Iconos

Iconos
Zapata

lunes, 13 de junio de 2016

LA MASACRE DE ORLANDO ¿QUÉ HACER?

Nueva masacre en Estados Unidos. La peor de su historia, cometida por un estadounidense de nombre Omar Mateen, hijo de padres afganos (su padre es un político que se dice “candidato a la presidencia de Afganistán”), posiblemente con desorden bipolar (psicosis maníaco-depresiva) y supuestamente inspirado, y ahora también avalado, por el Estado Islámico.
La masacre cometida en un bar de la comunidad homosexual en Orlando, Florida, también tiene por supuesto tintes homofóbicos, propios de los grupos radicales islámicos.
Ante un nuevo hecho de violencia, realizado en esta ocasión por un “lobo solitario”, cabe preguntarse: ¿Esto parará alguna vez? ¿Qué hacer ante una epidemia de actos de violencia en escuelas, iglesias, cines, centros comerciales, bares, mercados, etc., de los Estados Unidos y de ciudades europeas, del Medio Oriente, Africa y Asia[1]?
Por un lado está la posición del gobierno de Barack Obama que señala que hay que aprender a vivir con esto por muchos años (misma posición del internacionalista de la corriente realista, Stephen M. Walt), ya que es materialmente imposible prever y evitar todos los ataques terroristas, en vista de que el número de “blancos” a su disposición es prácticamente infinito; y establecer medidas restrictivas a sociedades abiertas y plurales como las occidentales, implicaría cambiar fundamentalmente las leyes y la estructura social de dichos países, limitando severamente las libertades civiles y los derechos humanos, sin que con ello se consiguiera la seguridad completa.
¿Qué propone Obama? Mejorar las capacidades de inteligencia del país; incrementar la cooperación en ese sentido con los países aliados; trabajar en conjunto con los países de mayoría musulmana, para evitar que grupos religiosos y/o políticos de dichos países, financien y apoyen la radicalización de sectores de la población; mantener informada y alerta a la población y aplicar, hasta donde sea posible, medidas de seguridad razonables, que logren un equilibrio entre seguridad y libertad.
Por el otro lado, la corriente neoconservadora y el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump (a pesar de sus diferencias, en esto tienen algunos puntos coincidentes), proponen mayores controles sociales, que implican más facultades para que las autoridades investiguen y monitoreen permanentemente a la población, especialmente a los grupos considerados como potencialmente peligrosos (los 3 millones de musulmanes que viven en Estados Unidos), para intentar evitar estos ataques; que se establezcan prohibiciones para entrar a Estados Unidos de los nacionales de países con importante presencia de grupos terroristas, y en general de aquellos países con mayoría de población musulmana.
Así también, una intervención militar más amplia y decidida en Medio Oriente para acabar con grupos radicales como El Estado Islámico y presiones políticas sobre los aliados musulmanes de Estados Unidos en la región (Arabia Saudita, petromonarquías del Golfo, Afganistán, Pakistán, etc.), para que ataquen decididamente a los grupos terroristas y eviten brindarles cualquier tipo de apoyo mediante escuelas, organizaciones no gubernamentales, partidos políticos, mezquitas, etc.  
Por el bando libertario (Ron y Rand Paul, el portal Antiwar.com, por ejemplo), la propuesta es  cambiar fundamentalmente la política exterior y de seguridad de Estados Unidos, pues su objetivo es mantener un imperio y con ello la hegemonía mundial, con lo que permanentemente se está interviniendo militarmente en otros países, lo que inevitablemente provoca  la respuesta (el contragolpe) de sectores sociales de los países invadidos o bombardeados por Estados Unidos y sus aliados, lo que lleva al crecimiento y ampliación de los grupos terroristas, que así encuentran una justificación para atacar a Occidente y a sus aliados, y les permite aumentar su capacidad de reclutamiento y su base de apoyo.
¿Cuál de las tres perspectivas es la más coherente y viable?
El problema radica en que las tres perspectivas dependen de los objetivos de poderosos actores internos en los países de Occidente, y de las verdaderas intenciones que tienen varios aliados de estos países en el Medio Oriente y el Norte de Africa.
El complejo militar-industrial-de seguridad (CMIS) de Estados Unidos y de sus aliados (significativamente Gran Bretaña, Francia e Israel), basa su poder económico y político en la hegemonía mundial de Estados Unidos y en la perpetua guerra contra los enemigos de dicha hegemonía (llámese el comunismo en su momento; ahora “el terrorismo”, los “rogue states”; y de nuevo China y Rusia).
El CMIS tiene presupuestos enormes cada año y su influencia política se extiende por todo el establecimiento político de Estados Unidos, pues apoya con contribuciones a diputados, senadores, gobernadores y candidatos presidenciales, con objeto de que los contratos de armas y sistemas de defensa, se mantengan continuamente al alza. Y esto sólo es justificable si el mundo es “peligroso” y hay continuamente amenazas que enfrentar; y si no, se exageran las que existen o se inventan nuevas.
