El nuevo maximato
Lo que ya
hizo López Obrador, tratando de amarrar las manos a quien obtenga la
candidatura de Morena a la presidencia, es lo que forzó Plutarco Elías Calles
en el llamado maximato.
Raymundo
Riva Palacio
junio 13,
2023
https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/raymundo-riva-palacio/2023/06/13/el-nuevo-maximato/
La sucesión
presidencial en curso tiene una reverberación con dos sucesiones el siglo
pasado. Una es la de Lázaro Cárdenas, que optó por Manuel Ávila Camacho, y la
otra es la de Miguel de la Madrid, que se inclinó por Carlos Salinas. La
primera ha sido utilizada por el presidente Andrés Manuel López Obrador para
asegurar que él no seguiría el ejemplo de Cárdenas de haber escogido a un
sucesor moderado en lugar de optar por Francisco Múgica, uno de los ideólogos
de la Constitución de 1917, que pudo haber consolidado el proyecto de nación
que trazó. La segunda no ha sido motivo de atención de López Obrador, pero
refleja lo que tanto critica de Cárdenas y su deseo explícito: heredar el poder
a quien esté más comprometido ideológicamente con el proyecto de la cuatroté.
El análisis
de esas dos sucesiones presidenciales muestra las fortalezas y debilidades de
la variable ideológica. López Obrador no desea a la corcholata moderada,
que se proyecta en Marcelo Ebrard, quien propone continuidad con cambio, sino a
la radical del grupo, Claudia Sheinbaum, que ofrece continuidad al proyecto. El
primero sugiere matices y ajustes; la segunda, una línea a la cual no le
cambiará ni una coma. La dependencia absoluta de Sheinbaum de López Obrador la
hace una figura confiable para los objetivos del Presidente, mientras que la
autonomía que ha mostrado Ebrard a lo largo de su relación con él, ha hecho que
su familia y su núcleo duro lo vean como un traidor que hará lo mismo si llega
a Palacio Nacional.
López
Obrador, sin embargo, es un pragmático. Lo ha demostrado con el método que
diseñó para la contienda por la candidatura presidencial de Morena, donde
incluyó un punto fundamental, que quien aspirara a ella, tenía que renunciar.
Eso es lo que Ebrard pedía desde diciembre, y a lo que Sheinbaum se negaba,
molestándose incluso de que fuera un punto de los resolutivos del Consejo
Nacional de Morena este domingo, que la obligó a retirarse del cargo este
lunes. Dejarla sin su cobijo durante casi dos meses y medio, en igualdad de
condiciones, por lo menos en la formalidad hasta ahora, la hace una ficha
vulnerable y desechable. ¿Cambió López Obrador de opinión sobre su delfín?
La velocidad
como han cambiado las cosas en el proceso de sucesión desde que se recuperó del
covid-19 y de la afección cardiaca que le provocó en la última semana de abril,
no permite ver con certeza cómo está pensando su relevo. Primero adelantó el
proceso para tener, casi dos meses antes de lo esperado, a quien lo sucederá.
Después pareció ceder ante las exigencias de Ebrard, aunque diseñó un proceso
bien blindado: no habrá debates, ni confrontaciones, campañas de contraste o
descalificaciones, porque no quiere división en Morena ni que tampoco queden
exhibidos o exhibida quienes menos recursos dialécticos y políticos tengan para
la discusión directa. En este cordón sanitario electoral, la más beneficiada es
Sheinbaum.
Las
elecciones para gobernadora en el Estado de México también le mostraron que su
carisma y la operación territorial de Morena tienen límites. Aunque le dio
felicidad que ganara Delfina Gómez, López Obrador esperaba una victoria de dos
dígitos, alrededor de 20 por ciento. La victoria fue por 8.3 por ciento, que
para los miles de millones de pesos que se invirtieron en la campaña de Gómez y
la operación de al menos ocho gobernadores morenistas, la ventaja fue más bien
decepcionante. El triunfo de Gómez puede acreditarse más a la debilidad en el
voto del PAN y el PRD, que se quedaron cortos en sus compromisos en la alianza
Va por México, que a la máquina electoral de Morena. El triunfo en el Estado de
México, sin regatear lo simbólico que es, dejó más dudas que certidumbres sobre
la capacidad del partido.
¿Pudo
titubear el Presidente sobre Sheinbaum? Poner a Ebrard a jugar sobre un terreno
más parejo, como pedía, ¿podría ser que no se meterá al proceso por la
candidatura, como asegura López Obrador, y que la decisión la tomará la
encuesta que se hará para definir candidato? Todo es posible porque el Presidente
ha ido manipulando el proceso a su gusto y necesidad, y estableciendo controles
para sus propósitos transexenales.
Además de
los tiempos y el método para definir la candidatura, fue López Obrador quien
escogió qué corcholatas iba a destapar, cómo tenían que
resolver sus diferencias, cuáles serían los temas de la campaña presidencial y
establecer el programa de gobierno para la próxima administración. Es decir, a
quien logre la candidatura, ya sabe lo que espera López Obrador de su
comportamiento, sus compromisos y su ejecución.
La analogía
de lo realizado por López Obrador antes de saber quién se queda con la
candidatura, no tiene que ver con Cárdenas o De la Madrid. Lo que ya hizo,
tratando de amarrar las manos a quien obtenga la candidatura, es lo que forzó
Plutarco Elías Calles en el llamado maximato, que corrió de 1928 a 1934, cuando
Emilio Portes Gil asumió el interinato en la Presidencia tras el asesinato de
Álvaro Obregón, la corta gestión de Pascual Ortiz Rubio, que renunció ante las
presiones sociales, y el relevo, Abelardo L. Rodríguez.
Calles fue
quien gobernó en ese periodo, y fue considerado como “el hombre fuerte” de los
últimos gobiernos caudillistas, por su liderazgo carismático e impositivo, que
adquirió mayor notoriedad durante el periodo de Ortiz Rubio, al que la prensa
llamaba “el nopalito”, jugando con la textura babosa de la planta y con la
percepción que se tenía de él como títere de Calles. Actualmente, Sheinbaum
parece emular a Ortiz Rubio en las percepciones de políticos y medios, pero aun
si Ebrard resultara ungido, tendría los mismos acotamientos tejidos por López
Obrador.
Cárdenas
rompió con el maximato cuando una madrugada el Ejército lo sacó en piyama de su
casa y lo mandó al exilio en Estados Unidos. Calles no tenía, sin embargo, el
arma transexenal que fabricó López Obrador: la revocación de mandato, la espada
de Damocles sobre las corcholatas.
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