El escándalo que se ha desatado en la política estadounidense
por el artículo del Washington Post del pasado viernes 9 de diciembre, en el
que supuestos “oficiales” de la CIA aseguraron que el gobierno ruso estuvo
detrás del “hackeo” de la computadora del coordinador de la campaña de Hillary
Clinton, John Podesta; así como de los equipos de cómputo del propio Comité
Nacional Demócrata, está reflejando la intensa lucha de poder entre las dos
coaliciones que se enfrentaron en las pasadas elecciones presidenciales.
Por un lado, como de manera constante se analizó en este
blog, la coalición detrás de Hillary Clinton representa a las élites
globalizantes e intervencionistas que han dominado Estados Unidos en los
últimos 30 años: el depredador sistema financiero de Wall Street-Reserva
Federal-Tesoro; el complejo militar-industrial-de seguridad[1];
los grandes medios de comunicación; la industria de la salud; Silicon Valley; y
Hollywood.
A esta coalición se opuso una conformada por grupos capitalistas
de sectores golpeados por la globalización (acero, carbón) y otros que han advertido que la estrategia del “caos”
deliberado en Medio Oriente y el intervencionismo militar permanente, ocasiona
más costos que ganancias (petróleo, gas, agricultura, empresas de construcción
y bienes raíces), y por lo tanto se requiere invertir nuevamente en el país,
más que desgastar recursos humanos, materiales y financieros en costosas
aventuras militares en el exterior.
De ahí que este enfrentamiento entre élites de Estados Unidos
no precisamente es entre “buenos” y malos” (unos que se dicen los
representantes de la modernización, los valores universales y la promoción de
la democracia, esto es los globalizantes; y otros que se dicen defensores de la
soberanía, el no intervencionismo y los trabajadores estadounidenses, esto es
los “nativistas”).
En este sentido, para la coalición que apoyó a Clinton, la
derrota significa que la agenda que tenían planteada para los próximos años se
desviará de curso o incluso se detendrá, destacando: mantener rodeadas con
alianzas militares y económicas a las dos potencias que “retan” la hegemonía
estadounidense, esto es China y Rusia; seguir invirtiendo recursos humanos,
financieros y militares para provocar un “cambio de régimen” en Rusia, con
objeto de subordinarla nuevamente, tal como lo estuvo durante el gobierno de
Boris Yeltsin; acorralar a China, para evitar que expanda su influencia económica,
política y militar, y apoyar a grupos y sectores internos que debiliten el
control del Partido Comunista chino (los uigures, las protestas pro democracia
en Hong Kong, etc.); mantener la presión sobre Irán (sanciones económicas, a
pesar del acuerdo sobre la energía nuclear), y eventualmente promover oposición
interna al gobierno para provocar una “cambio de régimen”; mantener el apoyo a
los “rebeldes moderados” en Siria e incluso no derrotar por completo al Estado
Islámico, con objeto de lograr el derrocamiento de Bashar el Assad; brindar
apoyo militar “ofensivo” al régimen golpista de Ucrania, para mantener la
presión sobre las provincias del Este; seguir aumentando la presencia de tropas
y de armamento en Europa del Este, para obligar a Rusia a destinar cada vez más
recursos financieros y militares en su defensa, en esa región; mantener y de
ser posible, aumentar las sanciones económicas contra Moscú (por el caso
Crimea); mantener y aumentar las facultades de vigilancia interna en Estados
Unidos, con el pretexto de la “guerra contra el terrorismo”; en lo económico,
expandir los tratados de libre comercio e inversión por todo el mundo (en el
Pacífico con el TPP; en Europa con el Acuerdo de Inversión y Comercio); en
América del Norte, elevar el NAFTA a una etapa superior, convirtiéndolo en un
proceso de “integración de Norteamérica” (proyecto del Consejo de Relaciones
Exteriores).
Como se puede apreciar en este apretado resumen de algunos de
los principales objetivos de la coalición que apoyó a Clinton, el factor Rusia
aparece en varios de ellos, y en ningún caso se planteaba una colaboración
o la disminución de los conflictos con el gobierno de Vladimir Putin, sino todo
lo contrario.
Por lo que respecta a la coalición de intereses que apoya a
Trump, el factor Rusia no es visto como el principal obstáculo para el logro de
sus objetivos, sino incluso como un posible apoyo, como por ejemplo en el caso
de Siria, en donde Trump ve a Moscú como aliado para derrotar al Estado
Islámico.
En este caso Trump enfrenta una doble oposición a un posible
acercamiento con Moscú, ya que no sólo la coalición pro Hillary está
desplegando todo tipo de acusaciones y maniobras para sabotear un acercamiento con Moscú; sino que dentro del propio Partido Republicano hay
oposición, como lo demuestran las posiciones de senadores neoconservadores como
Mccain y Graham; y de la misma forma una parte importante de los aliados judíos
de Trump en Nueva York no ven con buenos ojos a Putin, en especial después de
que encarceló u obligó a salir del país a los oligarcas (la mayoría de ellos
judíos), que en su mayoría son muy cercanos a la influyente y poderosa
comunidad judía estadounidense.
Así que este intento, desde los sótanos del aparato de
inteligencia estadounidense, por poner obstáculos y de preferencia envenenar de
inicio la relación de Trump con Putin, refleja esos intereses que no están
dispuestos a renunciar a su objetivo de derrocar al presidente ruso y convertir a ese país nuevamente en una semi colonia de Occidente, como lo fue durante los años
noventa del siglo pasado.
Esta lucha sigue reflejándose en el nombramiento de los
miembros del gabinete de Trump, pues se afirma ahora que el CEO de la mayor
empresa mundial Exxon Mobil, Rex Tillerson, dirigirá el Departamento de Estado,
lo que es una muy mala noticia para la coalición pro Hillary, en vista de que Exxon
Mobil tiene enormes intereses económicos en Rusia y Tillerson ha mantenido una
relación estrecha con Putin desde hace por lo menos 5 años (aunque lo conoce
desde mucho antes).
Ello demuestra que esa parte del capitalismo estadounidense,
más pragmático, que no ve ya con tanta benevolencia la política de
intervencionismo militar de los neoconservadores, tomaría el control de la
política exterior de la superpotencia.
Sin embargo, los neoconservadores y globalizantes aún están
peleando por insertar como el número 2 del Departamento de Estado a uno de los
suyos, el impresentable John Bolton, con lo que bien podrían sabotear desde ahí
la gestión de Tillerson y eventualmente lograr su substitución con el propio
Bolton.
En este contexto se inscribe la acusación a Rusia sobre el
supuesto “hackeo”, aunque lo más probable es que haya sido una filtración de
personal descontento dentro del propio Partido Demócrata, para perjudicar a
Clinton y Podesta, quienes son conocidos por su rudeza y desconsideración en el
trato a sus subordinados.
Esta lucha por determinar el curso político, económico y
militar de la superpotencia se va a intensificar en las próximas semanas, a
medida que se acerque la toma de posesión, lo que por supuesto sólo
incrementará la incertidumbre sobre el camino que tome la administración Trump
en los diferentes campos del poder, durante los primeros meses de su gestión.
[1]
Las empresas contratistas, los congresistas y gobernadores ligados a las
mismas; el Pentágono, la CIA; los “think tanks” y lobbies específicos que se
vinculan a este complejo, como el pro Israel y el pro Arabia Saudita.
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