Los nuevos miedos
Ignacio Ramonet
Nº: 248 Junio 2016
Le Monde diplomatique en español
El susto ha sido grande. Y aunque finalmente, el
pasado 22 de mayo, en Austria, Norbert Hofer, el candidato de la extrema
derecha, no fue elegido (por un pelín... [1]) presidente de la República,
cabe preguntarse qué miedos están sintiendo los austríacos para que el 49,7%
de ellos haya optado por votar a un neofascista.
“En la historia de las sociedades –explica el
historiador francés Jean Delumeau–, los miedos van cambiando, pero el miedo
permanece”. Hasta el siglo XX, las grandes desgracias de los seres humanos
eran causadas principalmente por la naturaleza, el hambre, el frío, los
terremotos, las inundaciones, los incendios, la escasez de alimentos, y por
pandemias epidémicas como la peste, el cólera, la tuberculosis, la sífilis,
etc. Antaño, el ser humano vivía expuesto a un entorno siempre amenazante.
Las desgracias le acechaban incesantemente…
La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por
el terror de las grandes guerras, las de 1914-1918, de 1936-1939 y de
1939-1945. La muerte a escala industrial, los éxodos bíblicos, las
destrucciones masivas, las persecuciones, los campos de exterminio... Tras la
Segunda Guerra Mundial y la destrucción atómica de Hirosima y Nagasaki en
1945, el mundo vivió bajo la preocupación constante por el apocalipsis
nuclear. Pero este miedo fue extinguiéndose poco a poco con el final de la
Guerra Fría en 1989 y tras la firma de tratados internacionales que prohíben
y limitan la proliferación nuclear.
Sin embargo, la existencia de estos tratados no
ha hecho desaparecer los riesgos. La explosión de la central nuclear de
Chernóbil, en particular, reavivó el terror nuclear. Más recientemente
también tuvo lugar el accidente de Fukushima, en Japón. La opinión pública,
estupefacta, descubrió entonces que incluso en un país conocido por su alta
tecnología como es Japón se trasgredían principios básicos relativos a la
seguridad, poniendo así en peligro la salud y la vida de cientos de miles de
personas.
Los historiadores de las mentalidades se
preguntarán algún día por los miedos de nuestra década (2010-2020).
Descubrirán que, a excepción del terrorismo yihadista que continúa golpeando
a las sociedades occidentales, los nuevos miedos son más bien de carácter
económico y social (desempleo, precariedades, despidos masivos, desahucios,
nuevas pobrezas, inmigración, desastres bursátiles, deflación), así como de
naturaleza sanitaria (virus del Ébola, fiebres hemorrágicas, gripe aviar,
chikungunya, zika) o ecológica (desajustes climáticos, transformaciones
profundas del medio ambiente, mega-incendios incontrolados, contaminaciones,
poluciones del aire). Éstos conciernen de la misma manera tanto al ámbito
colectivo como al ámbito privado.
En este contexto general, las sociedades europeas
se encuentran especialmente conmocionadas, sometidas a seísmos y a
traumatismos de gran violencia. La crisis financiera, el desempleo masivo, el
final de la soberanía nacional, la desaparición de las fronteras, el
multiculturalismo y el desmantelamiento del Estado de Bienestar provocan, en
el espíritu de muchos europeos, una pérdida de referencias y de identidad.
Una encuesta reciente, llevada a cabo en los
siete principales países de la Unión Europea por el Observatorio Europeo de
Riesgos, constata que el 32% de los europeos tienen mucho más miedo hoy de
atravesar dificultades financieras que hace cinco años; el 29% tienen más
miedo de caer en la precariedad; y el 31%, de perder su empleo. En España, la
pobreza ha aumentado de “manera alarmante” en los últimos años, con 13,4
millones de personas –esto es, el 28,6% de la población– en riesgo de
exclusión y de recaída en la miseria... Porque estos temores hacen nacer un
sentimiento de desclasamiento: el 50% de los europeos tienen la sensación de
encontrarse en regresión social con respecto a sus padres.
