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Zapata

sábado, 2 de julio de 2016

LUCHA POR LA HEGEMONÍA MUNDIAL

Al disolverse la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en diciembre de 1991, el Occidente capitalista encabezado por Estados Unidos, se consideró el “triunfador” de la Guerra Fría que se había extendido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945), con lo que inició un proceso de expansión del modelo de capitalismo prevaleciente, el neoliberalismo[1], a través de los distintos continentes; así como una reafirmación de su preeminencia militar, específicamente con la expansión de la OTAN hacia lo que antes era el territorio del Pacto de Varsovia, en la Europa del Este.[2]
En el Medio Oriente, con la primera Guerra del Golfo en 1991,  Estados Unidos no sólo evitó que Saddam Hussein en Irak representara un desafío a la hegemonía israelí en la región, si no también permitió que la presencia militar estadounidense en el área se consolidara con bases en Arabia Saudita (hasta el 2003).
Sin embargo, la retirada soviética de Afganistán (1989), aunada a los apoyos que en su momento Estados Unidos, Arabia Saudita y las petromonarquías del Golfo dieron a grupos radicales (al Qaeda[3]), más la disputa entre las ramas chiita y sunnita del Islam, encabezadas por Irán y Arabia Saudita respectivamente, llevaron al crecimiento del fundamentalismo islámico, lo que a su vez fue utilizado y fomentado por las agencias de inteligencia de Estados Unidos[4], Israel y Gran Bretaña para instigar una mayor división en el mundo musulmán y así lograr un debilitamiento de la coalición anti-israelí y pro-palestina, así como de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
La atención política y los recursos militares y económicos que Estados Unidos y en menor medida sus aliados europeos, pusieron para expandir a la OTAN, así como la membresía de la Unión Europea, por un lado; y por otro, para constreñir la influencia de Irak e Irán en el Medio Oriente, para favorecer a Israel y Arabia Saudita, al tiempo que se atizaba deliberadamente al radicalismo islámico, como forma de debilitar y mantener dividido al mundo musulmán en el Medio Oriente (ayudando así a Israel)[5], alejaron a Washington y sus aliados de otras regiones del mundo en donde se desarrollaron proyectos menos dependientes de la hegemonía occidental. Tal fue el caso de China, que desde los años ochenta del siglo XX había iniciado un proceso de industrialización y modernización capitalista, insertado en un modelo político cerrado, que había enfrentado con la represión el intento por liberalizarlo (Plaza de Tiananmen en 1989).
Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, sirvieron como la justificación para que Washington y Tel Aviv iniciaran un proceso de “balcanización” del Medio Oriente[6], con objeto de eliminar a los competidores de Israel por la hegemonía del área (significativamente Irak e Irán; y posteriormente Libia y Siria).
El desarrollo de la “Guerra contra el terrorismo” llevó a los Estados Unidos y a buena parte de sus aliados europeos a una permanente presencia e intervención militar en Medio Oriente (en Afganistán desde 2001 hasta la fecha; en Irak desde 2003 hasta 2011, y nuevamente a partir del 2015; en Libia en 2011 y en Siria, mediante al apoyo a grupos rebeldes y terroristas desde 2011).
Por su parte Rusia, después de quedar prácticamente devastada en su economía, al quedar a merced de los capitalistas occidentales y de un grupo de oligarcas ruso-judíos[7] que manejaron a su antojo al gobierno del dipsómano Boris Yeltsin, logró recomponer su dirigencia política y militar y a partir del inicio del siglo XXI comenzó a recobrar el control sobre los recursos económicos y financieros del país, y a reconstruir su poderío militar, aprovechando que Washington y Europa quedaron enganchados por varios años en el Medio Oriente y en la “guerra contra el Terror”.
