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Zapata

viernes, 22 de julio de 2016

TRUMP Y EL PARTIDO REPUBLICANO

La nominación de Donald Trump como el candidato presidencial del Partido Republicano es considerada como un punto de inflexión para este partido, ya que se ha comentado que el empresario inmobiliario y personaje de un “reality show”, no encaja dentro de los parámetros tradicionales de los candidatos presidenciales del partido y tampoco representa sus “valores y objetivos”.
En parte es cierto que Trump ha roto con los convencionalismos y la llamada “corrección política” que ha caracterizado a los candidatos presidenciales de Estados Unidos a lo largo de décadas, pero también es cierto que a lo largo de los 13 meses desde que dio a conocer su precandidatura, ha debido acercarse a varias de las posiciones tradicionales del Partido Republicano.
Este partido se caracterizó por defender ciertos principios y valores “conservadores” como su oposición al aborto; a los matrimonios entre personas del mismo sexo; apego a la religión (principalmente a las iglesias protestantes); rechazo al crecimiento del gobierno; bajos impuestos; mínimas regulaciones gubernamentales; disminución del gasto gubernamental en programas sociales;  impulso decidido a la empresa privada; apoyo a la ley y el orden; fortaleza y crecimiento permanente del aparato militar; apoyo a la hegemonía estadounidense en el mundo; y políticas restrictivas en materia de inmigración.
A estos principios y objetivos se vinieron a sumar otros, en los últimos 35 años, impulsados por un grupo pequeño, pero muy influyente, como los neoconservadores (aliados al lobby pro Israel) que incluían apoyo decidido de Estados Unidos a Israel; intervenciones militares en Medio Oriente en apoyo a este país, aunque con el pretexto de expandir la democracia y atacar el terrorismo; impulso de la globalización económica, principalmente a través de tratados de libre comercio y el predominio del capital financiero; y fortalecimiento y expansión de los aparatos de inteligencia y seguridad internos para “prevenir el terrorismo”.
Pues bien, Trump ha tomado algunos elementos  de los objetivos tradicionales del Partido Republicano, pero ha desechado la mayoría de los propuestos por los neoconservadores y el lobby pro Israel.
Trump ha retomado con vigor la vieja tradición republicana de mantener una política migratoria restrictiva[1], pero enfocándola esta vez principalmente contra México, Centroamérica y los países de mayoría musulmana.
Así también, recupera el énfasis en “la ley y el orden”, algo que tuvo una significación especial durante el periodo gubernamental de Richard Nixon (1968-74), por la serie de protestas contra la Guerra de Vietnam y los conflictos que se presentaron por la lucha por los derechos civiles de la población de raza negra.
En lo que respecta a los impuestos y a las regulaciones gubernamentales, Trump sigue la tradición republicana de disminuir ambos, con lo que supuestamente la economía crecerá, se crearán más empleos y el gobierno recaudará así más contribuciones por el aumento de la actividad económica.
En lo que se refiere a disminución del tamaño y de los gastos gubernamentales, Trump asume también la posición ya conocida de los republicanos, pues promete eliminar programas y dependencias inútiles; y eliminar la reforma de salud establecida por el presidente Obama, para permitir que el “mercado libre” se haga cargo de la atención a la misma. Así también, en educación pretende que sean los estados los que tengan la mayor responsabilidad, y no el gobierno federal.
Sin embargo, en el rubro de programas sociales sí hay diferencias con la posición tradicional republicana, pues para Trump tanto el Medicaid como el Medicare, no deben ser afectados, pues sabe muy bien que de hacerlo, incidirían directamente en una parte muy importante de su base electoral, como es la población blanca de jubilados.
Así también, promete mejorar la atención a los veteranos, lo que implicará más gastos de los que ahora existen en ese rubro.
Por lo que respecta al ámbito militar, Trump no ha dejado de señalar que hará  a las fuerzas armadas aún más grandes y fuertes de lo que son, pero al mismo tiempo ha dicho que eliminará gastos superfluos.
En ese aspecto, Trump puede chocar con el complejo militar-industrial, pues buena parte de las utilidades que obtienen las empresas armamentistas vienen de esos “gastos superfluos”, como el jet F-36 que comenzó a desarrollar la Macdonell Douglas y después Boeing, y que ha costado miles de millones de dólares (y años para su conclusión), sin que hasta la fecha se tenga la versión definitiva.
Trump se ha intentado acercar a los principios conservadores en materia de aborto y familia, sin que haya logrado convencer del todo a las bases evangélicas del partido (en aborto estuvo en su favor durante muchos años y sólo cuando se acercó al Partido Republicano se manifestó en contra); y especialmente en el tema de los derechos de la comunidad homosexual y transgénero más bien ha sido al revés, el partido ha tenido que acercarse a una visión menos crítica, aunque sin renunciar del todo a su posición de rechazo a los matrimonios de personas del mismo sexo.
Es por ello que Trump ha optado por tender puentes con los evangélicos señalando en su discurso de aceptación de la nominación, que buscará eliminar la prohibición que existe a los ministros de culto para pronunciar sus preferencias políticas en los recintos religiosos.
El candidato republicano también suscribe la preeminencia de Estados Unidos en el mundo, pues afirma que se le ha perdido “el respeto”; y se suma al apoyo irrestricto a Israel, incluso en su política genocida en contra de los palestinos (de plano ya abandonó su inicial postura de ser “neutral” en dicho conflicto).
De igual forma Trump está de acuerdo en seguir la “Guerra contra el Terrorismo”, pero sin extenderla a invasiones y guerras, sino enfocándola exclusivamente contra los grupos terroristas que “amenazan” a los estadounidenses. Y siguiendo el guion neoconservador, está dispuesto a romper el acuerdo con Irán sobre su programa nuclear e incrementar las sanciones a dicho país
Pero Trump se aleja de plano de los neoconservadores (y sin decirlo abiertamente, de varios de los objetivos del lobby proisraelí), cuando rechaza seguir interviniendo militarmente en Medio Oriente y en otras regiones, para provocar “cambios de régimen” (clara alusión a los casos de Siria y Ucrania) y la “promoción de la democracia”, pues eso no le genera ningún beneficio a Estados Unidos, y sí altos costos en vidas y en materia económica.
De la misma forma no ve a la OTAN como un instrumento para la hegemonía estadounidense en el mundo, sino más bien como una carga, por lo que no está dispuesto a seguir aportando la mayoría de los recursos para su existencia.
Un tema fundamental en el que rompe con los neoconservadores y en general con las grandes corporaciones de Estados Unidos, es en lo que respecta a la globalización económica, con la cual está en total desacuerdo y está dispuesto incluso a retirarse de tratados de libre comercio firmados y funcionando (como el NAFTA), si no son renegociados de tal forma que den superávits comerciales para Estados Unidos.
Sin embargo, en lo que se refiere a la globalización financiera, no ha señalado su oposición y por el contrario está dispuesto a liberalizar más ese sector.
Como se puede apreciar, el cóctel de políticas con el que Trump pretende  convencer a la mayoría del electorado de Estados Unidos de que vote por él, es una mezcla de las posiciones tradicionales del Partido Republicano, más algunos puntos dispersos que todavía apelan al apoyo de los neoconservadores y varias propuestas que llamaremos nacionalistas, que no estaban en el catálogo de los conservadores tradicionales, ni tampoco de los neoconservadores.
Es por ello que fuera de los neoconservadores más recalcitrantes (como Bill Kristol) y de los neoliberales más favorables a la globalización económica sin cortapisas (como el Consejo de Relaciones Exteriores), no existe una oposición realmente unificada contra Trump dentro del Partido Republicano.
El caso de Ted Cruz, quien fue impulsado en su llegada al Senado por el Tea Party, no puede galvanizar una oposición fuerte en vista de que las propuestas de Trump tocan los intereses de varios grupos a la vez, lo que complica conformar un frente sólido en su contra; y el caso de la familia Bush, representa la quintaesencia del neoconservadurismo, por lo que se alinea dentro de la oposición que hay en dicha corriente a Trump.
En suma, Trump no rompe del todo con posiciones tradicionales del Partido Republicano; se aleja de las fracasadas políticas de los neoconservadores y apela a una base electoral más amplia dentro de la derecha blanca del electorado, impulsando algunas propuestas nacionalistas que rompen con el excesivo involucramiento militar estadounidense en el mundo en las últimas décadas, y con los efectos nocivos que la globalización económica ha ocasionado a amplios sectores de la población de dicho país.



[1] En 1921, preocupados los Estados Unidos por la cantidad de extranjeros que llegaban a ellos, y pensándose que el temor de la guerra provocara una gran migración de europeos, se aprobó la primera ley que limitó cuantitativamente la inmigración, denominada "Ley de Cuotas"; se instituyó un sistema, mediante el cual cada año el número de inmigrantes a admitir, de un país dado, no excedería 3% del total de los residentes que hubieran nacido en ese país, tomando como base el censo de 1910. México quedó exento de esta medida.
En 1924, se promulgó una nueva "Ley de Cuotas", ocasionando una reducción, ahora del número de inmigrantes que se aceptarían sería sólo el equivalente a 2% del total de residentes de los Estados Unidos con determinado origen nacional y ya no 3% que se había establecido en 1921. Ahora la base para el cálculo era el censo de 1890 y no el de 1910; nuevamente los mexicanos quedaron excluidos de esta medida. http://www.uaz.edu.mx/vinculo/webrvj/rev15-3.htm

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