Chiapas: necropoder y paramilitarismo
Carlos
Fazio
https://www.jornada.com.mx/2023/06/12/opinion/015a2pol
El humanismo de
la Cuarta Transformación no llegó al sureste mexicano. Chiapas es un
polvorín a punto de estallar. Y no por ausencia del Estado: dado que es un
territorio de gran importancia geopolítica y geoeconómica −y además fronterizo
con Guatemala−, por razones de seguridad nacional existe allí una fuerte
presencia militar, la Guardia Nacional y las distintas policías, misma que se
agudizó tras la imposición, por los gobiernos de Donald Trump y Joe Biden, del
control militarizado (por el Estado mexicano) de las oleadas migratorias
procedentes de Centroamérica. De allí que por acción u omisión, colusión,
cohabitación o aquiescencia del Estado, la actual violencia criminal estatal y
no gubernamental (paramilitar, delincuencial) contra comunidades indígenas
bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) responde a
otra lógica: la de la contrainsurgencia.
En Chiapas
anudan, se entrelazan y/o confrontan una serie de contradicciones, conceptos y
categorías que incluyen, por un lado: colonialismo interno; neoextractivismo
(eje principal de los megaproyectos capitalistas del corredor transístmico y el
mal llamado Tren Maya); guerra difusa; necropolítica; racismo;
terrorismo de Estado; control de población; desplazamiento forzado. Y por otro:
comunidad; autodeterminación; autonomía; derechos colectivos; principios
antisistémicos y contrahegemónicos; organización; resistencia; defensa de la
tierra y los territorios; dignidad.
El EZLN se
levantó en armas y le declaró la guerra al Estado mexicano el 1º de enero de
1994. Tras 12 días de enfrentamientos, el gobierno de Carlos Salinas decretó el
cese al fuego contra los pueblos zapatistas y se iniciaron negociaciones con la
mediación del entonces obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz. Tras
los Diálogos de San Andrés, el régimen de Ernesto Zedillo no cumplió los
acuerdos y el EZLN se dedicó a construir autonomía de hecho en su territorio de
manera civil y pacífica, además de ser un actor clave para el avance y
ejercicio de los derechos de los pueblos originarios. Pero sigue siendo un
actor político-militar armado.
Desde 1995,
la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) inició una fase de guerra
irregular y paramilitarización del conflicto, que respondió a los lineamientos
del denominado Plan de Campaña Chiapas 94. Dicho plan tenía como objetivo
estratégico-operacional destruir la voluntad de combatir del EZLN,
aislándolo de la población civil y lograr el apoyo de ésta, en beneficio de las
operaciones del Ejército. Como objetivos tácticos del Plan Chiapas 94
figuraban destruir y/o desorganizar la estructura política y militar del
EZLN, para lo cual, junto con operaciones de inteligencia, sicológicas, de
control de población civil y logísticas, se instruía la organización,
adiestramiento, asesoramiento y apoyo de fuerzas de autodefensa u otras
organizaciones paramilitares (sic). Y agregaba: En caso de no existir
fuerzas de autodefensa, es necesario crearlas. De manera textual se ordenaba
“organizar secretamente a ciertos sectores de la población civil –entre otros,
a ganaderos, pequeños propietarios e individuos caracterizados con un alto
sentido patriótico–, quienes serán empleados a órdenes en apoyo de nuestras
operaciones”.
Según el
plan, adiestramiento, asesoramiento y apoyo de las fuerzas de autodefensa y
otras organizaciones paramilitares quedaban a cargo del Ejército. Los
paramilitares debían participar en los programas de seguridad y desarrollo de
la Sedena. Entre otras tareas, debían suministrar información que alimentara
las ramas de la inteligencia militar (contrainformación, inteligencia de
combate, inteligencia para el apoyo de operaciones sicológicas, inteligencia de
la situación interna).
La matanza
de Acteal, diciembre de 1997 −cuando 45 indígenas tsotsiles fueron asesinados
mientras oraban en la ermita de esa comunidad del municipio de Chenalhó por el
grupo paramilitar priísta Máscara Roja y efectivos encubiertos
del Ejército−, fue una acción bélica que siguió los lineamientos del Manual
de guerra irregular, operaciones de contraguerrilla y restauración del orden,
editado por la Sedena. En él se enseña cómo combatir a la insurgencia. Citando
a Mao Tse-Tung, se afirma que el pueblo es a la guerrilla como el agua al
pez. Pero al pez, agrega, se le puede hacer imposible la vida en el agua,
agitándola, introduciendo elementos perjudiciales a su subsistencia, o peces
más bravos que lo ataquen, lo persigan y lo obliguen a desaparecer.
Paramilitares, pues.
Casi 25 años
después, la Organización Regional de Caficultores de Ocosingo (Orcao) cumple el
papel de Máscara Roja en la masacre de Acteal. Y junto a la
Orcao, grupos delictivos −en complicidad, colusión o bajo protección de
organismos de seguridad del Estado− ejecutan en Chiapas las tareas generadoras
de terror y caos que organizaciones de la economía criminal desarrollaron en
zonas geoestratégicas de México, como los estados situados sobre la cuenca de
Burgos y Sabinas (Coahuila, Nuevo León), rica en uranio, carbón e
hidrocarburos, considerada “territorio Zeta” durante la guerra
difusa de Felipe Calderón o en la zona de la tierra caliente de
Michoacán, donde el Ejército armó un grupo de autodefensa civil (Hipólito Mora,
Juan José Farías, Miguel Ángel Gutiérrez, José Manuel Mireles y otros) para
enfrentar a Los Caballeros Templarios de Servando Gómez, La
Tuta.
En todos los
casos se trata de destruir el tejido social comunitario mediante la necropolítica,
categoría que, según Achille Mbembe, implica la decisión de quién puede vivir y
quién debe morir a mano de máquinas de guerra (estatales y privadas)
para generar muerte masiva, lo que exhibe la lógica del capitalismo del siglo
XXI como administración y trabajo de muerte, con la destrucción material
de cuerpos y poblaciones humanas juzgados como desechables y superfluos
(matables, dice Agamben). El objetivo del terror y el necropoder es
el sometimiento social; la sumisión del otro como parte de una
dinámica depredadora de desposesión, despojo y reterritorialización con fines
de dominación económica.
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