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Zapata

miércoles, 3 de mayo de 2023

 DEL PODER DEL ESTADO AL PODER UNIPERSONAL

La grosera demostración de poder del presidente López Obrador (AMLO) en los últimos días, subyugando lastimosamente a los diputados y senadores de su coalición gobernante, para que sin pudor alguno, sin respetar los procedimientos establecidos y sin discusión de por medio aprobaran 18 leyes y dos modificaciones constitucionales, ponen en serio cuestionamiento la viabilidad de México como un país basado en leyes e instituciones; y por el contrario, lo sitúan más como un régimen autoritario, que gira en torno a la voluntad de una sola persona.

Para AMLO, su gobierno significa el triunfo del “pueblo” sobre los intereses de una minoría oligárquica, que depredó y empobreció al país por más de tres décadas. Y para ello, esa minoría, y sus subordinados políticos (los ahora partidos en la oposición PRI, PAN y PRD), se dedicaron a aprobar leyes y sobre todo, modificaciones constitucionales, para asegurar que dicha explotación económica de recursos humanos, financieros y materiales del país, por los oligarcas y sus socios transnacionales, no pudiera ser alterada en el futuro.

Por ello, AMLO y su coalición gobernante, se sienten con todo el derecho de eliminar de un plumazo instituciones creadas durante el “período neoliberal”, como por ejemplo, el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), ya que más allá de su función, para AMLO representa una burocracia cara, ineficiente y cuyo verdadero objetivo es proteger los intereses de la minoría depredadora.

No importa si la función establecida, en dicho caso, la obligación de las instituciones del Estado de informar, ser transparentes y rendir cuentas a la ciudadanía, pueda desaparecer o difuminarse en el entramado de la burocracia estatal, que ahora ya no estaría obligada a transparentar sus acciones y decisiones a la ciudadanía, y solo informaría lo que fuera de su interés. Sino que el andamiaje jurídico-institucional del neoliberalismo quede desmontado.

Así, con el afán de establecer que su  paso por el gobierno ha significado una verdadera “transformación” (según AMLO la cuarta, después de la Independencia, la Reforma y la Revolución), el presidente pasa por encima de la Constitución y las leyes, destruye instituciones (sin reemplazarlas, para que otras instancias cumplan funciones esenciales para el Estado Mexicano), y utiliza su poder para tratar de eliminar cualquier contrapeso a sus decisiones, ya sea de los Poderes Legislativo (al que con la mayoría con la que cuenta, ya ha doblado en numerosas ocasiones) o el Judicial (al que sigue atacando constantemente), o a los medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales, intelectuales, académicos, etc. que una y otra vez han cuestionado sus políticas públicas, decisiones y ocurrencias.

¿Y qué queda cuando el aparato que dio vida a los gobiernos neoliberales desaparezca por completo? Pues no quedan nuevas instituciones, ya que para AMLO (por cierto al más puro estilo neoliberal) la burocracia le cuesta mucho al “pueblo”; y por lo tanto es mejor que haya menos gobierno (Reagan adoraría a AMLO). Lo que queda es la voluntad del presidente. Sólo él puede definir qué es lo que conviene al “pueblo”; sólo él puede establecer cuando hay o no corrupción (dado que ya no existen mecanismos, ni instituciones que prevengan la corrupción, pues son “caros e ineficientes”); sólo él puede decir qué obras son las que convienen al país; las mega obras que ha realizado, la mayoría de las cuales aún no están en funcionamiento, y que han sobrepasado por decenas de miles de millones de pesos sus costos programados, que además no están auditados, ni vigilados por nadie; y sólo él puede decir quién es un patriota y quién es un “traidor a la patria” (todos aquéllos que lo critiquen o se opongan a sus decisiones).

AMLO está a un paso de convertirse en Kim Jong Un de Corea del Norte o Daniel Ortega en Nicaragua. Todo el poder concentrado en su persona; todo opositor o crítico designado y acusado como enemigo del Estado; ninguna disposición constitucional o ley está por encima de su voluntad, pues sólo él representa al “pueblo”; y la felicidad y prosperidad del país depende exclusivamente de sus decisiones y de su inconmensurable visión.

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