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Zapata

martes, 9 de noviembre de 2021

 ¿Plan Mundial de la Fraternidad y Bienestar?

¿En serio?

Como lo advertimos en este blog en artículos anteriores, en lo relativo a la desbocada propuesta del gobierno de López Obrador (AMLO) sobre sustituir a la OEA con la CELAC, se asemejaba a esos proyectos del populismo priista en los gobiernos de Luis Echeverría Alvarez (1970-76) y José López Portillo (1976-82).

Luis Echeverría propuso a la ONU adoptar la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados, que fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (y por lo tanto sigue vigente)[1] el 12 de diciembre de 1974[2] mediante la resolución 3281.

Ese documento perseguía una mayor equidad en las relaciones económicas de los estados, el progreso económico y social de todos los países, el fomento de la cooperación económica, eliminar la brecha entre países desarrollados y subdesarrollados, la protección del medio ambiente, reglamentar y supervisar el accionar de las empresas trasnacionales[3], entre otros muchos objetivos.

Pues bien, la famosa Carta, que era el instrumento para convertir a Echeverría en el campeón del Tercer Mundo, sigue esperando que en algún momento se lleve a la práctica, dado que las grandes potencias mundiales e incluso una buena parte de los países subdesarrollados, la han ignorado por completo.

José López Portillo por su parte, propuso a la Asamblea General de la ONU el Plan Mundial de Energía en 1979, supuestamente para lograr un mejor aprovechamiento de los recursos naturales destinados a la generación de energía, al desarrollo de energías sustentables y a instrumentar una transición energética mundial ordenada, que permitiera la erradicación de políticas unilaterales.[4]

Por supuesto, el grandioso plan sigue archivado en la ONU, sin que nadie le haya puesto la menor atención.

Hoy el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador anunció en una sesión del Consejo de Seguridad de la ONU[5] (que por el mes de noviembre preside México), que nuestro gobierno dará a conocer pronto un “Plan Mundial de la Fraternidad y Bienestar”, que tendría el objetivo de garantizar la vida digna de 750 millones de personas.[6]

Ese plan se financiaría con una contribución “voluntaria” del 4% de la fortuna de las mil personas más ricas del planeta; una aportación similar por parte de las 1000 corporaciones privadas más importantes del mundo; y por el 0.2% del PIB de cada uno de los 20 países que integran el G20.

Con ello se acumularía un millón de millones de dólares cada año, que se darían a los beneficiarios de manera directa, sin intermediarios (y ahí se lanzó a atacar a las organizaciones no gubernamentales por su burocratismo y falta de eficiencia para ayudar a los pobres).

En suma, López Obrador fue a la ONU a venderle a la comunidad internacional su programa de ayudas directas para ciertos segmentos de la población con menos recursos del país, como si fuera la gran idea que terminará con la pobreza en el mundo.

¿Pues qué les sucede a los presidentes mexicanos intoxicados de populismo, cada vez que van a la ONU y se infectan con el virus de la grandiosidad y de las propuestas superlativas, que van a resolver los problemas de la humanidad; como si nadie en la historia de dicha organización hubiera tenido idea alguna de cómo hacerlo?

Si lo que sobran en la ONU son propuestas; lo que falta, y principalmente a las grandes potencias, es voluntad política para asumir los costos que esas propuestas conllevan.

Ya lo estamos viendo en el caso del cambio climático; propuestas para detener esa catástrofe sobran; lo que no hay es la disposición de los gobiernos y empresas (y de una gran mayoría de los habitantes del planeta) para asumir los sacrificios que esas propuestas implican.

López Obrador fue a regañar a los miembros del Consejo de Seguridad y al propio secretario general de la ONU, como si fueran párvulos, por no hacer nada para atacar la corrupción (que según él, es el problema que provoca todos los demás en el mundo), ni por preocuparse por los pobres del planeta.

Hubiera sido deseable que la subsecretaría de Asuntos Multilaterales de Relaciones Exteriores y la representación permanente de México ante la ONU, le hubieran informado al presidente que hay miles de propuestas, planes y programas que se refieren a los asuntos que él cree, innovadoramente, fue a recetarles a los miembros del Consejo de Seguridad hoy (y al propio secretario general de la organización); como si les estuviera abriendo los ojos sobre algo que no supieran ya.

La ONU no se manda sola y no puede obligar a los países a hacer lo que no quieren hacer, y menos aún a las grandes potencias.

La ONU sólo es un instrumento multilateral de los países, no como ingenuamente López Obrador afirmó que es “casi un gobierno mundial” (esto se aprende desde los primeros años en la carrera de Relaciones Internacionales, pero a ver quién es el guapo que se atreve a decirle eso a un presidente, que cree que con las tres ideas fijas que tiene, sabe todo sobre el mundo, la vida, etc.).

Y si lo que AMLO quería era avergonzar a las potencias mundiales por su falta de interés en cambiar el depredador sistema capitalista mundial actual, y para atender las necesidades de los pobres del mundo, debió entonces asistir a la reunión del G20 en Roma[7], un foro mucho más adecuado para hablar de esos temas y en donde pudo haber dado a conocer su plan; y haberles dicho en su cara a los líderes mundiales (esos sí, tienen una parte del poder mundial para cambiar en alguna medida el sistema; las grandes corporaciones tienen la otra parte) lo que no han hecho en materia de combate a la corrupción y en materia de atención a los más pobres del mundo.

Pero claro que no iba a ir, porque ahí le iban a contestar, recordándole lo que México no ha hecho, y que por más que AMLO crea que está haciendo en México (erradicando la corrupción y la pobreza), lo cierto es que es más fantasía que realidad.

Pero como todos los presidentes de México, AMLO ya se subió al ladrillo, y se cree con la estatura suficiente para abrirles los ojos a esa bola de neoliberales, corruptos e indiferentes burócratas de la ONU, oligarcas mundiales y dirigentes de todos los países del planeta, sobre lo que tienen que hacer y cómo lo tienen que hacer (dado el tremendo éxito que sus propuestas han tenido en México), para acabar con la corrupción y la pobreza en el mundo, para siempre. Faltaba más.

Y para colmo, el nombrecito de “Plan Mundial de la Fraternidad y el Bienestar”, denota la vena religiosa protestante del presidente, que tanto escucha a los miembros de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice), que son los que predican la idea de la fraternidad universal.

De hecho, AMLO suena cada vez más como pastor protestante, y menos como presidente de un gobierno republicano y laico.

Por supuesto que el famoso plan, suponiendo que se apruebe en la Asamblea General de la ONU, quedará archivado como una más de las ocurrencias de los presidentes mexicanos, que se creen llamados a salvar al mundo, porque la pobre humanidad no sabe cómo hacerlo por sí misma.



[2] Cuando López Obrador tenía 21 años y estudiaba la licenciatura en Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

[5] “Mantenimiento de la Paz y Seguridad Internacionales: exclusión, desigualdad y conflicto”.

[7] En donde por cierto se aprobó, después de muchas negociaciones y “rebajas”, un impuesto global a las corporaciones del 15%, que aún no se sabe cuándo, ni cómo se aplicará.

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