Así pues, los nuevos miedos están muy presentes
hoy en Europa. La crisis actual bien pudiera marcar el punto final del
poderío europeo en el mundo. Tras la llegada masiva de cientos de miles de
migrantes provenientes de Oriente Próximo (Siria, Irak) durante estos últimos
meses, el miedo a la “invasión extranjera” ha aumentado. Se extiende la
sensación de estar amenazado por fuerzas externas que los Gobiernos europeos
ya no controlarían, como el auge del islam, la explosión demográfica del Sur
y las transformaciones socioculturales que difuminarían su identidad. Y todo
esto se produce en un contexto de crisis moral grave en el que se multiplican
los casos de corrupción y en el que la mayoría de los que gobiernan, muy
impopulares, ven cómo se desmorona su legitimidad. En toda Europa, estos
miedos y esta “podredumbre” son explotados por la extrema derecha con fines
electorales. Como lo demostró la victoria, el pasado 25 de abril, de la
extrema derecha en la primera vuelta de las elecciones legislativas en
Austria.
En donde, además, se produjo el derrumbe
histórico de los dos grandes partidos tradicionales (el SPÖ, socialdemócrata,
y el ÖVP, democristiano) que habían gobernado el país desde 1945.
Ante la brutalidad y el carácter repentino de
tantos cambios, las incertidumbres se acumulan para muchos ciudadanos. Les
parece que el mundo se vuelve opaco y que la historia escapa a cualquier tipo
de control. Numerosos europeos se sienten abandonados por sus gobernantes,
tanto de derechas como de izquierdas, los cuales, además, son descritos sin
cesar por los grandes medios de comunicación como especuladores, tramposos,
mentirosos, cínicos, ladrones y corruptos. Perdidos en el centro de semejante
torbellino, muchos ciudadanos comienzan entonces a entrar en pánico y les
invade el sentimiento, tal y como decía Tocqueville, de que, “puesto que el
pasado ha dejado de aclarar el futuro, la mente camina entre las
tinieblas”...
En este caldo de cultivo social –compuesto por
miedos, por amenazas sobre el empleo, por desarraigo identitario y por
resentimiento– vuelven a aparecer los viejos demagogos. Aquellos que, sobre
la base de argumentos nacionalistas, rechazan al extranjero, al musulmán, al
judío, al romaní o al negro, y denuncian los nuevos desórdenes y las nuevas
inseguridades. Los inmigrantes constituyen los chivos expiatorios ideales, y los
objetivos más fáciles porque simbolizan las profundas transformaciones
sociales y representan, a ojos de los europeos más modestos, una competencia
indeseable en el mercado laboral.
La extrema derecha siempre ha sido xenófoba.
Pretende paliar las crisis designando a un único culpable: el extranjero.
Esta actitud se ve fomentada en la actualidad por las contorsiones de
partidos democráticos reducidos a preguntarse por la importancia de la dosis
de xenofobia que pueden incluir en su propio discurso.
Con la reciente ola de atentados odiosos en París
y en Bruselas, el miedo al islam se ha reforzado aún más. Cabe recordar por
ejemplo que hay entre 5 y 6 millones de musulmanes en Francia, el país que
cuenta con la comunidad islámica más importante de Europa. Y alrededor de 4
millones de musulmanes en Alemania. Según una encuesta reciente del diario
francés Le Monde, el 42% de los franceses considera a los
musulmanes “más bien como una amenaza”. El 40% de los alemanes piensan lo
mismo. En estos dos países, una mayoría de la población considera que los
musulmanes no están integrados en sus sociedades de acogida. El 75% de los
alemanes estima que no están “en absoluto” integrados o que “apenas lo
están”; y el 68% de los franceses piensan de la misma manera.
