¿Plan Mundial de la Fraternidad y Bienestar?
¿En serio?
Como lo advertimos en este blog en artículos anteriores, en lo relativo a la desbocada propuesta del gobierno de López Obrador (AMLO) sobre sustituir a la OEA con la CELAC, se asemejaba a esos proyectos del populismo priista en los gobiernos de Luis Echeverría Alvarez (1970-76) y José López Portillo (1976-82).
Luis Echeverría propuso a la ONU adoptar la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados, que fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (y por lo tanto sigue vigente)[1] el 12 de diciembre de 1974[2] mediante la resolución 3281.
Ese
documento perseguía una mayor equidad en las relaciones económicas de los
estados, el progreso económico y social de todos los países, el fomento de la
cooperación económica, eliminar la brecha entre países desarrollados y
subdesarrollados, la protección del medio ambiente, reglamentar y supervisar el
accionar de las empresas trasnacionales[3], entre otros muchos
objetivos.
Pues bien,
la famosa Carta, que era el instrumento para convertir a Echeverría en el
campeón del Tercer Mundo, sigue esperando que en algún momento se lleve a la
práctica, dado que las grandes potencias mundiales e incluso una buena parte de
los países subdesarrollados, la han ignorado por completo.
José López
Portillo por su parte, propuso a la Asamblea General de la ONU el Plan Mundial
de Energía en 1979, supuestamente para lograr un mejor aprovechamiento de los
recursos naturales destinados a la generación de energía, al desarrollo de
energías sustentables y a instrumentar una transición energética mundial
ordenada, que permitiera la erradicación de políticas unilaterales.[4]
Por
supuesto, el grandioso plan sigue archivado en la ONU, sin que nadie le haya puesto
la menor atención.
Hoy el
presidente de México, Andrés Manuel López Obrador anunció en una sesión del
Consejo de Seguridad de la ONU[5] (que por el mes de
noviembre preside México), que nuestro gobierno dará a conocer pronto un “Plan
Mundial de la Fraternidad y Bienestar”, que tendría el objetivo de garantizar
la vida digna de 750 millones de personas.[6]
Ese plan se
financiaría con una contribución “voluntaria” del 4% de la fortuna de las mil
personas más ricas del planeta; una aportación similar por parte de las 1000 corporaciones
privadas más importantes del mundo; y por el 0.2% del PIB de cada uno de los 20
países que integran el G20.
Con ello se
acumularía un millón de millones de dólares cada año, que se darían a los
beneficiarios de manera directa, sin intermediarios (y ahí se lanzó a atacar a
las organizaciones no gubernamentales por su burocratismo y falta de eficiencia
para ayudar a los pobres).
En suma,
López Obrador fue a la ONU a venderle a la comunidad internacional su programa
de ayudas directas para ciertos segmentos de la población con menos recursos
del país, como si fuera la gran idea que terminará con la pobreza en el mundo.
¿Pues qué
les sucede a los presidentes mexicanos intoxicados de populismo, cada vez que
van a la ONU y se infectan con el virus de la grandiosidad y de las propuestas
superlativas, que van a resolver los problemas de la humanidad; como si nadie
en la historia de dicha organización hubiera tenido idea alguna de cómo
hacerlo?
Si lo que
sobran en la ONU son propuestas; lo que falta, y principalmente a las grandes
potencias, es voluntad política para asumir los costos que esas propuestas
conllevan.
Ya lo
estamos viendo en el caso del cambio climático; propuestas para detener esa
catástrofe sobran; lo que no hay es la disposición de los gobiernos y empresas (y
de una gran mayoría de los habitantes del planeta) para asumir los sacrificios
que esas propuestas implican.
López
Obrador fue a regañar a los miembros del Consejo de Seguridad y al propio secretario
general de la ONU, como si fueran párvulos, por no hacer nada para atacar la
corrupción (que según él, es el problema que provoca todos los demás en el
mundo), ni por preocuparse por los pobres del planeta.
Hubiera sido
deseable que la subsecretaría de Asuntos Multilaterales de Relaciones
Exteriores y la representación permanente de México ante la ONU, le hubieran
informado al presidente que hay miles de propuestas, planes y programas que se
refieren a los asuntos que él cree, innovadoramente, fue a recetarles a los
miembros del Consejo de Seguridad hoy (y al propio secretario general de la
organización); como si les estuviera abriendo los ojos sobre algo que no
supieran ya.
La ONU no se
manda sola y no puede obligar a los países a hacer lo que no quieren hacer, y
menos aún a las grandes potencias.
La ONU sólo
es un instrumento multilateral de los países, no como ingenuamente López
Obrador afirmó que es “casi un gobierno mundial” (esto se aprende desde los
primeros años en la carrera de Relaciones Internacionales, pero a ver quién es
el guapo que se atreve a decirle eso a un presidente, que cree que con las tres
ideas fijas que tiene, sabe todo sobre el mundo, la vida, etc.).
Y si lo que
AMLO quería era avergonzar a las potencias mundiales por su falta de interés en
cambiar el depredador sistema capitalista mundial actual, y para atender las
necesidades de los pobres del mundo, debió entonces asistir a la reunión del G20
en Roma[7], un foro mucho más
adecuado para hablar de esos temas y en donde pudo haber dado a conocer su plan;
y haberles dicho en su cara a los líderes mundiales (esos sí, tienen una parte
del poder mundial para cambiar en alguna medida el sistema; las grandes corporaciones
tienen la otra parte) lo que no han hecho en materia de combate a la corrupción
y en materia de atención a los más pobres del mundo.
Pero claro
que no iba a ir, porque ahí le iban a contestar, recordándole lo que México no
ha hecho, y que por más que AMLO crea que está haciendo en México (erradicando
la corrupción y la pobreza), lo cierto es que es más fantasía que realidad.
Pero como
todos los presidentes de México, AMLO ya se subió al ladrillo, y se cree con la
estatura suficiente para abrirles los ojos a esa bola de neoliberales,
corruptos e indiferentes burócratas de la ONU, oligarcas mundiales y dirigentes
de todos los países del planeta, sobre lo que tienen que hacer y cómo lo tienen
que hacer (dado el tremendo éxito que sus propuestas han tenido en México),
para acabar con la corrupción y la pobreza en el mundo, para siempre. Faltaba
más.
Y para colmo,
el nombrecito de “Plan Mundial de la Fraternidad y el Bienestar”, denota la
vena religiosa protestante del presidente, que tanto escucha a los miembros de
la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice),
que son los que predican la idea de la fraternidad universal.
De hecho, AMLO
suena cada vez más como pastor protestante, y menos como presidente de un
gobierno republicano y laico.
Por supuesto
que el famoso plan, suponiendo que se apruebe en la Asamblea General de la ONU,
quedará archivado como una más de las ocurrencias de los presidentes mexicanos,
que se creen llamados a salvar al mundo, porque la pobre humanidad no sabe cómo
hacerlo por sí misma.
[2]
Cuando López Obrador tenía 21 años y estudiaba la licenciatura en Ciencia
Política en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
[5]
“Mantenimiento de la Paz y Seguridad Internacionales: exclusión, desigualdad y
conflicto”.
[6]
https://www.jornada.com.mx/notas/2021/11/09/politica/propone-amlo-ante-la-onu-plan-mundial-de-fraternidad-y-bienestar/
[7]
En donde por cierto se aprobó, después de muchas negociaciones y “rebajas”, un
impuesto global a las corporaciones del 15%, que aún no se sabe cuándo, ni cómo
se aplicará.
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