neoconservadores y los intervencionistas “humanitarios”
en Estados Unidos y Netanyahu insisten en que la principal causa del caos en
Medio Oriente es Irán, y es el principal promotor del terrorismo en el mundo
(sin mostrar prueba alguna); mientras que Occidente, Israel y los países sunnitas
de la región se la han pasado armando y financiando desde hace 6 años a cuanto
mercenario y asesino quiera unirse a los grupos terroristas que han lanzado
contra Bashar el Assad en Siria y contra el régimen iraquí; y que desearían
dirigir contra Irán.
Por todo ello, la llegada de Trump a la presidencia de
Estados Unidos era un desafío, puesto que no estaba claro que pudieran
presionarlo u obligarlo para mantener el plan original de “balcanizar” al Medio
Oriente y destruir a los que Israel considera sus enemigos.
Sin embargo, en menos de 100 días de la presidencia de Trump
resultó realmente sencillo para los neoconservadores y sus aliados, no sólo
retomar el plan que han estado impulsando por más de un cuarto de siglo, sino
que han conseguido más de lo que se hubieran imaginado pues:
Eliminaron a la facción “nativista” (Flynn-Bannon), de la
planeación e instrumentación de la estrategia de política exterior y de
seguridad nacional, prácticamente sin esforzarse.
Lograron rápidamente que Trump mantuviera la defensa de la
hegemonía de Estados Unidos en el mundo (sin importar el costo humano,
financiero y material que ello significa), a cambio de que siga impulsando algunos
temas de su agenda “nativista” (migración, reforma de impuestos, de salud,
hasta cierto punto comercio exterior, etc.).
Se retoma el plan de aislar y eventualmente iniciar
intervenciones militares contra los gobiernos de Siria e Irán (pronto Estados
Unidos abandonará el acuerdo sobre el uso de la energía nuclear), y se mantiene
la confrontación con Rusia.
A cambio, se establece un acuerdo inicial con China (se
reconoce la política de “una sola China” respecto a Taiwán, ya no se le acusa
de manipular su divisa; se le promete un mejor acuerdo en materia comercial, se
disminuye la retórica anti china), con objeto de que se aleje paulatinamente de
Rusia y ayude a Washington a enfrentar el problema de Corea del Norte.
Se le ha dado casi “cheque en blanco” a Netanyahu en Israel
para que ya no continúe con las negociaciones para establecer un Estado
Palestino, y para que pueda seguir la construcción de asentamientos ilegales en
los territorios ocupados palestinos, sin ningún tipo de sanción o siquiera
crítica de parte de Washington.
Se aprovecha la coyuntura para derrocar a aliados del régimen
iraní en otras regiones, como el de Nicolás Maduro en Venezuela (reeditando las
prácticas terroristas que utilizaron en Ucrania contra el régimen de
Yannukovich, esto es, organizar manifestaciones violentas y aprovecharlas para
matar a manifestantes y soldados o policías por igual, mediante francotiradores),
con lo cual Estados Unidos recuperará el control de las enormes reservas
petroleras venezolanas, y en lugar de Maduro podrán colocar a un títere de
Washington (Leopoldo López, Henry Ramos) o del sionismo internacional (como Henrique
Capriles).
Así, Trump ha resultado ser una pieza mucho más fácilmente
controlable y de “gatillo rápido”, a diferencia de Obama, al que no pudieron
obligar a llevar a cabo ningún ataque directo contra el régimen de Bashar el
Assad, y quien por el contrario, logró el histórico acuerdo con Irán sobre el
uso pacífico de la energía nuclear de ese país, que hasta ahora ha seguido
cumpliendo escrupulosamente el gobierno de Teherán.
Pero ahora el títere Trump, a cambio de que lo dejen mantener
su política antimexicana en materia de deportaciones y en contra del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte, está dispuesto a bombardear, amenazar,
sancionar, o lo que le ordene su sionista yerno Kushner, para así “terminar el
trabajo” en Medio Oriente.
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