Cientos de “think tanks”, universidades, consultorías y empresas de seguridad privada, dependen también de que existan amenazas a la seguridad de Estados Unidos y en general a Occidente, para recibir generosas contribuciones del gobierno, empresas privadas de armamentos y hasta de gobiernos extranjeros que intentan influir en la agenda de política exterior y de seguridad de Washington.
Por el lado de los aliados regionales de Occidente, destacan sobre manera Israel, Arabia Saudita y las petromonarquías del Golfo, que tienen intereses específicos que proteger y hacer avanzar, y para lo cual les es indispensable que Estados Unidos y Europa Occidental mantengan su presencia política y militar en Medio Oriente y Africa del Norte, para lo cual la amenaza terrorista constituye la justificación perfecta.
Así, el gobierno de Netanyahu (Israel) desea expulsar de su territorio a los 4.5 millones de palestinos que viven en Cisjordania y Gaza (de preferencia mandarlos a Jordania), y así conformar el “Gran Israel”, con amplia mayoría de judíos. De igual manera, pretende expulsar a Hezbollah del sur de Líbano y anexarse de jure (puesto que de facto ya lo tiene), las alturas del Golán de Siria.
El gobierno israelí también desea destruir a Irán, tal como ya lo logró -utilizando a los Estados Unidos y a Europa- con Irak, Libia y casi lo ha conseguido con Siria. Pues el gobierno de Tel Aviv aspira a ser la potencia hegemónica en la región y ve a Irán y sus aliados como el principal competidor en dicho objetivo, por lo que pretende devastarlo con una guerra en la que no tenga que gastar un solo dólar, ni perder un solo soldado, como sucedió en los casos de Irak y Libia, en los que quedaron eliminados dos antagonistas del proyecto sionista (Saddam Hussein y Muammar Gaddafi).
Por su parte, Arabia y las petromonarquías del Golfo, coinciden con Israel en su objetivo de destruir a Irán y sus aliados (el gobierno iraquí, el de Bashar el Assad, Hezbollah y los houthis de Yemen), con objeto de que la rama sunni del Islam consolide su hegemonía sobre los chiitas.
Otros actores en la región, como Egipto, ya no aspiran a la hegemonía regional, y dada su dependencia económica respecto a Estados Unidos y Arabia Saudita, lo único que pretende el presidente Al Sissi es desarrollar económicamente al país, evitar que el radicalismo  islámico sea un factor de poder en el ámbito interno y mantener relaciones de cooperación con Israel y el resto de países de mayoría musulmana.
Sólo el gobierno de Erdogan en Turquía, mantiene la ambición de expandir la influencia turca en la región, pero su problema interno con los kurdos y con los sectores más seculares dentro del espectro político del país, más las crecientes divisiones dentro de la propia coalición gobernante (reciente renuncia del Primer Ministro Davotoglu), no permiten prever que el gobierno de Ankara pueda lograr esos objetivos expansionistas.
Sin embargo, su disputa con el gobierno de Bashar el Assad en Siria, es fuente de apoyo y recursos a distintos grupos terroristas que combaten al gobierno sirio.
Tal cantidad de intereses y objetivos entre los supuestos aliados de Estados Unidos y Europa, aunado a los intereses específicos del CMIS y de sus aliados políticos en Washington, como los neoconservadores y los liberales intervencionistas del Partido Demócrata, complican, obstaculizan, cuando no paralizan cualquier esfuerzo por minar y debilitar a los grupos radicales islámicos, que encuentran sustento no sólo en la propia política exterior y de seguridad de Estados Unidos y Europa Occidental, caracterizada por el intervencionismo militar y la visión de que Estados Unidos debe imponer su hegemonía en todo el mundo; si no también en los intereses meramente económicos de diversos actores dentro de los países occidentales que ven en la prolongación de la amenaza terrorista, su modus vivendi, por lo que las acciones y políticas para prevenir y eventualmente erradicar al terrorismo de las calles de los Estados Unidos y las principales ciudades europeas, es una quimera; no sucederá, pues los intereses detrás del terrorismo van más allá de los propios grupos terroristas, y engloban al complejo-militar-industrial-de seguridad; corporaciones de seguridad e inteligencia; “think tanks” y consultorías; políticos y funcionarios, y hasta medios de comunicación, que literalmente viven de la “Guerra contra el Terrorismo”.



[1] A excepción de los atentados en la AMIA en Buenos Aires, hasta ahora América Latina no ha enfrentado este tipo de ataques inspirados en los distintos problemas del Medio Oriente, Africa del Norte y de grupos radicales islámicos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario