La nominación de Donald Trump como el candidato presidencial
del Partido Republicano es considerada como un punto de inflexión para este partido,
ya que se ha comentado que el empresario inmobiliario y personaje de un “reality
show”, no encaja dentro de los parámetros tradicionales de los candidatos
presidenciales del partido y tampoco representa sus “valores y objetivos”.
En parte es cierto que Trump ha roto con los
convencionalismos y la llamada “corrección política” que ha caracterizado a los
candidatos presidenciales de Estados Unidos a lo largo de décadas, pero también
es cierto que a lo largo de los 13 meses desde que dio a conocer su
precandidatura, ha debido acercarse a varias de las posiciones tradicionales
del Partido Republicano.
Este partido se caracterizó por defender ciertos principios y
valores “conservadores” como su oposición al aborto; a los matrimonios entre
personas del mismo sexo; apego a la religión (principalmente a las iglesias
protestantes); rechazo al crecimiento del gobierno; bajos impuestos; mínimas
regulaciones gubernamentales; disminución del gasto gubernamental en programas
sociales; impulso decidido a la empresa
privada; apoyo a la ley y el orden; fortaleza y crecimiento permanente del
aparato militar; apoyo a la hegemonía estadounidense en el mundo; y políticas
restrictivas en materia de inmigración.
A estos principios y objetivos se vinieron a sumar otros, en
los últimos 35 años, impulsados por un grupo pequeño, pero muy influyente, como
los neoconservadores (aliados al lobby pro Israel) que incluían apoyo decidido
de Estados Unidos a Israel; intervenciones militares en Medio Oriente en apoyo
a este país, aunque con el pretexto de expandir la democracia y atacar el
terrorismo; impulso de la globalización económica, principalmente a través de
tratados de libre comercio y el predominio del capital financiero; y
fortalecimiento y expansión de los aparatos de inteligencia y seguridad
internos para “prevenir el terrorismo”.
Pues bien, Trump ha tomado algunos elementos de los objetivos tradicionales del Partido
Republicano, pero ha desechado la mayoría de los propuestos por los
neoconservadores y el lobby pro Israel.
Trump ha retomado con vigor la vieja tradición republicana de
mantener una política migratoria restrictiva[1],
pero enfocándola esta vez principalmente contra México, Centroamérica y los
países de mayoría musulmana.
Así también, recupera el énfasis en “la ley y el orden”, algo
que tuvo una significación especial durante el periodo gubernamental de Richard
Nixon (1968-74), por la serie de protestas contra la Guerra de Vietnam y los
conflictos que se presentaron por la lucha por los derechos civiles de la
población de raza negra.
En lo que respecta a los impuestos y a las regulaciones
gubernamentales, Trump sigue la tradición republicana de disminuir ambos, con
lo que supuestamente la economía crecerá, se crearán más empleos y el gobierno
recaudará así más contribuciones por el aumento de la actividad económica.
En lo que se refiere a disminución del tamaño y de los gastos
gubernamentales, Trump asume también la posición ya conocida de los
republicanos, pues promete eliminar programas y dependencias inútiles; y
eliminar la reforma de salud establecida por el presidente Obama, para permitir
que el “mercado libre” se haga cargo de la atención a la misma. Así también, en
educación pretende que sean los estados los que tengan la mayor
responsabilidad, y no el gobierno federal.
Sin embargo, en el rubro de programas sociales sí hay
diferencias con la posición tradicional republicana, pues para Trump tanto el
Medicaid como el Medicare, no deben ser afectados, pues sabe muy bien que de
hacerlo, incidirían directamente en una parte muy importante de su base
electoral, como es la población blanca de jubilados.
Así también, promete mejorar la atención a los veteranos, lo
que implicará más gastos de los que ahora existen en ese rubro.
Por lo que respecta al ámbito militar, Trump no ha dejado de
señalar que hará a las fuerzas armadas
aún más grandes y fuertes de lo que son, pero al mismo tiempo ha dicho que
eliminará gastos superfluos.
En ese aspecto, Trump puede chocar con el complejo
militar-industrial, pues buena parte de las utilidades que obtienen las
empresas armamentistas vienen de esos “gastos superfluos”, como el jet F-36 que
comenzó a desarrollar la Macdonell Douglas y después Boeing, y que ha costado
miles de millones de dólares (y años para su conclusión), sin que hasta la
fecha se tenga la versión definitiva.
Trump se ha intentado acercar a los principios conservadores
en materia de aborto y familia, sin que haya logrado convencer del todo a las
bases evangélicas del partido (en aborto estuvo en su favor durante muchos años
y sólo cuando se acercó al Partido Republicano se manifestó en contra); y
especialmente en el tema de los derechos de la comunidad homosexual y transgénero
más bien ha sido al revés, el partido ha tenido que acercarse a una visión
menos crítica, aunque sin renunciar del todo a su posición de rechazo a los
matrimonios de personas del mismo sexo.