Hace unos meses, la canciller alemana Angela
Merkel –que luego acogió en su país a más de 800.000 migrantes solicitantes
de asilo en 2015– afirmaba que el modelo multicultural según el cual
convivirían en armonía diferentes culturas había “fracasado por completo”. Y
un panfleto islamófobo escrito por un ex dirigente del Banco Central alemán,
Thilo Sarrazin, que denunciaba la falta de voluntad de los inmigrantes
musulmanes para integrarse, ha sido un éxito rotundo en las librerías
alemanas, y se han vendido nada menos que 1,25 millones de ejemplares.
Un número cada vez mayor de europeos hablan del
islam como de un “peligro verde”, a la manera en la que antaño se imaginaban
los avances de China hablando del “peligro amarillo”. La xenofobia y el
racismo están aumentando en toda Europa. A esto contribuye sin duda el hecho
de que algunos musulmanes de Europa están lejos de ser irreprochables.
Especialmente –en un momento en el que los medios de comunicación evocan la
brutalidad de la Organización del Estado Islámico (OEI), o Daesh, en Irak y
en Siria– los activistas islamistas, que aprovechan el clima de libertad que
reina en los países europeos para desplegar un proselitismo salafista.
Predican el adoctrinamiento de sus correligionarios o de jóvenes cristianos
conversos. Los más extremistas han participado en la reciente ola terrorista
en Francia y Bélgica.
En el ámbito político, son numerosos los
discursos dramáticos que despiertan la preocupación y la angustia de los
electores. Durante las campañas electorales, es común encontrar discursos que
recurren al instinto de protección de los individuos. Se apela al miedo de
forma habitual. Se trata de una manipulación. Y, en la utilización de este
sentimiento, los populistas de derechas –en el contexto actual de crisis
social– se han convertido en expertos. No solo en Austria. En Francia, por
ejemplo, no hay ni un discurso del Frente Nacional y de su dirigente, Marine
Le Pen, en el que no se mencione el miedo. Le Pen evoca de forma constante
las “amenazas” que se cernerían sobre la seguridad física y sobre el bienestar
de los ciudadanos. Y presenta a su partido, el Frente Nacional, como un
“escudo protector” frente a estos “peligros”.
En todos sus documentos, el Partido de la
Libertad de Austria (FPÖ por sus siglas en alemán) y su líder Norbert Hofer
insisten en la persistencia de un pasado idealizado y una identidad que hay
que preservar. Promueven el miedo mencionando regularmente a un “enemigo
exterior”: el islam, contra el cual la “nación austríaca” tiene que actuar
como un bloque. Denuncian al Otro, al extranjero, como un peligro para la
cohesión de la comunidad nacional. En todos los discursos populistas de
derechas se encuentra este miedo al Otro que, obligatoriamente, es el
enemigo. Se rechaza al Otro porque no comparte los valores de la “Patria
eterna”.
En sus discursos, los líderes de las nuevas
extremas derechas también atacan a la Unión Europea (UE). La acusan de todos
los males, sobre todo de “poner en peligro” a los Estados-nación y a sus
pueblos. La UE se designa como culpable de la fragmentación de las naciones.
Al mencionar “las tinieblas de Europa”, Norbert Hofer sumerge a sus oyentes
en la inquietud. Porque, en la cultura occidental y cristiana, las
“tinieblas” designan por lo general la nada y la muerte. Así pues, el FPÖ se
presenta como un partido “salvador”, aquel que conseguirá llevar a la nación
austríaca hacia la luz.
La mayoría de los populistas de derechas en
Europa, actualmente, proceden a una amplificación de los peligros y a una
dramatización de los peligros. Sus discursos sólo proponen ilusiones. Pero en
un periodo de dudas, de crisis, de angustia y de nuevos miedos como el
actual, sus palabras consiguen captar mejor a un electorado desconcertado y
presa de pánico.
(1) Tras el recuento de 900.000 sufragios por
correo, el candidato ecologista Alexander Van der Bellen, catedrático emérito
de Economía, de 72 años, resultó elegido nuevo Presidente de Austria con un
50,3% de los votos frente al 49,7% del aspirante ultraderechista, Norbert
Hofer, quien había resultado vencedor de la primera vuelta con el 35% de los
sufragios.
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