Aun así, Washington trató de detener la recuperación rusa a través de países afines a Occidente, como Georgia que en 2008 intentó anexarse Osetia del Sur, lo que provocó la intervención de Moscú; y posteriormente con el golpe de estado en Ucrania, con objeto de asegurar la influencia de Estados Unidos y la Unión Europea en dicho país, lo que llevó a la secesión y anexión de la península de Crimea por parte de Rusia (2014), y la guerra contra las provincias del Este, afines a Moscú.
En este contexto, la mega crisis financiera instrumentada por los especuladores-usureros de Nueva York en septiembre de 2008, llevó a Occidente y a buena parte del mundo, a su peor crisis económica en 70 años.
A partir de la llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos (2009), ante el crecimiento de la influencia de Rusia en Asia Central y su acercamiento a Europa (específicamente con Alemania); la mayor influencia de China en el Sureste de Asia (con especial énfasis en el Mar del Sur de China), Africa y América Latina;  y la pérdida de presencia estadounidense en esta última región, ante el surgimiento de gobiernos dispuestos a reafirmar una línea independiente de Washington (Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Honduras, Nicaragua y Cuba), las élites de Washington decidieron recuperar el terreno perdido, pero para ello requerían disminuir la cantidad de recursos militares y económicos dedicados al Medio Oriente.
Por ello Obama intentó una estrategia distinta en dicha región, tratando de impulsar un cambio “democrático” -que se montó en una serie de protestas contra los regímenes autoritarios de la región, iniciadas en Túnez y Egipto, denominadas “la primavera Arabe”- que tendría como objetivo estabilizar la zona mediante cambios en la estructura política de los países musulmanes, con lo que la presencia militar de Occidente ya no sería tan necesaria.
El objetivo era redireccionar el poder estadounidense hacia regiones en donde había perdido influencia, como América Latina, pero especialmente Asía (de ahí la estrategia del “pivote”).
En la misma estrategia se insertó la negociación y firma del acuerdo con Irán, para mantener su programa nuclear dentro del ámbito civil, lo que permitió evitar el conflicto militar con Teherán, que desesperadamente han empujado Israel y Arabia Saudita.
Esa estrategia iba en contra de los intereses de varios actores internos y de “aliados” de Estados Unidos, que han mantenido secuestradas las políticas militar, exterior y de seguridad de la gran potencia[8] desde 1991, para centrarla en el Medio Oriente, con objeto de servir a los intereses de estos actores.
Así, los neoconservadores en el Partido Republicano, los liberales y/o humanitarios intervencionistas en el Demócrata, el lobby pro Israel (liderado por AIPAC); el complejo militar-industrial-de seguridad (CMIS), en el ámbito interno; y en el externo Israel, Arabia Saudita, las petromonarquías del Golfo; Egipto, Turquía y Jordania, no estaban dispuestos a dejar que Washington dirigiera su atención hacia otras regiones, dejando sin “terminar el trabajo”, esto es, destruir a los gobiernos que constituían un riesgo a la hegemonía y/o los intereses de estos actores y países: Irak, Irán, Siria, Libia y actores no estatales como Hezbollah y Hamas.
El fracaso de la “primavera Arabe” (específicamente en Egipto) fue el triunfo de estos actores internos en Estados Unidos y de sus “aliados” de la región, así como el inicio de la guerra en Siria, con el apoyo a grupos rebeldes y terroristas enfocados en derrocar a Bashar el Assad; y la intervención de la OTAN para destruir el régimen de Muammar Gaddafi en Libia.
El gobierno de Obama tuvo que enfocar nuevamente la atención en Medio Oriente ante el surgimiento de grupos radicales islámicos, que apoyados por sus “aliados” de la región y los actores internos del propio gobierno estadounidense opuestos a la disminución de la presencia occidental en la zona[9], provocaron vacíos de poder en gran parte de Siria, Irak, Egipto (el Sinaí) y en toda Libia. Estos grupos terroristas (derivaciones de Al Qaeda y surgimiento del Estado Islámico) tolerados y apoyados desde diversas agencias de seguridad e inteligencia de Washington[10], Londres, Paris, Tel Aviv[11], Arabia, Qatar, Kuwait, Turquía[12], Bahréin; permitieron anclar nuevamente a Occidente en el tema de la “Guerra contra el Terror” y así evitar la retirada, así fuera sólo parcial (como ya la había iniciado Obama de Afganistán y de Irak en 2011), militar y política de Occidente, en Medio Oriente.
Sin embargo, el gobierno de Obama inició sendas estrategias para recobrar la hegemonía estadounidense en América Latina y en el Lejano Oriente; sin dejar de presionar a Rusia (sanciones económicas por anexión de Crimea).
En América Latina, Washington proporcionó apoyo político, económico y de inteligencia[13] a los sectores contrarios a los gobiernos progresistas de Sudamérica, que desde el inicio del S. XXI habían marcado una línea política y económica independiente respecto a los Estados Unidos.
A partir del segundo período presidencial de Obama (2013) la presión externa, la oposición empresarial y de los medios de comunicación internos, el desgaste y errores de dichos gobiernos, más la caída en los precios de las materias primas que esos países sudamericanos exportan, y que durante más de una década sirvieron para financiar programas sociales e industrialización, fueron provocando crisis económicas y políticas; y eventualmente la salida (por elecciones o incluso golpes de estado “blandos”[14]) de la mayoría de estos gobiernos (golpes en Honduras, Paraguay y Brasil; cambio de gobierno en Uruguay y Argentina; crisis política, económica y social en Venezuela, después del fallecimiento del líder de la revolución bolivariana, Hugo Chávez; crecientes presiones económicas y políticas en Ecuador y Bolivia).
En lo que respecta a Cuba, Washington consideró que era un riesgo mantener la política de aislamiento de la isla, pues así podría llegar a caer en la esfera de influencia de China y Rusia, al no encontrar salida al bloqueo económico y diplomático; por lo que fue necesario reanudar la relación con La Habana, para así reestablecer los enganches de la isla con el capitalismo de Occidente, y de esa manera contar con más medios para evitar un acercamiento estratégico de la isla con los competidores globales de Estados Unidos.
En Asia, Estados Unidos aceleró la presencia y las alianzas militares con varios países que se sienten amenazados con el poderío chino (Japón, Filipinas, Taiwán, Vietnam y Corea del Sur) y con un régimen impredecible como el de Corea del Norte.
Así, por un lado Estados Unidos se asumió como el líder indiscutido del mundo después de la desaparición del bloque soviético hace 25 años, y con gran arrogancia sus élites diseñaron una estructura mundial de dominación en donde Washington tendría la batuta en materia política y militar, en la cual   los miembros de la OTAN jugarían el papel de soporte principal a la misma; y una serie de países en distintas regiones del planeta, se encargarían de fungir como “policías de barrio” (México en Centroamérica; Japón en el Extremo Oriente, Australia en el Pacífico Sur, etc.), para cumplir con las encomiendas que se dictaran desde la capital del imperio.
En lo económico, se pretendió que el dominio financiero de Nueva York (junto con Londres como plaza adjunta), permitiera dominar al resto de los mercados del mundo,  utilizando a otras plazas como correas de transmisión (Tokio, Hong Kong, Frankfurt, Sao Paulo, etc.) de las decisiones que se tomaran en la “gran manzana”. Y el mundo entero se convertiría en una gran fábrica, en donde las trasnacionales podrían producir de la forma más barata y prácticamente sin regulaciones, a través de tratados de libre comercio en todas las regiones del mundo (NAFTA, Unión Europea, por ejemplo; la consolidación del esquema serían el Tratado Transpacífico y el de Inversión y Comercio con Europa).
Pero tan formidable proyecto resultó fantasioso, en la medida en que dentro de la propia superpotencia, actores específicos y contradicciones propias del sistema capitalista, han descompuesto y minado seriamente este plan de hegemonía mundial.
