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Zapata

viernes, 11 de enero de 2019

LOS COSTOS DE COMBATIR AL CRIMEN ORGANIZADO Y LA CORRUPCIÓN

Se ha dicho hasta el cansancio y se ha estudiado a profundidad la manera en que las actividades criminales se expanden en un país[1], debido principalmente a la captura de partes relevantes del Estado mismo por grupos, organizaciones e intereses ilícitos que buscan obtener ganancias económicas, a expensas de actividades consideradas ilegales, y que por lo tanto deberían implicar un riesgo elevado al realizarlas, debido al supuesto castigo que podrían recibir los que se dedican a ellas.
Ese riesgo se minimiza, cuando una parte relevante de las autoridades, supuestamente encargadas de mantener la legalidad y evitar esos ilícitos, está coludida o dirige dichos negocios.
El régimen neoliberal que ha gobernado México las últimas tres décadas y media se insertó deliberadamente en una globalización económica salvaje, cuya primera divisa siempre fue la “liberalización” de los “mercados” (productos, servicios, finanzas); a excepción del libre flujo de personas.
Ello implicó una reducción de las funciones preventivas, supervisoras y punitivas del Estado, pues se consideró que su interferencia en la economía y en la sociedad sólo distorsionaba el buen funcionamiento de ambas.
Así, los intercambios económicos lícitos crecieron; pero a la par lo hicieron también los considerados ilícitos[2], aprovechando la apertura de fronteras, la disminución del papel del Estado como regulador, supervisor y árbitro en la arena económica y social; y el impulso de una cultura individualista y hedonista, que puso por encima de todo la utilidad y el placer personales, por encima de la responsabilidad y la solidaridad sociales.
En México, caracterizado su sistema político-económico por una acendrada corrupción, la imposición del modelo neoliberal y sus consecuencias, llevó a un nivel superlativo el crecimiento del crimen organizado, gracias a que los gobernantes y los grupos económicos dominantes, al ver roto su monopolio sobre el mercado interno, vieron la posibilidad de mantener su poder y riqueza, embonando la apertura impulsada por la globalización y la disminución concomitante del Estado, con el aprovechamiento de las oportunidades que los mercados “no regulados” ilícitos proporcionaban.
De esta manera, desde el mismo gobierno (federal, estatales y municipales) y en buena parte del sector empresarial y financiero se consideró a las actividades criminales como una especie de “compensador” ante las dificultades de la competencia con el mercado global; y como fuente de acumulación de capital para futuros malos tiempos en la política o en la economía.
Por ello, siempre fue imperativo que la cabeza del sistema, es decir, el Presidente de la República, representara a estos grupos o al menos se entendiera con ellos, para que desde el gobierno mismo se mantuviera la protección a este esquema de explotación económica y de acumulación de riqueza y poder.
Andrés Manuel López Obrador siempre ha dicho que él no formó parte de esta “mafia del poder” y por el contrario, cuando llegara a la presidencia la combatiría. Esa fue una de las razones principales por las que los partidos políticos del régimen neoliberal (PRI, PAN, PRD, PVEM, este último ahora aliado a López Obrador), junto con las cúpulas económicas, se opusieron de manera tan determinante a las candidaturas presidenciales del político tabasqueño.
López Obrador, en esta última campaña presidencial, aseguró a esos grupos que ya no los perseguiría de llegar al poder y que dejaría pasar su corrupción y colusión con el crimen organizado, a cambio de que se terminara ese sistema de permanente saqueo y explotación de la economía y la sociedad mexicanas.
Obviamente los intereses de grupos políticos, económicos y criminales no pueden abandonarse de un día para otro[3]; además, hay toda una cadena de actores nacionales y extranjeros que se benefician de ese sistema. Por lo tanto, ningún llamado o actitud condescendiente desde el poder va a cambiar esto.
Eso lo vio López Obrador desde los primeros días de su presidencia, y al parecer, ya se dio cuenta que los perdones y las amnistías a los corruptos no van a servir de nada. Mientras puedan, estos grupos van a mantener sus actividades ilícitas a como dé lugar.
Ante ello, López Obrador ha iniciado el combate a estas mafias, atacando primero el robo de combustible, lo que en general ha sido bien visto y aprobado por la mayoría de la sociedad y por actores internacionales. Pero esa actividad ilícita lleva por lo menos 20 años imbricada en el sistema económico (Pemex) y político (Secretaría de Energía, gobiernos estatales y municipales), por lo que querer acabarlo de un manotazo, es poco realista. Y lo peor es que los grupos y sectores criminales, políticos y económicos afectados aún cuentan con numerosos instrumentos para responder a las acciones del gobierno; por ejemplo. saboteando los ductos, lo que ha obligado a mantenerlos cerrados y con ello retrasar la distribución del combustible.
Al mismo tiempo, la cara “legal” de esta mafia, ha aprovechado el desabasto de combustibles para generar aún más inconformidad social por las largas filas en las gasolineras, la afectación a negocios, transportes de pasajeros y mercancías y a servicios esenciales, y por el impacto negativo que está sufriendo la economía del país con estas medidas.
Es difícil saber si el gobierno previó lo que sucedería al atacar de frente el robo de combustible que fue protegido y auspiciado desde los niveles más altos en los gobiernos de Fox, Calderón (quien por cierto fue Secretario de Energía) y Peña (impulsor de la hasta ahora fracasada reforma energética).
Pero lo que es indudable es que para desbaratar las redes de protección y complicidad que hay en todos los niveles y áreas del gobierno con el crimen organizado, el gobierno de López Obrador se va a enfrentar a consecuencias similares a las sucedidas con el combate al robo de combustible. Tanto la reacción de los grupos y sectores afectados, como las consecuencias no previstas de las acciones del propio gobierno, generarán altos costos económicos, sociales y políticos.
Y todo ello, de concentrarse en un periodo de tiempo relativamente corto (digamos un año), podría acabar exasperando a la ciudadanía, que si bien desea terminar con las redes de corrupción y de protección al crimen organizado, tampoco está dispuesta a sufrir un periodo de tiempo indeterminado con desabasto de productos básicos o con la disrupción de su vida cotidiana.
El gobierno federal va a tener que ir midiendo muy bien las batallas que dará contra el régimen neoliberal corrupto y vinculado al crimen organizado, pues éste aún sigue vivo y con grandes recursos, que va a utilizar sin miramiento alguno para sabotear y minar al gobierno de López Obrador.





[1] Berdal, Mats y Mónica Serrano; Crimen trasnacional organizado y seguridad internacional. Cambio y continuidad.; FCE; México; 1ª. Ed.; 2005; pp. 361
[2] “Al fin y al cabo, nos lo hemos buscado: el éxito actual del comercio ilícito es, en gran medida, el resultado de unas políticas deliberadas, orientadas a la integración global y a unas economías y sociedades abiertas. En realidad, no debería sorprendernos que el comercio legal y el tráfico ilícito hayan crecido de manera conjunta”. Naim, Moisés; Ilícito. Cómo traficantes, contrabandistas y piratas están cambiando el mundo.; Debate; Barcelona; 1ª. Ed; 2006; p. 57
[3] “La especialidad de estos criminales es el control de la logística y los medios de transporte ilegal. El lucro está en su capacidad para obtener, transportar y distribuir mercancía ilegal a través de distintos países. De qué mercancía se trate se ha convertido en algo casi irrelevante.” Comentarios de la entonces subdirectora del FBI, Maureen Baginsk a Moisés Naim. Ibidem. P.53

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