Nueva masacre en Estados Unidos. La peor de su historia,
cometida por un estadounidense de nombre Omar Mateen, hijo de padres afganos
(su padre es un político que se dice “candidato a la presidencia de Afganistán”),
posiblemente con desorden bipolar (psicosis maníaco-depresiva) y supuestamente
inspirado, y ahora también avalado, por el Estado Islámico.
La masacre cometida en un bar de la comunidad homosexual en
Orlando, Florida, también tiene por supuesto tintes homofóbicos, propios de los
grupos radicales islámicos.
Ante un nuevo hecho de violencia, realizado en esta ocasión
por un “lobo solitario”, cabe preguntarse: ¿Esto parará alguna vez? ¿Qué hacer
ante una epidemia de actos de violencia en escuelas, iglesias, cines, centros
comerciales, bares, mercados, etc., de los Estados Unidos y de ciudades
europeas, del Medio Oriente, Africa y Asia[1]?
Por un lado está la posición del gobierno de Barack Obama que
señala que hay que aprender a vivir con esto por muchos años (misma posición
del internacionalista de la corriente realista, Stephen M. Walt), ya que es
materialmente imposible prever y evitar todos los ataques terroristas, en vista
de que el número de “blancos” a su disposición es prácticamente infinito; y
establecer medidas restrictivas a sociedades abiertas y plurales como las
occidentales, implicaría cambiar fundamentalmente las leyes y la estructura
social de dichos países, limitando severamente las libertades civiles y los
derechos humanos, sin que con ello se consiguiera la seguridad completa.
¿Qué propone Obama? Mejorar las capacidades de inteligencia
del país; incrementar la cooperación en ese sentido con los países aliados;
trabajar en conjunto con los países de mayoría musulmana, para evitar que
grupos religiosos y/o políticos de dichos países, financien y apoyen la
radicalización de sectores de la población; mantener informada y alerta a la
población y aplicar, hasta donde sea posible, medidas de seguridad razonables,
que logren un equilibrio entre seguridad y libertad.
Por el otro lado, la corriente neoconservadora y el candidato
republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump (a pesar de
sus diferencias, en esto tienen algunos puntos coincidentes), proponen mayores
controles sociales, que implican más facultades para que las autoridades
investiguen y monitoreen permanentemente a la población, especialmente a los grupos
considerados como potencialmente peligrosos (los 3 millones de musulmanes que
viven en Estados Unidos), para intentar evitar estos ataques; que se establezcan
prohibiciones para entrar a Estados Unidos de los nacionales de países con
importante presencia de grupos terroristas, y en general de aquellos países con
mayoría de población musulmana.
Así también, una intervención militar más amplia y decidida
en Medio Oriente para acabar con grupos radicales como El Estado Islámico y
presiones políticas sobre los aliados musulmanes de Estados Unidos en la región
(Arabia Saudita, petromonarquías del Golfo, Afganistán, Pakistán, etc.), para
que ataquen decididamente a los grupos terroristas y eviten brindarles
cualquier tipo de apoyo mediante escuelas, organizaciones no gubernamentales,
partidos políticos, mezquitas, etc.
Por el bando libertario (Ron y Rand Paul, el portal
Antiwar.com, por ejemplo), la propuesta es cambiar fundamentalmente la política exterior
y de seguridad de Estados Unidos, pues su objetivo es mantener un imperio y con
ello la hegemonía mundial, con lo que permanentemente se está interviniendo militarmente
en otros países, lo que inevitablemente provoca la respuesta (el contragolpe) de sectores
sociales de los países invadidos o bombardeados por Estados Unidos y sus
aliados, lo que lleva al crecimiento y ampliación de los grupos terroristas,
que así encuentran una justificación para atacar a Occidente y a sus aliados, y
les permite aumentar su capacidad de reclutamiento y su base de apoyo.
¿Cuál de las tres perspectivas es la más coherente y viable?
El problema radica en que las tres perspectivas dependen de
los objetivos de poderosos actores internos en los países de Occidente, y de
las verdaderas intenciones que tienen varios aliados de estos países en el
Medio Oriente y el Norte de Africa.
El complejo militar-industrial-de seguridad (CMIS) de Estados
Unidos y de sus aliados (significativamente Gran Bretaña, Francia e Israel),
basa su poder económico y político en la hegemonía mundial de Estados Unidos y
en la perpetua guerra contra los enemigos de dicha hegemonía (llámese el
comunismo en su momento; ahora “el terrorismo”, los “rogue states”; y de nuevo
China y Rusia).
El CMIS tiene presupuestos enormes cada año y su influencia
política se extiende por todo el establecimiento político de Estados Unidos,
pues apoya con contribuciones a diputados, senadores, gobernadores y candidatos
presidenciales, con objeto de que los contratos de armas y sistemas de defensa,
se mantengan continuamente al alza. Y esto sólo es justificable si el mundo es “peligroso”
y hay continuamente amenazas que enfrentar; y si no, se exageran las que
existen o se inventan nuevas.