Tal fue el caso de los aliados de Israel dentro de Estados Unidos (más el apoyo de Arabia, Turquía y las petromonarquías del Golfo), que con su gran poder en las finanzas, medios de comunicación y especialmente en el Congreso de los Estados Unidos, no permitieron el viraje de las prioridades de Washington del Medio Oriente a Asia; y por el contrario, con el apoyo a grupos terroristas como Al Nusra y el propio Estado Islámico, han logrado que Occidente se mantenga empantanado en esa región del mundo, y nuevamente se prevea la llegada de miles de tropas occidentales para combatir a los “grupos terroristas”, y de paso (al menos eso esperan Tel Aviv y Riad), derrocar a Bashar el Assad en Siria.
Así también, las prácticas abusivas de los especuladores-usureros de Wall Street, con el visto bueno de los propios gobiernos demócratas y republicanos, llevaron a excesos incontrolables que hundieron a la economía mundial en 2008-9, demostrándose así que el capitalismo basado en la liberalización salvaje y en el predominio del capital financiero, es capaz de colapsar al sistema, con tal de mantener el demencial aumento de la tasa de ganancia para la minoría dominante.
En este contexto, el surgimiento de China como potencia económica mundial, aunado a su estatus de potencia nuclear; sus vastos recursos económicos y por ser el país más poblado del planeta, además de contar con un gobierno centralizado, con lo que minimiza (que no desaparece) las contradicciones y luchas de poder internas, ha representado el principal desafío a la hegemonía estadounidense, en la medida en que Washington no puede dictarle a Beijing en qué términos puede o debe intervenir en la economía y política mundiales; y al mismo tiempo las élites estadounidenses se niegan a negociar dicho estatus, pues siguen considerándose como los “líderes indispensables y excepcionales” del mundo, lo que genera una situación insostenible, en tanto estas élites no reconozcan que China tiene y tendrá un papel preponderante en la definición de las grandes decisiones mundiales y no puede ser tratado como un país subordinado.
Lo mismo sucede con Rusia, que desde que Putin está en el poder (2000), ha recuperado parte del poder económico, político y militar que detentó la URSS, aunque en una escala más regional.
Si bien Putin deseó entenderse con Washington y acercarse a Europa, esto ha sido rechazado por las élites estadounidenses que no esperaron que este país se recuperara tan pronto de la devastación de los años 90, en que acabaron con su economía, por lo que han llevado a cabo toda una estrategia para mantener rodeada con países hostiles y bases militares a Rusia, y han tratado de provocar un “cambio de régimen”, impulsando a políticos y grupos opositores a Putin, sin lograrlo.
Así también, la intervención militar de Putin en favor del régimen de Bashar el Assad en Siria; la derrota que le propino a la República de Georgia, empujada por Occidente a una agresión contra Rusia (en plenos Juegos Olímpicos de Beijing) que enfrentó la dura respuesta militar del Kremlin; así como el golpe de Estado contra el presidente Yanukovich en Ucrania, aliado de Moscú en 2014 (durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi), que provocó la anexión de la península de Crimea a Rusia y el apoyo a las asediadas provincias del Este, con mayoría de población rusa, demostraron a Washington que Putin no está dispuesto a doblarse ante los designios del imperio y por el contrario, está decidido a reafirmar el papel de Rusia como potencia a ser tomada en cuenta, al menos en las regiones aledañas como las repúblicas exsoviéticas, Centro de Asia y en Siria.
La presión estadounidense contra China en el Pacífico, y contra Rusia desde Europa del Este, ha provocado el acercamiento y entendimiento entre ambas potencias, que ha ido evolucionando de lo económico (“Ruta de la Seda” y Unión Económica Euroasiática[15]) al aspecto político y de seguridad (Organización de Cooperación de Shanghai).
