La criminalización del pensamiento
Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada 7 de Mayo de 2016
Pensar trae consecuencias. Su ejercicio no ha sido una facultad bien
vista. Hoy está en peligro de extinción. Resulta significativo que entre los
crímenes de lesa humanidad figure la persecución ideológica y política. Desde
el castigo bíblico hasta nuestros días, la acción de pensar se castiga. Dos
esferas de la realidad política son las más afectadas. La educación y el
periodismo. En ambas, sus representantes son objeto de las iras del poder
institucional y la violencia. Las universidades, en tiempos de dictaduras
militares o cívico-militares, sufren las consecuencias de la criminalización
del pensamiento. Maestros y profesores han sido perseguidos y asesinados.
Durante la segunda República en España se expulsó a miles de las aulas del
magisterio y qué decir del México actual. En cuanto al periodismo, se mata
directamente al mensajero. El más reciente informe de la Federación
Latinoamericana de Periodistas destaca que sólo en México, durante 2015, fueron
ultimados 14 informadores. La lista es larga. Honduras presentó 10 casos,
Brasil ocho, Colombia cinco y Guatemala tres. Al mismo tiempo, la Federación
Internacional de Periodistas apunta que de 1990 a 2015 se contabilizaron 2 mil
297 asesinatos de comunicadores. En esa lista vuelve a destacar México con 120 casos,
Rusia reporta 109 y Brasil 62.
Todos los días nos enteramos, por los medios de
información, de las arbitrariedades del poder político a la hora de
criminalizar cualquier opinión discrepante. Sobre todo si en ella se vierten
críticas al orden social, a la violación de los derechos humanos y a las
fuerzas armadas y cuerpos de seguridad del Estado. Basta con que la policía
emita informes imputando a organizaciones, personas o movimientos sociales de
propagar ideologías disolventes para que sus dirigentes sean
detenidos, investigados y encarcelados. Asimismo, cualquiera puede levantar
falso testimonio y lograr credibilidad cuando la acusación deriva en el ámbito
del pensamiento y las ideas.
Si en los siglos XIX y XX el apelativo de
terrorista recayó en los movimientos anarquistas y anarcosindicalistas,
extendiéndose a socialistas y comunistas, en pleno siglo XXI se han roto dichas
fronteras ideológicas. Ya no asistiremos a un montaje judicial para justificar
la persecución ideológica. No hace falta encubrir el motivo. Abiertamente se
imputa al políticamente incorrecto la condición de antisistema. Basta recordar
el reciente caso del cómico alemán Jan Böhmermann, acusado de injurias por el
presidente de Turquía, Recep Erdogan, al haber escrito un poema satírico. Lo
peor no es la acusación, sino el consentimiento de Angela Merkel, canciller de
Alemania, de facilitar la apertura de un proceso judicial por injurias. En la
persecución del pensamiento no hay fronteras. En una sociedad de ciegos, el
tuerto no es el rey, está preso.
En la sociedad occidental, democrática y civilizada
se criminaliza la crítica y el pensamiento se tilda de subversivo y
antisistémico. Adjetivos que predisponen al uso de la violencia y la razón de
Estado para su represión. En Colombia, la Escuela Nacional Sindical entregó un
estudio detallado a congresistas estadunidenses subrayando que entre el 7 de
abril de 2011 y el 31 de marzo de 2015 habían perdido la vida en atentados 105
militantes pertenecientes a diferentes sindicatos. Asimismo, la Confederación
Sindical Internacional, en su informe anual sobre los derechos sindicales en el
mundo, denuncia que fueron asesinados 101 trabajadores por ejercer actividades
del gremio. De esos 101 asesinatos casi la mitad, 48, se registraron en
Colombia, 16 en Guatemala, 12 en Honduras, seis en México, seis en Bangladesh,
cuatro en Brasil, tres en República Dominicana, tres en Filipinas, uno en
India, otro en Irak y uno más en Nigeria. Dicho texto no considera las amenazas
e intentos fallidos de ejecuciones.
El miedo y la violencia, al igual que la
autocensura, se apoderan de quienes emiten opiniones contrarias al poder
dominante. Desde los atentados a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de
2001, el fantasma del terrorismo se convirtió en excusa para controlar la
crítica política y el ejercicio de la libertad de expresión. En el saco del
terrorismo se incorporan todo tipo de acciones y pensamientos. La vara de medir
está bajo mínimos. Cuando más democracia y libertades se dicen reconocer, más
se reprime la facultad de pensar. Ya no se diferencia entre pensamiento crítico
y terrorismo. El poder no distingue y, lo que es peor, no quiere ejercer dicha
distinción.
La crítica teórica y la reflexión han sido
materialmente despreciadas, supraxis se condena, constituyen una
amenaza. El poder político se siente propietario de las formas de pensar y
actuar. Quienes practican la noble actividad de pensar a contracorriente,
militantes políticos, sindicales, deportistas, científicos, periodistas,
escritores, actores, artistas plásticos, grupos musicales, etcétera, son objeto
de escarnio y presiones. Existe una guerra declarada al pensamiento en todas
las dimensiones de la vida social.
El ejercicio crítico de pensar subvierte el orden y
cuestiona el statu quo. Personas y medios que lo impulsan son
atacados por el poder. Las medidas aplicadas van de la censura a la clausura de
medios de prensa, programas de radio y televisión. Todo es bienvenido si con
ello se acallan las voces discordantes. Hoy, los servicios de inteligencia y
los aparatos de seguridad del Estado realizan la búsqueda de irredentos.
Intervienen correos electrónicos, teléfonos móviles, graban en aulas de clase,
restaurantes y centros comerciales. Ningún espacio público está exento de
vigilancia. El pensamiento crítico debe ser controlado en corto. Quienes lo
denuncian son objetivo militar y político. Es el caso de Julián Assange,
fundador de Wikileaks, quien pidió asilo a la República de Ecuador
por temor a ser extraditado a Estados Unidos, bajo acusaciones falsas de
violación. Lleva recluido desde el 19 de junio de 2012 en la embajada de
Ecuador en Londres. Otro ejemplo es el de Edward Snowden, ex empleado de la
Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos, quien hizo públicos los
programas de vigilancia masiva a escala mundial desarrollados por la SNA y la
CIA. Perseguido y acusado de criminal, se exilió en Rusia, donde reside
actualmente. Su vida está en peligro.
Las guerras del siglo XXI amplían el espectro de
los genocidios civilizatorios. Tecnologías de muerte.Drones y
armamento de última generación se utilizan para acallar voces e imponer valores
imperiales. Pensar se ha convertido en delito, su ejercicio se ha criminalizado
y sus defensores han sido condenados.
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