Es por ello que Trump ha optado por tender puentes con los
evangélicos señalando en su discurso de aceptación de la nominación, que
buscará eliminar la prohibición que existe a los ministros de culto para
pronunciar sus preferencias políticas en los recintos religiosos.
El candidato republicano también suscribe la preeminencia de
Estados Unidos en el mundo, pues afirma que se le ha perdido “el respeto”; y se
suma al apoyo irrestricto a Israel, incluso en su política genocida en contra
de los palestinos (de plano ya abandonó su inicial postura de ser “neutral” en
dicho conflicto).
De igual forma Trump está de acuerdo en seguir la “Guerra
contra el Terrorismo”, pero sin extenderla a invasiones y guerras, sino
enfocándola exclusivamente contra los grupos terroristas que “amenazan” a los
estadounidenses. Y siguiendo el guion neoconservador, está dispuesto a romper
el acuerdo con Irán sobre su programa nuclear e incrementar las sanciones a
dicho país
Pero Trump se aleja de plano de los neoconservadores (y sin
decirlo abiertamente, de varios de los objetivos del lobby proisraelí), cuando
rechaza seguir interviniendo militarmente en Medio Oriente y en otras regiones,
para provocar “cambios de régimen” (clara alusión a los casos de Siria y
Ucrania) y la “promoción de la democracia”, pues eso no le genera ningún
beneficio a Estados Unidos, y sí altos costos en vidas y en materia económica.
De la misma forma no ve a la OTAN como un instrumento para la
hegemonía estadounidense en el mundo, sino más bien como una carga, por lo que
no está dispuesto a seguir aportando la mayoría de los recursos para su
existencia.
Un tema fundamental en el que rompe con los neoconservadores
y en general con las grandes corporaciones de Estados Unidos, es en lo que
respecta a la globalización económica, con la cual está en total desacuerdo y
está dispuesto incluso a retirarse de tratados de libre comercio firmados y
funcionando (como el NAFTA), si no son renegociados de tal forma que den superávits
comerciales para Estados Unidos.
Sin embargo, en lo que se refiere a la globalización
financiera, no ha señalado su oposición y por el contrario está dispuesto a
liberalizar más ese sector.
Como se puede apreciar, el cóctel de políticas con el que
Trump pretende convencer a la mayoría
del electorado de Estados Unidos de que vote por él, es una mezcla de las
posiciones tradicionales del Partido Republicano, más algunos puntos dispersos
que todavía apelan al apoyo de los neoconservadores y varias propuestas que
llamaremos nacionalistas, que no estaban en el catálogo de los conservadores
tradicionales, ni tampoco de los neoconservadores.
Es por ello que fuera de los neoconservadores más recalcitrantes
(como Bill Kristol) y de los neoliberales más favorables a la globalización
económica sin cortapisas (como el Consejo de Relaciones Exteriores), no existe
una oposición realmente unificada contra Trump dentro del Partido Republicano.
El caso de Ted Cruz, quien fue impulsado en su llegada al
Senado por el Tea Party, no puede galvanizar una oposición fuerte en vista de
que las propuestas de Trump tocan los intereses de varios grupos a la vez, lo
que complica conformar un frente sólido en su contra; y el caso de la familia
Bush, representa la quintaesencia del neoconservadurismo, por lo que se alinea
dentro de la oposición que hay en dicha corriente a Trump.
En suma, Trump no rompe del todo con posiciones tradicionales
del Partido Republicano; se aleja de las fracasadas políticas de los
neoconservadores y apela a una base electoral más amplia dentro de la derecha
blanca del electorado, impulsando algunas propuestas nacionalistas que rompen
con el excesivo involucramiento militar estadounidense en el mundo en las últimas
décadas, y con los efectos nocivos que la globalización económica ha ocasionado
a amplios sectores de la población de dicho país.
[1] En 1921, preocupados los Estados Unidos por la cantidad
de extranjeros que llegaban a ellos, y pensándose que el temor de la guerra
provocara una gran migración de europeos, se aprobó la primera ley que limitó
cuantitativamente la inmigración, denominada "Ley de Cuotas"; se
instituyó un sistema, mediante el cual cada año el número de inmigrantes a
admitir, de un país dado, no excedería 3% del total de los residentes que
hubieran nacido en ese país, tomando como base el censo de 1910. México quedó
exento de esta medida.
En 1924, se promulgó una nueva "Ley de
Cuotas", ocasionando una reducción, ahora del número de inmigrantes que se
aceptarían sería sólo el equivalente a 2% del total de residentes de los
Estados Unidos con determinado origen nacional y ya no 3% que se había
establecido en 1921. Ahora la base para el cálculo era el censo de 1890 y no el
de 1910; nuevamente los mexicanos quedaron excluidos de esta medida.
http://www.uaz.edu.mx/vinculo/webrvj/rev15-3.htm
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