Un Partido Republicano dividido
Después del debate en Des Moines, Iowa entre los
precandidatos con más apoyo entre la base republicana (menos Trump que intentó
vetar a la conductora de Fox News, Megyn Kelly, sin lograrlo; por lo que no
asistió al evento), se advierte que el partido está en uno de sus momentos más
críticos en los últimos 42 años (desde el escándalo Watergate, que provocó la
renuncia de Richard Nixon a la presidencia en 1974).
El establecimiento republicano que ha tenido como presidentes
en sus últimos doce años en que ocuparon la Casa Blanca (1989-1991; 2001-2009)[1],
a dos miembros de una misma familia, George H.W. Bush y su hijo George W. Bush
(lo que denota una grave falta de cuadros “presidenciables”), ha fracasado en
impulsar candidaturas de otros miembros del establecimiento[2]
que logren la aceptación de franjas amplias del electorado estadounidense, y no
sólo entre los republicanos, los cuales tienen su mayor apoyo en la clase media
blanca del Medio Oeste y Centro-Sur de la Unión Americana.
Si bien en el paquete que queda de precandidatos hay alguna
diversidad que refleja a la sociedad estadounidense (un afroamericano, Ben
Carson; dos descendientes de cubanos, Cruz y Rubio; una mujer, Carly Fiorina; y
el resto hombres blancos), la realidad es que este partido se encuentra en el
dilema de seguir representando los intereses de las élites que lo han manejado
en el último siglo, y más específicamente en los últimos 25 años; o virar hacia
una posición más vinculada con sus bases profundas en el entramado social del
país.
¿Cuáles han sido los intereses tradicionales del Partido
Republicano y cuáles son los “nuevos” intereses que se han apoderado de este
partido en el último cuarto de siglo?
Hay que recordar que el Partido Republicano surge de la
contienda entre los estados del Norte y del Sur por definir el tipo de
capitalismo que dominaría a Estados Unidos: el agrícola, basado en mano de obra
esclava y con orientación a la exportación de materias primas y libre
importación de manufacturas (el Sur); o el industrial-mercantilista, basado en
exportación de productos manufacturados, con trabajadores por contrato y
proteccionismo (el Norte).
Con el triunfo del Norte, el Partido Republicano pasó a ser
la fuerza política dominante en el país, y el Partido Demócrata se convirtió en
el defensor de los derrotados estados agrícolas del Sur y Centro del país.
El crecimiento exponencial de la industria y el comercio, así
como de las comunicaciones después de la Guerra Civil (1861-65) y el duro
proceso de Reconstrucción (1865-1877) que tuvieron que vivir los estados del
Sur, permitieron a una élite industrial, comercial y financiera en el Noreste y
alrededor de los Grandes Lagos, acumular enormes riquezas y poder, lo que
provocó una concentración brutal del ingreso en una sola capa de capitalistas y
los consiguientes abusos y depredación en las zonas más deprimidas de Estados
Unidos, como el Medio Oeste y el Sur, en donde el Partido Demócrata surgió como
defensor de los blancos pobres y despojados[3]
por los “robber barons”, es decir los financieros e industriales que manejaban
al país a su antojo.
Al iniciar el siglo XX se registra la primera fisura
importante dentro del Partido Republicano, cuando Teddy Roosevelt se enfrenta a
los “robber barons” para evitar que depreden por completo al país; se
establecen las primeras tibias regulaciones anti-monopolio y se crean los
primeros parques y reservas naturales.
Pero es en definitiva la oposición de una parte del Partido
Republicano al dominio de los financieros de Nueva York (encabezados por John
Pierpont Morgan y sus herederos, quien a su vez era el “hombre de paja” de la
familia Rothschild; y por los banqueros judío-alemanes que manejaban Wall
Street) y a su proyecto de crear la Reserva Federal (que finalmente
consiguieron en los últimos días de diciembre de 1913), lo que define las dos
rutas que desde entonces se establecen en este partido.
