LÓPEZ OBRADOR ATRAPADO ENTRE LOS MILITARES, EL CASO AYOTZINAPA Y ESTADOS UNIDOS
El
presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) decidió que durante su gobierno
las fuerzas armadas mexicanas se convirtieran en el principal “brazo ejecutor”
de sus políticas públicas, en vista de que los civiles le ponían muchos “peros”
y trabas a sus instrucciones, decisiones, caprichos, ocurrencias, etc.
Así, AMLO
concedió a las fuerzas armadas mexicanas un amplio abanico de funciones, no
directamente ligadas a las establecidas en la Constitución (defensa de la
independencia, soberanía e integridad territorial del país), y un apoyo
político y presupuestal desmesurado (un aumento de más de 100% respecto al
anterior sexenio), no esperado para un gobierno que falsamente se autodenomina
de “izquierda”.
No sólo la
seguridad pública ha caído en el ámbito de las fuerzas armadas, con la
militarizada Guardia Nacional, a pesar de que el acuerdo entre todos los
partidos fue que sería un ente civil; sino la detención de migrantes
indocumentados, la dirección de hospitales dedicados a la atención del Covid;
la construcción de sucursales del Banco de Bienestar; la construcción de los
aeropuertos Felipe Angeles y de Tulum; parte de la construcción del Tren Maya y
su posterior administración; así como del Proyecto del Istmo; el manejo de las
Aduanas y los puertos; además de sus acciones en materia de apoyo en desastres
naturales; han sido algunas de las ampliadas funciones del Ejército, la Fuerza
Aérea y la Marina durante el gobierno de AMLO.
Todo ello,
decidido directamente por López Obrador, ha dejado al presidente como rehén de
las fuerzas armadas, en la medida en que parte importante de sus políticas
públicas depende de la lealtad y competencia (o incompetencia) de las fuerzas
armadas en el cumplimiento de las misiones que el comandante en jefe, es decir,
el presidente, les encomienda.
Por ello,
AMLO se tardó cuatro años de su gobierno para aceptar que militares habían
participado en la desaparición y asesinato de los 43 estudiantes de la normal
de Ayotzinapa, sucedido hace 8 años, durante el gobierno de Enrique Peña Nieto.
AMLO
estableció un pacto con Peña mediante el cual el expresidente no intervino
directamente en la elección presidencial de 2018 en favor de los rivales de
AMLO, a cambio de que éste, en caso de ganar, se abstuviera de iniciar investigaciones
sobre la corrupción y la represión en el sexenio de Peña.
El pacto se
mantuvo, hasta que AMLO percibió que el expresidente podría estar influyendo
para que su primo, el gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, no
rinda la plaza a Morena, en las próximas elecciones para gobernador en 2023.
De ahí que
se dieran a conocer investigaciones sobre la corrupción en el sexenio de Peña,
llegando directamente hasta el expresidente; todo ello con el objeto de
presionar a Peña para que obligue o convenza a Del Mazo de que no intervenga en
la elección para gobernador en el Estado de México, y le deje vía libre a la
candidata de Morena, Delfina Gómez, para lograr el triunfo.
En este
contexto, una parte del gobierno de AMLO, vinculada a grupos y organizaciones
genuinamente de izquierda, que han visto como el gobierno actual se ha ido
alejando de muchas de sus promesas originales en materia de justicia y verdad
para las víctimas de represión en los regímenes del nacionalismo revolucionario
y del neoliberalismo, han presionado internamente para que efectivamente se
investigue y castigue a los responsables de represiones y desapariciones contra
luchadores sociales y diversos sectores de la sociedad mexicana.
Esto ha
puesto en serios aprietos a AMLO que se ha visto en la necesidad de negociar
con las fuerzas armadas algún tipo de apertura a este tipo de demandas, como la
de reabrir las investigaciones sobre la “guerra sucia” de los años setentas del
siglo pasado, que han permitido que familiares de desaparecidos en esos años
hayan accedido al Campo Militar Número Uno, no tanto para encontrar evidencias
de que sus hijos estuvieron o no ahí, sino como un símbolo de que las fuerzas
armadas tienen que rendir cuentas de su actuación en el pasado; en vista de que
en el presente están “blindadas” por la protección presidencial.
En el mismo
sentido, esa ala del oficialismo que demanda al presidente que se dé alguna
respuesta a esos sectores de izquierda que exigen respuestas sobre la represión
contra sus movimientos, y que ha estado representada por el subsecretario de
Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas, impulsó la
investigación a fondo de lo sucedido en Iguala a los estudiantes de la Normal
Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, hace 8 años, lo que llevó a que se aceptara
por primera vez en todo este tiempo, que el Coronel a cargo del 27 Batallón de
Infantería en Iguala, José Rodríguez (hoy General en retiro), no sólo supo de
lo sucedido entre el 26 y 27 de septiembre de 2014, sino que estaba coludido
con los criminales del cártel Guerreros Unidos, así como el alcalde de Iguala y
su esposa y las policías de Iguala, Cocula y Huitzuco; ordenó el asesinato de
al menos 6 de los estudiantes y ayudó junto con sus oficiales subalternos y
tropa a esconder los restos de los estudiantes asesinados, incluso en las
instalaciones mismas del Batallón.
Ante esta
información, el presidente no tuvo más remedio que pedir al secretario de la
Defensa Nacional que se detuviera al hoy General Rodriguez, y la Fiscalía
General de la República solicitó la aprehensión de 21 militares.
