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Zapata

jueves, 20 de abril de 2017

EL TÍTERE TRUMP USADO PARA “TERMINAR EL TRABAJO” EN MEDIO ORIENTE

Los neoconservadores, los liberales/”humanitarios” intervencionistas, el lobby pro Israel, el complejo militar-industrial y el denominado “Deep State” han dominado (Clinton/Bush) y/o presionado (Obama) a la maquinaria diplomática-económico-militar estadounidense desde el fin de la Guerra Fría, para lograr los siguientes objetivos en el Medio Oriente:
Sostener la ventaja militar (nuclear y convencional) de Israel sobre sus enemigos y competidores en la región.
Apoyar el expansionismo sionista (conformar el “Gran Israel”), a costa de los territorios ocupados palestinos y de territorios adyacentes que puedan ser anexados (desde 1967 las Alturas del Golan de Siria).
“Balcanizar”, dividir y en los casos en que sea posible, destruir a enemigos y competidores de Israel en la región, a través de guerras civiles (Siria, Libia, Somalia, Afganistán, Yemen), intervenciones militares (Irak, Libia, Siria, Afganistán, Yemen), apoyo a mercenarios y terroristas (Irak, Libia, Siria, Yemen) y ataques a grupos no estatales (a los que califican como terroristas) que se oponen a Israel (OLP, Hamas y Hezbollah).
Profundizar la división entre sunnitas y chiítas, con objeto de romper la alianza anti-israelí y generar una permanente confrontación entre ambas ramas del Islam; y eventualmente lograr que una parte de los países de la región se alíen a Israel (Egipto, Jordania, y ahora Arabia Saudita y las petromonarquías del Golfo).
Presentar al Islam y al terrorismo como sinónimos, con objeto de que la comunidad internacional no islámica disminuya o rompa sus relaciones políticas y económicas con los enemigos o competidores de Israel en el Medio Oriente.
Asegurar para las empresas de Occidente el suministro y en su caso el dominio, de las enormes reservas petroleras de la zona.
Eliminar o debilitar la presencia rusa en la región.
Mantener el acceso irrestricto de Occidente a los importantes pasos marítimos que existen en la región (Canal de Suez, Estrecho de Ormuz, Bab el-Mandeb y en Turquía los Dardanelos y el Bósforo).
Presencia militar permanente de Estados Unidos, para asegurar esos intereses (Turquía, Irak, Kuwait, Baharein, Emiratos Arabes Unidos, Omán, Afganistán, Pakistán, Djibouti).
Poco a poco todos estos objetivos se han ido alcanzando, pero el más importante desde la destrucción del régimen de Gaddafi en Libia (2011), que es la “balcanización” de la parte chiita del Medio Oriente, es decir Irán, Siria y Líbano, no ha podido ser completada, en vista de que la revolución islámica que derrocó al Sha de Irán en 1979, ha probado ser mucho mejor rival que las débiles, corruptas y dependientes monarquías y dictaduras sunnitas, que una a una han caído bajo el dominio estadounidense/israelí.
Además, el régimen de Assad logró atraer a la región nuevamente a Rusia, un competidor de mayores recursos, que conformó una alianza con el chiísmo en la región y ello ha evitado, hasta ahora, la destrucción de lo que los neoconservadores y el gobierno israelí, junto con sus aliados han llamado “la creciente chií” (que iría desde Irán, pasando por Irak, Siria y hasta Líbano).
De ahí que desde la presidencia de Bill Clinton, han intentado destruir a Irán, con el mismo pretexto con el que destruyeron al régimen de Saddam Hussein en Irak; esto es, la supuesta posesión de armas de destrucción masiva.
En el caso iraní se ha insistido por más de 20 años por parte del gobierno de Netanyahu, que Teherán está a punto de construir un arma nuclear (cuando Israel cuenta con más de 400 de ellas, la tercera potencia nuclear del planeta, después de Estados Unidos y Rusia), y por lo tanto Estados Unidos y la OTAN deberían destruir sus instalaciones nucleares.
