Como se ha venido analizando en este blog desde hace dos
años, Rusia se ha convertido, junto con Irán, en los únicos países que se han
opuesto resueltamente a la hegemonía estadounidense en el mundo, e israelí en
el Medio Oriente (China, de una manera más oblicua lo ha hecho en el Lejano Oriente).
De ahí que las élites globalizantes de Washington, Nueva
York, Londres, París y Tel Aviv (Berlín, Tokio y Roma siguen siendo “Estados
ocupados militarmente” por las potencias occidentales vencedoras de la Segunda
Guerra Mundial; por lo tanto, no cuentan realmente en la gran estrategia
mundial), hayan tratado de cercar y acorralar a rusos, iraníes y chinos; y al
mismo tiempo les han tratado de generar problemas geopolíticos en su entorno
inmediato, sin dejar de insistir en el apoyo a grupos opositores internos para
intentar “cambios de régimen” en Moscú, Teherán y Beijing.
Sin embargo, la “licuefacción” del neoliberalismo después de
la crisis instrumentada por los usureros-especuladores de Nueva York en 2008;
así como la evidencia de que la Unión Europea es un pacto entre grandes
corporaciones y burocracias para explotar a la población de ese continente; más
la guerra permanente para generar el caos en el Medio Oriente y Africa del Norte
con objeto de asegurar la hegemonía israelí y la permanencia en el poder de las
monarquías en Arabia Saudita y los países sunnitas en el Golfo Pérsico, han
debilitado y limitado la capacidad de Occidente y sus aliados para imponer sus
condiciones económicas, políticas y militares en todo el mundo; lo que ha
permitido que Rusia, Irán y China mantengan su independencia respecto a las
directrices de las élites globalizantes.
La intervención rusa en favor de Bashar el Assad en Siria,
evitando la destrucción de su régimen y la partición de ese país, y en especial
el triunfo de la coalición rusa-siria-iraní (más Hezbollah), en el bastión de
los grupos mercenarios y terroristas financiados y armados por Occidente,
Turquía, Israel y las monarquías sunnitas de la región, es decir Alepo,
convenció a los neoconservadores y sus aliados de que era necesario dar un
golpe de mano para revertir dicha situación.
Sin embargo, la llegada de Trump a la Casa Blanca, quien no
pretendía continuar con esa política intervencionista en Medio Oriente, y cuyo
objetivo primordial era destruir a los terroristas del Estado Islámico, se
convirtió en el principal obstáculo para cambiar la correlación de fuerzas en
Siria.
Por ello los neoconservadores y sus aliados (lobbies pro
Israel, pro Arabia, medios de comunicación y el “Deep state”), se dieron a la
tarea de desbaratar al equipo que rodeaba a Trump y que estaba en contra de
continuar con la política en favor del “cambio de régimen” en Siria y de un
acercamiento con Moscú.
Con la campaña 24/7 en contra de Trump por sus supuestos
vínculos con el Kremlin, así como las acusaciones de que Rusia interfirió en
las elecciones del 2016, se arrinconó a Trump desde el inicio de su presidencia
y se le obligó a dedicar la mayor parte del tiempo a negar las acusaciones y a defenderse
en los medios.
La salida del asesor de seguridad nacional Michael Flynn y la
reciente separación de Steve Bannon del Consejo de Seguridad Nacional, revelan
que la estrategia para derrotar a los “nativistas”, en favor de los
neoconservadores (representados ahora por el sionista yerno de Trump, Jared
Kushner), dio resultado; y esto se aprovechó llevando a cabo de manera rápida
un ataque “de falsa bandera” en Siria, al parecer con cloro (aunque se insiste
que fue gas sarín), sobre población civil, para culpar al régimen de Assad.
La operación se hizo de manera que no hubiera posibilidad de
iniciar algún tipo de investigación para ver de dónde provino el ataque, qué
tipo de gas se liberó, quiénes fueron los responsables y cuántas fueron
realmente las victimas (en vista de que se realizó en un área totalmente
controlada por los terroristas financiados y armados por Occidente y sus
aliados).