Cientos de “think tanks”, universidades, consultorías y
empresas de seguridad privada, dependen también de que existan amenazas a la
seguridad de Estados Unidos y en general a Occidente, para recibir generosas
contribuciones del gobierno, empresas privadas de armamentos y hasta de
gobiernos extranjeros que intentan influir en la agenda de política exterior y
de seguridad de Washington.
Por el lado de los aliados regionales de Occidente, destacan
sobre manera Israel, Arabia Saudita y las petromonarquías del Golfo, que tienen
intereses específicos que proteger y hacer avanzar, y para lo cual les es indispensable
que Estados Unidos y Europa Occidental mantengan su presencia política y
militar en Medio Oriente y Africa del Norte, para lo cual la amenaza terrorista
constituye la justificación perfecta.
Así, el gobierno de Netanyahu (Israel) desea expulsar de su
territorio a los 4.5 millones de palestinos que viven en Cisjordania y Gaza (de
preferencia mandarlos a Jordania), y así conformar el “Gran Israel”, con amplia
mayoría de judíos. De igual manera, pretende expulsar a Hezbollah del sur de
Líbano y anexarse de jure (puesto que
de facto ya lo tiene), las alturas
del Golán de Siria.
El gobierno israelí también desea destruir a Irán, tal como
ya lo logró -utilizando a los Estados Unidos y a Europa- con Irak, Libia y casi
lo ha conseguido con Siria. Pues el gobierno de Tel Aviv aspira a ser la
potencia hegemónica en la región y ve a Irán y sus aliados como el principal
competidor en dicho objetivo, por lo que pretende devastarlo con una guerra en
la que no tenga que gastar un solo dólar, ni perder un solo soldado, como
sucedió en los casos de Irak y Libia, en los que quedaron eliminados dos
antagonistas del proyecto sionista (Saddam Hussein y Muammar Gaddafi).
Por su parte, Arabia y las petromonarquías del Golfo,
coinciden con Israel en su objetivo de destruir a Irán y sus aliados (el
gobierno iraquí, el de Bashar el Assad, Hezbollah y los houthis de Yemen), con
objeto de que la rama sunni del Islam consolide su hegemonía sobre los chiitas.
Otros actores en la región, como Egipto, ya no aspiran a la
hegemonía regional, y dada su dependencia económica respecto a Estados Unidos y
Arabia Saudita, lo único que pretende el presidente Al Sissi es desarrollar
económicamente al país, evitar que el radicalismo islámico sea un factor de poder en el ámbito
interno y mantener relaciones de cooperación con Israel y el resto de países de
mayoría musulmana.
Sólo el gobierno de Erdogan en Turquía, mantiene la ambición
de expandir la influencia turca en la región, pero su problema interno con los
kurdos y con los sectores más seculares dentro del espectro político del país,
más las crecientes divisiones dentro de la propia coalición gobernante
(reciente renuncia del Primer Ministro Davotoglu), no permiten prever que el
gobierno de Ankara pueda lograr esos objetivos expansionistas.
Sin embargo, su disputa con el gobierno de Bashar el Assad en
Siria, es fuente de apoyo y recursos a distintos grupos terroristas que
combaten al gobierno sirio.
Tal cantidad de intereses y objetivos entre los supuestos
aliados de Estados Unidos y Europa, aunado a los intereses específicos del CMIS
y de sus aliados políticos en Washington, como los neoconservadores y los
liberales intervencionistas del Partido Demócrata, complican, obstaculizan,
cuando no paralizan cualquier esfuerzo por minar y debilitar a los grupos
radicales islámicos, que encuentran sustento no sólo en la propia política
exterior y de seguridad de Estados Unidos y Europa Occidental, caracterizada
por el intervencionismo militar y la visión de que Estados Unidos debe imponer
su hegemonía en todo el mundo; si no también en los intereses meramente
económicos de diversos actores dentro de los países occidentales que ven en la
prolongación de la amenaza terrorista, su modus
vivendi, por lo que las acciones y políticas para prevenir y eventualmente
erradicar al terrorismo de las calles de los Estados Unidos y las principales
ciudades europeas, es una quimera; no sucederá, pues los intereses detrás del
terrorismo van más allá de los propios grupos terroristas, y engloban al
complejo-militar-industrial-de seguridad; corporaciones de seguridad e
inteligencia; “think tanks” y consultorías; políticos y funcionarios, y hasta
medios de comunicación, que literalmente viven de la “Guerra contra el
Terrorismo”.
[1]
A excepción de los atentados en la AMIA en Buenos Aires, hasta ahora América
Latina no ha enfrentado este tipo de ataques inspirados en los distintos
problemas del Medio Oriente, Africa del Norte y de grupos radicales islámicos.
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