La narrativa tóxica de la DEA
La narrativa
de que la crisis de fentanilo es en esencia una conspiración de los cárteles
mexicanos es un reflejo de los instintos de supervivencia de la DEA, ante su
inevitable desgaste, comenta Eduardo Guerrero Gutiérrez.
Eduardo
Guerrero Gutiérrez
mayo 08,
2023
Hace quince
días describía en este espacio la difícil coyuntura en la relación bilateral
con Estados Unidos en materia de seguridad. Más que nunca nuestros vecinos nos
necesitan, sobre todo para frenar el flujo de fentanilo, una droga de una
letalidad escalofriante, que ha dado lugar a una terrible crisis de salud
pública al norte de la frontera. El gobierno de AMLO no ha estado a la altura
de las circunstancias. No ha podido o no ha querido dar un apoyo que resulta
indispensable para atajar la crisis de nuestro principal socio, a cambio del
cual podría negociar recursos estratégicos para resolver los enormes desafíos
de seguridad que persisten en el ámbito doméstico.
Sin embargo,
la ausencia de una colaboración estrecha con Washington no se explica solamente
por la falta de visión, la desidia y la retórica patriotera del gobierno
mexicano. Como ya ha ocurrido en el pasado, la DEA –la agencia del Departamento
de Justicia, responsable de encabezar el combate al narcotráfico– ha
desempeñado, de un tiempo acá, un papel tóxico para las relaciones bilaterales.
Mientras
escribo este texto (el domingo 7 de mayo), un simple vistazo a la página de
inicio del portal de la DEA (https://www.dea.gov/) basta para entender cuál es
la narrativa que la agencia antidrogas busca imponer en torno al fentanilo. Un
banner fijo, que ocupa prácticamente la totalidad de la pantalla, anuncia los
resultados del operativo Última Milla. Se trata de una serie de acciones
eminentemente locales que la DEA ejecutó, de manera conjunta con departamentos
de policía, y que llevó al arresto de cientos de narcomenudistas que operaban
por medio de redes sociales. Sin embargo, en el banner también se aprecia una
imagen completamente desvinculada de la naturaleza del operativo: un mapa de
México y Estados Unidos, en el que los estados de Jalisco y Sinaloa aparecen
coloreados y son el punto del cual irradian decenas de líneas que se extienden
hacia todos los puntos el territorio estadounidense.
El mapa
simboliza una narrativa que la DEA, y especialmente su titular, Anne Milgram,
buscan imponer a golpe de anuncios de decomisos de cientos de miles de
pastillas en la frontera, ruedas de prensa y apariciones en Fox News. El
mensaje es que el fentanilo “es llevado a la Unión Americana por los dos
cárteles mexicanos, Sinaloa y CJNG, punto”. Se trata de una explicación
deliberadamente burda (que ignora que las cadenas de tráfico de drogas no son
controladas por un liderazgo unificado, sino por una multiplicidad de actores
que operan de manera autónoma) y fundada en supuestos cuestionables (para
empezar, que no hay producción ilegal de fentanilo en Estados Unidos o en terceros
países distintos a México).
Dentro de
esta lógica, la reciente decisión de centrar la atención en Los Chapitos,
probablemente, responda a un cálculo del impacto mediático de ir en contra de
los hijos del narcotraficante más famoso del mundo, más que a una valoración
seria del papel que éstos desempeñan dentro las numerosas facciones que
integran el enorme paraguas que se conoce como Cártel de Sinaloa (la semana
pasada circuló una carta, atribuida a los propios Chapitos, que, en términos
generales, busca explicar eso).
Otorguemos,
sin conceder, que actualmente Los Chapitos y el CJNG dominan el tráfico
transnacional de fentanilo y que, como dice Milgram, controlan toda la cadena
de suministro, desde la obtención de precursores químicos en China, pasando por
la producción en México, hasta su venta en Estados Unidos. Incluso si ese fuera
el caso, es ingenuo pensar que, si ambas organizaciones logran ser
desarticuladas, no surgirían otras que las reemplacen, como ha ocurrido
invariablemente desde que Estados Unidos inició hace 50 años la guerra contra
las drogas.
De hecho, la
narrativa de que la crisis de fentanilo es en esencia una conspiración de los
cárteles mexicanos es un reflejo de los instintos de supervivencia de la DEA,
ante su inevitable desgaste. Al respecto, es importante recordar que se trata
de una agencia repleta de cuestionamientos y escándalos, y que opera bajo una
doctrina igualmente cuestionable de combate al tráfico de drogas, a partir de
una estrategia meramente punitiva. Sin embargo, desde el punto de vista de los
intereses de la DEA, es una estrategia de comunicación eficaz, que apela al
miedo y profundiza el sentido de alarma, que apunta a un enemigo extranjero y
claramente identificable, y que reposiciona a la DEA como una agencia que
desempeña una misión clave para salvaguardar el bienestar de las familias
norteamericanas. El problema es que esta narrativa inevitablemente propicia la
confrontación con el gobierno mexicano, más aún por la debilidad del Presidente
hacia los Guzmán, a quienes, probablemente, considera un factor de estabilidad,
indispensable para evitar un escalamiento de la violencia en el noroeste del
país.
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