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Zapata

lunes, 17 de febrero de 2014

Obama en México (17 de Febrero 2014)

El Miércoles 19 de Febrero se realizará la VII Reunión de los países que conforman "Norteamérica", es decir los integrantes del Tratado de Libre Comercio de esa región (NAFTA por sus siglas en inglés), Estados Unidos, Canadá y México, a realizarse en Toluca, la capital del Estado de México, de donde es originario el presidente Enrique Peña Nieto.

La Secretaría de Relaciones Exteriores de nuestro país ha hecho énfasis en que el objetivo es potenciar el NAFTA y no renegociarlo. ¿Por qué lo tendrían que renegociar? Bueno, en principio ya hay una renegociación en curso en las reuniones que realizan los países que conformarán el Acuerdo TransPacífico (TPP por sus siglas en inglés), en donde varios aspectos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte se están cambiando en favor de las grandes empresas transnacionales, en áreas como derechos laborales y reglas en materia de protección medioambiental.

De ahí que ninguno de los tres países requiere cambiar algo al NAFTA, en vista de que una vez que el TPP esté concluído, varias reglas se habrán modificado sin necesidad de una negociación paralela. De hecho, se está usando el TPP como una "puerta de atrás" por la que muchas concesiones a las empresas, que no pudieron incluirse en el NAFTA por oposición de sindicatos y grupos ambientalistas en Estados Unidos y Canadá, ahora se están incluyendo en el Acuerdo TransPacífico.

De ahí que México seguirá subordinado a las medidas unilaterales que Estados Unidos adopta en el comercio bilateral, sin importarle lo que establezcan los tratados, como ha sido el caso en las prohibiciones al autotransporte mexicano, las medidas proteccionistas contra el atún o el aguacate, y muchos otros productos que han encontrado barreras no arancelarias al mercado estadounidense, mientras Washington presiona y exige completa apertura del mercado mexicano (lo que ha logrado), sin respuesta por parte de nuestros obsecuentes gobernantes. (ahí está el caso de Ernesto Zedillo, que siendo presidente privatizó los ferrocarriles, y apenas terminado su periodo presidencial fue nombrado miembro del consejo de administración de la empresa estadounidense que más se benefició con dicha privatización, la Kansas City Southern).

Ahora Obama viene a asegurar el "mercado común energético" de Norteamérica, gracias a la generosísima reforma de Peña Nieto en el sector, que permite a las grandes transnacionales de Estados Unidos contabilizar las reservas probadas de los campos petroleros que reciban en concesión, como activos propios ante la Comisión de Valores de Estados Unidos, con lo que sus acciones podrán repuntar, gracias a que su valor de mercado aumentará y además podrán obtener líneas de crédito sustancialmente mayores en los mercados internacionales, dado que sus "activos" se habrán multiplicado con las reservas petroleras de México (ya no mexicanas).

Ya lo comentamos en otras dos contribuciones en este blog (Proyecto Norteamérica, 16 y 18 de diciembre del 2013), que para Washington los recursos naturales de Canadá y México son extensiones de los suyos, y por lo tanto de su poder económico, por lo que se trata de asegurar su explotación en beneficio de Estados Unidos. 

Para la clase política mexicana y para la élite económica esto sólo significa un gran negocio, en el que unos cuantos grupos y empresas nacionales, asociados con los gigantes de Estados Unidos, Europa y en menor medida China y Rusia, se enriquecerán a costa de las recursos de todos los mexicanos, quienes no verán ningún beneficio; al contrario, todo indica que se crearán mercados oligopólicos en electricidad, gas y gasolina, que mantendrán elevados precios (nada de reducciones como lo afirma la mentirosa propaganda gubernamental), y cuyas inversiones no serán para ampliar la producción de refinados (que ahora se importan en enormes cantidades), ni para generar cadenas productivas, con el consiguiente efecto multiplicador en empleo e inversión, pues el objetivo de las trasnacionales es extraer los hidrocarburos (petróleo, gas, shale gas) y venderlo a los mercados estadounidense y europeo. Los refinados seguirán produciéndose en Estados Unidos y vendiéndose a México mucho más caros que si se produjeran en nuestro país.

Es lo que ha sucedido con los ferrocarriles, que no han sumado un sólo kilómetro más de vías desde su privatización hace más de 15 años, y cobran precios elevadísimos para el transporte de carga, gracias a que tienen el control oligopólico del mercado, sin que la autoridad haga algo para corregir esa situación. Algo similar sucede ya con la electricidad que venden las empresas españolas (vinculadas al gobierno fascista de Felipe Calderón), que venden el fluido a precios muy superiores a los que lo compran a la CFE.

A pesar de que los políticos de los tres países no dejan de alabar al NAFTA, señalando que sólo ha traído beneficios, las que verdaderamente se han beneficiado son las trasnacionales, pues la mayor parte del comercio es intra-empresa, es decir venta de productos de las subsidiarias a las casas matrices; otra parte significativa es la venta de hidrocarburos y finalmente productos agrícolas, en donde la venta de los productos subsidiados de Estados Unidos (maíz, trigo, carne, naranjas, etc.) a México, ha devastado a la agricultura mexicana, que ha sufrido recortes en los apoyos y subsidios, a diferencia de los estadounidenses que siguen recibiendo generosas ayudas de su gobierno, sin que reciban una sanción por esa práctica comercial injusta.

