AMLO vs. la dictadura del mercado
Carlos Fazio
https://www.jornada.com.mx/2018/11/05/opinion/016a2pol
La decisión del presidente electo Andrés Manuel López Obrador (AMLO) de
cancelar la construcción del aeropuerto en Texcoco escaló la insurgencia
plutocrática (Robert J. Bunker) y colocó en el orden del día la disputa por la
hegemonía y el ejercicio del poder político. Con ello, y más allá de los mitos
geniales acuñados por la ideología neoliberal y sus papagayos mediáticos,
afloró una vez más la contradicción entre el cascarón de la democracia formal
mexicana y la dictadura privada del capital.
AMLO y Morena ganaron las elecciones de forma contundente, pero la nueva
hegemonía implícita en la cuarta transformación de México no se
materializará en poder si no se lleva a cabo un cambio político, social y
económico que restituya la res publica (la República); si la
sociedad no pone límites y reglas a la plutonomía (Citicorp).
Aunque el proyecto reformista de López Obrador no busca romper con el
capitalismo, sino mitigar un poco su voracidad depredadora y gestionarlo desde
un prisma redistributivo, para concretarse requerirá de la construcción de un
poder popular fuerte y consciente; de una mayoría social que prime sobre los
mercados y no a la inversa, pero que en sus inicios operará en el seno de una
formación social concreta, con sus subordinaciones y sus estructuras, con sus
relaciones materiales constituidas y sobredeterminadas por la existencia de un
modelo específico, el capitalismo neoliberal, que al amparo de un Estado niñera
militarizado funciona al servicio de una oligarquía rapaz.
Cualquier modificación de la actual formación social pasará por
conquistar la posibilidad de hacer política; por transformar la realidad.
De allí que la cuarta transformación implique modificar la actual
correlación de fuerzas, con la salvedad de que la relación de fuerzas material
no siempre se corresponde con la relación de fuerzas a nivel político. Y que no
se podrá reformar el neoliberalismo sin tocar a las instituciones que le sirven
de soporte. Es decir, sin reconstituir el Estado, sin dotarlo de una nueva
arquitectura institucional democrática. Por lo que el cambio de
régimen no se reduce a la tríada corrupción-impunidad-simulación.
En ese contexto, con las escaramuzas en torno al nuevo aeropuerto como
telón de fondo de la coyuntura, recrudeció la puja entre quienes buscan
perpetuar el capitalismo de compadres clientelista (crony
capitalism) y quienes quieren separar el poder corporativo
trasnacional del poder político. Entre una corporatocracia amoral, que no está
en los negocios para ser humanitaria sino para que extraer beneficios y
aumentar sus acciones al máximo, y quienes buscan limar las aristas más
perversas de la dominación y la explotación de clase.
Ante el diluvio de distorsión ideológica y la catarata de anuncios
apocalípticos (desplome de la inversión, debacle bursátil, devaluación, grave
incertidumbre económica, amparos, demandas ante tribunales internacionales)
propalados por quienes tienen la función de representar a los mercados,
conviene precisar que éstos responden a las decisiones individuales o grupales
de los jefes −casi siempre innombrables– de poderosos clanes familiares (Slim,
Larrea, Baillères, Hank , Salinas de Gortari, Vázquez, Azcárraga, Tricio,
Salinas Pliego, Ramírez, Coppel, González et al.); de un reducido
grupo de accionistas de grandes corporaciones empresariales (por ejemplo, en
México, el Grupo de los 10 de Monterrey, Grupo Carso, Hermes, Grupo México,
ICA, Grupo Peñoles, etcétera); directivos de bancos como JP Morgan, Citigroup,
Bank of America, HSBC, Santander, BBVA Bancomer, Banorte, UBS y otros; de
fondos de inversión tipo Black Rock, AXA, Capital o Goldman Sachs;
calificadoras de riesgo como Moody’s, Fitch Ratings, Morgan Stanley y Standard
and Poor’s; fondos de cobertura (hedgefund, los tiburones del
embravecido mar de los mercados), y los capos/as de los perros guardianes de
la potencia imperial: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que
dependen del Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
Así, manipular, amenazar y meter miedo mediático con los
mercados y la inversión−descritos como si fueran fuerzas de la
naturaleza o entes con voluntad propia, y no el resultado de decisiones
económicas y políticas tomadas por poderosos grupos corporativos en función de
un análisis de costo-beneficio− sólo busca perpetuar el poder de
unas élites extractivas (Acemoglu/Robinson) que históricamente han
atacado a la democracia, el estado de derecho, la ciudadanía y los derechos
humanos.
Grupos de interés que en el marco de la actual fase del capitalismo
financiero y especulativo –también llamado capitalismo de casino, con sus
ludópatas, buscadores de rentas, traficantes de influencia y beneficiarios de
la corrupción− y de una teologización del mercado, han dado paso en México, en
los últimos 35 años, a un régimen absolutista que combina la plutocracia con la
cleptocracia. Ese viejo régimen, contra el que votaron 30 millones de
mexicanos, es el que hay que desmontar y desmantelar. Pero no será fácil. La
insurgencia plutocrática (es una guerra de clases y mi clase la está
ganando, Warren Buffet dixit) intensificará su ofensiva; lo de
ahora fue sólo un aviso. De allí la necesidad de un pueblo consciente y
organizado.
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