Por un lado los “cosmopolitas” financieros neoyorquinos que
buscaban expandir la influencia de Estados Unidos por el mundo y especialmente intervenir
en la política de poder de Europa; y por otro los republicanos que pretendían
mantener el modelo de la “fortaleza americana”, con un acusado proteccionismo,
crecimiento de su base industrial y comercial, superávits en su comercio
exterior y defensa de los intereses empresariales estadounidenses,
especialmente en América Latina y el Pacífico, pero sin entrometerse en los
asuntos europeos, ni en el aventurerismo colonial en Africa.
El presidente William Howard Taft (1908-1912)[4],
era quien encabezaba esta última facción, y los intereses financieros no vieron
con agrado su falta de compromiso con las nuevas tareas que prefiguraban para
Estados Unidos en el ámbito internacional.
Así, por un lado se impulsó la candidatura del ex presidente
Roosevelt para dividir al Partido Republicano, pues al no conseguir la
nominación ante Taft, Roosevelt creó el Partido Progresista, con el cual
compitió en las elecciones de 1912, en la que los financieros y “cosmopolitas”
de Nueva York y el Este de Estados Unidos apoyaron al poco conocido y muy
manipulable candidato del Partido Demócrata, Woodrow Wilson, con lo que este
partido retomó su preponderancia a nivel nacional.
La Primera Guerra Mundial permitió a Estados Unidos quedar
como la super potencia mundial, después de la devastación que sufrió Europa y
ello parecía abrir la posibilidad de que la nueva vertiente de dominio
financiero mundial que se había establecido en Washington y Nueva York
prevaleciera; pero no fue así, ya que los intereses más tradicionales del
Partido Republicano regresaron en 1920, y aprovechando el hartazgo de los
estadounidenses con los asuntos mundiales (reflejado en el rechazo a formar
parte de la Liga de las Naciones, propuesta por el propio Wilson), eligieron
nuevamente a otro tradicionalista a la presidencia, Warren G. Harding.
Los años veinte transcurrieron bajo la hegemonía del Partido
Republicano, que si bien favorecía los intereses de las grandes empresas y
conglomerados, se negaba a participar más activamente en la política de poder a
nivel internacional.
Es el “crash” financiero de 1929 el que va a derrumbar de su
pedestal a la facción pro empresarial, pero anti-internacionalista del Partido
Republicano y va a abrir las puertas nuevamente al Partido Demócrata, con
Franklin D. Roosevelt, que impulsa una serie de políticas consideradas
progresistas para su época, a través de la intervención gubernamental, para
salvar al capitalismo estadounidense de sus propios excesos y abusos.
Aun así, el “New Deal” rooseveltiano no sacó de la recesión a
Estados Unidos, y tuvo que ser la Segunda Guerra Mundial la que relanzara
nuevamente el crecimiento industrial, financiero y comercial estadounidense.
No sólo eso, la guerra le abrió las puertas al proyecto de
imperio mundial que tenían los financieros del Este, y con el complejo
militar-industrial y de seguridad que surgió a raíz de la Segunda Guerra, se
configuró un “tándem” poderosísimo que buscó mantener la hegemonía
estadounidense en todo el mundo, rechazando definitivamente el que denominaron
“aislacionismo” (en ese entonces encabezado por el hijo del presidente Taft, el
senador Robert Taft), y también en permanente “guerra” al país, ya fuera “fría”
con el bloque soviético, o “caliente” en diversas zonas del mundo
(intervenciones en Latinoamérica, Corea, Vietnam, etc.), con objeto de asegurar
el predominio de dichos intereses a lo largo del tiempo.
Pero los 20 años de dominio demócrata y las políticas
progresistas implantadas, iniciaron un viraje en los estados pobres hacia dicho
partido, que fue visto más cercano a las necesidades de la gente común, que el
Republicano.
Fue el presidente Eisenhower quien en el penúltimo día de su
administración en 1961 advirtió al pueblo estadounidense del enorme poder del complejo
militar industrial y de sus nefastas consecuencias para el país y el mundo.
Eso reflejaba que los intereses empresariales más
tradicionales del Partido Republicano (industrias del carbón, el acero, el
automóvil, el petróleo, gas, productos de consumo popular, agricultura de
exportación, ganadería, comercio, etc.), ya no definían la política económica,
de defensa (más bien de intervención) y exterior del país, sino los intereses
financieros, armamentistas y de seguridad.
