El Chapo, implicaciones de una entrevista
EDITORIAL DE LA JORNADA
10 DE ENERO DE 2016
Un día después de la captura de Joaquín El Chapo Guzmán
Loera en Los Mochis, Sinaloa, salió a la luz pública una entrevista realizada
por el actor estadunidense Sean Penn al líder del cártel de
Sinaloa. La charla, de acuerdo con la información disponible, tuvo lugar el
pasado 2 de octubre, es decir, en un momento en que Guzmán Loera supuestamente
era objeto de una búsqueda desenfrenada por el gobierno mexicano, tras su
segunda fuga de un penal de máxima seguridad, y fue posible gracias a la
intercesión de una actriz mexicana, amiga del histrión estadunidense.
Más allá de la relevancia periodística del
documento difundido, el hecho mismo reviste aristas que exhiben el carácter
fantasmagórico y confuso de la actual guerra contra el narcotráfico
–recrudecida durante el sexenio de Felipe Calderón y continuada por la actual
administración–, la tenue línea que divide los estamentos delictivos del resto
de la sociedad –que exhibe, a su vez, el entrevero entre los primeros y la
segunda– y el carácter inoperante y errático de las instituciones encargadas de
la seguridad y la procuración de justicia.
Según una nota de los editores de la revista Rolling
Stone, al tiempo en que la edición que contenía la entrevista fue a prensa,
el capo fue capturado en Los Mochis. Dicha afirmación, de ser cierta, haría
obligado plantear interrogantes en torno a la detención del líder del cártel de
Sinaloa: no es ocioso preguntarse, por ejemplo, si el gobierno federal tuvo conocimiento
de la entrevista en los días previos a la reaprehensión deEl Chapo; si
ese conocimiento aceleró las acciones policiales y militares para dar con su
paradero o si, por el contrario, las autoridades nacionales fueron incapaces de
enterarse que el prófugo más buscado del país se reunía con medios
internacionales y estrellas de la farándula para dar entrevistas.
Por lo demás, la publicación plantea un dilema
sobre la responsabilidad cívica y moral de los ciudadanos de nuestro país en lo
que se refiere a la preservación del estado de derecho y la legalidad. La
evidente cercanía entre integrantes de la élite del entretenimiento y
cabecillas de organizaciones criminales –una de cuyas instancias más
significativas es la entrevista de referencia– tiene como correlato una
estrategia de seguridad que ha cobrado decenas de miles de vidas, ha implicado
el uso de grandes sumas del erario para perseguir presuntos delincuentes y ha
alterado gravemente la paz social en amplias franjas del territorio.
A pesar de todo ello, hoy es claro que, mientras el
gobierno federal se enfrascaba, según su propio dicho, en una cacería sin
precedente para recapturar a El Chapo, el paradero del
narcotraficante era conocido por al menos un medio extranjero, un actor
estadunidense y una connacional, sin que ello derivara, hasta donde se sabe, en
denuncia alguna frente a las autoridades. De dicho documento periodístico
también se desprende la afirmación de que Guzmán Loera “cita (aunque pide que
no se publique) a numerosas grandes empresas corruptas, en México y el
extranjero. Menciona, con gustoso desdén, a varias que ha usado para lavar
dinero y que se quedan con su rajada del narcopastel”, como recordatorio
de que los tentáculos del negocio de las drogas no se agota en la lista de
presuntos delincuentes que son periódicamente señalados por los gobiernos
mexicano y estadunidense como los más buscados, sino que tiene
ramificaciones en diversos ámbitos de la sociedad y la economía pretendidamente
legal.
Lo cierto es que, sin atacar todos estos frentes,
la lucha gubernamental contra el narcotráfico, y contra la delincuencia
organizada en general, carece de sustancia y de perspectivas de éxito.
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