El imaginario de la 4T frente a la realidad
Mario
Patrón
https://www.jornada.com.mx/2023/04/06/opinion/016a2pol
Una mentira
repetida mil veces se convierte en verdad. Palabras más, palabras menos, esta
frase adjudicada a Joseph Goebbels describe la estrategia retórica que el marketing político
ha utilizado para la consolidación de discursos que permeen entre la opinión
pública en búsqueda de votantes. La 4T y el presidente López Obrador son
distinguidos, entre otras cosas, por su potente capacidad retórica.
A nadie
escapa que las conferencias matutinas han sido un espacio privilegiado para la
publicidad oficial de las acciones del gobierno, la crítica a opositores, la
defensa ante los señalamientos de los medios de comunicación y la sociedad
civil y el fortalecimiento de una narrativa que, a pesar de su poca
correspondencia con la realidad, sigue siendo convincente para las mayorías.
Con un discurso que simplifica la realidad y que divide entre buenos y malos,
progresistas y conservadores, el gobierno en turno ha logrado no sólo mantener
altos índices de aceptación después de cuatro años de gobierno, sino mantener
vigente una propuesta narrativa que inicialmente aglomeró los grandes
descontentos de la ciudadanía, pero que ahora dista de ser un diagnóstico
atinado de la realidad.
La narrativa
presidencial de cada mañana afirma textualmente que ya no hay corrupción ni impunidad
–más que en el Poder Judicial y la oposición–; ya no hay desabasto de fármacos;
ya no hay violaciones a derechos humanos, se protege a periodistas y a
refugiados; ya no hay represión, masacres ni tortura; ya no hay espionaje
ilegal, sino inteligencia para salvaguardar la seguridad; ya no hay personas
desplazadas por la violencia ni territorios controlados por el crimen
organizado y, por lo tanto, es seguro viajar por el país, fruto de una
estrategia exitosa de seguridad.
En
contraparte, repasando tan sólo las últimas semanas, encontramos casos
preocupantes como los hallazgos de las investigaciones del Ejército espía, la
ejecución extrajudicial de cinco jóvenes en Nuevo Laredo, las violaciones a
derechos humanos señaladas por el reciente informe del Departamento de Estado
de Estados Unidos y por muchos otros informes y publicaciones de organizaciones
civiles, los recientes hechos en Ciudad Juárez donde 40 migrantes murieron
encerrados tras un incendio, así como muchos otros casos de violencia homicida,
feminicida y desaparición que no cesan en el entorno nacional.
Pese a su
aparente efectividad, el correlato es insostenible. Aunque la tendencia va
ligeramente a la baja, en lo que va del sexenio suman poco más de 150 mil
homicidios dolosos, cifra muy cercana a los 156 mil homicidios en el sexenio de
Enrique Peña Nieto. La Guardia Nacional y el Ejército, pilares de la actual
estrategia de seguridad, se encuentran entre las instituciones con más quejas
ante la CNDH, principalmente por casos de tortura, desaparición forzada,
ejecuciones extrajudiciales y detenciones arbitrarias. Los entornos de
macrocriminalidad son cada vez más evidentes en casos críticos como los de
Chihuahua, Sonora, Michoacán, Guerrero, Zacatecas y Guanajuato, donde el Estado
es incapaz de contener el poderío del crimen organizado. Además, suman 58
defensores asesinados en los primeros tres años de gobierno y 37 periodistas
asesinados en lo que va del sexenio.
La
disociación entre la realidad y la narrativa presidencial es evidente, y con ella
se sostiene que la presente administración no es igual a las anteriores. Sin
embargo, en términos de respeto y promoción de los derechos humanos, la 4T
parece estar en la misma tibieza de sus antecesores, y en términos de
fortalecimiento democrático parece incluso estar en una postura regresiva.
El peligro
del sostenimiento de narrativas tan disociadas de la realidad como la del
Presidente, recae en que consolida un diagnóstico simplificado y popular que
menosprecia la complejidad y gravedad de los problemas sociales del país y, con
ello, invisibiliza el dolor de las víctimas. Además, la narrativa polarizante
refuerza una enemistad social aparentemente irreconciliable que fractura cada
vez más los vínculos comunitarios, incrementando nuestra preocupación por la
consolidación de entornos volátiles y violentos de cara al próximo proceso
electoral.
Seguramente,
en los próximos meses, seguiremos viendo el fortalecimiento de esta retórica
presidencial en defensa de un programa político que, en los hechos, poco ha
logrado en términos de pacificación del país, reconstrucción del tejido social,
reivindicación de la justicia y fortalecimiento institucional. Mientras esto no
cambie, la narrativa de la 4T seguirá abonando a la fractura de nuestro tejido
social y seguirá reproduciendo los signos de descomposición de nuestro entorno,
mismos que no han podido ser revertidos, a pesar de las estrategias
gubernamentales y de los esfuerzos de la sociedad civil, y cuyos efectos
continuarán desintegrando los valiosos contrapesos civiles de nuestro régimen
democrático.
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