LÓPEZ OBRADOR DESESPERADO POR OCULTAR CORRUPCIÓN, ABUSOS E INEFICACIA DE SU GOBIERNO
El
presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a un año y medio de terminar su
periodo gubernamental, se siente cada vez más acorralado, perseguido, incomprendido
y atacado.
Como todos
los presidentes anteriores, una vez que van llegando al final de su administración,
y se dan cuenta que sus grandiosos objetivos, obras y políticas públicas han
fracasado, se han quedado cortas o simplemente nunca despegaron, comienzan a
buscar culpables, conspiraciones y boicoteadores a quienes responsabilizar por
no haber alcanzado sus metas o sus sueños de grandeza.
AMLO entregó
buena parte de la administración pública federal, de sus políticas públicas y del
presupuesto a las fuerzas armadas, por varias razones.
Primero, se
dio cuenta que la serie de disposiciones constitucionales, leyes, reglamentos e
instituciones establecidos durante el largo periodo de transición democrática
en México (1977-2000), en buena parte propuestos e impulsados por la izquierda
política y social, obligaban al gobierno a cumplir con ellas y por lo mismo
implicaba por ejemplo, permisos en materia ambiental o involucramiento de
comunidades y de organismos de la sociedad civil en el desarrollo de obras y/o
políticas públicas; transparencia y rendición de cuentas sobre los recursos
públicos utilizados; involucramiento de otros poderes y organismos autónomos en
la definición y desarrollo del día a día gubernamental.
Todo ello
AMLO lo vio como estorbos, obstáculos y en resumidas cuentas “pretextos” para
detener su gran obra transformadora, por lo que buscó un mecanismo, una vía,
mediante la cual pudiera imponerse sobre los otros poderes, instituciones,
leyes e incluso la Constitución misma, para lograr sus objetivos.
Y ese
instrumento fueron las fuerzas armadas, ya que al ser las guardianas del
principal poder de coerción del Estado, sería muy difícil que la sociedad y los
otros poderes estuvieran en condiciones de disputarles su preeminencia en la
realización de diversas políticas públicas.
Así, AMLO utilizó
a las fuerzas armadas como un medio de coacción hacia la sociedad civil
organizada, los otros poderes y los poderes fácticos (empresarios,
trasnacionales, iglesias), para evitar que cualquiera de ellos detuviera su política
“transformadora” o intentara boicotearla.
Una segunda
razón fue que al inicio de su administración (2019), una parte de las fuerzas
armadas abiertamente cuestionó sus políticas públicas, en voz de quien fuera
subsecretario de la Defensa Nacional, el general Gaytán, en un evento en el que
habló en nombre de todo el instituto armado.
Ello prendió
las alarmas sobre la posibilidad de un “golpe de Estado” o al menos de una
alineación de las fuerzas armadas con los opositores políticos del presidente.
Por lo
anterior, AMLO decidió que las fuerzas armadas se involucraran de lleno en la
implantación de sus políticas públicas, por más que no tuvieran que ver con sus
funciones esenciales.
Así, AMLO
duplicó el presupuesto de las fuerzas armadas, y las involucró en hasta 240
funciones no relacionadas con sus obligaciones constitucionales.
Ello y la
creciente confianza que AMLO les expresó pública y privadamente a los titulares
de la Defensa Nacional Gral. Luis Crescencio Sandoval y al de Marina, Almirante
José Rafael Ojeda, dio a estos un poder político no visto en los gobiernos post
revolucionarios.
De esta
forma AMLO pensó que evitaba cualquier intentona golpista en su contra; y al
mismo tiempo, comprometía de lleno a las fuerzas armadas con su proyecto
político.
Y una
tercera razón para darles tanto poder a las fuerzas armadas fue el tratar de
evitar que la potencia hegemónica, Estados Unidos, pudiera descarrilar su
gobierno, mediante acciones desestabilizadoras, utilizando para ello, al menos
en parte, la larga relación que ha mantenido el Pentágono con las fuerzas
armadas mexicanas (y especialmente en los últimos años, con la Secretaría de
Marina).
De esa
forma, AMLO alineaba en su “equipo” a las fuerzas armadas; y no sólo eso, los
ponía frente a cualquier intento estadounidense de afectar o desestabilizar a
su gobierno, manipulando o ejerciendo presión sobre el Ejército o la Marina.
Consecuencias
Pero tanto
poder presupuestal, funcional, político, han tenido sus consecuencias muy
negativas para el país.
Así, las
fuerzas armadas no están acostumbradas, desde la larga etapa de dominio priista
(1929-2000) a rendir cuentas a la sociedad, ya sea mediante informes y comparecencias
al Poder Legislativo; o más recientemente, mediante las solicitudes de
información a través del Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI).
Cuando el
año pasado se dio a conocer el masivo hackeo de información a la Secretaría de
la Defensa Nacional (Sedena) por el grupo clandestino Guacamaya, la
Cámara de Diputados pidió la comparecencia del titular de la Secretaría de la
Defensa Nacional, Gral. Sandoval, quien se negó a asistir a la Cámara y en su
lugar “invitó” a los diputados a la secretaría; estos lacayunamente aceptaron.
Pero después
el General canceló la reunión porque supuestamente uno de los diputados de
oposición le había enviado una carta “grosera” (lo cual era una total
exageración).
