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Zapata

viernes, 9 de noviembre de 2018

HEGEMONÍA DE ESTADOS UNIDOS V.S. CHINA


Donald Trump, el Partido Republicano y el Demócrata representan a las élites estadounidenses[1]; a Wall Street, al complejo-militar-industrial-de seguridad; a Silicon Valley; a los grandes medios de comunicación; a Hollywood; a Big Pharma; a las petroleras, mineras; a las empresas de transporte aéreo, marítimo, terrestre; a las empresas automovilísticas; a los conglomerados agropecuarios; a las grandes empresas de productos de consumo; y a ciertos grupos poderosos como el lobby pro Israel o el lobby pro Arabia.
Su función es mantener a la gran mayoría de la población conforme con un sistema que extrae los beneficios para una minoría[2] y deja al resto viviendo con lo necesario. El 90% de las familias estadounidenses se llevaba el 60% del ingreso en 1992; para 2016 había caído a 49.7%.
El 1% más rico controla el 38.6% de la riqueza de Estados Unidos; una cifra récord, según el sistema de la Reserva Federal[3].
Para el capitalismo estadounidense, la globalización económica ha implicado un aumento muy importante en los ingresos de las élites. Sin embargo, ello ha significado también que la base manufacturera y científico-tecnológica de Estados Unidos haya sufrido una transformación profunda, pues el aparato productivo trasnacional requiere que sus cadenas productivas estén ubicadas en lugares en donde las regulaciones, la mano de obra y el acceso a los recursos naturales les permitan un retorno elevado. Algo que había estado disminuyendo consistentemente en el territorio estadounidense y en Europa, debido a la creciente protección ambiental y al consumidor; al Estado de Bienestar y a un sistema político en donde la participación ciudadana tenía que tomarse en cuenta en alguna medida.
Así, otros países, como China, los del sureste asiático y México, aprovecharon las circunstancias para expandir su comercio internacional y en el caso de los países asiáticos, su base industrial.
Por ejemplo, en 1999 el superávit comercial chino con el resto del mundo era por 27,427 millones de euros. Para 2017 había llegado a 373,054 millones de euros.[4]
Y sólo con los Estados Unidos, en los primeros 8 meses del 2018, el superávit comercial chino aumentó en 15%, a pesar de la guerra de aranceles que el gobierno de Trump ha iniciado contra el gigante asiático.
Así, para las élites globalizantes estadounidenses, su viabilidad depende de la apertura de los mercados, el comercio internacional y el libre flujo de capitales. Y para estas élites, China se convirtió en una perfecta extensión de su sistema de extracción de plusvalía, y por lo tanto el superávit comercial chino no significaba un reto o un peligro para ellas, sino todo lo contrario; la confirmación de que el sistema funcionaba a la perfección, pues sus plantas manufactureras se ubicaron en territorios en donde el bajo costo de mano de obra y los impuestos; y las facilidades para extraer recursos naturales baratos, permitieron el crecimiento de sus ganancias de manera consistente.
Pero ese sistema había dejado en el atraso a una buena parte de la planta industrial estadounidense, al haber relocalizado sus fábricas; había debilitado la base científico-tecnológica del país, a pesar de que ciertos sectores como el de la informática siguen teniendo una ventaja enorme respecto al resto del mundo; y habían generado un creciente desempleo y subempleo, especialmente entre la población blanca de mediana edad, que estaba generando crecientes problemas sociales, entre ellos el aumento de la drogadicción.
Esto llevó a una parte de la élite económica y política estadounidense a replantear el esquema de dominación mundial, pues de seguir con la misma ruta de la globalización, significaría que Estados Unidos quedaría en relativamente poco tiempo, con sólo tres funciones: la de policía del mundo; la del consumidor de los productos de los otros países; y la del proveedor interminable de los dólares para financiar tanto su irrefrenable consumo, así como el inmenso aparato militar para fungir como policía mundial (con el aumento permanente del déficit comercial y fiscal, por la creciente debilidad del sector exportador estadounidense y la deuda acumulada para financiar estos compromisos).