Pero una vez contando con el pretexto que buscaban, y
teniendo ya el control de la Casa Blanca a través del yerno Kushner, fue fácil
convencer a Trump de que ordenara un ataque (ilegal desde el punto de vista del
Derecho Internacional Público y de la Carta de las Naciones Unidas), contra una
base aérea siria.
Después los aliados y vasallos estadounidenses en todo el
mundo apoyaron éste ilegal ataque, y de ésta forma los neoconservadores
pudieron resucitar la estrategia de “cambio de régimen” en Siria, en menos de
48 horas, después de que en el último año y medio ya habían sido casi
completamente derrotados sus terroristas y mercenarios; y el otro “brazo” anti
Assad, es decir el Estado Islámico, se encontraba en franco retroceso ante los
avances del ejército iraquí y de las milicias iraníes.
Así, los neoconservadores y el “Deep state” pretenden
revertir la victoria rusa, siria e iraní y obligar a Rusia a pactar lo
siguiente:
O deja de apoyar a Assad, o la coalición pro cambio de
régimen intensificará las sanciones económicas contra Rusia, Siria e Irán; y se realizarán nuevos ataques militares contra el gobierno sirio.
A cambio de dejar en la estacada a Assad le prometen a Putin
ir quitando las sanciones contra Moscú y dependiendo de su comportamiento en
distintos puntos “calientes” como Ucrania, Moscú sería readmitido dentro de la “élite”
de la comunidad internacional.
Para eso está Tillerson en Moscú. Va a ofrecer el trato de
que Rusia abandone a sus aliados Siria, Irán y Hezbollah y a cambio se le dará
una “tajada” de lo que quede del estado sirio (probablemente se respetarían sus
bases en Tartus y Latakia) y se le iría readmitiendo en la toma de decisiones
de la “comunidad internacional”; o lo que es lo mismo, o acepta nuevamente el
vasallaje respecto a Estados Unidos o se atiene a las consecuencias.
¿Qué hará Putin? ¿Abandonará a sus aliados con tal de que le
levanten algunas sanciones y sea readmitido en el “club de vasallos” de Washington?
Lo que Putin debería exigir, en caso de que definitivamente
decida que es demasiado costoso sostener a Assad, sería lo siguiente:
Hay que esperar a ver los resultados de las conversaciones de
Astana, antes de quitarle el apoyo a Assad, en vista de que no existe ningún
grupo, partido o estructura que se haga cargo del gobierno de un día para otro,
si es que Assad sale de la presidencia. Es decir, por lo menos el resto de este
año habría que realizar conversaciones y negociaciones entre gobierno y grupos
opositores serios; por lo tanto, negar la participación de grupos abiertamente
terroristas como Al Nusra.
Se tiene que realizar una investigación imparcial, en la que
participen Rusia, Siria, Estados Unidos, la Unión Europea y China, sobre el
ataque químico, para que quede claro cómo sucedió y quiénes fueron los
responsables. Si no se acepta esto, no puede haber ningún acuerdo.
Estados Unidos, Turquía, Gran Bretaña, Francia, Arabia,
Israel, Egipto Jordania y las petromonarquías del Golfo deben comprometerse a dejar de apoyar a los
mercenarios y terroristas que combaten a Assad, de lo contrario no puede haber
una solución negociada al conflicto; ni tampoco Assad tendría garantías sobre
su persona, familia y colaboradores en caso de que decida dejar el poder. Si Rusia no tiene garantías sobre esto, no debería
comprometer el futuro de Assad.
Rusia no debe comprometer su relación con Irán en una misma
negociación sobre Siria. Son dos temas que tienen que negociarse aparte, ya que
los neoconservadores creen que pueden intimidar a Rusia con el ataque en Siria
(y a Corea del Norte y de paso a China con el envío del portaaviones Carl
Vinson a la península coreana). Putin también está “flexionando sus músculos”,
fortaleciendo las defensas aéreas sirias y enviando una fragata de guerra más a
Siria.
En resumidas cuentas, Putin no puede permitir que Washington
le indique quiénes son o deben ser sus aliados; y si debe o no apoyarlos,
porque de permitirlo en Siria, después sucederá lo mismo en Ucrania y
finalmente vendrá el tan ansiado “cambio de régimen” en Moscú.
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