Kennedy intentó oponerse en alguna medida a esos intereses,
aun siendo parte de una de las familias más poderosas del país, y eso le costó
la vida (y posteriormente también a su hermano Robert).
Lyndon B. Johnson y su política de bienestar social (“Gran
Sociedad”), definitivamente hicieron virar al Partido Demócrata hacia las
posiciones consideradas de “izquierda” en Estados Unidos, especialmente en
favor de las minorías (negra e hispana), de los trabajadores y de los pobres,
aunque en el ámbito internacional el objetivo era mantener la hegemonía
estadounidense en el mundo y acotar al bloque soviético.
Dicho viraje del Partido Demócrata le abrió las puertas a la “southern
strategy”[5],
o estrategia sureña de Nixon, mediante la cual se buscó el apoyo de los blancos
sureños, apelando a su oposición a la extensión de los derechos y libertades
civiles para la población negra, lo que llevó a Nixon a ganar en las elecciones
de 1968 y a arrasar en las de 1972, estableciendo definitivamente la base de
poder electoral del Partido Republicano en el Sur, Medio Oeste y Centro del
país; mientras que los demócratas se asentaban en las ciudades y estados con
mayor diversidad racial, más conectados con el ámbito internacional y más identificadas
con las industrias financiera, de medios de comunicación (cine, televisión),
tecnológicas (informática, energías renovables), opuestas a las que normalmente
se habían identificado con los republicanos (acero, automóvil, carbón,
agricultura, ganadería, comercio, etc).
El “reaganismo” confirmó que la base de poder electoral
republicana estaba ahora en los estados con mayor población blanca, más vinculados
a la economía doméstica y menos proclives a las aventuras militares en el
exterior (sin que ello significara que no usaran el poder militar para mantener
su hegemonía en sus zonas de influencia tradicionales, tales como América
Latina).
De hecho Reagan utilizó el concepto de “fortaleza para lograr
la paz”, o sea, un crecimiento enorme del poder militar con objeto de doblar a
la URSS en la carrera armamentista, y así obligarla a negociar una “détente” en
la Guerra Fría; lo que a la postre se convirtió en una verdadera crisis
económica, política y estructural de la URSS que la llevó a su colapso, algo
que ni Reagan, ni el establecimiento político-militar de Estados Unidos
esperaban.
A partir del fin de la Guerra Fría (quizá debamos decir de la
Primera Guerra Fría, pues parece que ya se ha iniciado la segunda en los
últimos 5 años), el establecimiento político-militar de Estados Unidos intentó
afianzar su hegemonía mundial, y para ello siguió la vertiente dictada por la
versión “cosmopolita” del Este de Estados Unidos.
Así, por un lado se aumentó exponencialmente la ventaja
militar de Estados Unidos respecto al resto de potencias mundiales, con objeto
de no volver a ser desafiado en este ámbito; triunfó la visión de que el
capitalismo estadounidense podría seguir ejerciendo su hegemonía, a través de
la apertura comercial, de inversiones y de servicios a nivel planetario, pues
sus conglomerados eran tan poderosos y estaban tan interrelacionados con todas
las economías principales del mundo, que ya no había que temer a ningún tipo de
competencia; sino por el contrario, la apertura completa de economías y
mercados le daría la posibilidad a las empresas estadounidenses de dominar el
escenario mundial. Y por último, se consideró que el capitalismo estaba en una
nueva etapa, en donde había que aprovechar las materias primas y la mano de
obra de todo el mundo, por lo que la relocalización industrial para aprovechar
esas ventajas, era favorable al “capital” y ello requería apertura total en
materia de flujos de insumos, mercancías e inversiones (pero no de personas,
con lo que se reconocía que en ese ámbito la sociedad blanca estadounidense aún
no estaba tan abierta).
Esta nueva estructuración de la hegemonía mundial
estadounidense encontró diversos obstáculos que han transformado el plan
original, y que han tenido su repercusión dentro de los dos partidos políticos prevalecientes
en Estados Unidos.