De esa forma
el General Sandoval no ha dado la cara sobre el hackeo, cómo ocurrió, quiénes
son los funcionarios de su secretaría que debieron evitarlo; qué se ha hecho
para que no vuelva a suceder; qué tipo de información fue hackeada, etc.
De la misma
forma, organizaciones de la sociedad civil y medios de comunicación dieron a
conocer desde el sexenio pasado que las fuerzas armadas adquirieron un software
de una empresa israelí, el Pegasus, para realizar intervenciones telefónicas
ilegales a defensores de los derechos humanos, activistas medio ambientales,
periodistas, políticos y hasta funcionarios del propio gobierno.
Se le pidió
al presidente transparentar si el Ejército aún usaba ese software y si aún
había contratos con la empresa israelí NSO Group para usar esa herramienta ilegal
de intrusión telefónica.
El
presidente prometió que la Sedena informaría al respecto desde 2019; y es la
fecha en que no ha informado, ni entregado nada a los medios de comunicación.
Incluso ahora
se sabe que a nivel mundial la Secretaría de la Defensa Nacional ha sido y
sigue siendo el principal usuario del software Pegasus.
En otro
ámbito, desde la desaparición de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa
(2014)) se insistió en que el Ejército tenía información relevante sobre el
caso, pero el gobierno de Peña Nieto negó esto y no autorizó que los militares
fueran cuestionados por el Grupo Internacional de Expertos Independientes que
investigaron el asunto.
Con la llegada
de AMLO al poder se especuló sobre la posibilidad de que esto cambiara. Y al
parecer así iba a suceder, cuando se supo que el fiscal independiente del caso
había librado decenas de órdenes de aprehensión contra militares que tuvieron
participación en los hechos.
Pero la
presión del General Sandoval llevó a que el presidente ordenara revertir dichas
órdenes (aunque la Fiscalía General se supone que es autónoma, todo mundo sabe
que el fiscal Gertz Manero actúa como empleado de AMLO), lo que derivó en la
renuncia del fiscal independiente y su reemplazo por una persona cercana al
gobierno de López Obrador.
Ahora, a raíz
de la información obtenida por varios medios de comunicación del hackeo a la
Sedena, se ha dado a conocer que el Gral. Sandoval ha utilizado profusamente
los recursos financieros y materiales de su secretaría para hacer viajes internacionales
junto con su familia y amigos, supuestamente con carácter “oficial”, pero
realmente de placer y a todo lujo.
Así también
de la información hackeada, se supo que hay crecientes tensiones entre la
Sedena y la Semar, porque a la primera se le atribuyó la responsabilidad del
espacio aéreo mexicano (una de las tantas funciones civiles que ahora controlan
los militares), lo que ha llevado a que la Marina disminuya su colaboración con
la Sedena en materia de intercambio de información.
En lo que
respecta a la participación de las fuerzas armadas en las obras públicas
emblemáticas del actual gobierno (Tren Maya, Aeropuerto Felipe Angeles, Proyecto
del Istmo de Tehuantepec), se han dado a conocer datos de posible corrupción en
contratos asignados por los militares, despilfarro de recursos y numerosas
ineficiencias que han costado miles de millones de pesos al erario.
Por todo lo
anterior, desde hace dos años AMLO estableció que todas las obras gubernamentales
son ahora consideradas de “seguridad nacional” y por lo tanto no hay “obligación”
de dar a conocer nada sobre ellas.
De esa
forma, AMLO evita que medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales,
lo otros poderes de la Unión, la sociedad civil organizada y la sociedad
internacional se enteren de la corrupción que está permeando esas obras, la ineficiencia
y falta de planeación en las mismas, y el despilfarro en dichas obras mal
ejecutadas.
AMLO quiere
cubrir esa decisión arbitraria, que ahora ha reiterado para el caso de toda la
información relativa a las fuerzas armadas, señalando que lo hace para proteger
la soberanía, pues son las agencias de espionaje de Estados Unidos las que
están obteniendo ilegalmente la información, con objeto de dañar al país y a su
gobierno.
En el mismo
tenor, AMLO quiere desaparecer el Instituto de Acceso a la Información (INAI),
pues sabe que su funcionamiento (por limitado que sea) expone la corrupción,
ineficacia y despilfarro de su gobierno, por lo que AMLO decidió vetar el
nombramiento de los dos comisionados que faltan al Consejo del Instituto para
poder seguir sesionando con quórum (actualmente tiene 4 consejeros; requiere
mínimo 5 para poder sesionar legalmente).
Y AMLO ya
estableció que su intención es desaparecer al INAI, porque según él “no sirve
para nada”. La realidad es que es un dolor de cabeza para su gobierno, pues las
solicitudes de información de ciudadanos, partidos políticos y organizaciones
sociales obligan, aunque sea mínimamente, a transparentar y rendir cuentas a su
gobierno, y eso es algo que no está dispuesto a hacer.
En resumidas
cuentas, AMLO está dinamitando todo aquello que pueda cuestionar su proyecto personalísimo
de gobierno, que no ha sacado de la pobreza a la mayoría de la población; ni ha
disminuido significativamente la desigualdad en el país; mucho menos ha
eliminado la corrupción (se ha conformado un capitalismo de “cuates”, en donde
la cercanía con el presidente abre las puertas del presupuesto; y la lejanía
respecto al presidente lleva al ostracismo); y la inseguridad y la violencia
siguen incólumes; así como la subordinación y el vasallaje a la potencia
hegemónica, por más que AMLO grite a los cuatro vientos que ya no es así.
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