Peña, Nuño, la CNTE y las ZEE
Carlos Fazio
La Jornada 20 de Junio de 2006
Asentada en la violencia depredadora y estructural del sistema
capitalista, la guerra del régimen de Enrique Peña Nieto contra el magisterio
nacional está en la esencia de la ideología neoliberal. Como advirtió Pierre
Bourdieu en 1998, esa teoría tutelar es una pura ficción matemática
fundamentada desde el inicio en una formidable abstracción –el orden puro y
perfecto del mundo económico, potenciado por el discurso clasista dominante−
que, convertida en programa político de acción de la partidocracia que impulsó
el Pacto por México, busca crear las condiciones de realización y
funcionamiento de dicha teoría: un programa de destrucción sistemática de
los colectivos y todo lo social organizado.
Bajo la coordinación de las secretarías de Gobernación
y de Desarrollo Social, y mediante el accionar represivo de los órganos
coercitivos del Estado adscritos al gabinete de Seguridad Nacional, Peña y
Aurelio Nuño, secretario de Educación pública, vienen imponiendo de manera
autoritaria las políticas diseñadas en el exterior por el Banco Mundial, el
Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos.
En la coyuntura, resulta evidente que esa teoría desocializada
y deshistoricizada de los operadores políticos de quienes mandan en México: el
capital trasnacional −a la que responde el paquete de ajustes neoliberales
aprobados por el Congreso, incluida la punitiva contrarreforma educativa, que
en realidad es laboral y administrativa−, posee más que nunca los medios de
realizarse, de hacerse empíricamente verificable a macanazos, balas de goma,
gas pimienta y otros instrumentos pedagógicos que abrevan en la
imagen del cuadro de Goya de finales del siglo XVIII, titulado La letra
con sangre entra.
Para beneficiar a las corporaciones trasnacionales
y sus inversiones, la política de desregulación financiera se lleva a cabo
mediante una acción destructora del Estado nación –como depositario de todos
los valores universales asociados a la idea de lo público− y de todas las
estructuras colectivas que puedan obstaculizar la lógica del mercado puro y su
maquinaria infernal, entre ellas, los sindicatos, las asociaciones, las
cooperativas.
La instauración a sangre y fuego del reinado
absoluto de la flexibilidad, con sus reclutamientos bajo contratos a término
fijo, las ocupaciones interinas, la individualización de la relación salarial,
la atomización de los trabajadores y los planes sociales de relleno,
ha derivado en una competencia voraz entre individuos sometidos a una
evaluación permanente en medio de la inseguridad, el sufrimiento y el estrés.
Esa institucionalización práctica de un mundo
socialdarwinista basado en la lucha de todos contra todos, se da gracias a la
existencia de un ejército de reserva de mano de obra domesticado por la
precarización y la amenaza permanente del despido y el desempleo. En ese
contexto, y en nombre de la eficacia económica, la partidocracia y
los altos funcionarios gubernamentales que sacralizan los poderes del mercado,
imponen por las buenas o por las malas el desmonte de las barreras
administrativas y políticas que puedan molestar a los detentadores del capital
en la persecución de la maximización de la ganancia individual,
institucionalizada como modelo de racionalidad.
El Estado niñera neoliberal −un Estado
del bienestar dirigido a proteger y subvencionar sólo a los ricos− viene
aplicando una estrategia de rollback, de dominio y vuelta
atrás, cuyo objetivo es descomponer por completo el viejo contrato social
producto de la lucha popular masiva durante un siglo y medio, que había
conseguido suavizar los extremos de la tiranía privada depredadora. Hoy, en
México y otras partes del mundo se debe volver atrás, a los días en que los
salarios eran casi de esclavos, según los denominaban los trabajadores del
siglo XIX.
Los trabajadores y los pobres deben estar sujetos a
la disciplina del mercado. Por eso se militariza a la sociedad. Y de allí la
sorda guerra de Peña Nieto y el déspota perfumado Nuño –quien viene cumpliendo
funciones de fiscal, juez, golpeador y verdugo a sueldo del gran capital−
contra la CNTE y todos los maestros y maestras de México. La plutocracia que se
beneficia de la existencia de las estructuras militares −de la naturalización
de lo militar heredadas del régimen de Felipe Calderón− sabe que debe dedicar
recursos a mantener un elevado nivel de militarización en las mentes de sus
conciudadanos, porque mientras sea así podrán seguir manteniendo su situación
de privilegio.
Pero el capitalismo militarizado de nuestros días
responde, también, a la nueva fase de acumulación por desposesión o despojo
neocolonial que se abrió a partir de la aprobación y puesta en marcha de la Ley
Federal de Zonas Económicas Especiales (ZEE), publicada en el Diario
Oficial de la Federación el primero de junio de 2016, cuyos escenarios
principales serán el puerto de Lázaro Cárdenas, abarcando los municipios
colindantes de Michoacán y Guerrero; Puerto Chiapas (antes puerto Madero), en
el municipio de Tapachula; el corredor industrial interoceánico
Coatzacoalcos-Salina Cruz en el Istmo de Tehuantepec, que unirá el estado de
Veracruz sobre el Golfo de México con el Pacífico oaxaqueño, y el corredor
petrolero que irá desde Coatzacoalcos hasta Ciudad del Carmen, Campeche,
pasando por Tabasco.
En esos estados del sur-sureste mexicano, donde
predomina la propiedad colectiva de la tierra y que han sido destinados a
sufrir profundas reconfiguraciones territoriales, económicas y poblacionales
vía el despojo neocolonial, el papel de las maestras y los maestros −como
formadores de una identidad nacional e impulsores de una pedagogía comunitaria,
autonómica, autogestionaria, solidaria y emancipadora− se ha convertido en un
obstáculo; de allí la guerra contrainsurgente y mediática de Peña y Nuño contra
la CNTE, incluida la criminalización de la protesta y la detención y
persecución de sus dirigentes.
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