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Zapata

viernes, 13 de mayo de 2016

DEMOCRACIAS FUNCIONALES AL NEOLIBERALISMO

La democracia no funciona con otro sistema económico más que con el capitalismo, ya sea en su versión keynesiana o en el capitalismo salvaje que se ha implantado en el mundo desde el derrumbe del socialismo real.
El capitalismo del siglo XXI requiere de un régimen político que logre lo siguiente:

-         Control de las mayorías (sean trabajadoras y/o marginales), con objeto de que acepten su explotación y/o marginación sin protestar, a través de los aparatos propagandísticos (medios de comunicación), coercitivos (fuerzas armadas y de seguridad) y de supuesta representación (sindicatos y partidos políticos).
-         Creación de una estructura legal y burocrática que justifique y proteja el sistema de explotación de la mayoría de la población y de los recursos naturales (poderes ejecutivo, legislativo y judicial).
-         Sistema de rotación de élites capitalistas, a través de un sistema electoral para el reparto del poder, de tal manera que se eviten disputas que pongan en riesgo al régimen político y al sistema económico (elecciones locales, estatales y nacionales).
-         Representación nacional ante otras élites capitalistas en el ámbito internacional, para negociar su participación en el mercado mundial y canalizar institucionalmente la competencia capitalista (relaciones internacionales).

   En este siglo la importancia de los derechos sociales de las mayorías (alimentación, salud, educación y vivienda), ya no están siendo considerados como obligaciones u objetivos de las democracias, puesto que el sistema económico ha definido que son parte del “mercado” y por lo tanto objeto también de la competencia depredadora. De ahí que las legislaciones e instituciones que se fueron conformando durante 150 años para evitar que la masa trabajadora fuera sobre explotada, han estado desapareciendo rápidamente en los últimos 20 años.
  Las democracias, tanto en los países denominados desarrollados, como en los eufemísticamente llamados emergentes y en los subdesarrollados, deben servir al neoliberalismo, para que se pueda obtener el máximo provecho (o utilidad) de la población y los recursos naturales, en beneficio de la minoría capitalista dominante. Todo lo demás queda subordinado a esto.[1]
    De ahí que los gobiernos progresistas de América del Sur (Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador) que en los últimos 15 años intentaron desde el poder político y a través de la democracia modificar, que no derrumbar (aunque el chavismo venezolano sí se lo propuso) al capitalismo salvaje del siglo XXI, utilizando para ello los altos precios de las materias primas que venden al exterior, se toparon con los límites de la propia democracia funcional al neoliberalismo, pues la redistribución de la renta no podía llegar a modificar la esencia del sistema, que es la explotación de la población y de los recursos naturales en beneficio de las minorías depredadoras nacionales y trasnacionales.
    Cuando la única fuente real para redistribuir los ingresos se achicó, esto es, los ingresos provenientes de la exportación de materias primas, estos gobiernos ya no tuvieron asidero para mantener esas políticas, y los mecanismos de la propia democracia funcional al neoliberalismo se pusieron en marcha para que el sistema siguiera cumpliendo su función esencial; esto es, la extracción de la riqueza en beneficio de una minoría.
    Por eso, acusar a personas en específico (como Macri en Argentina, López y Capriles en Venezuela o Temer y Cunha en Brasil), como los “malvados” que se lanzaron a destruir los gobiernos “buenos” de izquierda, es una simplificación que no asume la verdadera causa del fracaso de dichos gobiernos, que radica en que el régimen político imperante mediante el cual esos gobiernos asumieron el poder, está embonado perfectamente con el capitalismo depredador y salvaje actual, por lo que ambos son las dos caras de una misma moneda, y aspirar a cambiar (o incluso derruir) la explotación capitalista, usando a la democracia que se ha implantado para desarrollar y defender ese mismo sistema, es un ingenuidad y está condenado al fracaso.

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