Donald
Trump, el Partido Republicano y el Demócrata representan a las élites estadounidenses[1]; a Wall Street, al
complejo-militar-industrial-de seguridad; a Silicon Valley; a los grandes
medios de comunicación; a Hollywood; a Big Pharma; a las petroleras, mineras; a
las empresas de transporte aéreo, marítimo, terrestre; a las empresas
automovilísticas; a los conglomerados agropecuarios; a las grandes empresas de productos
de consumo; y a ciertos grupos poderosos como el lobby pro Israel o el lobby
pro Arabia.
Su función
es mantener a la gran mayoría de la población conforme con un sistema que
extrae los beneficios para una minoría[2] y deja al resto viviendo
con lo necesario. El 90% de las familias estadounidenses se llevaba el 60% del
ingreso en 1992; para 2016 había caído a 49.7%.
El 1% más
rico controla el 38.6% de la riqueza de Estados Unidos; una cifra récord, según
el sistema de la Reserva Federal[3].
Para el
capitalismo estadounidense, la globalización económica ha implicado un aumento
muy importante en los ingresos de las élites. Sin embargo, ello ha significado
también que la base manufacturera y científico-tecnológica de Estados Unidos
haya sufrido una transformación profunda, pues el aparato productivo
trasnacional requiere que sus cadenas productivas estén ubicadas en lugares en
donde las regulaciones, la mano de obra y el acceso a los recursos naturales
les permitan un retorno elevado. Algo que había estado disminuyendo
consistentemente en el territorio estadounidense y en Europa, debido a la creciente
protección ambiental y al consumidor; al Estado de Bienestar y a un sistema
político en donde la participación ciudadana tenía que tomarse en cuenta en
alguna medida.
Así, otros
países, como China, los del sureste asiático y México, aprovecharon las
circunstancias para expandir su comercio internacional y en el caso de los
países asiáticos, su base industrial.
Por ejemplo,
en 1999 el superávit comercial chino con el resto del mundo era por 27,427
millones de euros. Para 2017 había llegado a 373,054 millones de euros.[4]
Y sólo con
los Estados Unidos, en los primeros 8 meses del 2018, el superávit comercial
chino aumentó en 15%, a pesar de la guerra de aranceles que el gobierno de
Trump ha iniciado contra el gigante asiático.
Así, para
las élites globalizantes estadounidenses, su viabilidad depende de la apertura
de los mercados, el comercio internacional y el libre flujo de capitales. Y
para estas élites, China se convirtió en una perfecta extensión de su sistema
de extracción de plusvalía, y por lo tanto el superávit comercial chino no
significaba un reto o un peligro para ellas, sino todo lo contrario; la
confirmación de que el sistema funcionaba a la perfección, pues sus plantas
manufactureras se ubicaron en territorios en donde el bajo costo de mano de
obra y los impuestos; y las facilidades para extraer recursos naturales
baratos, permitieron el crecimiento de sus ganancias de manera consistente.
Pero ese
sistema había dejado en el atraso a una buena parte de la planta industrial
estadounidense, al haber relocalizado sus fábricas; había debilitado la base
científico-tecnológica del país, a pesar de que ciertos sectores como el de la
informática siguen teniendo una ventaja enorme respecto al resto del mundo; y
habían generado un creciente desempleo y subempleo, especialmente entre la
población blanca de mediana edad, que estaba generando crecientes problemas
sociales, entre ellos el aumento de la drogadicción.
Esto llevó a
una parte de la élite económica y política estadounidense a replantear el
esquema de dominación mundial, pues de seguir con la misma ruta de la
globalización, significaría que Estados Unidos quedaría en relativamente poco
tiempo, con sólo tres funciones: la de policía del mundo; la del consumidor de
los productos de los otros países; y la del proveedor interminable de los
dólares para financiar tanto su irrefrenable consumo, así como el inmenso aparato
militar para fungir como policía mundial (con el aumento permanente del déficit
comercial y fiscal, por la creciente debilidad del sector exportador
estadounidense y la deuda acumulada para financiar estos compromisos).