Por su parte el Primer Ministro de Canadá, Stephen Harper, viene a asegurar el buen trato que sus mineras han recibido en México en los últimos 20 años, depredando regiones completas, con condiciones laborales lastimosas para los trabajadores, con pagos mínimos de impuestos y apropiándose hasta el 95% del oro, la plata y el cobre que se produce en el país. Un gran negocio sin lugar a dudas.

Vale la pena revisar algunos números de una encuesta que aplicó el Center for North American Studies de la American University de Washington D.C. (dada a conocer el 31 de Octubre de 2013), sobre las opiniones que estadounidenses, canadienses y mexicanos tienen acerca de los resultados del Tratado a 20 años de su inicio (las muestras fueron diferentes para cada país, 1600 en Estados Unidos; 1,505 en Canadá y 1,320 en México, con una sobrerrepresentación de ciudadanos que habitan en los estados fronterizos de cada país, con un margen de error de +/- 2.5 puntos en Estados Unidos y Canadá; y +/- 2.7 puntos en el caso de México).

En la percepción sobre los cambios en su calidad de vida después del NAFTA, el 46% de los mexicanos consideró que es peor que en la generación previa (29% mejor; 22% igual y 11% no le interesa o no contestó); el 38% de los estadounidenses la considera peor (31% mejor; 18% igual y 5% no le interesa o no contestó); y 31% de los canadienses la considera peor (42% mejor; 25% igual y 3% no le interesa o no contestó).

En la percepción acerca del nivel de vida para la próxima generación (25 años) el 42% de los mexicanos considera que será peor que ahora (29% mejor; 23% igual y 6% no le interesa o no contestó); el 58% de los estadounidenses considera que será peor (9% mejor, 20% igual y 13% no le interesa o no contestó); y 54% de los canadienses considera que será peor (12% mejor; 30% igual y 3% no le interesa o no contestó.

En principio, al parecer sólo los canadienses han visto una mejoría con el NAFTA, no así mexicanos y estadounidenses. Si como los políticos y empresarios que alaban este instrumento y urgen por la profundización del mismo, afirman que ha sido benéfico para los pueblos de los tres países ¿porqué una visión tan negativa en dos de ellos; y peor aún, porqué una visión tan pesimista en los tres hacia el futuro, si todo va a ser felicidad y éxito según los gobiernos de México, Washington y Ottawa? Bueno porque los pueblos no son estúpidos, y se dan cuenta de los efectos nocivos que una apertura comercial y de inversión dirigida sólo para beneficiar a las élites económicas tiene y tendrá en su nivel de vida. Que no sepan organizarse para evitarlo, o que los gobiernos de sus respectivos países se estén convirtiendo en Estados-policía para perpetuar la explotación de la población, eso ya es distinto.

Para aquellos que en México se la viven afirmando que la clase media ha crecido gracias al Tratado, vean las respuestas de los mexicanos cuándo se les pregunta de que clase social se consideran: 55% de los mexicanos se considera de la clase trabajadora (22% pobre; 22% clase media, 1% clase alta y 1% no respondió). Cuando el mexicano habla de "clase trabajadora" es un eufemismo para definir la pobreza, pues cuando los mexicanos se denotan como pobres, es que están realmente en la miseria. Pero visto desde el punto de vista de los países de la OCDE, todos los mexicanos que se identificaron como "clase trabajadora" caerían por debajo del umbral de pobreza de los países considerados desarrollados. Los estadounidenses se consideran 46% clase media; 33% clase trabajadora, 9% pobres, 3% clase alta y 9% no respondió; los canadienses afirmaron ser 62% clase media; 26% clase trabajadora, 7% pobre, 5% clase alta y 1% no contestó.

Sin embargo, los mexicanos no son aislacionistas y consideran que es necesaria una mayor cooperación con sus socios para resolver los problemas nacionales, pues a la afirmación de si una falta de cooperación resultaría en un empeoramiento del nivel de vida y de la seguridad, los mexicanos estuvieron de acuerdo en un 53%; los canadienses en un 52% y los estadounidenses en un 48%.

Mientras que a la aseveración de que una cooperación mayor pondría en riesgo o comprometería la soberanía, los mexicanos estuvieron de acuerdo en un 38%, los estadounidenses en un 36% y los canadienses en un 33%.

Vemos entonces que el problema no es que los pueblos no quieran intercambios, mayor cooperación o mayor acercamiento con los socios del NAFTA, lo que ven es que el acuerdo y su profundización no han servido para mejorar su nivel de vida, sino para concentrar más el ingreso y el poder en unas cuantas grandes empresas, en las burocracias de los gobiernos centrales y en el aparato de seguridad, pero no en las familias, en los jóvenes, en los adultos que requieren mejores empleos e ingresos y una perspectiva de vida optimista.

Lo que ven es que una minoría se queda con el esfuerzo y el trabajo de las mayorías, y de ahí surge la oposición a seguir profundizando esta integración, pues no está sirviendo para mejorar el nivel de vida , sino para empeorarlo. Todos estarían de acuerdo en una mayor integración si los beneficios de ello fueran tangibles. Pero en 20 años de TLC los beneficios de un mayor comercio e inversión entre los tres países se ha concentrado en una minoría todo poderosa, que aún logrará más poder con las reformas aprobadas en México, con la profundización del NAFTA y con la aprobación del Acuerdo TransPacífico. 



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