Pero las
fuerzas armadas, tal como sucedió con el caso del General Salvador Cienfuegos,
ex secretario de la Defensa Nacional durante el gobierno de Peña, que fue detenido
en Los Angeles por la DEA acusado de estar involucrado en el narcotráfico,
cerró filas en torno a sus miembros, y presionaron lo suficiente como para que
la Fiscalía se desistiera de la mayoría de las órdenes de aprehensión contra
los militares (lo que ha llevado a que el fiscal encargado del caso Ayotzinapa
renunciara); el presidente saliera en estos días a defender al Ejército,
señalando que son sólo algunos de sus miembros los que están involucrados en
estos hechos, pero que la institución en general es sólida y honorable; y los
propios mandos del Ejército han iniciado un ataque legal y mediático en contra
del subsecretario Encinas, acusándolo de difamar a las fuerzas armadas y de
inventar acusaciones sin fundamento.
Incluso el
detenido General Rodríguez pudo dar una entrevista exclusiva para defenderse,
al periodista Jorge Fernández, conocido por sus estrechos vínculos con los
militares y con el aparato de seguridad de los gobiernos anteriores.
Está claro
que AMLO está entre dos fuegos, por culpa suya. Por un lado, al dar tanto poder
a las fuerzas armadas para impulsar su plan de gobierno, se ve obligado a defenderlas,
a pesar de que las pruebas indican que han participado no sólo en
desapariciones y asesinatos, sino que han estado coludidas en diversos momentos
y a distintos niveles con los cárteles del narcotráfico.
Y por otro
lado, una parte importante de su movimiento, que dio nacimiento al partido
Morena, hoy en el gobierno, viene auténticamente de organizaciones y grupos de
izquierda que demandan se haga justicia y se sepa la verdad sobre las acciones
que las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad gubernamentales realizaron en
el pasado en materia de represión, desapariciones forzadas y asesinatos.
AMLO ha
tratado de satisfacer a ambas partes de su coalición gobernante, con resultados
francamente decepcionantes en la medida en que defender a capa y espada a las
fuerzas armadas, cuando han formado parte del aparato represor de los gobiernos
a los que AMLO achaca todos los males del país, resulta totalmente contrario a
los principios y promesas de campaña que hizo a una parte muy relevante de su
movimiento y de la sociedad mexicana que se vieron seriamente lastimados por el
actuar de esas fuerzas armadas; por más que ingenuamente AMLO trate de
exculparlas afirmando que sólo cumplían órdenes de los civiles; como si
asesinar, torturar y desaparecer opositores y luchadores sociales, no fueran
delitos gravísimos que ningún militar debía realizar, sea quien fuera quien lo
ordenara.
Y después
está el gobierno de Estados Unidos, que a través de sus agencias de seguridad,
principalmente la DEA, CIA, NSA y FBI, tiene monitoreados por medios
electrónicos e infiltrados a grupos criminales y cárteles del narcotráfico en
México, que como lo hemos reiterado en este blog, son socios, aliados y
cómplices de los grupos político-económicos de México, y por lo tanto, son
parte de la estructura de poder.
De ahí que
la DEA tuviera en su poder las conversaciones por WHATSAPP y mensajes de texto
entre el cártel de Guerreros Unidos, las autoridades municipales de Iguala y
los miembros del Ejército y la Marina, meses antes y durante los hechos de
Iguala, que llevaron a la desaparición y muerte de los estudiantes normalistas.
Así, el
gobierno de Estados Unidos proporcionó esta información al gobierno de México,
no sólo para aclarar buena parte de lo sucedido en Iguala hace 8 años, sino
también para darle a AMLO un mensaje sobre lo mucho que las agencias de
seguridad de Estados Unidos saben sobre las fuerzas armadas mexicanas; y en
general, sobre el gobierno mexicano, que bien pueden usar para chantajearlo y
obligarlo a seguir las directrices estadounidenses en temas que se han
complicado últimamente entre ambos países, como la política energética, la
migratoria o la postura de México ante el conflicto en Ucrania.
El
presidente se encuentra así entre la presión de las fuerzas armadas para que
los exonere del caso Ayotzinapa, si es que quiere que lo sigan ayudando en
todas las tareas que les ha encomendado durante estos años (y no es que no las
vayan a realizar, pero bien podrían “retrasarse” o incluso detenerse, por
diversas causas, en caso de que AMLO no evite la condena de los militares
involucrados en el caso Ayotzinapa).
Y por otro
lado, la presión de una parte de sus bases sociales (que tienen aliados dentro
del gobierno) que exigen justicia y verdad para casos como el de la Guerra
Sucia y Ayotzinapa, en donde los militares claramente tienen responsabilidades.
Además, AMLO
se enfrenta a las presiones de Estados Unidos que con el caso Ayotzinapa le han
demostrado que cuentan con mucha información sobre el gobierno mexicano, que de
darse a conocer públicamente, pondrían a la administración de López Obrador
contra la pared, ante la opinión pública nacional e internacional.
Pero todo
esto es responsabilidad de AMLO, que se creyó un gran malabarista para esquivar
y encausar todas esas presiones, pero la realidad es que ya se le hizo un
engrudo que tiene entrampado a su gobierno, en plena carrera por la sucesión
presidencial.
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