Tarde o
temprano, Estados Unidos perdería la capacidad de crear, innovar y producir
bienes y servicios; y con ello, su base industrial y científico-tecnológica,
que finalmente son el fundamento del poder militar, se erosionarían tanto que a
la postre, potencias como China y eventualmente otros países como India o Rusia,
acabarían superando a los estadounidenses en materia militar (de hecho los
rusos podrían estar ya en una posición de superioridad en cierto tipo de armamento,
respecto a los Estados Unidos).[5]
Por ello, Trump
se convirtió en el líder de este replanteamiento de la hegemonía
estadounidense, en donde lo principal es recuperar la plataforma industrial
perdida; y mantener la ventaja científico-tecnológica sobre el resto del mundo,
y especialmente sobre China, para evitar ese deterioro y eventual perdida de la
hegemonía ante el rival asiático.
Lo esencial
del planteamiento es que una globalización libre, va a acabar por provocar el
irremediable liderazgo chino. Por ello, la globalización “libre” está intentando
ser replanteada como una globalización “dirigida” al mantenimiento de la
hegemonía estadounidense. Esto es, si hay globalización sólo puede ser mediante
el liderazgo de Washington. Si no puede ser así, entonces los Estados Unidos se
encargarán de provocar el caos y la desestabilización de una globalización que
lleve el liderazgo a una potencia o conjunto de potencias distinto (ya sea
China, Rusia, India o la Unión Europea).
Por supuesto
que los grandes conglomerados estadounidenses que están interesados sólo en sus
ganancias, y no tanto en la preeminencia estadounidense, se oponen a Trump,
pues está desbaratando todo su entramado de producción-distribución de bienes y
servicios a nivel internacional, amenazando los enormes retornos que han
obtenido los últimos 30 años.
Por ello,
Trump y una parte de establishment que impulsa esta reconfiguración de la
hegemonía estadounidense, están tratando de convencer a esas trasnacionales mediante
la baja sustancial de impuestos y la desregulación, para que regresen al menos
una parte de sus plantas industriales y de sus capitales al territorio
estadounidense; y que apoyen la guerra de aranceles contra China y otros
países, con objeto de que puedan reconstruir la hegemonía y la globalización
económica, mediante un frente unido. Algo que hasta el momento no han podido
lograr del todo.
Las elecciones
intermedias representan esa lucha entre ambas coaliciones de intereses, en
donde demócratas por un lado y republicanos “moderados” por otro, han estado
tratando de mantener el esquema globalizador desarrollado las últimas décadas;
mientras Trump y sus bases nacionalistas, dentro y fuera del Partido
Republicano, representan esa reorientación de la hegemonía estadounidense,
tratando de “domar” la globalización económica, de tal forma que no se erosione
la hegemonía estadounidense.
Un factor que
ha aprovechado enormemente este “choque de trenes” ha sido el lobby pro Israel
y sus aliados neoconservadores, pues la agenda del gobierno ultra derechista de
Benjamín Netanyahu se ha visto favorecida por Trump, quien ha avalado y apoyado
todas las políticas del Primer Ministro israelí (cambio de embajada de Tel Aviv
a Jerusalén; terminación del acuerdo nuclear con Irán y reimposición de
sanciones a ese país; aumento de la ayuda militar incondicional a Israel;
represión y mayor acorralamiento a los palestinos, con total apoyo estadounidense;
más territorios ocupados palestinos y cese de apoyo a la Autoridad Nacional Palestina
y a los refugiados; etc.), quien a su vez ha tratado de que una parte
importante de la comunidad judía estadounidense y de los cristianos evangélicos
que apoyan a Israel, se comprometan con la agenda de Trump. Aunque ello ha
ocasionado que muchos de los influyentes y multimillonarios
judíos-estadounidenses y de aquellos más identificados con la agenda
progresista y liberal del Partido Demócrata, se hayan alineado con la oposición
a Trump y a sus políticas.
Es
previsible que la visión contrapuesta de estas dos coaliciones, de como
mantener la hegemonía estadounidense en el mundo; y especialmente como
enfrentar el desafío que representan China y Rusia, se siga reflejando en el
sistema político estadounidense, hasta las elecciones del 2020; en que
nuevamente los sectores que pretenden mantener la “globalización libre”, contra
la “globalización administrada o dirigida” que pretenden Trump y los intereses
que representa, se enfrenten electoralmente.
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