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Zapata

miércoles, 30 de enero de 2019

LA POLÍTICA EXTERIOR MEXICANA, EN LA ENCRUCIJADA

Hoy en Washington, en la presentación de los espurios representantes del gobierno títere de Juan Guaidó ante la OEA, él Grupo de Lima y el gobierno de los Estados Unidos, el impresentable secretario general de ese organismo (catalogado certeramente por el gobierno cubano desde los años sesenta del siglo pasado, como el ministerio de colonias de Estados Unidos) Luis Almagro, descalificó groseramente a México y a Uruguay (por cierto su país de origen), sin mencionarlos directamente, por intentar mediar entre el gobierno de Maduro y el autoproclamado e ilegal “gobierno” de Guaidó en Venezuela.
Calificó el intento de mediar de los gobiernos mexicano y uruguayo de “ridículo” y de ser “un despropósito”; y casi desgañitándose, advirtió que lo único que se puede hacer es estar a favor de la “libertad y la democracia”, porque de lo contrario, se está a favor de la “dictadura”.
En esencia, repitió la amenaza que ya había hecho el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, en el Consejo de Seguridad de la ONU, acerca de que los países del mundo y en especial del continente americano, debían decidir entre esas dos opciones; haciendo así una nada velada amenaza a México y Uruguay, que han propuesto impulsar un diálogo entre el gobierno de Maduro y la oposición, para salir de la crisis política que se vive en Venezuela.
La presión estadounidense (y de sus aliados de la derecha y la oligarquía mexicanas) sobre el gobierno de López Obrador (AMLO) están al máximo, para que cambie su posición de mantener las relaciones diplomáticas con el gobierno de Maduro, a la de desconocerlo y avalar al espurio Guaidó.
Por ejemplo, Pompeo estaba programado para visitar México a principios de febrero, con el objetivo de discutir sobre el programa de ayuda conjunta para Centroamérica, pero canceló la visita, esgrimiendo la necesidad de atender el asunto venezolano; y enviando así un claro mensaje al gobierno de AMLO, sobre su enojo por la posición mexicana en este tema.
Ya el lunes 28 de enero, en el programa “La Hora de Opinar” de Televisa, que dirige el ultra neoliberal y pro estadounidense Leo Zuckerman, el “minion” de George Soros y vocero en México de las posiciones políticas del Deep State estadounidense, Jorge Castañeda (ex canciller de Fox), adelantó que Pompeo no vendría a nuestro país, para así advertir al gobierno de AMLO que el disgusto de Washington, por mantener la Doctrina Estrada en el asunto venezolano, va in crescendo.
López Obrador y su canciller Marcelo Ebrard hicieron una apuesta muy riesgosa desde el período de transición, confiando en que convencerían al gobierno de Trump de que ambos gobiernos podían cooperar en los temas de la agenda bilateral, con un enfoque menos securitizado y más inclinado hacia la cooperación bilateral.
Se le propuso a Trump un esquema de inversión y desarrollo para el sureste mexicano (que por cierto no es la zona de donde históricamente salen más migrantes hacia Estados Unidos) y Centroamérica, con objeto de paliar la pobreza en estas zonas, arraigar más a la población en sus lugares de origen y así disminuir los incentivos para emigrar a Estados Unidos.
En principio, Trump aceptó la propuesta, pero siempre y cuando México siguiera comprometiéndose a “asegurar” su frontera Sur, y a no retirar a los militares del combate al narcotráfico y a las organizaciones del crimen organizado.
Así también, AMLO decidió mantener su apoyo a la renegociación del tratado de libre comercio con Washington y Ottawa, aún sabiendo que con ello perpetúa muchas de las principales medidas de la política económica neoliberal que él tanto ha criticado, pues consideró que negarse a avalar el nuevo tratado, le generaría una batalla de enormes proporciones contra el gobierno de Estados Unidos, las grandes corporaciones de ese país y de Canadá, los oligarcas nacionales, la tecnocracia internacional y la derecha mexicana. Todo ello pondría en riesgo sus proyectos en materia social y de infraestructura, por lo que prefirió apoyar el tratado, con todo lo negativo que ello representa para la mayoría del pueblo mexicano.
Y en materia migratoria, ante la negativa de AMLO a detener por la fuerza a los migrantes centroamericanos, como se lo ha exigido Trump, ha debido aceptar a cambio, que Estados Unidos deporte a los centroamericanos no a sus países de origen, sino a México; y ahora también, envíe a aquellos que esperan resolución de los tribunales estadounidenses sobre sus solicitudes de asilo, a nuestro país, por un tiempo indeterminado.
AMLO espera que con esta serie de concesiones en materia de seguridad, migración y comercio que ha hecho a Washington, reciba a cambio un trato “especial” en lo que se refiere a temas de política exterior, como el caso venezolano; replicando lo que en los años de la posguerra se conoció como la “relación especial” entre ambos países, consistente en que México se alineaba con las posturas generales de la potencia hegemónica, esto es Estados Unidos, evitando aliarse con los enemigos de Washington; pero a cambio de ello, los gobiernos estadounidenses permitieron cierta independencia en las posiciones internacionales de México, con objeto de que los gobiernos post revolucionarios afianzaran su control interno y así mantuvieran segura la frontera sur norteamericana, ante cualquier intento de sus adversarios de utilizar a nuestro país política, económica o militarmente contra Estados Unidos.
Sin embargo, ese acuerdo tácito murió desde hace 30 años, cuando los gobiernos neoliberales decidieron alinearse completamente a Estados Unidos; y desde entonces ya no hubo “relación especial”, sino subordinación completa de México hacia su vecino del norte.
Obviamente, después de 3 décadas de subordinación, el gobierno de Trump no espera menos del de AMLO, aunque éste crea que las cosas pueden cambiar nuevamente hacia esa “relación especial” que existió hace medio siglo.
Es muy probable que Trump comience a presionar a AMLO en el tema de la cooperación bilateral para Centroamérica y el sureste mexicano, a cambio de que nuestro país se pliegue a la posición estadounidense en el tema venezolano.
De no hacerlo, Trump podría negarse a cualquier compromiso o ayuda en ese tema, y por el contrario reiniciar sus ataques directos a nuestro país por la migración, el narcotráfico y hasta amagar con la no aprobación del nuevo tratado comercial en el Congreso estadounidense.
Para Estados Unidos no hay compartimientos estancos en los temas de la relación bilateral; todos están interconectados.
Pues lo mismo debería hacer AMLO. Si hay presión para cambiar la política exterior y/o la migratoria, pues entonces que el gobierno mexicano dé por terminada la cooperación en materia de seguridad y también ponga en duda la aprobación del tratado comercial en el Congreso mexicano (donde el partido de AMLO tiene mayoría), lo que pondría a temblar a las corporaciones estadounidenses y a sus socios oligarcas mexicanos.

Hay que jugar igual de rudo que los gringos, o le van a pasar por encima a la Cuarta Transformación en materia de política exterior. Y si no, al tiempo.

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