En el caso del Partido Republicano, en los noventas se vio
enfrentado a una sociedad más abierta, diversa y orientada hacia el
intervencionismo militar en lo internacional (el policía del mundo), y la
apertura de los mercados en lo económico.
Ello llevó a que la facción más nacionalista y tradicional
del Partido Republicano fuera derrotada dos veces consecutivas (1992 con Bush
padre; 1996 con Dole), lo que los obligó a establecer una alianza con una parte
del establecimiento político-militar que estaba comprometido con la estrategia
de expansión imperial y que había logrado su ascenso en los tiempos de Reagan:
los “halcones” neoconservadores, estrechamente vinculados al complejo-militar-industrial
y de seguridad y al lobby pro Israel.
Los atentados del 9/11 permitieron que la vertiente más
ligada a los intereses intervencionistas, a la élite financiera de Nueva York y
a los multimillonarios financieros judío-estadounidenses (principales donadores
de los políticos en ambos partidos, pero especialmente en el Republicano) que
impulsan una subordinación total de las políticas exterior y de seguridad de
Estados Unidos, a los intereses y necesidades de Israel, tomara el control del
partido.
Así, desde hace 15 años esta facción dentro del Partido
Republicano, ha empujado al partido y hasta donde ha podido, al país, a
comprometerse en una política de total e irrestricto apoyo a Israel y a sus
objetivos en el Medio Oriente, que son: destrucción de los regímenes que
considera sus enemigos; “balcanización” de los países musulmanes en la región,
para así debilitarlos; instigación de la división entre sunníes y chiítas; mantenimiento
de la ventaja militar y económica de Israel sobre todos sus vecinos; extensión
de Israel sobre los territorios ocupados (Este de Jerusalén, “Judea y Samaria”
y Gaza) y eventual expulsión de los palestinos de Gaza y Cisjordania, hacia
Jordania, Siria y Líbano.
De la misma forma, esta facción, sus multimillonarios
patrocinadores y su influencia en los medios de comunicación, así como los
cientos de organizaciones y think tanks
pro israelíes, han desarrollado una estrategia de demonización contra la
religión musulmana y especialmente contra la rama chiíta, que es encabezada por
Irán, para evitar cualquier tipo de acercamiento o entendimiento entre
Occidente y dicha vertiente político-religiosa.
Asimismo, la facción “cosmopolita e internacionalista” del
Partido Republicano, impulsa la apertura de fronteras en materia de
inversiones, comercio y migración, pues ello conviene a los principales
conglomerados financieros e industriales de Estados Unidos.
Pues bien, los neoconservadores que han impulsado la
permanente intervención militar de Estados Unidos en favor de los intereses
israelíes y saudíes en Medio Oriente; que favorecen el dominio del capital financiero,
con su sede en Nueva York (y cuyos excesos y abusos llevaron a la crisis del
2008-9, que hizo palidecer a la de 1929) por sobre el crecimiento de la base
industrial y comercial del país; y que están aliados con el complejo
militar-industrial y de seguridad, al que le conviene el estado permanente de
guerra en lo internacional y de “amenaza terrorista” en lo nacional, para así
continuar con el aumento en los gastos militares ad infinitum, ya están encontrando oposición a dichas políticas por
parte de los sectores, llamémosle “profundos” del Partido Republicano.
Esto es, aquellos intereses más centrados en la economía
doméstica, que se han visto seriamente afectados con la relocalización
industrial en países que cuentan con mano de obra e insumos y materias primas
baratas; aquellos a quienes las importaciones los han golpeado duramente;
aquellos que ven a la llegada de miles de inmigrantes (legales o
indocumentados), como una amenaza al predominio de la población blanca, a sus
costumbres, y que en general le temen “al otro”, al “diferente”; que no cuentan
con una educación muy amplia, ni ilustrada, por lo que todo lo que viene del
exterior lo ven como un riesgo, un peligro a su modo de vida; así como los
sectores tradicionales del Partido Republicano que tenían algo que decir en el
rumbo del partido, y que ahora se ven superados por el dinero de multimillonarios
judío-estadounidenses dedicados al negocio de las apuestas (Adelson), o a los “fondos
buitre” (Singer); o a los medios de comunicación (Murdoch).
