AMLO: hipocresía que iguala
Agustín
Basave
Ciudad de
México / 26.06.2023
https://www.milenio.com/opinion/agustin-basave/el-cajon-del-filoneismo/amlo-hipocresia-que-iguala
Al
presidente López Obrador le gusta llamar hipócritas a sus contrincantes. Se
regodea al citar una frase de Monsiváis —“la verdadera doctrina de los
conservadores es la hipocresía”— y con ella en ristre arremete una y otra
vez contra quienes se le oponen. Cuando lo hace impregna la prosodia de
mayúsculas e interjecciones: “¡Son unos reverendos HIPÓCRITAS!”, suele escupir
con un rictus de ira cuando ve simular a sus opositores. Es decir, cuando se
comportan como él se está comportando ante el ritual de Morena para entronizar
a su corcholata favorita.
Como buen
político mexicano, AMLO chapotea en la hipocresía de cara a una de nuestras
muchas normas incumplibles. Fue él quien ordenó la simulación para legitimar la
candidatura presidencial de Morena bajo el disfraz de un proceso democrático y
es él quien niega violar la ley electoral simulando que su partido define la
coordinación del comité de defensa de la 4T. Finge que no hay precandidatos ni
precampañas; que hay precoordinadores en una precontienda cuya preganadora
precoordinará una entelequia y, mágicamente, sin otro trámite de por medio, se
convertirá en candidata. AMLO está actuando —nunca mejor aplicado este
verbo— exactamente igual que sus predecesores y contemporáneos políticos
en circunstancias similares y, de hecho, igual que cualquiera de sus
compatriotas cuando paga una mordida.
¿Qué le
impide aceptar esa identidad? Su maniqueísmo. AMLO divide el país entre pueblo
bueno y ricos y clasemedieros malos y no encuentra ninguna semejanza entre uno
y otros. Es más, la contradicción de su discurso de la “república amorosa” y su
agresión cotidiana a los “hipócritas y corruptos” se resuelve si asumimos que
su amor es para una clase social y su odio para otra. La división tajante que
hace de nuestra sociedad es irreconciliable, y la frontera que marca solo puede
cruzarse en un sentido y con una conversión a cuestas: previo juramento de
obediencia, un fifí puede ser admitido en el paraíso de los bondadosos e
incluso recibir trato fraterno del líder. Aquí cabe una enmienda a la
resolución: su cariño es para el pueblo, su perdón para los burgueses redimidos
y su aversión para la burguesía en “estado natural”.
No, AMLO no
es marxista, pero sigue intuitivamente la lógica binaria del clasismo. Rechaza
el hecho de que los rasgos identitarios se distribuyen en la población en
general y decreta que los mexicanos de abajo acaparan las virtudes y los de
arriba los vicios. Peor aún, confina la mexicanidad a la herencia de las
civilizaciones prehispánicas, en las que según él no existía maldad ni
corrupción, y juzga apátridas a quienes tienen ancestros en ese venero de
perversiones que es España, con excepción de él mismo y algunos de sus
ideólogos. Nunca aceptará, pues, que los mexicanos todos compartimos cualidades
y defectos y que México, que durante siglos ha albergado un abismo entre norma
y realidad, es una nación de reglas no escritas que propician simulación y
corrompen a diestra y siniestra. Y no son los genes: son los incentivos.
El
excepcionalismo de AMLO ha perdido su último asidero discursivo. La parte
irrealista de nuestra ley electoral lo ha refutado al descubrir al creador del
mantra del “no somos iguales” como es: igualito a los “reverendos hipócritas”
que zahiere.
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