Si bien el intento planteado hace una década de formar un nuevo eje de poder mundial mediante el acuerdo de Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica (los BRICS), se ha ido diluyendo[16], las iniciativas rusas y chinas para establecer un espacio político y económico más independiente de Occidente en el ámbito internacional, han ido caminando, aunque no sin dificultades (iniciativas como el Banco de Infraestructura de Asia, impulsado por China; construcción de gasoductos; etc.).
Así, Estados Unidos y sus aliados y subordinados europeos, latinoamericanos, asiáticos y de Medio Oriente, no cuentan con todas las fichas y opciones a su disposición.
Irán en Medio Oriente (aliado con Irak, Siria y el grupo Hezbollah, apoyados por Rusia), ha evitado que Israel y Arabia Saudita provoquen una guerra en su contra; y por el contrario, logró abrir un espacio de negociación y entendimiento con las principales potencias mundiales, a través del acuerdo sobre su programa nuclear, que a pesar de que sigue amenazado por las maniobras de sabotaje del lobby pro Israel, los neoconservadores y los humanitarios intervencionistas, en Estados Unidos; y de Tel Aviv y Riad en Medio Oriente, ya ha logrado que se le descongelen miles de millones de dólares en bancos occidentales; ha comenzado a restablecer relaciones diplomáticas con importantes países europeos (caso de Gran Bretaña); y empresas occidentales ya están buscando hacer negocios con Irán (el caso de Airbus).
Por lo que respecta a Europa, el voto para salir de la Unión Europea que dio la mayoría del electorado británico, ha constituido un duro golpe a la estrategia de hegemonía mundial de Washington, pues dentro del esquema se preveía que la Unión Europea se consolidaría y se uniría más, coordinando su política económica con las prioridades político-militares de la OTAN (ahí están las sanciones contra Rusia por el caso de Ucrania), con lo que serviría como punta de lanza para mantener aislada a Rusia, y como apoyo a la política intervencionista en Medio Oriente y Africa.
Si bien Gran Bretaña seguirá jugando un papel fundamental como aliada de Estados Unidos, el papel de la Unión Europea como aglutinador y representante de la política hegemónica estadounidense se ha debilitado, y ahora se fortalecen los cuestionamientos en la población europea, tanto a la política económica que favorece a las grandes corporaciones; como a la unión política que disuelve la soberanía de los países miembros. Y ello por supuesto que es un retroceso en la agenda de dominación de Washington.
De ahí que la lucha por la hegemonía mundial no está decidida en favor de Estados Unidos, sus aliados y subordinados (como México y la mayor parte de América Latina), puesto que China y Rusia mantienen su firme oposición a que sólo un país decida la suerte del mundo, y otros países a nivel regional (como la India e Irán), mantienen posiciones independientes que permiten abrir opciones ante la arrogancia de Washington, Londres, Paris y Tel Aviv.



[1] Consenso de Washington (1989)
[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Al_Qaeda

[10] http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/04/150422_eeuu_ayuda_crear_estado_islamico_irak_camp_bucca_lv
[11] http://www.hispantv.com/noticias/siria/22797/fotos-muestran-cooperacion-entre-israel-y-frente-al-nusra
[13] http://www.telesurtv.net/news/Conozca-la-agenda-del-Comando-Sur-de-EE.UU.-contra-Venezuela--20160419-0028.html
[14] https://es.wikipedia.org/wiki/Golpe_de_Estado_blando
[15] https://es.wikipedia.org/wiki/Uni%C3%B3n_Econ%C3%B3mica_Euroasi%C3%A1tica
[16] En parte por la caída en los precios de las materias primas que han afectado a Brasil, Rusia y Sudáfrica principalmente, lo que les ha dado menos recursos e influencia en el ámbito internacional; y en parte por el golpe de estado “blando” en Brasil; la llegada de un gobierno más nacionalista en la India, menos orientado a la cooperación con China y Rusia; y a los problemas políticos y sociales que enfrenta el gobierno sudafricano.

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