Donald Trump, habiendo formado parte de esa élite de “cosmopolitas”
del Este e incluso habiendo financiado a políticos de dichas orientación, ahora
se ha levantado como el defensor del nacionalismo económico (no a la apertura
comercial; no a la relocalización industrial); del chauvinismo y xenofobias más
profundos dentro del electorado blanco del Centro-Sur y Medio Oeste estadounidense
(no a la inmigración, no a los musulmanes); pero también se opone al
aventurerismo militar de los neoconservadores (no a la intervención contra
Bashar el Assad en Siria; en contra de mantener bases militares en todo el
mundo), y prefiere regresar al tradicional intervencionismo estadounidense en
su zona natural de influencia, esto es Latinoamérica (críticas constantes a México)
y en el Pacífico (críticas a políticas comerciales de China, Japón y Corea del
Sur).
Es decir, Trump trata de recuperar la visión tradicional del
Partido Republicano de los años veinte, treinta y cuarenta, que busca centrar
la base de poder estadounidense, no en su sobre-extensión por todo el mundo (ya
no más ser el policía mundial), y ciertamente no más en el Medio Oriente, y
dejar a Europa que resuelva sus problemas sola; recuperar el mercantilismo
anterior, buscando exportar más de lo que se importa; traer las fábricas de las
empresas estadounidenses de vuelta al país, pero mantener la depredación de
otras economías, a través de imposición de tratados y condiciones económicas
favorables a Estados Unidos, al estilo Teddy Roosevelt; esto es, todo el
beneficio para Estados Unidos y ninguno para los países débiles (especialmente
en América Latina, comenzando con México).
De ahí que la facción neoconservadora esté haciendo todo lo
posible por oponerle un candidato poderoso a Trump; primero dentro del Partido
Republicano, y si ahí no puede ser detenido, entonces en la elección general
(mandando al multimillonario judío-estadounidense Michael Bloomberg como tercer
candidato, para quitarle votos al Partido Republicano; o de plano apoyando a
Hillary Clinton, si es que llega a ser la candidata Demócrata).
Por ahora los neoconservadores sólo tienen como carta a Marco
Rubio (apoyado por los principales millonarios judío-estadounidenses), y en
menor medida a Ted Cruz, quien no es muy favorable a la visión neoconservadora,
e incluso los ha criticado abiertamente, pero quien sin embargo es visto como
menos “radical” que Trump por esta facción.
Así, este 1º de Febrero inician las primarias en ambos
partidos, y el Partido Republicano está dividido, pues por un lado se encuentra
Trump, que busca regresar a ciertas posiciones nacionalistas fundamentales del
Partido Republicano, muy opuestas a las
líneas que han dominado este partido los últimos 25 años, y que representan
ahora al “establishment” republicano, que intenta mantener su dominio sobre la
visión y el rumbo del denominado Grand Old Party.
[1] Se
incluyen las fechas en que toman efectivamente posesión los presidentes, esto
es el 20 de enero del año posterior a la elección presidencial.
[2] En
1996 fracasó el senador Bob Dole; en 2008 fracasó el senador John Mccain y en
2012 fracasó el exgobernador Mitt Romney.
[3]
En las últimas dos décadas del siglo XIX se crea y fortalece el movimiento
populista, en favor de los granjeros que perdían sus propiedades a manos de
banqueros, compañías ferrocarrileras, industrias, etc., y que fue liderado por
el político William Jennings Bryan.
[4]
Otro de los opositores de los financieros neoyorquinos fue Charles August
Lindbergh, congresista por Minnesota, quien se opuso a la creación del banco de
la Reserva Federal y a la entrada del país a la Primera Guerra Mundial, las dos
políticas principales que aseguraron el poder de los “cosmopolitas”. El hijo de
Charles August, Charles Lindbergh, famoso aviador que cruzó sin escalas el
Atlántico en 1927, también se opuso a la entrada de Estados Unidos a la 2ª.
Guerra Mundial, por lo que fue tachado como “pro nazi”.
[5] https://en.wikipedia.org/wiki/Southern_strategy
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