Tarde o temprano, Estados Unidos perdería la capacidad de crear, innovar y producir bienes y servicios; y con ello, su base industrial y científico-tecnológica, que finalmente son el fundamento del poder militar, se erosionarían tanto que a la postre, potencias como China y eventualmente otros países como India o Rusia, acabarían superando a los estadounidenses en materia militar (de hecho los rusos podrían estar ya en una posición de superioridad en cierto tipo de armamento, respecto a los Estados Unidos).[5]
Por ello, Trump se convirtió en el líder de este replanteamiento de la hegemonía estadounidense, en donde lo principal es recuperar la plataforma industrial perdida; y mantener la ventaja científico-tecnológica sobre el resto del mundo, y especialmente sobre China, para evitar ese deterioro y eventual perdida de la hegemonía ante el rival asiático.
Lo esencial del planteamiento es que una globalización libre, va a acabar por provocar el irremediable liderazgo chino. Por ello, la globalización “libre” está intentando ser replanteada como una globalización “dirigida” al mantenimiento de la hegemonía estadounidense. Esto es, si hay globalización sólo puede ser mediante el liderazgo de Washington. Si no puede ser así, entonces los Estados Unidos se encargarán de provocar el caos y la desestabilización de una globalización que lleve el liderazgo a una potencia o conjunto de potencias distinto (ya sea China, Rusia, India o la Unión Europea).
Por supuesto que los grandes conglomerados estadounidenses que están interesados sólo en sus ganancias, y no tanto en la preeminencia estadounidense, se oponen a Trump, pues está desbaratando todo su entramado de producción-distribución de bienes y servicios a nivel internacional, amenazando los enormes retornos que han obtenido los últimos 30 años.
Por ello, Trump y una parte de establishment que impulsa esta reconfiguración de la hegemonía estadounidense, están tratando de convencer a esas trasnacionales mediante la baja sustancial de impuestos y la desregulación, para que regresen al menos una parte de sus plantas industriales y de sus capitales al territorio estadounidense; y que apoyen la guerra de aranceles contra China y otros países, con objeto de que puedan reconstruir la hegemonía y la globalización económica, mediante un frente unido. Algo que hasta el momento no han podido lograr del todo.
Las elecciones intermedias representan esa lucha entre ambas coaliciones de intereses, en donde demócratas por un lado y republicanos “moderados” por otro, han estado tratando de mantener el esquema globalizador desarrollado las últimas décadas; mientras Trump y sus bases nacionalistas, dentro y fuera del Partido Republicano, representan esa reorientación de la hegemonía estadounidense, tratando de “domar” la globalización económica, de tal forma que no se erosione la hegemonía estadounidense.
Un factor que ha aprovechado enormemente este “choque de trenes” ha sido el lobby pro Israel y sus aliados neoconservadores, pues la agenda del gobierno ultra derechista de Benjamín Netanyahu se ha visto favorecida por Trump, quien ha avalado y apoyado todas las políticas del Primer Ministro israelí (cambio de embajada de Tel Aviv a Jerusalén; terminación del acuerdo nuclear con Irán y reimposición de sanciones a ese país; aumento de la ayuda militar incondicional a Israel; represión y mayor acorralamiento a los palestinos, con total apoyo estadounidense; más territorios ocupados palestinos y cese de apoyo a la Autoridad Nacional Palestina y a los refugiados; etc.), quien a su vez ha tratado de que una parte importante de la comunidad judía estadounidense y de los cristianos evangélicos que apoyan a Israel, se comprometan con la agenda de Trump. Aunque ello ha ocasionado que muchos de los influyentes y multimillonarios judíos-estadounidenses y de aquellos más identificados con la agenda progresista y liberal del Partido Demócrata, se hayan alineado con la oposición a Trump y a sus políticas.
Es previsible que la visión contrapuesta de estas dos coaliciones, de como mantener la hegemonía estadounidense en el mundo; y especialmente como enfrentar el desafío que representan China y Rusia, se siga reflejando en el sistema político estadounidense, hasta las elecciones del 2020; en que nuevamente los sectores que pretenden mantener la “globalización libre”, contra la “globalización administrada o dirigida” que pretenden Trump y los intereses que representa, se enfrenten electoralmente.

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