La traición de Mancera
John M. Ackerman
La Jornada 4 de Enero de 2016
Miguel Ángel Mancera llegó a ocupar la jefatura de Gobierno del Distrito
Federal en 2012 gracias al enorme repudio ciudadano en contra del desastroso
sexenio de Felipe Calderón que había sumido al país en un baño de sangre.
Mancera también se benefició de la baja calidad de las candidatas presentadas
por el PRI y el PAN, Beatriz Paredes e Isabel Miranda de Wallace. El actual
jefe de Gobierno recibió más de 63 por ciento de la votación ciudadana,
marcando un hito histórico en comparación con las elecciones anteriores.
Pero en lugar de reconocer con humildad su papel en
la historia y respetar al mandato popular expresado en las urnas en favor de
una ciudad de México progresista y de avanzada, Mancera se ha dedicado a
traicionar a los ciudadanos de la capital con sus políticas represivas,
privatizadoras y antipopulares. La reciente aprobación de un constituyente
profundamente amañado y autoritario para la ciudad solamente echa sal en la
profunda herida abierta por tres años de atropellos a la esperanza ciudadana.
Desde el principio de su mandato, el jefe de
Gobierno de una de las ciudades más avanzadas del mundo con respecto a su
cultura política informada y crítica, tendría que haber encabezado la lucha
ciudadana en contra de la privatización petrolera y las otras contrarreformas
del Pacto por México impulsadas por los dinosaurios neoliberales que hoy ocupan
Los Pinos. Pero en lugar de encabezar marchas de protesta e informar a la
ciudadanía sobre las implicaciones del saqueo, Mancera se dedicó a reprimir a
estudiantes, encarcelar a activistas y desalojar a maestros.
Durante su gestión, la Plaza de la Constitución ha
dejado de ser un espacio para la defensa de la Carta Magna. Con Mancera, el
Zócalo capitalino se ha convertido en un lugar para enaltecer a las fuerzas
armadas, estacionar los autos de lujo de la clase política, instalar
mega-pantallas y patinar sobre hielo.
Un jefe de Gobierno digno de la larga tradición de
luchas sociales en la capital en favor de los servicios y los espacios
públicos, tendría que haber defendido el interés ciudadano en contra de la
voracidad de los políticos corruptos y los especuladores inmobiliarios, pero en
lugar de garantizar la economía popular, Mancera provocó la ira ciudadana al
aumentar de golpe el precio del Metro. También ha fomentado la multiplicación
sin límite de nuevos centros comerciales y sucursales de cadenas extranjeras al
acecho de nuevas oportunidades de expropiar los pesos cada vez más devaluados
del pueblo trabajador.
Mancera ha privatizado la vía pública al otorgar
jugosos contratos millonarios a concesionarios de parquímetros a lo largo y
ancho de la ciudad. El servicio de grúas sigue en manos privadas desde la época
de Marcelo Ebrard, y el nuevo jefe de Gobierno ha ampliado el modelo de
asociaciones público-privadas y de subcontrataciones de servicios públicos a
una infinidad de otros ámbitos, desde los semáforos hasta las patrullas.
Organizaciones civiles también han denunciado sus planes de privatizar el
servicio de agua potable.
Con Mancera, la Ciudad de México se ha hundido en
una espiral interminable de violencia y de represión. Sigue sin resolver el
sospechoso caso del multihomicidio en la colonia Narvarte, donde fueron
asesinados el periodista veracruzano Rubén Espinosa y la activista Nadia Vera.
Y son cada día más comunes las brutales ejecuciones al estilo
de narcotraficantes que cuentan con protección política del más alto nivel.
Ahora, con el formato para el nuevo constituyente
del Distrito Federal, el jefe de Gobierno se corona como el príncipe mejor portado
en todo Peñalandia. De acuerdo con el texto ya aprobado por el Congreso de la
Unión, Mancera será la única persona facultada para proponer el texto para la
Constitución de la Ciudad de México, escrito que será sometido después para su
aprobación a un constituyente donde sólo 60 por ciento de los integrantes serán
electos por la ciudadanía, y los partidos del Pacto por México (PRI, PRD y PAN)
tendrán garantizada una mayoría absoluta de los votos.
El objetivo político es claro: excluir totalmente a
la primera fuerza política de la capital, Morena, de cualquier participación en
el proceso de redacción, negociación y debate de la Carta Magna de la ciudad.
Sigue absolutamente vigente el sistema inaugurado
en 1946, con la creación del partido supuestamente institucional, basado en la
utilización facciosa de las instituciones para favorecer los intereses de
unos cuantos. No existe posibilidad alguna de que la nueva Constitución de la
Ciudad de México refleje la voluntad popular. En lugar de participar en esta
farsa, la mejor estrategia para recuperar el espíritu rebelde y transformador
de la capital será la construcción de una gran coalición entre Morena, los
ciudadanos libres y las organizaciones sociales para generar una alianza social
capaz de hacer valer la soberanía popular en las elecciones de 2018.
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