Asimismo, los neoconservadores y los intervencionistas “humanitarios” en Estados Unidos y Netanyahu insisten en que la principal causa del caos en Medio Oriente es Irán, y es el principal promotor del terrorismo en el mundo (sin mostrar prueba alguna); mientras que Occidente, Israel y los países sunnitas de la región se la han pasado armando y financiando desde hace 6 años a cuanto mercenario y asesino quiera unirse a los grupos terroristas que han lanzado contra Bashar el Assad en Siria y contra el régimen iraquí; y que desearían dirigir contra Irán.
Por todo ello, la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos era un desafío, puesto que no estaba claro que pudieran presionarlo u obligarlo para mantener el plan original de “balcanizar” al Medio Oriente y destruir a los que Israel considera sus enemigos.
Sin embargo, en menos de 100 días de la presidencia de Trump resultó realmente sencillo para los neoconservadores y sus aliados, no sólo retomar el plan que han estado impulsando por más de un cuarto de siglo, sino que han conseguido más de lo que se hubieran imaginado pues:
Eliminaron a la facción “nativista” (Flynn-Bannon), de la planeación e instrumentación de la estrategia de política exterior y de seguridad nacional, prácticamente sin esforzarse.
Lograron rápidamente que Trump mantuviera la defensa de la hegemonía de Estados Unidos en el mundo (sin importar el costo humano, financiero y material que ello significa), a cambio de que siga impulsando algunos temas de su agenda “nativista” (migración, reforma de impuestos, de salud, hasta cierto punto comercio exterior, etc.).
Se retoma el plan de aislar y eventualmente iniciar intervenciones militares contra los gobiernos de Siria e Irán (pronto Estados Unidos abandonará el acuerdo sobre el uso de la energía nuclear), y se mantiene la confrontación con Rusia.
A cambio, se establece un acuerdo inicial con China (se reconoce la política de “una sola China” respecto a Taiwán, ya no se le acusa de manipular su divisa; se le promete un mejor acuerdo en materia comercial, se disminuye la retórica anti china), con objeto de que se aleje paulatinamente de Rusia y ayude a Washington a enfrentar el problema de Corea del Norte.
Se le ha dado casi “cheque en blanco” a Netanyahu en Israel para que ya no continúe con las negociaciones para establecer un Estado Palestino, y para que pueda seguir la construcción de asentamientos ilegales en los territorios ocupados palestinos, sin ningún tipo de sanción o siquiera crítica de parte de Washington.
Se aprovecha la coyuntura para derrocar a aliados del régimen iraní en otras regiones, como el de Nicolás Maduro en Venezuela (reeditando las prácticas terroristas que utilizaron en Ucrania contra el régimen de Yannukovich, esto es, organizar manifestaciones violentas y aprovecharlas para matar a manifestantes y soldados o policías por igual, mediante francotiradores), con lo cual Estados Unidos recuperará el control de las enormes reservas petroleras venezolanas, y en lugar de Maduro podrán colocar a un títere de Washington (Leopoldo López, Henry Ramos) o del sionismo internacional (como Henrique Capriles).
Así, Trump ha resultado ser una pieza mucho más fácilmente controlable y de “gatillo rápido”, a diferencia de Obama, al que no pudieron obligar a llevar a cabo ningún ataque directo contra el régimen de Bashar el Assad, y quien por el contrario, logró el histórico acuerdo con Irán sobre el uso pacífico de la energía nuclear de ese país, que hasta ahora ha seguido cumpliendo escrupulosamente el gobierno de Teherán.
Pero ahora el títere Trump, a cambio de que lo dejen mantener su política antimexicana en materia de deportaciones y en contra del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, está dispuesto a bombardear, amenazar, sancionar, o lo que le ordene su sionista yerno Kushner, para así “terminar el trabajo” en Medio Oriente.

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